La situación que vive hoy nuestra sociedad es, sin duda, incierta. La estabilidad social, primera condición para el desarrollo de la actividad empresarial, ha perdido su soporte político. La dinámica de poder se desprende vertiginosamente de muchos cauces que por años abrió el sistema presidencial y por los cuales las iniciativas particulares (de cualquier sector) entraban al juego sin romper el equilibrio; y, ahora, salta a la pugna por la configuración del propio orden social y político del país.
Quienes encabezan desde la empresa los esfuerzos de colaboradores y accionistas, se encuentran hoy ante una situación enormemente compleja que rebasa su ámbito natural de acción. Ya no basta con entender la dinámica de los mercados (internos y externos) en donde se compite, ni conocer y acceder a las mejores fuentes de financiamiento, ni con organizar e impulsar las actividades de los que cotidianamente realizan la empresa, ni asociarse con quienes pueden poner al día las capacidades para competir. Es necesario ampliar el horizonte y hacer conciencia de que la empresa se encuentra inmersa –y a la deriva– en el juego político más crudo.
PENSAR Y ACTUAR CON REALISMO
Ante una situación tan crítica, los responsables del futuro de la empresa –de cada empresa– están obligados a reflexionar con serenidad acerca de lo que está en sus manos: el patrimonio de los socios, el trabajo de sus colaboradores (el de todos y cada uno de ellos y hasta el suyo propio), los recursos comprometidos de terceros y el futuro de un grupo que ha sido capaz de arribar al presente, aunque quizá con grandes dificultades, con la esperanza de ir hacia adelante, de permanecer para encontrar mejores momentos.
Lo primero es lo que existe y que se puede perder, lo que se tiene y se ha de conservar. Para estos directores, lo primero es lo actual y posible –lo realmente posible–, lo que se consigue dedicando capacidades y recursos al alcance. En los negocios, todo es eficacia, poder de realización para cumplir lo querido y, por ello, hay que quererlo con soporte de eficacia: con realismo.
Si la cabeza de la empresa imagina y elige el futuro, lo hará con base en un conocimiento claro y cierto de lo que es su empresa y de lo que es capaz, con una visión clara y cierta de su ámbito, de su medio de acción, que es la sociedad de la que surge y a la que sirve.
NO HAY RECETAS
Si quieren ser realistas en este esfuerzo por imaginar y elegir lo que habrán de hacer con la empresa, si los directores asumen con compromiso profesional su encargo más importante, deberán hacer un análisis crítico y profundamente práctico de los conceptos que, acerca de los negocios y de su negocio, tienen como ciertos, pues mucho han cambiado ya.
Están obligados a ver con sospecha todo tipo de consejos y recetas que, frecuentemente, no son otra cosa que espejismos e ilusiones que los retóricos de la empresa venden como producto de consumo (hoy muy demandado). Los directores deben tener clara conciencia de que su caso es único e irrepetible y aunque las experiencias ajenas, o incluso las del vecino, puedan resultar aprovechables, lo serán sólo en la medida en la que los “elementos” de éstas encajen, de modo útil, en el propio “rompecabezas”.
Si se buscan alianzas estratégicas, programas de calidad total, reingeniería, adquisiciones de otras empresas o se ha de vender la propia, la decisión y acciones correspondientes deberán ser producto de un diagnóstico objetivo y global, y de un proceso de decisión que, considerando lo realmente posible, asuma el bien del conjunto y de cada uno de los que participan en la empresa.
DIAGNOSTICO: PRESENTE Y FUTURO
Hay que empezar por el negocio de la empresa, por aquello que le da sustento y razón de ser: las operaciones por las que se mantiene y gana dinero.
Más allá de cualquier especulación teórica está el resultado práctico, la realidad de la empresa: si no gana dinero, está condenada a desaparecer o a perderse en manos de otros.
Para conseguir un diagnóstico realista, el director analizará, objetiva y cuidadosamente, las actividades que realiza la empresa para ganar dinero, que no son todas las que cotidianamente hace. Identificarlas, cuantificarlas y evaluarlas cualitativamente, haciéndose preguntas sistemáticas que den una respuesta a esta cuestión global: ¿qué de lo que hacemos en la empresa es indispensable para el negocio? y a partir de sus respuestas, hacerse otra igualmente importante: ¿de qué o de quién depende que pueda seguir haciéndolo?
Si el análisis es profundo, el director tendrá para sí un guión orientador en la exploración selectiva y eficaz de su medio; este medio que no ofrece referencias ni claves de interpretación sólidas, y podrá hacerse preguntas efectivas: ¿qué de lo que hacemos en la empresa para ganar dinero tiene futuro hoy?, ¿qué posibilidades reales tenemos de mantener, mejorar o cambiar nuestro negocio?, ¿qué está en nuestras manos y qué no?…
Lo anterior le preparará para enfrentarse nuevamente a la pregunta que sintetiza su función: ¿qué hacer con esta empresa? Y asumir esa responsabilidad ineludible que le caracteriza, para elegir el futuro y conducir una acción cada vez más ardua e incierta, pero de modo realista y mejor.
ELECCIÓN Y ACCION… ELECCIÓN Y ACCION
La empresa es lo que cada uno hace de ella. Por eso es vital avanzar en lo que se ha decidido hacer con el grupo de trabajo y el negocio. No queda más que ponerse en marcha con un sentido claro y metas precisas. Cada cual deberá saber lo que le toca, lo que le ha sido encargado en base al conjunto de la empresa y particularmente al negocio de ésta. Es importante la claridad para comunicar las decisiones y la disposición para realizarlas. Será necesario asegurarse, también, de vigilar esta realización.
La dirección real de la empresa se produce de facto con la actividad cotidiana, es el presente que contiene al futuro. Antes de actuar todo es especulación, elección, voluntad que habrá de probarse con la realidad vital, frente al resultado. Es en los hechos –hoy, frente a estos hechos sin orden ni explicación aparente–, donde se espera que el director haga su trabajo: dirigir, hacer camino, hacer el de la empresa, con “sus manos” y su acción específicamente directiva.
La acción directiva eficaz, produce y conduce el avance en presente, cuando controla la brecha entre lo querido y lo realizado Esta brecha se abre precisamente en las pequeñas desviaciones de la acción, en la dispersión que gesta y reproduce la ejecución imperfecta de lo particular, en medio de la realidad emergente e imprevista –en estos tiempos, brutalmente imprevista y sospechada– o, cuando más, vagamente imaginada.
Dirigir la empresa con realismo no es sólo decidir lo que se hará hacia el futuro, no es conseguir lo querido ni poner la voluntad al frente. La dirección realista sostiene el futuro en el presente, lo hace en cada momento y lo conserva en su mano. Esta acción se lleva a cabo en despliegues subsecuentes de iniciativa y gobierno, de acción conjunta que funda y soporta; se mantiene el negocio y el modo particular de hacerlo, en cada momento, hasta que un nuevo sobresalto o un diagnóstico pausado retomen la conciencia del director.