Václav Havel era blanco favorito de sus carceleros que se esmeraban en someterlo a los trabajos más duros y un sinfín de vejaciones. Les molestaba su fama internacional como escritor y defensor de los derechos humanos, su frágil salud y la firmeza quieta e inquebrantable de su comportamiento. Soportó cuatro años y medio de prisión, porque supo aferrarse a cosas concretas: mantener su integridad humana, su identidad, y volcar todas sus reflexiones en las cartas semanales a su esposa Olga única forma de expresión escrita permitida a este famoso dramaturgo y ensayista checo.
Hace ya diez que años leí un libro de ensayos de Václav Havel, La responsabilidad como destino, me gustó mucho, y más aún cuando descubrí un texto en que con bello y convincente lenguaje hace hincapié en la importancia de las revistas culturales. Ahora otro libro suyo me ha calado, aunque por distintas razones. Todos solemos quejarnos cuando nos toca vivir una mala racha, pero qué temple requiere sacarle todo el partido posible. Havel también vivió una mala racha en la cárcel y le sacó tanto provecho que la narración se convirtió en un libro y quienes conocen toda su obra la consideran la más madura del autor. Me refiero a Cartas a Olga (Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, 1997).
Havel participó en la Primavera de Praga, después fue víctima de la represión del gobierno comunista de Checoslovaquia en los años setenta y encarcelado en 1979. Las cartas a Olga salían bajo estricta censura para después circular clandestinamente entre los disidentes de Praga. Llegaron a ser lo único que daba sentido a su vida de encierro. Se exige reflexiones sinceras, exquisitas y se obliga a penetrar hasta el fondo las cuestiones existenciales, éticas y metafísicas; sus textos revelan la búsqueda del camino, a pasos vacilantes, de un individuo vulnerable en un mundo ajeno y hostil.
En varias ocasiones pide perdón a Olga por las muchas complicaciones que seguramente le causará su nueva estancia en prisión y confiesa haber aprendido a no prestar mas que la necesaria atención a ese hecho y lo díficil que resulta vivir y pensar en ese ambiente lúgubre y «unidimensional». Se esfuerza para no caer en ese «estado de hibernación» de la vida en la cárcel. «te dejas arrastrar por la rutina, sucumbiendo a algo así como un dulce mareo mental y entonces te asusta la idea de estar obligado a regresar de nuevo a aquel mundo hostil que te exige tomar decisiones y te causa problemas».
Una vez que lo sentencian logra hacerse un proyecto para los siguientes cuatro años y medio, que resume en seis puntos: «1) conservar mi estado de salud 2) reconstituirme psíquica y mentalmente 3) escribir por lo menos dos obras de teatro 4) mejorar mi inglés 5) aprender alemán hasta el nivel de mi inglés 6) realizar un estudio riguroso de toda la Biblia. Si consigo llevar a cabo este proyecto, quizá mis años no hayan sido del todo inútiles».
Al salir de la cárcel creció su prestigio y recibió reconocimientos internacionales. En diciembre de 1989 fue elegido presidente de su país. Ha seguido escribiendo y en 1997 se le otorgó el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por su esfuerzo para «poner la razón política al servicio de la espiritualidad humana y la conciencia».