Servidumbre y grandeza de la vida literaria
Christopher Domínguez Michael
Joaquín Mortiz. México. 1998, 317 págs.
Christopher Domínguez Michael
Joaquín Mortiz. México. 1998, 317 págs.
Asistí a la presentación del libro en la encopetada Casa Lamm. Usualmente, éste es un rito social apacible al que acuden amigos y admiradores del autor. El resultado no siempre es excesivamente divertido. En esta ocasión, Domínguez Michael invitó a amigos y, a juzgar por la acidez de algunos comentarios, a «enemigos». La presentación fue atípica. Me hubiera gustado escuchar la réplica del autor, pero Domínguez Michael calló, acaso poniendo en práctica su propio precepto «El arte de la crítica está en El arte de la fuga».
Y es que el libro merecía intervenciones polémicas. Cabalgando entre la historia de las ideas y la crítica literaria, Servidumbre y grandeza de la vida literaria reúne artículos sobre la literatura mexicana contemporánea. En las páginas desfilan —algunos rumbo al paredón otros hacia el triunfo, pero todos en camino a la inmortalidad— grandes figuras de nuestra república de las letras: Paz, Monsiváis, Krauze, Hiriart, Poniatowska. El trabajo es atractivo. Domínguez habla de los muertos como si estuvieran vivos y de los vivos como si estuvieran muertos. La consecuencia es previsible: algunos muertos resucitan y algunos vivos enfurecen. Si el autor es juez justo y sabio —forjador del canon mexicano, rezan algunos— o juez inicuo —aúllan otros— es algo que no puedo decir en estas líneas sin atribuirme la función de señor de jueces.
En cualquier caso, el epílogo es apología, manifiesto y rogativa de la crítica literaria. «El crítico vive en la frontera entre la servidumbre y la grandeza de la vida literaria, el campo llano donde crecen la vanidad y la envidia. En algunas épocas es un mercader temido y solicitado, en otras un forajido sin patria y sin familia».
Y es que el libro merecía intervenciones polémicas. Cabalgando entre la historia de las ideas y la crítica literaria, Servidumbre y grandeza de la vida literaria reúne artículos sobre la literatura mexicana contemporánea. En las páginas desfilan —algunos rumbo al paredón otros hacia el triunfo, pero todos en camino a la inmortalidad— grandes figuras de nuestra república de las letras: Paz, Monsiváis, Krauze, Hiriart, Poniatowska. El trabajo es atractivo. Domínguez habla de los muertos como si estuvieran vivos y de los vivos como si estuvieran muertos. La consecuencia es previsible: algunos muertos resucitan y algunos vivos enfurecen. Si el autor es juez justo y sabio —forjador del canon mexicano, rezan algunos— o juez inicuo —aúllan otros— es algo que no puedo decir en estas líneas sin atribuirme la función de señor de jueces.
En cualquier caso, el epílogo es apología, manifiesto y rogativa de la crítica literaria. «El crítico vive en la frontera entre la servidumbre y la grandeza de la vida literaria, el campo llano donde crecen la vanidad y la envidia. En algunas épocas es un mercader temido y solicitado, en otras un forajido sin patria y sin familia».