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Entrevista a Nicolás Grimaldi

Con la elegancia y profundidad de un catedrático en Filosofía de La Sorbona, Nicolás Grimaldi hace suya cada pregunta. Piensa en silencio, y después, las palabras hacen fila para acomodarse ágilmente a sus intuiciones. Sus ojos azules se asombran ante sus propios descubrimientos, y las manos parecen apoyar la conquista de cada idea.
En diversas épocas han surgido movimientos rebeldes ante las convenciones sociales. ¿A qué se debe?
La rebeldía hacia las convenciones sociales puede comprenderse porque, al ser convenciones, son contingentes: podrían ser otras. Descartes decía que los persas o chinos quizás viven con otros usos, pero que tratar de cambiarlos seria atribuir un valor absoluto a lo que es relativo.
Sin embargo, no hay sociedad sin usos. No hay usos sin convención. No hay convención sin contingencia, ni juego sin reglas. Rebelarse contra las reglas, es rebelarse contra cualquier juego.
Y puesto que incluso los que se rebelan, no abandonan la sociedad ni quieren vivir fuera de ella, esa rebeldía resulta síntoma de adolescencia e inmadurez; sueño, veleidad o trampa. Son tramposos quienes siguen jugando y no respetan las reglas del juego. También seria una equivocación querer las cosas relativas como si fueran absolutas y tomar las costumbres como compromisos éticos. Ponerse una corbata, un traje o vestirse de tal o cual manera en ciertas circunstancias, es protocolo. Es lo que hace la vida más fácil.
Los usos y las convenciones expresan, también, un deseo de asombrar. Pero es más fácil asombrar al vestirse con un esmoquin en una playa o con un traje de baño en un salón de actos- que escribir una sinfonía o plasmar una obra maestra. Esa transgresión y rebeldía, sólo asombra a espíritus ingenuos y pueblerinos.
¿Pueden ser sinceros unos modales establecidos?
Al conformarnos con los usos, no tenemos que ser hipócritas. No es hipocresía dirigirse a la gente de manera amable y cortés. Para ser sinceros, tampoco tenemos que decir al feo que es feo, a la tonta que es tonta, o a los ancianos que perdieron sus dientes. La sinceridad no es cinismo, sólo consiste en no comprometernos con lo que no podemos cumplir, la única sinceridad es conformarnos a nuestros juramentos íntimos. Consiste, en esa relación tan ordenada, tan orgánica entre el porvenir que queremos, exigimos, esperamos y los actos del presente que el porvenir rige.
Cuando un hombre es sincero, todos sus actos y gestos expresan lo que lo anima, lo que respeta, lo que estima; su propio ideal. Me atrevo a decir que la sinceridad es la forma apostólica del ideal de cada uno.

LA INFELICIDAD DEL FELIZ

La urbanidad como convención social, parece no dejar espacio más que a la repetición, al aburrimiento…
El aburrimiento es un sentimiento extraño y profundo de gran relevancia. Es la experiencia de un tiempo en el que no sucede nada. Cuando nos aburrimos nada divierte, nada atrae. Por eso no sabemos qué desear y, sin embargo, seguimos deseando. Es un deseo sin objeto, una espera intransitiva. Cuando nos aburrimos, deseamos desear.
El aburrimiento es la infelicidad de la gente demasiado feliz; personas que no saben qué desear porque no necesitan nada. Nuestros antepasados tenían que preparar el fuego por la mañana, ir a buscar madera, arreglar la casa, estar durante horas en la cocina, vestir a los niños. Todo el día se pasaba en conservar la vida. Cada mañana se planteaba vivir hacia la noche. Nadie se aburría. Vivir ha venido a ser problemático cuando no tenemos más problemas para vivir.
Sirve la diversión que nos distrae de nosotros mismos; de esta verdad íntima que el aburrimiento revela. El aburrimiento muestra que la espera es la misma tela de la conciencia. Y cuando esa espera no tiene objeto, cuando no espero el autobús, al médico, a mis alumnos o mi cliente; cuando no espero el fin de la página que escribo, el término de la clase o casarme; la espera sólo lo es de aquello que no deja nada más que esperar, es decir, mi propia muerte y la eternidad.
Todos corren a sus oficios sin darse cuenta que a su lado estamos muriendo sin que nada cambie en el mundo. Casi salimos del mundo sin que nadie se dé cuenta. Asistimos vivos a la mañana de nuestra muerte.
El aburrimiento hace parecer que el presente se dilata indefinidamente, y porvenir no será otra cosa que el mismo presente indefinidamente reiterado. El aburrimiento es esa enfermedad del tiempo, esa parálisis, esclerosis de la tensión, del afán. Del impulso del porvenir.
Sin embargo, lo que procura dignidad a la vida, exige algo más que ella para tener sentido, para ser regenerada. Y ése más allá es manifiesto cuando se niegan las inclinaciones más espontáneas y más naturales de la vida para cumplirlo.
Es en el sacrificio y en la entrega como manifestamos ese más allá que nos rige. Sólo podemos manifestar el porqué vimos al vivir sobrenaturalmente en la naturaleza. Por eso vivir es siempre empezar. Es entregarse, cumplir, intentar. Vivir es siempre zarpar una aventura que nos atrae.

UN ORDEN INVISIBLE

Actualmente desaparecen las diferencias en el trato entre personas de distinto rango. ¿Lo considera un logro?
Muchos piensan que por poseer todos los mismos derechos, tenemos que ser tratados de igual manera. Como si un niño tratara a su abuela como hermano; o un alumno como compañero a su profesor; o un soldado llamara camarada al coronel porque los dos nacieron en la misma nación. Me parece una reducción grave y torpe; al pensar de esa manera no distinguimos los órdenes.
Pascal tiene razón al señalar que existe el orden de la carne u orden social, el del espíritu que es el orden intelectual, y el de la caridad que es sobrenatural. Con cierto pesimismo nota que el orden de la caridad es invisible: aun los más perfectos pensadores pueden dejar de ver la grandeza incomparable de un solo movimiento de amor. Los grandes de la política, los hombres afortunados, pueden ser incapaces de apreciar el valor de los pensadores y científicos; etcétera.
Debemos mantener esa distinción, como cumplimiento ético, es así como el desempeño de nuestra tarea social es un sacrificio que el orden ético exige. Nos dice: mientras trabajas, actúa – por libertad- como si no fueras libre. El soldado se cuadra delante de su coronel a pesar del juicio personal que le merezca y el obrero ejecuta exactamente lo que indica el superior sin importar su opinión sobre él. De ahí la gran distinción entre los órdenes. Como seres sociales, transmitimos la vida experiencias, aptitudes, educación -, conforme a la tarea que aceptamos, Sólo es en el orden sobrenatural y bajo la mirada amorosa de
Dios o de quien nos quiere, que surge el verdadero respeto.

¿Cómo evitar el extremo opuesto: acentuar las diferencias que rayan en el menosprecio?

Hay algo que nos hace experimentar, de manera fraternal y patética, a cualquier otro hombre: cada uno ha pasado su vida, como nosotros, esperando algo que todavía no llega… y está inquieto como un niño. En cada hombre reconocemos a ese compañero de pobreza que, como nosotros, entró en el mundo y saldrá de él sin nada; recibió todo lo que tuvo y requiere abandonarlo. Esa simpatía metafísica hace que reconozcamos que el otro nació pobre como nosotros y morirá despojado como cualquiera.
Al sospechar que la persona más miserable, fea, tosca, incapaz, a quien tendríamos tantos motivos para despreciar es querida quizás como nadie en el mundo, y ése que nadie quiso tal vez sea el más amado por Dios, ¿quién se atreverá entonces a despreciarlo?

BELLEZA SUGESTIVA

¿La experiencia estética favorece la convivencia?
El arte nos hace experimentar el estatuto metafísico de nuestra condición. Al contemplar una obra, percibimos otro mundo, otro espacio, otro tiempo. La experiencia estética es presentimiento de mundo posibles con categorías y relaciones diversas. Nos aleja de este mundo donde vivimos y actuamos, para acercarnos a otro donde estamos siempre a punto de entrar.
Antes del siglo XX o fines del XIX, había un consenso sobre lo bello. Si lo bello se había descubierto una vez, no podía superarse. Sólo era posible repetirlo o variarlo; poseía una universalidad insuperable.
Al contemplar la belleza, el hombre experimenta cómo la humanidad misma se exalta con él. Es así como la experiencia del arte es la de una secreta comunión con todos los hombres.
Con el fin del siglo XIX, no sólo empezaron las discrepancias sobre lo bello y valioso; en el siglo XX surgió el problema de saber lo que era arte. El arte mismo se ha convertido en algo enigmático; y con él, el sentimiento de comunión universal. Este sentido del carácter sagrado del arte o de propedeútica de lo sagrado entró en convulsión.
Sin embargo, existe una experiencia que todos compartimos. Basta presenciar un concierto, visitar una exposición, para notar ese sentimiento de simpatía y respeto hacia los otros. Como si la experiencia del arte suscitara una conversión interior, tan intensa y sincera, que libera del egoísmo y de intereses superficiales.
Si hubiera una lección en el arte, se dirigiría a ser muy atentos a lo más interior de nosotros; a lo más íntimo, para experimentamos unidos a los demás. Lo que nos desune y hace indiferentes a los otros, es lo que nos distrae de nosotros mismos.
En la medida en que nos separamos de los otros, nos desviamos y alejamos de nosotros mismos. En la experiencia estética, en cambio, sucede lo contrario. Mientras que nos separa lo que poseemos somos, sin embargo, unidos por lo que nos posee.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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