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La astilla que canta: los pájaros en el poesía de Octavio Paz

Con motivo de la instalación de la Cátedra Extraordinaria Octavio Paz en la UNAM, diversos escritores hicieron un breve comentario sobre la poesía del premio Nobel. Palabras de admiración, de agradecimiento sincero. La participación de Elena Poniatowska, a mi gusto, alegró con un toque femenino esta congregación de voces en torno a Octavio Paz. No demasiado preocupada por ceñirse a los pocos minutos disponibles, Poniatowska hizo un recuento entrañable de las apariciones de los árboles en la poesía de Paz. «En la obra poética de Octavio Paz de 1935 a 1988, de 320 examinados así a vuelo de pájaro, 75 poemas hablan de árboles». La expresión «a vuelo de pájaro» me recordó que también una numerosa asamblea de aves visita sus poemas, y decidí intentar esta pequeña exposición al aire libre.
En su delicioso paseo entre los árboles bien plantados mas danzantes de Octavio Paz, Elena Poniatowska se detuvo primero en el libro Bajo tu clara sombra, para constatar un temprano balbuceo vegetal:
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas
Enramado abecedario
Parece que a la primera sacudida de estas ramas brotan pájaros, hablan alas, y de un canto enraizado se desprenden notas de un nuevo canto. Lógica natural de la sorpresa, secuencia del asombro, el verde maremagno de las hojas nos depara una lluvia invertida de relámpagos. Desplacemos la atención de la casa al habitante, del árbol al ave, que hacia allí nos conduce el poeta como por un inesperado nacimiento de la luz:
Se incendia el árbol de la noche
y sus astillas son estrellas,
son pupilas, son pájaros.
Carbonizado el árbol, ciudad en ruinas, los pobladores lograron escapar, y, una vez en su elemento, el aire, podemos concentrar la atención en El pájaro nombre del siguiente poema. Primero el escenario: panorama de luz, quietud de mediodía; en seguida, una metáfora común: Y un pájaro cantó, delgada flecha. A la mitad del poema, el pájaro aparece y desaparece. Se acabó su número, el parlamento fue breve, pero cumplió su cometido: llegó, dejó su encargo y se fue, como hacen los buenos mensajeros. Heraldo leal y discreto, con un sólo guiño anuncia su mensaje:
Pecho de plata herido vibró el cielo,
se movieron las hojas,
las yerbas despertaron
Y sentí que la muerte era una flecha
que no se sabe quién dispara
y en un abrir de ojos nos morimos.
El pájaro hace temblar la cuerda, anuncia, llama, con su mensaje nos requiere. Por eso hay que estar atentos, por eso recogidos. Se siente la presencia de los pájaros aunque no canten y en su ir y venir se adivina un signo, un estandarte ágilmente dibujado. Sólo un instante después, la misiva se habrá esfumado:
Se disipa, impalpable abecedario,
la rápida escritura de los pájaros.
Vamos aprendiendo a estarnos más listos, más avispados, porque entre poemas o bajo el domo de los árboles, un señalamiento delicado basta para hacernos encontrar lo que buscamos o lo que nos busca. Andando por estas amables espesuras, un amigo me hizo notar que la aparición de un colibrí casi siempre provoca un «¡Mira!», una exclamación; se recibe admirativamente como otras visitas aladas y todas las potencias del alma se concentran por un segundo, como llamadas por una doble antena ortográfica: «¡», la que recibe la descarga, y «!», la que devora y apaga el sobresalto. Sirva como una breve dilucidación del título del poema entrante precisamente La exclamación:
Quieto
no en la rama
en el aire
No en el aire
en el instante
el colibrí
Octavio Paz reproduce la suspensión del colibrí y su movimiento. Si conceptualmente el chupamirto aparece hasta el último verso, gráficamente lo tenemos desde el verso inicial: “Quieto” es ya un colibrí pensil ante nuestros ojos; en seguida ya no está y tenemos que buscarlo en otra parte: en el segundo verso El colibrí no se traslada: desaparece y aparece en otra parte, donde se queda inmóvil, hasta que decide aniquilarse y recobrar su materia a unos metros de distancia; finalmente, tras dos o tres saludos cuando al pie de la higuera ha dibujado un par de zetas; cuando en el poema hemos llegado a la exclamación: ¡un colibrí!, el pájaro se ha ido y el poema terminó Ya atraparemos otro.
Pero antes quiero detenerme en otra minucia. El pintor no es responsable del color de los colores, ni el poeta lo es de la constitución de las palabras (dichas o escritas). Hay un aspecto de la materia bruta que utilizan que no depende de ellos. Matisse no es la causa completa de las impresiones del azul y el amarillo, como Paz no es el «autor» de la palabra colibrí. Ambos son responsables de los colores o las palabras que escogen, y autores de la pintura o el poema. La generosidad de la lengua regaló a Paz la voz colibrí, cuya unión de consonantes mienta la vibración de alas del pájaro-zumbón (hummingbird, más descripción que nombre), y cuya tilde final remata la caligrafía en pico. Sólo un necio aludiría a la palabra en inglés para sugerir alguna superioridad entre las lenguas. Borges decía que moon es palabra más redonda que «luna», y, como el Cratilo no nos deja en paz, yo aquí señalo que «colibrí» es gráfica y auditivamente un nombre certero. Octavio Paz aceptó la palabra y, literalmente, sobre el aire de la página, la echó a volar.

De poetas y pájaros

La siguiente pareja de poemas que quiero reunir podría llamarse «Dos fragmentos de poemas con pájaros». El primero es la versión sonora del concepto aristotélico de esencia. Conocemos a los seres por sus operaciones, por sus actos; la esencia de los seres se intelige por su operación propia, por su acto distintivo (así, el hombre es un animal, lo cual es patente por sus operaciones, pero es un animal racional, pues razonar es su actividad propia y distintiva). Para las aves, podríamos sugerir, «su ser es volar». Estamos acostumbrados a privilegiar la abstracción visual, a encontrar lo distintivo de las especies según se nos aparecen ante los ojos. El poema de Paz es análogo (en parte igual, en parte distinto), pues trae la esencia desde la forma sensible auditiva, no desde la forma sensible visual:
Cantan los pájaros, cantan
sin saber lo que cantan:
todo su entendimiento es su garganta.
Si la filosofía de Aristóteles hubiera atravesado un período azul, tal vez leeríamos en el libro Acerca del alma:
Vuelan los pájaros, vuelan
sin saber qué rumbo llevan:
todo su entendimiento está en sus alas.
Para balancearnos sobre esta cuerda floja tuvimos que llevar la proposición «su ser es volar» hasta «su ser es cantar», y adivinarla en el poema de Paz; componiendo un poco la figura, creo que conservamos el equilibrio.
«Todo su entendimiento es su garganta», por otra parte, conviene tanto al pájaro como al poeta, salvo que el alma del poeta para terminar casi con las referencias griegas es de naturaleza diversa. El fluir espontáneo de la garganta del poeta no produce poesía: cuando más, puede articular el grito de Tarzán, o mejor, una jitanjáfora que algún regiomontano hubiera apreciado. El concurso de la idea define inevitablemente al poema, si es que las emociones se pueden expresar no sólo con gemidos. Poeta: ave canora sobre la rama del entendimiento; garganta, sí, pero garganta inteligente.
A veces parece, es cierto, que la idea sigue a la garganta, a la voz, y no es extraño pensar que la sonoridad de los dos primeros versos pudiera haberle traído a Paz el desenlace (hasta me parece lo más probable), pero el resultado es un goce intelectual y físico, simultáneo: brilla la corporeidad de la palabra; brilla la negación y la conclusión (cantan sin saber lo que cantan: todo su entendimiento es su garganta).
Sonido y sentido se entrelazan, se persiguen mutuamente. A veces la prosodia se adelanta y la idea se precipita, elástica, a darle alcance; en cámara lenta, sin embargo, descubrimos que son cara y cruz de la misma moneda, que no es dado separarlas. El poeta recibe su obsequio íntegro, aunque demore en aprehender toda su repercusión. Una rima afortunada atrapa la consonancia y el sentido, no obstante nos aparezca como entregada por partes. Una forma pura que posteriormente alcanza plenitud de sentido es una ilusión óptica, y viceversa: una idea pura que va tomando forma poética es como un alma impersonal que busca hospedaje en un cuerpo constituido.
El caso Valéry no me parece un contraejemplo: la voluntad de escribir un poema con estrofas de seis versos decasílabos es como tener ganas de escribir un poema sobre la mortalidad del alma. Pudo haber sido primero una cosa o la otra. La composición no disuelve el misterio de la creación. Hay que abandonar sobre todo el esquema de la envoltura, pues, en el poema logrado, sonido y sentido se funden: calzan sin dificultad, aunque con dificultad hayan sido pergeñados.
Palabras como astillas
Pero volvamos sobre el poema para notar su naturaleza silogística: premisa mayor, menor y conclusión. Es silogismo y es poema; de hecho, primero recibimos el poema, y, sólo después, prescindiblemente, vemos el silogismo. Quiero destacar la condición no silogística del próximo fragmento, pero su conexión con el anterior: es la conclusión misma en acto (todo su entendimiento es su garganta; su ser se resuelve en canto):
El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.
Materia que se consume cantando, madera que vuela, registro sonoro de color evidentemente amarillo. Las tres líneas sueltan chispas: la fricción de la sílaba con la idea engendra la llama y convierte al poema en cosa: material, olorosa, sonora, visible e inteligible. Tiene el soplo de la animación.
Si exprimimos el verso «todo su entendimiento es su garganta» (y la idea extraída «su ser se resuelve en canto»), obtenemos este pedazo de existencia en llamas que es a un tiempo el pájaro y el poema. Porque en tres versos refulge no sólo la esencia del pájaro, sino la autodefinición del poema:
El poema es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.
Ésta es la diferencia entre la encadenación de versos y el poema: si se clava, es un poema, es una astilla. Abres un libro y, en cierta página, te cortas, te astillas; miras con cuidado el agudo instrumento y caes en la cuenta de que la esquirla canta y se quema viva; algunas se consumen de modo fugaz, deslumbran con un fuerte e instantáneo resplandor; otras son como un clavo ardiendo que vemos doblarse, retorcerse, fundirse lentamente. Hay poemas, astillas que no sabemos cuál fibra rasgaron: auscultas, revisas cada parte de tu cuerpo y no ves el daño, pero sabes que lo tienes, que por alguna parte rebasas tu delimitación corpórea. Te hieren gozos que no has tenido, ilusiones que ni siquiera barruntaste, decepciones que nunca padeciste, tedios que no gustaste Sabes que incontables humanidades se hospedan en tu corta humanidad.
Pájaro, piedra y canto
Para no ser como el guía de museo, que a fuerza de tanto hablar no deja ver los cuadros, trataré de no terminar con una divagación más. Mejor será exponer el poema Identidad, y no dar un paso siquiera hacia tan abstruso expediente metafísico. Mejor añadir un par de versos a nuestra colección de miniaturas, y detenernos en un objeto de la habitación infantil.
En el patio un pájaro pía
como el centavo en su alcancía.
Un poco de aire su plumaje
se desvanece en un viraje.
Tal vez no hay pájaro ni soy
ese del patio en donde estoy.
Me quedo con la primera estrofa: con la presencia cenital del pájaro, con el patio y su fuente, con el barro de la alcancía, con la metáfora al tímpano. Paulatinamente el poema se vuelve liviano, pierde materia, hasta que la conciencia se engolfa en su perplejidad y pierde al mundo. Primero hay pájaro y piedra y canto; después el pájaro huye, y al final no hay ni pájaro ni haber siquiera: no hay yo. Me quedo con la primera estrofa. Si comparar el vuelo del pájaro con una flecha es una metáfora gastada, ésta otra sobre el piar de un ave me parece, cada vez que la leo, un estreno. De nuevo con el oído por delante, Octavio Paz lleva el canto del pájaro hasta el ojo de la alcancía y lo deja caer. El centavo girando es un ave cantando; el ave girando es un centavo piando; la alcancía es un patio que guarda en su fuente deseos en forma de centavos.
Terminamos el paseo, acorde con la magnitud de la criatura observada, no con un choque de platillos, sino con el repique, en el patio y la alcancía, de dos minúsculas campanas. No preguntes. They toll for thee.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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