El barroco proporciona al hombre de estas tierras las líneas ad hoc, la pauta precisa para que se sienta liberado de imposiciones y se exprese como quiera y cuando quiera; a su vez, el hombre hispanoamericano da al barroco una tetradimensión que lo hace ancho, alto, largo y profundo, es decir, lo abarca todo, sirve para todo, lo hace dúctil, maleable para poner signos de identidad en la personalidad de todo un país y un continente. Como “anillo al dedo” llegó el barroco a Nueva España, todo se prestaba para que así fuera.
Europa fue el escenario inicial del barroco, España su transmisor directo. Mucho se ha dicho y escrito sobre él, mucho y muy discrepante. “Piedra de escándalo” ha sido el barroco y lo sigue siendo. Califica una época y un estilo artístico pero es también un modo de vida, aspecto éste menos conocido y poco valorado.
En relación a nuestro país, creo que no es históricamente lícito estudiarlo sólo en función de las teorías universales del arte. Hay que abordarlo como asunto distinto y totalmente mexicano, como algo que no es sólo un quehacer, sino la existencia misma, como algo menos pintoresco y más profundo. Tal vez nuestro “barroquismo” deje de ser como lo es todavía un tanto vergonzante y más aprovechable.
México, rebelde y barroco desde su inicio
El barroco abjura de los modos del pasado inmediato, más aún pretende desasirse de la historia. Es un arte que “tiene un componente retórico que le es substancial, que se siente con el derecho de utilizar cualquier argucia que convenga a su fin”. Aunque como estilo artístico “llegó” a nuestro país en determinado momento histórico, a mi parecer, México ya era barroco desde su nacimiento. Definimos barroco como aquello que se rebela a lo anterior, a los cánones, una rebelión intelectual e interior ante lo establecido. Se discute mucho respecto al origen de la palabra pero todas las versiones indican más o menos eso: algo distinto a todo lo que existe, en México no tuvo que organizarse, que surgir, ya estaba aquí, de tal manera que al barroco simplemente le dijimos: “pase usted, está usted en su casa”.
El barroco se hace visible en un estilo ornamental caracterizado por la plétora de volutas, rodeos, predominio de curvas sobre lo lineal, profuso, a veces abigarrado y espectacular, sin preocupaciones por la sobriedad de la proporción.
José Antonio de Maraval considera el barroco presente en todas las actividades humanas. Lo enfoca como concepto de época, como expresión cultural aristocratizante y como cultura masiva, así, con muy españolas reminiscencias históricas habla de cómo se pretendió establecer un “señorialismo medievalizante”, como revitalización de una sociedad caballeresca; además lo coloca como cultura masiva que aborda las ciudades y demografía; el medio rural y la economía agraria.
La cosmovisión barroca, la imagen del mundo y del hombre ocupan también a Maraval que se empeña en demostrar que el barroco nace en cada sociedad de acuerdo a sus precedentes y a la sociedad en que vive, y que nada escapa a sus posibilidades creativas o innovadoras.
Un soñador insatisfecho
Si analizamos todas las formas, causas y circunstancias que dieron origen a la nación mexicana comprendemos su barroquismo, no puede ser de otro modo: en nuestro interior, somos permanentes rebeldes, aunque nos ajustemos por fuera a una serie de moldes, de instituciones.
Pensando solamente en los orígenes del pueblo mexicano, nos sorprende que se haya conformado una personalidad especial, ni menos ni más que otras, y eso es lo que no hemos querido entender. Somos un pueblo sui generis y estábamos en el lugar ideal para que todo lo heterodoxo y peculiar apareciera.
México es un pueblo soñador, y sueña permanentemente porque nunca ha alcanzado lo que realmente desea, quiere muchas cosas: un poco de la organización inglesa, de la forma de trabajar alemana también nos ilusiona ese american way of life inalcanzable porque no somos americans: lo somos, sí, pero ya se sabe que la palabra se la apropiaron ellos para siempre jamás y que nosotros somos latins, hispanics.
Una historia abigarrada
En Latinoamérica, la historia se incorpora a la cultura occidental traída por España, primero, a través de un encuentro terriblemente violento en todas sus fases, por desigualdad; segundo, a partir de un radical y casi instantáneo cambio existencial de todos los que tomaron parte en tal encuentro, que resultó en la más inimaginada y desconcertante convivencia; y tercero, con la carga del irregular nivel de etapas históricas que existía entre Europa y América.
España era un conjunto de pueblos muy diversos, la última parte de Europa, la más occidental, casi una isla, excepto por el norte; los Pirineos unen y a la vez son una barrera. Los barcos de la antigüedad navegaron por el Mediterráneo y forzosamente toparon con España.
El propio pueblo español es muy complejo. La primera gran diáspora de los judíos cuando cae Jerusalén en manos de los romanos irá a la península ibérica. Fenicios cartagineses, egipcios, griegos, romanos y muchos otros navegaban por las costas de españolas; a lo largo de los siglos llevaban su influencia y algunos se quedaron, hay que ver que no se trataba de pueblos primitivos, sino de culturas muy hechas.
Hubo convivencia entre musulmanes, judíos y cristianos descendientes de hispano-romanos y visigodos. Imaginemos la riqueza cultural que eso implica pero también la variedad y heterodoxia; nadie ha tenido incrustado en su reino, por casi ocho siglos, a los árabes, potencia que había formado un gran imperio; conocían todas las ciencias y artes que llegaban de Oriente pasando por Arabia. Llevaron a España una inmensa cultura.
En ese pequeño territorio convivían tres pueblos con enorme fuerza interior, profundamente religiosos. No estuvieron ocho siglos en guerra, hubo largas épocas de paz y estrecho intercambio; la mezcla biológica no fue muy intensa, pero sí la cultural.
Esto creó un pueblo complicado; poco a poco se perfilaron las características de cada región. Por fin, en el siglo XV, se dio la reconquista cristiana. Cuando llegó el momento de Colón, los españoles eran gente renacentista, no pudieron escapar a la influencia europea, pero en cambio los europeos no contaban con esa influencia musulmana tan profunda.
El que encontraran el Nuevo Mundo justo cuando surgió Castilla y se decretó como lengua oficial el castellano, permite comprender la gestación de un sentido pre-nacional: para ser español, había que ser cristiano, demostrar ser hijo y nieto de cristiano; con este hecho empezó la separación y la expulsión de judíos y musulmanes. Es una coincidencia histórica que hay que entender: la convivencia culminó con la expulsión.
Esto define al pueblo que, queramos o no, forma parte de nuestra cultura de manera determinante. Ahora, en México, ya se acepta a España, por lo menos de palabra, aunque mucha gente aún rechaza esta influencia, por dos razones: o porque todavía tiene en mente lo que le enseñaron en la escuela una particular aversión hacia lo español, o lo acepta porque no hay más remedio, pero sin entenderlo. Es necesario comprenderlo para poder actuar en consecuencia.
Criollo y mestizo, agudo y revoltoso
Imaginemos a este pueblo que al llegar se encuentra con los indígenas, no hay entre ellos el menor punto de contacto. Además, éstos no formaban un solo grupo, existían también culturas muy diversas, con un centro en Tenochtitlán, pero muchos grupos distintos en todo el territorio. Las civilizaciones de este continente no correspondían a las clasificaciones de la evolución de los pueblos del antiguo mundo.
La tarea se inició sobre la marcha, como se pudo. Desde este momento se anunció la enorme discrepancia sobre la que se fincaría nuestra historia. Estas discrepancias, incompatibilidades y lógico rechazo mutuo crearon un piso muy adecuado para la instalación del barroco.
Todo ello cuenta para formar una personalidad sumamente compleja que se manifestará en el mestizaje cultural y biológico. Son tan heterogéneos y distintos los dos pueblos que forman uno completamente diferente. Los mestizos ven y participan, de modo tangencial, del brillo que adquiere la Nueva España, pero son dueños de menos que nada; como no son educados, se hacen revoltosos y destructivos, son agudos observadores, burlones y críticos; por miedo, disfrazan la crítica con el albur o, si son más inteligentes, con retruécanos. Más tarde, el lenguaje alburero resultó tan difícil de entender como el mensaje de un retablo dorado o los circunloquios de un discurso cívico.
El criollo, también mestizo cultural, tampoco era feliz, era un elegante resentido, permanente y consciente. Hijo del amo, partícipe de su posición y riqueza en cuanto hijo dependiente, pero ¡nada más!, nunca hombre independiente capaz de ser algo por sí mismo. Además, el mayorazgo fue una institución muy lesiva para los criollos porque les privaba, salvo a uno, de la posibilidad de intervenir en la vida novohispana; no podían ser grandes propietarios, ni empresarios importantes y mucho menos, funcionarios de categoría. Les quedaba la cultura, el juego, la juerga, la crítica casi siempre salpicada de mordaz humorismo y el agravio acumulativo.
Al compás del barroco surge México
En el siglo XVII las cosas cambian y se empieza a hacer visible la Nueva España por lo que surge de su interior, por lo que pueden ver los “otros”. Este siglo XVII mexicano es, por excelencia barroco, es importante no sólo por el arte sino “por el fenómeno de cultura en el que se enmarcan las diferentes actitudes de los hombres de Nueva España”.
La desubicación no sólo con respecto al resto del mundo sino a su mismo entorno geohistórico, no es cosa que pueda soportarse indefinidamente; así, al compás del barroco admítaseme la expresión que permitía libertades y novedades, aquellos nuevos mexicanos también se manifestaron con euforia, con exageración, con grandilocuencia con “fruición exaltada”.
Se revaloriza el pasado cultural indígena: no al indio vivo, sino al indio histórico que había sido capaz de crear un bagaje artístico, una religión plagada de mitos, una poesía. Esto responde a la necesidad de aquellos primeros mexicanos que buscan un asidero histórico más propio que el que ofrecía España.
Se ponderan y publican cosas del pasado indígena para fincar el orgullo de “lo propio”. De allí en adelante se exalta todo lo que pueda ser llamado “mexicano” para convertirse en “mexicanísimo”.
De la ornamentación y la arquitectura, hay que insistir en que en las maravillosas cascadas de oro sobre madera tallada o estuco de retablos y altares, está la voz mexicana gritando su religiosidad, su riqueza: la de la tierra en las minas, la de la flora en los campos, la de su devoción a Dios, en suma, su ansia de que Dios la oyera.
Se vive en un escenario de “estira y afloja”, de morir y renacer simultáneos, de injusticias cometidas al amparo de la búsqueda de justicia, de la espectacular creación de un pueblo cobijado por la destrucción de otros, y saciado de riqueza por fuera y de dramáticos cuestionamientos y conflictos por dentro.
Por eso, en cuanto tiene ocasión de salir del esquema impuesto, se muestra en todas las formas posibles ante él mismo y ante los demás. “Las líneas rectas y claras en que se expande el pensamiento cuando puede seguir un impulso espontáneo, se esfuman y sólo predominan las curvas barrocas agresivas o huidizas de la inquietud provocada por interrogaciones y dudas llenas de ansiedad”.
Y eso es lo que pasó: “el español nacido en América se vio obligado a solapar su amargo resentimiento con adulación hipócrita () y por su diletantismo insatisfactorio, muchas veces disipó su talento en pomposos ritos, en gastos ceremoniales y en panegíricos versificados para lisonja de su vanidad”. Fue también explosión de identidad el surgimiento del talento mexicano. Sabios y escritores del siglo cuya fama salió al mundo.
Dos religiosidades profundas
El mestizaje de la Nueva España conlleva el peso enorme de dos religiosidades profundas. Los indígenas realizaban sacrificios humanos porque ofrecían a los dioses la parte más hermosa del hombre: el corazón, donde radica la vida. Desde luego es un hecho sangriento pero con un sentido de honda espiritualidad, aunque muy diferente a la cristiana. La religión mexica se había ido complicando, multitud de secretos que sólo conocían unos cuantos y que marginaban al pueblo; esta religión era sólo patrimonio de sabios y sacerdotes, el pueblo simplemente la aceptaba.
Llega a estas tierras otra religión que inmiscuye a todos, es de todos, y aunque será difícil que arraigue por la diversidad de lengua y costumbres, no es imposible; conocemos ya la egregia historia de los primeros frailes evangelizadores.
Este encuentro de razas es una mezcla fuerte desde el punto de vista intelectual y espiritual. Los españoles pueden ser crueles, discriminadores políticos y sociales, pero no son discriminadores raciales ni espirituales. Su pensamiento es: “lo que yo sé, lo tienes que saber tú”, por la simple razón de que en ello les va la salvación propia. Son muy distintos a otros conquistadores, por ejemplo aquellos puritanos que predican en latín o que no tienen contacto racial con los pueblos conquistados.
Nace una religión híbrida, mestiza, incorrecta en muchos aspectos; el folklore religioso tiene un fondo pagano. Lógicamente se revuelven tradiciones indígenas con cristianas. Son bastante abiertos; cuando los doce frailes se juntan a parlamentar con los principales indígenas de Tlatelolco se sientan todos alrededor de una mesa a la misma altura y con el mismo rango, es la prédica, la igualdad de los hijos de Dios.
Claro que ése no será el trato que les den muchos encomenderos y soldados. Imaginemos la dificultad y la cantidad de errores que se producirán. Se formó una sociedad que se arrellanó taimada y rencorosa como mejor pudo y que vivió como testigo y actor de múltiples mezclas culturales cada vez más embrolladas.
Fantasía complicada
La causa de la conquista se justifica y entiende por dos actitudes precisas: la evangelización y la culturización; la educación se da a través de la vida cotidiana. Conviven mucho indios y españoles en una cercanía que todavía hoy extraña a gente de otros países. La marquesa Calderón de la Barca, se horrorizaba de que una indígena que atendía la cocina la saludara de mano; para una inglesa eso era inaudito.
Pasemos a otros temas: al llegar aquí, los españoles tienen que comer lo que hay, plantan trigo y aprenden a comer el maíz, se adaptan porque el maíz es más versátil, se pueden elaborar con él más alimentos. Los conventos y colegios de niñas son ideales para inventar guisos. Hay excedente en la producción de azúcar y se inventa una cantidad de dulces inspirados en los que hacen en España. Surge una dulcería mexicana con magnitud de colores, formas y sabores
En lo referente a la vestimenta, los conquistadores señalan que los indios tenían mucha “política”, es decir, un modo de vivir ordenado y decoroso (a diferencia de los nativos del Caribe que andaban desnudos). La nueva sociedad, empieza a mezclar el algodón de estas tierras, con la lana venida de fuera y, más adelante, hasta con la seda.
El modo de hablar de las señoras criollas y mestizas de la alta sociedad busca imitar los buenos modales de los europeos que vivían en México; sin embargo, tienen que entenderse con la servidumbre indígena, de ahí nace mucha de la mezcla barroca en el lenguaje. Los tratos domésticos entre las personas provenientes de diferentes etnias han conseguido, a pesar de los idiomas, una convivencia pacífica pues se comparten creencias o vivencias.
El lenguaje es también una mezcla singular. El saludo tan fresco de los indígenas, “¿cómo está, doña usté?”, o el lenguaje de Cantinflas lleno de circunloquios, mal dicho, pero que siempre termina por decir lo que quiere, enredado y rebuscado, pero que todos lo entendemos. ¿No saludamos así los mexicanos?
Las infinitas similitudes y antítesis de la realidad
Como a los indígenas se les prohibe realizar algunas actividades, las copian. No pueden ser plateros u orfebres, pero hacen preciosidades con hojalata y alambres. Carecen de alfombras como en las iglesias, pero las imitan con pétalos de flores, tierra pintada y, más adelante, con aserrín de colores, esto es decoración barroca. Imitan los damascos, con lanas o con lo que se pueda.
Cuando llega la Nao de China en el siglo XVII, se enriquece todavía más la imitación en la ornamentación, la alimentación, los trajes regionales. La “china poblana” es un típico ejemplo; se llama así porque alguien, venido de la China, bordó unas faldas con cuentas brillantes y lentejuelas, agregándoles hilos de plata y oro, influencia árabe. Todas estas manifestaciones del pueblo se expresan claramente en nuestro folklore. Son resultado de un siglo, el XVII, en el que cada casta se conoce, asimila, y goza de cierta paz; es una época en donde cada grupo puede expresarse libremente en su creación y artesanías (a diferencia del siglo XVIII, período de rebeliones indígenas originadas por las reformas borbónicas contra los indios o mestizos).
Queda todavía por explorar mucho en el campo de las expresiones barrocas, cultas y populares; muy sugestivo es, por ejemplo, el estudio de los discursos y sermones del siglo XVII. Se dice que la “clave que explica mayormente el sermón de estos tiempos, la fuerza cultural que lo alienta de principio a fin es el espíritu barroco, espíritu que parece haber consistido fundamentalmente en el gozoso descubrimiento de las infinitas similitudes y antítesis que constituyen o expresan la realidad”. Continúa Herrejón Peredo, afirmando que lo importante, entre otras cosas, era mostrar el “milagro de la paradoja”.
Los ejemplos son infinitos y persistentes hasta nuestros días; sin duda lo barroco en México es una actitud existencial poderosa. En síntesis, mi idea fundamental es que desde mucho tiempo atrás, desde que empezó a tomar cuerpo la llamada cultura occidental, se fueron gestando las particularidades hispánicas que al pasar a México y mezclarse con las no menos singulares culturas indígenas, prepararon el camino al barroco que permitió, en parte, la expresión inicial de una identidad mexicana angustiosamente buscada. Por eso como se dijo hay que abordar los estudios al respecto a través de otros cristales diferentes a los que hasta hoy se han usado.