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Albert Camus La ironía del extranjero

No ser amado es una simple desventura.
La verdadera desgracia es no saber amar.
Miscelanea-1-camusEL EXTRANJERO
Albert Camus siempre fue un extranjero. Extranjero de patria, porque, aun cuando se le conoce como un escritor francés, nunca pudo desprenderse de su categoría de pie negro, y muchas veces declaró que todo lo digno en él le venía por su sangre española. Extranjero del lugar de nacimiento, porque siendo argelino, nunca logró identificarse plenamente con lo musulmán y lo africano.
Extranjero de ideología, porque siendo socialista terminó desilusionado con el comunismo internacional y decepcionado por completo por los poderes soviéticos. Extranjero de la filosofía, porque fue criticado como un literato hablando de filosofía, no tenía una formación y un rigor filosófico. Extranjero de la economía, porque siempre tuvo precariedades económicas; a pesar de ganar una fuerte cantidad de dinero con su premio literario, poco tiempo le duró el gusto.
Extranjero del deporte, porque siendo un gran aficionado y un portero de futbol con cualidades, la tuberculosis lo extraditó de ese territorio. Extranjero de la religión y de Dios, porque, aun cuando nunca profesó un credo abiertamente, toda su reflexión gira en un trasfondo religioso y moral; y su ateismo le era incómodo a tal grado que, sí, le resultaba indemostrable la existencia de Dios, pero dramática y trágica su no existencia. Extranjero de la vida misma, porque la muerte le alcanzó relativamente pronto.
LA IRONÍA
Todo esto no deja de ser un absurdo, una gran ironía de la existencia. La vida de Camus está llena de absurdos y de ironías. Por eso, como absurdamente Sísifo sube a la cima, Camus encontró, en ese mismo absurdo existencial un sentido, un método para llevar la vida lo más dignamente posible en un siglo indigno y absurdo. ¿Pero qué acaso no es absurdo e indigno todo el siglo XX? Lo es; efectivamente el siglo de Camus es irracional. Con dos terribles guerras mundiales, con bombas atómicas, con economías y totalitarismos inhumanos, con campos de concentración y archipiélagos gulags, y una lista grande de atrocidades.
Camus valientemente alzó la voz en contra del franquismo, en contra del nazismo, de las bombas atómicas, del poder soviético, del colonialismo francés y de la hipocresía de la izquierda intelectual. Es un héroe que lucha contra lo inaceptable, aun cuando todos lo acepten; un pensador firme e independiente que no puede ser catalogado más que por él mismo, convirtiendo la anarquía en virtud. Porque si ser anárquico parece peyorativo y absurdo, frente a los poderes que presenció Camus, la más alta categoría moral sería la anarquía. Ni derecha ni izquierda. Por ello su supuesta amistad con Sartre no tenía futuro.
Las críticas contra Camus fueron perversas. Sartre, Francis Jeanson y Jean-Jacques Brochier fueron implacables con él sólo por no alinearse a un servilismo intelectual. Que simplemente era un moralista, que nada más era un pretendido filósofo sin método, un simple escritor para el último año de preparatoria, que era un burgués, etcétera. Camus está más allá de todo esto.
La vida de Camus es una gran ironía. Es irónico que un premio Nobel de literatura sea hijo de una madre analfabeta de origen español y trabajadora doméstica. Hijo de un padre soldado y muerto en combate y desconocido para él. Es irónico que una de las mejores plumas de lengua francesa sea africano y como el mismo Camus afirmaría, orgullosamente español. Irónico que siendo un gran aficionado al deporte, su salud le impidió practicarlo, pero a la vez un gran fumador de cigarrillos Gauloise, gran bebedor de café y que no bebía una copa de vino. Pero sobre todo, irónica su muerte. Camus estaba convencido de que la tuberculosis lo mataría. Irónicamente no fue así.
SU MÉTODO
¿Puede ser la ironía y el absurdo un método? Sí. Camus lo logró. Como anteriormente lo había logrado Sócrates o el mismo Kierkegaard a su manera.
«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida es contestar a la cuestión fundamental de la filosofía. Juzgo, pues, que el sentido de la vida es la cuestión más urgente». Esta lapidaria sentencia marcará todo el pensamiento de Camus, y todos sus personajes literarios estarán en una tensión constante por esta cuestión. Por esto, Camus, más que un filósofo o un literato, es un humanista, porque su única preocupación fue el hombre concreto, ese olvidado por la política y los sistemas bancarios.
El extranjero, El hombre rebelde y El mito de Sísifo serán muestras claras de este absurdo hecho sistema, y aunque no lo parezca Camus es un pensador ético. Hay una constante preocupación por la moral y por lograr un equilibrio entre la libertad y la justicia. Nada justifica el crimen, a pesar de la nada. Por ello, el posible Dios de Camus deberá ser más bien una presencia capaz de dar sentido a una moral que ve como urgentemente necesaria…
SU ABSURDA MUERTE
En este año se cumplen 50 años de esa muerte. Muerte calificada como absurda por él mismo, ya que tiempo atrás llegó a afirmar que morir en un accidente automovilístico, le resultaba como una de las muertes más absurdas: «No conozco nada más idiota que morir en un accidente de automóvil».
El destino estaba marcado. En un principio, había pensado viajar en tren, pero Gallimard, su editor, le convenció para que viajara con él en su coche nuevo, un Facel Véga Coupé. Camus murió con el billete de tren en el bolsillo y con los manuscritos de su última novela, El primer hombre, en la cajuela del automóvil.
Irónicamente modesto su epitafio sólo contiene: Albert Camus 1913-1960.
Para muchos murió joven, 46 años. Sea como sea, su imagen ha sido uno de los principales iconos del siglo XX, porque con su muerte le ganó al tiempo. Le ganó a todas las críticas recibidas en vida, ya que nunca se traicionó a sí mismo. A vuelta de 50 años, y a la luz de los últimos acontecimientos históricos, sus ideas y reflexiones siguen tan universales y humanas como cuando fueron publicadas.

A FAVOR DE LA VERDAD Y LA LIBERTAD

«Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida –en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión–, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir.
Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto sí es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme».
Fragmento del discurso pronunciado en 1958 por recibir el premio Nobel de Literatura.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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