El fenómeno de los nuevos cultos o movimientos religiosos es una realidad bien patente en el mundo de hoy, también en países industrializados. Es verdad que resulta equívoco calificarlos de «nuevas religiones», ya que en muchos casos sólo pretenden un simple bienestar psico-fisico. Pero sin duda revelan una búsqueda de sentido y el deseo de superar las deficiencias de una sociedad desequilibrada. Por eso es interesante identificar los motivos por los que atraen estos movimientos, que conjugan los aspectos religiosos y psicológicos.
Las estadísticas muestran que en nuestro país existe una mayoritaria «religiosidad católica». Esta sensibilidad religiosa de la mayoría, sin embargo, está acompañada por otra religiosidad minoritaria, propia de los seguidores de más de 600 grupos religiosos de matices diversos, con los nombres más disparatados, las características más originales y las modalidades expresivas más variopintas.
Cada grupo, un género
Estas agrupaciones mezclan, en el mismo saco, elementos opuestos -o al menos extraños- a la sensibilidad católica: de religiosidad primitiva, esoterismo, ocultismo, magia, psicología, curanderia y «ciencia alternativa». Comparten también la certeza de la inevitable venida de una nueva era, con la convicción de que las distintas tradiciones conducen a una religión única, aun saber global accesible a todos, «práctico» y no teórico, que posibilita verse a sí mismo y al mundo como un todo único.
Con frecuencia se habla de estos movimientos como un fenómeno unitario, agrupándolos en el género muevas religiones. Pero esta unificación es impropia: de hecho, algunos tienen bastante poco de religioso, ya que su mensaje no va más allá de la promesa de un simple bienestar psico-fisico, garantizado por un conjunto de ejercicios físicos y mentales, una dieta rigurosa y -al menos así prometen- «milagrosa».
Otras veces, en cambio, estamos frente a verdaderas sectas religiosas, en general de origen protestante o derivadas de cultos orientales, o bien presentan un sincretismo religioso en el que elementos de distintas religiones se entrecruzan en una mezcolanza extraña.
Tampoco faltan tendencias que podrían ser asimiladas a un neopaganismo, como los grupos «neodruidas», «neo-egipcios», por no hablar del inquietante fenómeno del ocultismo, del espiritismo y del culto a Satanás. En este conglomerado de movimientos figuran también esas «religiones ufológicas» practicadas por grupos de personas que esperan de un momento a otro la llegada de extraterrestres, y se nutren de narraciones fantásticas llenas de apariciones de platillos voladores, encuentros con misteriosas criaturas espaciales, secuestros de personas, mensajes que llegan desde el éter y otros fenómenos similares.
En busca del bienestar global
Las distintas tipologías de nuevos movimientos religiosos tienen en común el uso de técnicas y de nociones psicológicas. Esto se da de manera todavía más intensa en los movimientos de origen oriental, en los esotéricos, mágicos, gnósticos y, sobre todo, en aquellos que acentúan el desarrollo del yo y de la conciencia, conocidos como «movimientos del potencial humano», entre los que destaca el New Age.
Quienes participan en las actividades organizadas por estos grupos, pretenden globalmente la salud del cuerpo y del espíritu, partiendo de la propia experiencia de disgusto y malestar generalizado. Son numerosísimas las organizaciones espirituales, esotéricas, terapéuticas que ofrecen conducir a las personas a estados superiores de conciencia, ala recuperación de un estado de bienestar que incluye el desarrollo espiritual.
La importancia de la experiencia personal
Otro aspecto fundamental de las nuevas formas de religiosidad es la insistencia en las «experiencias personales». No proponen nada en qué creer; propugnan solamente «experimentar» para alcanzar una libertad interior bien distinta de aquella fundada sobre la razón y sobre la conciencia ética personal; una experiencia cargada de emotividad, sentimiento, afectividad, en la que desempeñan un papel importante manifestaciones como el llanto, los abrazos, los gritos de júbilo, o bien fenómenos de percepción extrasensorial, hablar en lenguas, trances y profecías.
Esta religiosidad subraya el aspecto psicológico del subjetivismo, y acentúa la exigencia de la autorrealización. Lleva así al sujeto a concentrarse sobre sí mismo, para afirmar narcisísticamente el propio yo como única instancia unificadora.
La religión se convierte así en psicología, y formula su doctrina y sus valores en un lenguaje psicológico: descubrimiento de uno mismo, autorrealización, gratificación, sentimiento personal y experiencia individual, subjetivismo, primado de la expresividad y de la espontaneidad, salvación aquí y ahora, separación entre interés individual e interés público.
Rasgos del nuevo creyente
Entre los efectos colaterales de los nuevos movimientos religiosos, algunos estudiosos subrayan los aspectos terapéuticos. Son muchos los jóvenes que se adhieren a los nuevos movimientos con la esperanza de encontrar una respuesta a sus problemas personales. En el fondo, acuden al psicólogo como a una especie de «confesor laico», y por otra parte ven en el ministro religioso a un santón para cualquier tipo de problemática, aunque sea ésta exclusivamente psicológica.
Un segundo rasgo de los miembros de los nuevos movimientos religiosos es -de ordinario- su pertenencia a la clase media-alta. De hecho, parecen dispuestos a cualquier tipo de contraprestación económica, y vagan de experiencia en experiencia, de grupo en grupo, de terapeuta en terapeuta con tal de probar algo nuevo y excitante.
Otro punto de convergencia parece ser el idéntico modo de legitimar y explicar las propias transformaciones, modificando el lenguaje y el modo de pensar según sea el grupo al que se pertenece, o en función de la antropología del terapeuta. En este sentido, es significativo el fenómeno denominado hello-goodbye effect: los adheridos a los nuevos movimientos religiosos -como algunos clientes de ciertos psicoterapeutas- tienden a exagerar su situación de infelicidad antes de entrar en el grupo o de iniciar el tratamiento, y la sensación de bienestar y de gratitud después de haber comenzado una u otra experiencia.
Huida de una sociedad turbulenta
¿Qué factores favorecen esta tendencia a la superposición de psicología y religión? En un ambiente donde es fuerte la aspiración a la libertad, a la tolerancia ya los ideales democráticos, el individuo se pone bajo la protección de grupos con una organización autoritaria que prescribe las actividades que deben hacerse, controla gran parte del tiempo, comprende un rígido sistema de creencias y es intolerante respecto a los que piensan de otro modo.
En una sociedad en la que existe una fuerte oposición a la autoridad familiar y social, no faltan numerosos individuos que entran en movimientos religiosos y se someten al sistema, dedicándose con devoción absoluta a cuanto prescribe el líder, el profeta, el gurú, y caen fácilmente víctimas del culto de la personalidad.
En esa sociedad turbulenta y en crisis, que transmite la impresión negativa de que «no hay futuro», de impotencia y de debilidad, es fácil caer en la tentación de huir mediante actividades que «narcotizan», que distraen del esfuerzo cotidiano: ya sean la televisión, la discoteca, los somníferos, la droga, el alcohol, o incluso la radical opción del suicidio. Y son precisamente los dominados por la sensación de que «no hay futuro» quienes acaban por derrumbarse ante el deseo morboso de «salvación religiosa», y huyen del propio yo, de la sociedad y del mundo, abandonándolo todo y refugiándose en la «interioridad».
Aspiraciones de sus seguidores
¿Es posible discernir cuánto hay de psicológico en una experiencia religiosa, y cuánto valor religioso puede estar presente en un tratamiento psicológico? La respuesta presupone que una conducta religiosa auténtica y madura debe valorarse según diversos criterios: la intencionalidad (el significado que el sujeto atribuye a su conducta), la integridad (la relación de una conducta concreta a la totalidad de la experiencia humana), la dinamicidad (el desarrollo de la conducta religiosa según las etapas del crecimiento psíquico) y el contexto cultural.
Pues bien, parece que los nuevos movimientos religiosos se presentan a veces como el punto de llegada en la búsqueda de la experiencia religiosa y, al mismo tiempo, representan el punto de partida para una experiencia religiosa más intensa. Atraídos por sus propuestas, los seguidores reciben un fuerte sistema de valores, una razón de ser, un sistema coherente de ideas, la neta percepción de ser parte integrante de un grupo que está unido por los mismos sentimientos y por las mismas aspiraciones. De esto se deriva un significativo crecimiento de la autoestima, sentido de la identidad, sensación de bienestar y una notable confianza en el grupo.
Son elementos que resultan de gran importancia en individuos que viven profundamente insatisfechos en una sociedad que despersonaliza, que masifica y deja entrever un futuro de fronteras aún más inciertas. Es más, representan una alternativa funcional para la solución de problemas de desadaptación, de desintegración, hasta el punto de que no es raro encontrar, en personas que se adhieren a nuevas formas religiosas, la superación de la dependencia del alcohol o de la droga.
«Los motivos principales de aquellos que se adhieren a los nuevos movimientos religiosos -escribe Roland Chagnon- parecen provenir de su inquietud por unificar todo lo que en ellos está disgregado. Buscan ante todo una mejor integración de los diversos componentes de su ser, una mejor síntesis de las dimensiones racional y afectiva de sus vidas, un nuevo lenguaje capaz de expresar sus vivencias. La insatisfacción ante los modelos culturales dominantes conduce a valorizar la experiencia, una especie de filón del que se espera extraer una nueva visión de las cosas, una visión que a menudo en ciertos ambientes es calificada de “holística”, signo evidente de una búsqueda de una nueva totalidad significativa. Al adherirse a las nuevas religiones lo que se espera es vencer la impresión -vaga y punzante- de división del propio ser, impresión que alimenta el malestar de vivir, y aumenta la ansiedad».
Consumismo religioso
Entonces, ¿religión como psicología, o más bien psicología como religión? Si un proceso de conversión religiosa pudiera ser reducido a factores socioculturales o psíquicos, la respuesta sería fácil. En efecto, una religiosidad que se limitase a la satisfacción de las necesidades individuales y que apuntase a la gratificación y a la búsqueda de sí mismo, se reduciría a pura psicología y se transformaría en un nuevo mito que empujaría ansiosamente al individuo hacia lo trascendente.
Lo mismo cabría decir de las corrientes psicológicas basadas en una antropología determinista o reduccionista, que acaban por transformarse en modernas formas religiosas alternativas. Pero desde el momento que la valoración de una experiencia religiosa puede tener lugar sólo a través de una comprobación individual, la respuesta exigiría valorar en cada caso qué repercusiones tiene en el modo de percibir la realidad, en el modo de relacionarse con los demás y en la actitud asumida ante la vida.
La experiencia religiosa auténtica constituye un proyecto unificador e integrador de la personalidad. Pero una religiosidad que se preocupa de salir al paso de las necesidades de las personas y promete fuertes garantías de seguridad y de salvación parece ser más bien la expresión de una sociedad consumista, que expone sus productos e invita al comprador a probarlo todo y a experimentar su calidad.
* El presente artículo es una síntesis del publicado en la revista italiana Studi Cattolici, Aspetti psicologici dei nuovi culti No. 367 (Septiembre, 1991)