Gioacchino Antonio Rossini
El Mozart Italiano
José Luis Lara
Muchas anécdotas divertidas se cuentan Rossini. Su afición a la gastronomía era tan grande que prefería inventar un platillo a escribir una ópera. En varias ocasiones afirmó: «No me molesta y en el fondo no me importa que se cuestione el valor de mi música, pero no soporto que se ponga en tela de juicio la excelencia de mis macarrones».
Su música ligera, progresista, alegre y genial le valió ser llamado el Cisne de Pesaro y el Mozart italiano. La jovialidad de Rossini logró lo que a muchos compositores está vedado: traspasar las fronteras del tiempo. Wagner afirmó en 1860 «…de todos los músicos a los cuales conociera en París, era Rossini el único verdaderamente grande» y Beethoven al entrevistarse con el Cisne de Pesaro le dijo: «¡Sobre todo haga usted muchos Barberos!».
Nació en Pesaro, Italia, el 29 de febrero de 1792 de manera que el año pasado celebramos el centenario de su natalicio. Su padre tocaba medianamente la trompeta y su madre tenía una agradable voz de soprano que le ayudó a sacar adelante a la familia cuando su esposo fue encarcelado por manifestar sus ideas republicanas.
El joven Gioacchino entró como sirviente en una casa de Bolonia e inició sus estudios de música bajo la dirección de Angelo Tessei; con él aprendió canto, piano y contrapunto. El 20 de marzo entró en el Liceo de Bolonia, donde recibió clases con el padre Stanislao Mattei. Sin embargo, y según propia confesión, aprendió más con un metodo ideado por él mismo que consistía en transcribir la parte vocal de las partituras de grandes maestros como Haydn y Mozart, e ignorar la orquesta para, posteriormente, componer un acompañamiento y compararlo con el de los autores citados.
El 11 de agosto de 1808 estrenó una cantata llamada «Il piano d’armonia per la morte de Orfeo» para tenor y coro. Su primera obra para la escena fue «La cambiale di matrimonio» («La letra de cambio del matrimonio») y la última, auténtico canto de cisne, «Guillermo Tell», estrenada el 3 de agosto de 1829.
Como es de todos sabido, sus obras más representadas son «La cenerentola» («La cenicienta») y «El barbero de Sevilla», estrenada con el nombre de «Almaviva o la precaución inútil», ambas, garantías de éxito y piezas fundamentales para el triunfo de cantantes en sus diversas tesituras: sopranos, mezzosopranos, tenores líricos, barítonos y bajos.
En la actualidad, el gran tenor mexicano Francisco Araiza se ha consagrado internacionalmente como el intérprete idóneo de Rossini; sus éxitos con «La cenicienta» y «El barbero de Sevilla« lo han colocado en el pináculo del arte lírico internacional.
Rossini se casó en dos ocasiones, la primera con la soprano española Isabel Malibrán, en 1822, y la segunda, al fallecer ésta en 1846, con Olimpia Pelissier. Murió en Ruele, el 13 de noviembre de 1868.
Le gustaba la buena vida y era un excelente gourmet. Su facilidad para componer era grande, pero resentía una indolencia natural que le impedía madurar su pensamiento.
Recibió en vida muchas distinciones; pudo ver la erección de dos monumentos en su honor, uno en París, otro en Pesaro Stendhal escribió de él: «Nada resulta tan amable en Italia como la conversación de Rossini y nada puede serle comparado; vivo, ligero, mordaz, nunca aburrido y “raramente sublime”».