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Director de hombres

Me gustaría comentar dos aspectos de la concepción directiva y antropológica de Carlos Llano manifestados en algunas características de su modo de trabajar de las que fui testigo mientras colaboré con él en los primeros años de la Universidad Panamericana.
Aunque Carlos ha realizado empresas importantes durante su vida, lo que más destaca en él, a mi juicio, es que sus principales energías han estado centradas en la formación de las personas. Tal modo de proceder no ha sido fortuito, sino plenamente intencionado ?y este es el primer aspecto de su pensamiento directivo?, según lo postulan sus propias palabras: «el modo genuino de dirigir consiste en centrar la dirección en el hombre que debe llevar a cabo la tarea»1.
El segundo aspecto consiste en atribuir una especial importancia a la voluntad en la tarea de formación de personas, como factor determinante del desarrollo personal y para la eficacia de la acción práctica. Su postura se sitúa en el otro extremo de lo que podríamos llamar un «intelectualismo práctico», que consistiría en destacar exclusivamente la función de la inteligencia, como si sólo de ella dependieran los resultados.
Para Carlos Llano, si bien la intervención del entendimiento es importante e insustituible para orientar el rumbo de las acciones, el papel de la voluntad acaba siendo más determinante en el obrar humano, precisamente por su influencia sobre la inteligencia y, consecuentemente, sobre toda la conducta: «las relaciones entre el entendimiento y la facultad volitiva son asimétricas. En efecto, el entendimiento le propone a la voluntad un bien y esta puede no aceptarlo» (…) En cambio, «las órdenes directas de la voluntad son taxativamente obedecidas por el entendimiento»2.

CUATRO CARACTERÍSTICAS DE SU FORMA DE DIRIGIR

Tuve la fortuna de trabajar con Carlos Llano en el inicio de mi vida profesional, que coincide en buena medida con el arranque de la Universidad Panamericana, donde él hacía cabeza. Me encargaba de la coordinación académica y esto hacía que mi relación con él abarcara tanto cuestiones de carácter intelectual como administrativo. Ahora puedo recordar, con agradecimiento, cuatro características de su forma de dirigir que confirman ese estilo de centrar la dirección en el hombre y de dar especial importancia a la formación de la voluntad.
1. Maestro que enseña de manera personalizada. A pesar del trabajo tan intenso que la dirección de la Universidad le requería y del esmero que ponía en sacar el máximo provecho a su tiempo, solía revisarme con detenimiento los escritos que estaba preparando: hacía las observaciones pertinentes al margen para pulir la redacción, fundamentar mejor alguna idea o sugerir la bibliografía requerida. Más sorprendente aún me resultaba que asistiera de vez en cuando a las clases que comenzaba a impartir, para señalarme después los detalles concretos que debía corregir.
2. Un jefe que forma dirigiendo. Todas las semanas, en día fijo y durante buena parte de la tarde, me reunía con él para despachar diversos asuntos organizativos de la Universidad. Escuchaba con paciencia todo lo que le informaba y ponía mucho interés en los asuntos que le consultaba, como si aquello fuese lo más importante para él. Su comentario o su respuesta suponía un estímulo para ir adelante, y era evidente su deseo de transmitir la rica experiencia que había acumulado durante su vida profesional. No hay duda de que le importan más las personas que las tareas y que esta manera de proceder con sus subordinados acabaría redundando en beneficios más duraderos para la institución.
3. Director riguroso y consistente. Desde el primer momento me llamó la atención la congruencia entre lo que decía y lo que hacía, entre lo que mandaba y lo que exigía, así como su manera de dar seguimiento a los asuntos que se decidían para llevarlos a término. Después he comprendido el alcance que este rigor y esta consistencia tienen -fruto de una voluntad fuerte- para la formación de las personas y la consolidación de las instituciones. Entre otros recursos, había desarrollado un sistema personal que resultaba prácticamente infalible y que se apoyaba en un instrumento material muy sencillo: su agenda de bolsillo. Ahí anotaba todos los asuntos pendientes, ya fueran suyos o de los demás. No recuerdo una sola vez en que algo que estuviese anotado ahí hubiese quedado inconcluso; siempre lo llevaba a término o conseguía que el interesado lo concluyera. Esto resultaba especialmente formativo para quienes dependíamos de él, porque íbamos aprendiendo a no dejar las cosas en el aire y a trabajar de forma ordenada y sistemática.
4. Hombre profundo tanto en los planteamientos teóricos como en las realizaciones prácticas. La planeación tenía que ser ambiciosa y realista, siempre en función de las personas con que se contaba o se podía llegar a contar. Las decisiones debían valorarse por sus garantías de permanencia, de manera que había que huir de cualquier apariencia o impresión pasajera. Era enemigo de dar importancia a la imagen por encima del contenido, por eso hacía constantemente hincapié en que el prestigio de la Universidad vendría como consecuencia de ir al fondo de las cosas y, sobre todo, de conseguir que las personas que integraban la Institución -profesores y alumnos, directivos y personal administrativo- dieran lo mejor de sí.
Estas cuatro características de su forma de operar producían en quienes trabajábamos con él una especial seguridad de que los problemas se resolverían y los proyectos saldrían adelante, pero lo más valioso era la experiencia de aprendizaje y crecimiento personal que se vivía al lado de quien se había propuesto ser un director de hombres que daba especial importancia a la formación de la voluntad. Ahora, con la perspectiva de casi seis lustros, la riqueza de aquellas enseñanzas adquiere su verdadera dimensión y genera un sentimiento -término que seguramente el doctor Llano preferiría sustituir por otro de carácter más volitivo- de auténtica y profunda gratitud.
1. C. LlANO: Análisis de la acción directiva. Limusa. México, 1998. p. 230.
2. C. LlANO: Formación de la inteligencia, la voluntad y el carácter. Trillas, México, 1999. pp. 110-111

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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