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Nobel 1990: crónica de la imaginación premiada

La nota del éxito ha marcado el paso del Nobel mexicano en Estocolmo. Pero en las entrevistas, coloquios y discursos se ha hablado muy poco de literatura. Se inquiere a la figura y responde la figura. Como el feudo de las humanidades en la repartición de los premios le corresponde exclusivamente, Octavio Paz opina sobre filosofía, sociología, psicología… y el resto de los laureados se reserva al riguroso círculo de los especialistas. El hombre que ha conquistado todos los premios literarios de envergadura, perseguido por micrófonos y cámaras, acosado por los signos de admiración y la pregunta ambigua, el personaje, oculta y protege la intimidad de sus poemas.
Frente a un público ansioso de mesianismos y profecías, Paz intenta volver en sí: Los artistas tienen por destino expresar el mundo. Un pintor, un poeta, puede ser un buen filósofo o no, pero eso no es lo esencial, lo esencial es que sea un buen pintor o un buen poeta. Si pudiéramos leer su obra sin supersticiones, esa verdad encontraríamos.

Estocolmo, 8 de diciembre

La noche, como cortina cerrada, envuelve Estocolmo. Puentes de piedra enlazan las minúsculas islas que integran una ciudad recostada sobre el agua. Reverbera en río el enjoyado rostro del Grand Hotel, albergue de científicos, escritores, diplomáticos y demás personalidades que año con año viajan a Suecia para asistir a las festividades del Nobel.
Aunque los premios se entregan el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel, las actividades empiezan en las vísperas y terminan varios días después de la ceremonia. La Fundación Nobel agasaja exquisitamente a sus invitados de honor.
Velas artificiales, luz de invierno, descubren el plano de una sorprendente arquitectura. Los callejones del casco viejo desembocan, súbitamente, en la fachada del Palacio Real y el Parlamento sueco. La lucha en bronce de San Jorge y el dragón ¾ conjunto escultórico medieval¾ interrumpe el ritmo húmedo del muelle.
Un obelisco de cristal se abre paso entre estatuas ecuestres. El tintineo de la compra y venta inunda explanadas abiertas al comercio las 24 horas del días. La nieve, por un inexplicable embrujo, no asoma ni una pestaña. La fiesta Nobel de 1990 llegó sin escalofríos.
Son las cinco en punto de la tarde. En la sede de la Academia Sueca, Octavio Paz pronuncia su discurso de agradecimiento. La expectación agita el recinto. El poeta deja caer la voz pausadamente, conmovido pero sin perder las palabras. Toca una flauta hindú y el auditorio sube y desciende, asciende y baja, danza como una fuente hipnotizada.
Las sonrisas y el acento suavizan un horizonte desolado: Por primera vez en la historia los hombres viven en una suerte de intemperie espiritual y no, como antes, a la sombra de esos sistemas religiosos y políticos que simultáneamente nos oprimían y nos consolaban. Las sociedades son históricas pero todas han vivido guiadas e inspiradas por un conjunto de creencias e ideas metahistóricas. La nuestra es la primera que se apresta a vivir sin una doctrina metahistórica…
Alternativamente, el tímido desasosiego de las posturas, la sombra de una mosca, chasquidos de fotógrafos, rasgan el azoro de la sala. El discurso culmina con el mito del instante apocalíptico, origen y término del mundo. A partir de hoy, el hombre cumplirá su destino deshojando la hondura efímera del tiempo. ¿Por qué y cómo? Nadie lo sabe. Las razones se difuminan en la corriente aterciopelada de las letras: La reflexión sobre el ahora no implica una renuncia al futuro ni olvido del pasado: el presente es el sitio de encuentro de los tres tiempos. Tampoco puede confundirse con un fácil hedonismo. El árbol del placer no crece en el pasado o en el futuro sino en el ahora mismo. También la muerte es fruto del presente… No podemos rechazarla. Vivir bien exige morir bien. Tenemos que aprender a mirar de frente a la muerte.
Un ronco aplauso alerta la conciencia. Desde la otra orilla, fuera del tiempo, la voz poética niega lo que el pensador afirma. La historia invertebrada, sometida al cauce arbitrario del instante, no se sustenta. La lógica de la libertad, el espíritu, la gobierna y la trasciende. Con todo, Octavio Paz reiterará en los próximos días la imposibilidad de una solución global filosófica al descalabro antropológico del fin de siglo. El desencanto de la verdad concluye en la invención poética de un paraíso provisional.
Después de la lectura de la Conferencia Nobel, la Academia Sueca ofreció una cena al escritor mexicano, siempre acompañado por su esposa, Marie José Tramini de Paz.
Estocolmo, 9 de diciembre de 1990
Un tour por la ciudad espera a los laureados, sus familias y amigos. Estocolmo llovizna. La bruma confunde perfiles y fantasmas. Sólo en el día eléctrico del metro, cerca del hogar o en los grandes almacenes, las cosas suceden a colores.
En la sala de prensa las máquinas teclean la vida de Alfred Nobel. Propietario de 355 patentes. Habló y escribió correctamente sueco, ruso, francés, inglés y alemán. Negociante próspero y sagaz. Descomunal lector. La pesquisa y el invento marcan su biografía y el galardón que lleva su nombre aspira a ser un premio a la imaginación. Instituye los Nobel para recompensar, más que una concienzuda carrera académica, el ingenio humano empeñado en el progreso. Su testamento, una figurilla de escasas trescientas palabras, materializa el ideal ilustrado: «la totalidad de mis bienes realizables deberá ser utilizada de la manera siguiente: el capital invertido en valores seguros por mis albaceas, constituirá un fondo cuyos intereses serán distribuidos cada año en forma de premios a personas que, durante el año anterior, hayan aportado mayores beneficios a la humanidad». Nobel dispuso cinco premios: Física y Química, concedidos por la Real Academia Sueca de la Ciencia; Medicina, a cargo del Karolinska Institutet de Estocolmo; Literatura, por la Academia Sueca «para la obra más notable de tendencia humanista»; y el Nobel de la Paz que asigna el Parlamento Noruego y se entrega en Oslo la unión política entre Suecia y Noruega terminó, pacíficamente, en 1905.
La Fundación Nobel organismo no gubernamental administra la herencia y organiza la entrega de premios desde 1901; sólo a partir de 1968 el Banco de Suecia instituyó el de Ciencias Económicas. Además de un raudal de honores, los ganadores reciben la medalla Nobel de oro, un diploma especialmente diseñado y, este año, cuatro millones de coronas suecas.
En 1990, América arrasó definitivamente. Ocho estadounidenses, un mexicano ¾ Octavio Paz, por «su apasionada escritura de dilatados horizontes, caracterizada por la inteligencia sensual y la integridad humana», premio Nobel de Literatura¾ , un canadiense, suman diez de los o­nce premiados.
Además del virtuosismo, la Academia Sueca reconoce en el escritor mexicano los méritos de la universalidad. Paz ha sido un extraordinario lector de hombres y culturas. Corre detrás de Europa, escucha los secretos de Oriente y de la antigüedad precolombina, se deja atrapar por Eliot, Darío, J. R. Jiménez y Saint-John Perse, resucita a Sor Juana Inés de la Cruz… Acoge y acrisola todas las formas geográficas del castellano y los diversos lenguajes de las vanguardias contemporáneas. Al final de este audaz intento por zanjar la Torre de Babel, sólo permanece la no doblegada búsqueda del origen.
En esta atmósfera cosmopolita, los premiados se disponen para la puesta en escena de La hija de Rapaccini, pieza en un acto basada en un cuento de Nathaniel Hawthorne, de Octavio Paz. La función dará comienzo a las seis de la tarde, en el Royal Dramatic Theatre.
Estocolmo, 10 de diciembre de 1990
El día esperado amanece de buen humor. A las o­nce está programado un ensayo en el escenario del Concert Hall. Mitad en serio, mitad en broma, los galardonados toman nota del protocolo de la ceremonia. Cuando el apuntador explica que al finalizar la entrega de premios, fotógrafos, reporteros, parientes, invitados y amigos, deben subir al estrado y «organizar» un desorden, las risitas se multiplican en las butacas vacías. Minutos y tradiciones celosamente guardados integran el ritual del Nobel.
Desde las tres y media, la caravana de taxis entorpece el tránsito en las inmediaciones del Salón de Conciertos de Estocolmo. La noche, azul y definitiva, redonda como un globo terráqueo, se confunde con el mar. Los asientos deben ocuparse antes de que la familia real entre en el teatro. Uniformes de gala se mezclan con trajes típicos y lentejuelas, esmóquines, pieles y boinas escolares, los vestidos largos con los sombreros de copa. La etiqueta resulta pintoresca.
Con la entrada en procesión de los laureados, a las cuatro y treinta, inicia la conmemoración. El «Festival Solemne de la Fundación Nobel» alterna simétricamente música y discursos. La Orquesta Filarmónica de Estocolmo y arreglos florales venidos de San Remo última residencia de Nobel caldean el recinto. Un círculo encierra la «N» en la que los Nobel reciben, de manos del rey Carl XIV Gustaf, el premio.
El profesor Kjell Espmark, miembro de la Academia Sueca y presidente del Comité Nobel de Literatura, presenta en sueco los trabajos de Octavio Paz: «Majestades, Altezas Reales, Señoras y Señores. El hecho de que el premio Nobel haya sido concedido por segundo año consecutivo a un escritor del mundo hispanohablante es señal de la excepcional vitalidad literaria y de la riqueza de éste en nuestro tiempo». En boca del poeta, el lenguaje, llevado al extremo, purificado, recobra la posibilidad de creación y de catástrofe, levanta el pulso del idioma y fortifica a los hombres; sus palabras redundan en la sangre del pueblo que las habla.
Espmark concluye su discurso, en español: «Querido Octavio Paz. Me ha correspondido presentar su labor literaria en unos cuantos minutos. Es como intentar introducir a la fuerza todo un continente en una cáscara de nuez una empresa para la que la lengua de la crítica está pobremente dotada. Es, en cambio, algo que usted ha logrado una y otra vez en poemas que tienen, exactamente esto, una densidad inverosímil. Me alegra poder transmitir las calurosas felicitaciones de la Academia Sueca a un escritor de semejante peso específico. Le ruego que reciba de Su Majestad, el Rey, el Premio Nobel de Literatura de este año». El punto final es una fanfarria.
El colmo del triunfo recuerda, casi por reacción química, la caducidad inminente. En innumerables ocasiones Octavio Paz se ha referido a la experiencia de la soledad, ese gorjeo que revolotea incluso en el City Hall de Estocolmo. Por ahora, la fama desmesurada, el culto al intelectual-objeto-de-consumo (especie en la que el escritor mexicano, no sin cierta complicidad, se ha convertido), engrandecen una cosmovisión que el tiempo engullirá. También el tiempo rescatará de la admiración ciega y los prejuicios ideológicos la intensa verdad de su poesía.
Paz vuelve a su sitio acompañado por un aplauso más prolongado que los anteriores. La punta de charol de su zapato dialoga con el Segundo Movimiento de la Sinfonía No. 8 de Ludwig van Beethoven. Certeramente ha dicho E. Krauze: «hay algo siempre joven en él». Son los ojos, en los que un niño acecha y se divierte un felino. Es la mirada que no trastabillea. Hondura que desmiente el vestigio diplomático de las sonrisas.
Banquete y baile de gala cierran con broche de oro la ceremonia de premiación. El menú se ha mantenido en secreto, a excepción del ya tradicional helado Nobel. Después, si algún turista quiere sentirse como premio Nobel, puede reservar una cena idéntica en la Oficina de Turismo.
A las siete y siete, el rey de Suecia propone un brindis en memoria de Alfred Nobel y a continuación se sirve la cena. Van y vienen 140 meseros. Después del café, el comité organizador regala a Octavio Paz una sorpresa mexicana: durante pocos minutos los mariachis alegran Estocolmo. A las diez de la noche la familia real recibe a los Nobel en la Galería del Príncipe; mientras, en el salón se abre el baile.
Estocolmo, 11 de diciembre de 1990
A pesar del trajín y los festines, la Fundación Nobel reserva un día de los Nobel a los estudiantes. Un gesto elegante, acorde a su fin: promover la investigación científica y el desarrollo cultural. El Royal Institute of Technology aguarda a los premiados de Física, los estudiantes participarán en el Panel con preguntas «informales». Los profesores Markowitz, Miller y Sharpe dirigirán un Seminario en la Escuela de Economía. Octavio Paz se reunirá con profesores y alumnos de la Sección de Letras Hispánicas en la Universidad de Estocolmo.
El metro llega casi a la puerta de la biblioteca. Esculturas geométricas y el paso displicente de los universitarios señalan el camino. En la entrada de la sala de conferencias se venden libros de Paz y se reparte propaganda política. Mexicanos, argentinos, chilenos, españoles y suecos, que pronuncian según la nacionalidad de su profesor, combinan el acento de la espera.
Al iniciar el coloquio, Octavio Paz afirma que le conmueve encontrarse en Suecia con tantas personas que hablan castellano. La conversación resultó un popurrí: a partir de la crisis del comunismo, Ortega y Gasset, Heidegger, El Colegio de México, el París de la posguerra y los campos de concentración… se llegó hasta la gastrosofía y la erotología. En el respiro de los agradecimientos, Paz rectificó: Lo que quiero decirles es que el aspecto político que hemos tratado aquí sobre todo, aunque ha sido importante para mí, no ha sido central; para mí lo central ha sido la poesía.
«Europa en este momento se prepara para celebrar los quinientos años del llamado descubrimiento de América y muchos gobiernos latinizados, de seguro que van a mandar a España sus representantes para celebrar. Como ciudadano e intelectual, ¿cuál es la postura de Octavio Paz?» (sic). A propósito de esta pregunta, formulada en un tono propio para tomar la Bastilla, Paz insiste en la razón poética que lo explica: Yo hablo español. Pertenezco a la cultura hispánica en muchos aspectos. Mis grandes modelos literarios son modelos españoles, yo no puedo renunciar a Cervantes ni a Lope de Vega ni a Garcilaso, tampoco a la cultura occidental, ¿con qué me quedo? Así que yo sí estoy por la celebración del descubrimiento de América.
Una avalancha de autógrafos concluyó el encuentro con estudiantes suecos que, gracias a la intervención del público latinoamericano, estuvo a un tris de convertirse en mitin.
Siguiendo la línea del contraste, los premiados entran en el Palacio Real. Sus Majestades, el Rey y la Reina, los obsequiarán con un banquete.
Aunque la profunda grieta de la conciencia moderna ancla el pensamiento de Paz entre la presunción y la desesperanza, las negaciones poco explican lo inusitado de su poesía. Sólo Quevedo puede expresar la amarga ternura, la lúcida pasión con la que encara la agonía de los instantes, este clásico del amor y del deseo.
«Su tumba fue su amada,
hermosa, sí, pero temprana, y breve,
ciega, y enamorada,
mucho al amor, y poco al tiempo debe,
y pues en sus amores se deshace,
escríbase: Aquí goza, donde yace».
Epitafio perfecto para quien ha sido simultáneamente mariposa y túmulo.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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