La inocencia infantil es un tema difícil. Para empezar, está vedada a millones de niños en el mundo quienes casi desde que nacen tienen que luchar por su propia supervivencia. La Declaración de los Derechos del Niño por supuesto no menciona ni reconoce el derecho a la inocencia; por otro lado, es un asunto variable, demasiado ligado a las costumbres culturales de cada país, y más aún, de cada familia.
Michael Medved, crítico de cine neoyorquino y autor de varios libros en los que replantea muchos comportamientos actuales de la sociedad, que se consideran normales o hasta positivos, se lanza en defensa de la inocencia infantil’ y ofrece interesantes argumentos en su favor.
«En mi país, como en muchos otros, hay una corriente que parece que busca pervertir a la niñez y acabar con la inocencia cada vez más temprano. No creo que se trate sólo de un problema que deba resolver cada familia en forma individual, lo veo como síntoma de una sociedad perversa, decidida a acabar con la infancia pervirtiendo y asustando a sus niños».
La inocencia se apoya en tres bastones
Para que los pequeños se puedan desarrollar en forma armónica requieren, entre muchas otras cosas, que fomentemos en ellos tres cualidades -dice Medved-: optimismo, seguridad capacidad de asombro. Esto les permitirá una infancia más feliz, fe en el futuro y confianza en el hombre para crear o modificar su destino.
Por supuesto no se trata de criar bobos ingenuos que sólo conozcan la existencia a través de un marco color de rosa o que den la espalda al dolor o el sufrimiento. La vida sola nos coloca delante dolor y frustraciones; no es cuestión de esconderlas frente a los pequeños, menos aún negarlas. Hay que hablar de ellas, afrontarlas pero buscar siempre la salida positiva, optimista, aunque cueste trabajo, y encontrar el aprendizaje que cada cosa ofrece.
Sin embargo, un análisis y el sentido común nos permiten ver cómo prolifera una serie de mensajes que emiten constantemente los medios, los maestros, los propios padres y la sociedad entera que están socavando sistemáticamente esas tres características.
Optimistas par convicción
Los pequeños tienen derecho al optimismo, a creer en los finales felices de los cuentos, y es absolutamente normal que les desagraden las tragedias. Si desde muy niños queremos convencerlos de las dificultades de la existencia, ¿qué deseos tendrán de crecer y afrontar la vida? Si carecen de bases para pensar que ésta vale la pena, ¿serán capaces de vencer las dificultades?
Es importante fomentar en ellos la esperanza en el futuro y la fe en que ellos pueden contribuir a su propia felicidad. El optimismo se deteriora cuando insistimos demasiado en los desastres ecológicos. Se enseña a los pequeños que nos estamos acabando el agua, la comida y el aire que respiramos y que estamos a punto de destruir el planeta … Se habla machaconamente del holocausto ambiental, la bomba demográfica, de los virus como el Ebola, del invierno nuclear, de la destrucción de la capa de ozono y de cómo se derrite el hielo de los polos.
Por supuesto hay que formarlos en la ecología, pero con un sentido positivo. Cuántas películas futuristas son siempre la imagen del catastrofismo: los problemas nos superan y vencen, el hombre destruye la tierra o la humanidad se autoaniquila. Hay una idea de fondo en estos planteamientos y es llevar a la conclusión de que el humanismo secular, la confianza en el hombre, no es un credo político sino una religión, pero esa clase de religión ciega que no toma en cuenta las evidencias.
Un aspecto importante para fomentar el optimismo es enseñar a los pequeños a ser agradecidos, dar gracias al Creador por el sol de cada día, por el don de la vida, por la belleza de una flor o de un atardecer, todo esto ayuda a ver la existencia como algo bueno y a afrontarla con ilusión, de otra manera, estamos vencidos de antemano.
La necesidad de sabernos seguros
Dar a los pequeños toda la seguridad posible es otro factor que ayuda a preservar la infancia. Cualquier niño, afronta de por sí enormes cambios; todos los físicos y emocionales que el propio crecimiento implica y los de su entorno. Esto para él, ya es una tarea pesada, aunque no tenga por qué ser traumática, por eso la mayoría de los niños son conservadores en muchos aspectos: rechazan las comidas nuevas, o modificaciones en la distribución de la casa.
De distintas maneras reclaman esa seguridad que necesitan: «Mamá, prométeme que vas a llegar a tal hora»; quisieran absoluto control de las circunstancias, una predicción precisa de cómo se van a desarrollar las cosas: «asegúrame que va a ser así», y les disgusta lo que rompe la familiaridad a que están acostumbrados: «¿quiénes son esas personas, por qué están en nuestra casa?».
Les gusta amanecer en su misma cama, ver a las personas conocidas … Como padres, no conviene compartir con ellos nuestros problemas de adultos pues les creamos una tremenda inseguridad ante la cual están indefensos; no está en sus manos resolver las dificultades económicas, conyugales o de otra índole y se angustian en exceso. Algo que no es muy grave de suyo, puede hacerse vital en su mente. Por ejemplo, a una familia le pidieron desocupar la casa que habitaban, pero no encontraban otra adecuada a sus necesidades. Por meses estuvieron buscando, y como es lógico, los padres comentaban todo esto en familia. Al hijo mayor, de 12 años, le empezó a afectar en su rendimiento en la escuela e incluso en conciliar el sueño; estaba demasiado angustiado; en su mente infantil imaginaba a la familia entera en mitad de la calle con todo y muebles. Afortunadamente un profesor lo detectó y avisó a los papás.
Nada da mayor seguridad a los pequeños que los ritos familiares: las reuniones alrededor de la mesa, la llegada del papá después del trabajo, el rezar las oraciones con regulares a los abuelos o las personas queridas …
Esto, y el saber qué se espera de ellos, les infunde seguridad. Conviene darles un sentido claro de qué está bien y qué está mal, y cuáles son las consecuencias en ambos casos; de esta manera tienen un marco que los protege, es fundamental que sepan cómo actuar y a qué atenerse.
Hay que enseñarlos a protegerse del SIDA, pero no a los pequeños del kinder, como ocurre en algunas escuelas de Nueva York; darles educación sexual, pero no cuando son demasiado pequeños, y menos con técnicas que resultan casi amedrentadoras, como una instructora en una escuela de San Diego, que pidió a un grupo de cuarto que contaran cuántos eran y cuando vieron que eran treinta (apoyándose en la idea falsa de que un 10% de la población es homosexual), dijo: «de acuerdo a las estadísticas, entre ustedes hay tres gays». Esto no es más que una forma de terrorismo educativo.
Es muy bueno que los padres sepan ser amigos de sus hijos, claro, pero sin que desistan de su papel de guías, de protectores. Los padres de la generación del baby boom se niegan a crecer, rehúsan ser adultos. El modelo de los mayores como protectores ha sido sustituido por el nuevo modelo de la «preparación»los niños deben estar preparados para todo: secuestro, vejaciones, abuso sexual, violencia.
Con frecuencia se carga a los hijos de un exceso de responsabilidades, especialmente en las familias de un sólo padre, en que el padre o la madre que tiene la custodia, trata al niño como a un amigo o confidente y comparte con él preocupaciones y emociones ina-propiadas para su edad. Actualmente, también se presenta cierto menosprecio por la vida adulta y una tendencia a considerar la infancia como la humanidad en toda su pureza, por lo tanto, lo que dicte la lógica infantil es siempre lo correcto y las argumentaciones de los adultos, están ya ucontaminadasw, son menos válidas. Estas actitudes están impulsadas por una serie de ideas como la glorificación sentimental de que los niños son nuestros maestros. Si los chicos son tan listos no necesitan protección, entonces los padres pueden instalarse en una cómoda adolescencia Vemos con frecuencia que se pide a los chicos opinar, e incluso decidir, sobre temas que no son todavía de su incumbencia ni de su alcance, como el SIDA, el aborto, o la contaminación. Como en una escuela activa en que los chicos de primaria reunidos cada viernes en asamblea, resolvían problemas tan variados como qué castigo dar a un niño que robaba el lunch a su compañero y si el jardinero trabajaba bien o había que sustituirlo. Cuando a niños de entre 6 y 13 años les damos posibilidad de tomar estas decisiones se creen adultos, y terminan despreciando los razonamientos de los mayores, porque ellos son tan capaces como cualquiera.
Además se divulga, de muchas maneras, la idea de que hay muchas fuentes de información y de consejo más de fiar que los padres: los maestros, las consultas por computadora, librerías, etcétera, y que ellos tienen derecho a elegir a sus amistades sin que los padres tengan por qué intervenir.
No olvidar el sentido mágico
Por último hablemos de la capacidad de asombro, esa capacidad para creer que todo es posible, que existen las hadas y duendes, los magos y brujas, el ratón que se lleva los dientes o Santa Claus. Los niños son frescos, sencillos, para ellos todo es nuevo, asombroso y en muchas cosas pueden encontrar felicidad.
Uno de los mayores enemigos de la capacidad de asombro, no sólo para los niños sino para todos, son los medios de comunicación que, con su tecnología galopante, hacen que todo se vuelva común y corriente, matan la sensibilidad. Nos descubren el truco de las mejores escenas de películas o programas televisivos y, después, todo nos parece normal. iDónde puede estar la magia de una puesta de sol o de una tormenta? Son simplemente un efecto más. Ocurre lo que a aquella madre que escuchaba embelesada, junto con su hijita de cuatro años, el canto de un pájaro que se posó en la ventana; de repente, el pájaro suspendió su canto y la niña concluyó simplemente que se le habían acabado las pilas.
Es muy triste ver cómo chicos de once o doce años parece que están de vuelta de todo, nada les ilusiona, ya conocen todos los juguetes, han desechado todas las historias, la vida les aburre. No tienen capacidad de asombro y cualquier cosa les parece ingenua y tonta.
Para contrarrestar esto hay que nutrir la imaginación, el sentido mágico en las cosas cotidianas, recordar constantemente a los pequeños que Dios está presente y toca cada acontecimiento de nuestro día.