Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

Razones del corazón

El mundo de las pasiones humanas es realmente misterioso. Quienes se dejan llevar por ellas no pueden explicarlo, pero tampoco quienes no las padecen. Es evidente que carecemos de instrumentos intelectuales idóneos para expresar nuestra intimidad, de donde emerge constantemente el ansia de felicidad, de plenitud, de autorrealización personal y, al mismo tiempo, los abismos más o menos oscuros con los que nos topamos para encontrarla.
A lo largo de esta exposición haremos diversas pausas creativas que faciliten desvelar la clave, no sólo de cómo funciona el corazón, sino muy en particular dónde y cómo debe estar para que esa anhelada felicidad se haga realidad.
El ilustre Chesterton señalaba que dentro de cada hombre hay una selva de ruidos, temores, añoranzas, ilusiones… ¡una selva!; y que la madurez humana consistirá en dar autoridad a algunos de esos ruidos y silenciar otros. Pero, ¿cómo organizar esa sinfonía? Ahí estaría una de las claves de la felicidad, un don no disponible que, como la vida, nos viene dado, lleno de riqueza y fragilidad.
En estos contextos de inefabilidad e incomunicabilidad, el subsuelo humano de los sentimientos refleja en parte la distancia entre lo que tengo y lo que deseo (J.R. Ayllón). En ese aspecto, los sentimientos sirven de medida de la autorrealización personal, que será falsa si ponemos los deseos o las realizaciones donde no tienen que estar.
De cualquier forma, es obvio que no sólo funcionamos por la razón o la teoría, sino también sentimentalmente. Por eso conviene detenerse ante nosotros mismos para reflexionar sobre quiénes somos, cómo nos comportamos, por qué hacemos cosas de un modo y no de otro.
¿QUIÉN SOY YO?
Aunque, en su cabal entendimiento, la persona es misterio rompedor de límites e incluso haya gente que no sepa qué hacer con ella misma, cualquiera es capaz de afirmar de sí mismo la siguiente idea lapidaria: «yo sé que siempre he sido yo».
Y si bien es imposible describir a la persona en su totalidad, sí podemos merodear en y a través de ella. La persona supone unas propiedades entitativas muy importantes æidentidad genética, singularidad biológica, individualidad humana, unicidad e irrepetibilidadæ, pero sobre todo identidad personal: «yo soy yo».
Esta riqueza personal puede ser estudiada desde distintos niveles æfísico, metafísco, cultural, artísticoæ, pero quizás el ángulo que más nos interesa en esta ocasión sea el fenomenológico, lo que pasa en la conciencia. Es ahí donde la persona aparece como alma servida en un cuerpo (Max Jacob), con tal compenetración que podemos transformar una idea en sentimiento y convicción. Esta perspectiva desvela la necesidad de comunicarnos a todos los niveles personales.
En nuestra experiencia, y de modo evidente, nos descubrimos dueños de una permeabilidad que nos permite vivir con los otros, por los otros y para los otros, de forma tan necesaria que ni siquiera podríamos ser si ellos no estuvieran. Basta recordar a Machado: «Poned atención, un corazón solitario, no es un corazón».
La permeabilidad me identifica con la naturaleza en la que estoy y de la que participo como creatura. Ese encontrarse con el mundo es ya encontrarse con uno mismo, es encontrarse en casa. Además, la permeabilidad nos hace emplear el espíritu. Un espíritu exterior que propone, y otro interior que dispone, organiza el ruido e inserta las piezas del rompecabezas de la existencia. Entonces, entran en juego la razón y el corazón.
El hombre no puede vivir sin razonar y sin amar, sobre todo sin amar. En tanto que ama æéste es el quid de la naturaleza humanaæ, la persona es nada más y nada menos que semejante a Dios, por eso, encontrarse en el mundo no es sólo encontrarse en casa, sino saberse amado y amarlo. Y es tal la fuerza de esta aseveración, que una persona aislada dejaría de serlo porque no tendría a quien amar.
Ahora contamos con elementos para responder a la pregunta inicial de manera adecuada y profunda: ¿Quién soy? Soy alguien amado. Lo anterior no sólo tiene sentido, sino que es el sentido de la vida (J. Marías). La condición amorosa de nuestro ser es fundamental. En cuanto más amo, más soy. Todas las manifestaciones sentimentales son condicionamientos de nuestro ser, pero no su causa. Ojo con los reduccionismos, porque este amor no es sólo pensar y sentir, ha de ser pensar bien, sentir bien.
En su libro Guía para perplejos, Schumacher sostiene que así como una pechuga no es el resultado de un proceso fisiológico, ni un perro es una col que ladra, el hombre no es el culmen de la animalización. No somos el último escalón del mundo, sino creaturas que valen por sí mismas, no en especie o conjunto; únicas, irrepetibles, exclusivas, abiertas al mundo y a los otros.
Esto se refleja en la obra del artista Pablo Serrano, quien esculpía hombres en cuyo torso había una puerta; a veces cerrada æpara guardar la intimidad personalæ, y otras abierta æpara relacionarse con los demás.
Ante esta realidad, el profesor Viladrich define a la persona como un ser no sólo biológico o biográfico, sino cobiográfico, es decir, que establece una serie de correlaciones hasta formar la red de su identidad personal, donde padres, maestros y amigos son indispensables.
Es así, cobiográficamente, como el hombre se realiza en la existencia, se dirige hacia un camino infinito bajo sus condiciones de finitud, descubriendo con gozo que la experiencia humana, la formación cultural en su más amplio sentido y la transcendencia, no sólo son compatibles, sino mutua y estrechamente solidarias en el más noble empeño: esculpir personas.
UN DIAGNÓSTICO DE LA SOCIEDAD
Busquemos ahora una nueva pausa creativa. ¿La sociedad actual ofrece todo lo anterior? En definitiva no. En ella el valor de la persona æel de la vida humanaæ sufre una especie de «eclipse».
Vivimos en un mundo muy rico, plural, grande. Conceptos como globalización, teleinformación, redistribución de la riqueza, armonización de avances científicos y recursos naturales, tecnología informática e interculturalismo, son familiares.
Pero su valoración resulta ahora más compleja. A veces es ambivalente, otras, prácticamente esquizofrénica. Posos de escepticismo, individualismo egoísta, materialismo o soledad, pueden recogerse tanto en gente muy joven, como en personas que están en toda su madurez. Por ello, Paul Ricoeur clasificó nuestro tiempo de forma tan pragmática: hay una hipertrofia de medios y una atrofia de fines.
En esa atrofia de fines, el profesor Carlo Cafarra ve un auténtico colapso espiritual bastante grave. Si la persona no sabe a dónde va, devasta y destruye su humanidad; es una especie de castración de su capacidad de pensar y amar; la razón ya no tiene el deseo más noble y más humano de preguntarse por las últimas verdades y el corazón no se atreve a conseguirlas. Si la libertad no busca la verdad se reduce a mala espontaneidad; si el razonamiento no busca la verdad no puede darse una reflexión profunda sobre nuestra identidad.
El drama de nuestro tiempo es que, a nivel individual y cultural æel lugar propio del mundo para la humanizaciónæ, lo que se ofrece no coincide con nuestra esencia. La sociedad no responde a lo que somos, a lo que nos falta ni a lo que deseamos.
Desde los puntos negros de la cultura actual, podemos diagnosticar la siguiente situación (Ureña):

  • No refleja la insuficiencia del hombre, la modernidad olvida la necesidad de ayuda de la persona, sólo interesa la autonomía y se busca lo externo. Conduce a un individualismo feroz, a una coexistencia reglamentada de egoísmos opuestos. A una sociedad con leyes pero sin verdad ni amor. Incluso más, el vacío de verdad se llena con plenitud de reglas.
  • No refleja la legítima suficiencia del hombre. Su justa autonomía. Conduce a unos nihilismos trágicos y existencialistas. La realidad no existe. Todo es más o menos un juego, una ilusión.
  • Pasa por encima del rostro humano sin detenerse en él ni en el valor de la insuficiencia y suficiencia personales. Es el mundo de los cínicos, de no tomarse en serio el auténtico peso o­ntológico del ser humano. Es la cultura de la huída, se queda en el umbral. No importan la distinción moral entre el bien y el mal. Sólo importa lo útil o perjudicial.
  • Por último, existe otra triste opción, la cultura que desconecta el pensamiento de la acción es violenta y opresiva porque no da respuestas apremiantes al ansia de bien y verdad del hombre. Se encuadran en este campo las importantes tecnologías cuando no quieren ponerse al servicio de la persona. Todo resulta abstracto, virtual.

Podríamos enumerar otras posibilidades æel pluralismo ético y étnico, por ejemploæ, pero basta lo expuesto para hacer un diagnóstico.
¿Qué pausa creativa podemos hacer ahora? ¿Qué se puede interpelar? Debemos recuperar la construcción de una cultura para la persona, el sentimiento de la existencia humana, es decir, la intervención del corazón en nuestra vida personal, pero no en abstracto, sino como una cultura para seres reales, históricos, lacerados ahora por tantas contradicciones. Para ello hay que ahondar en el corazón humano, sede de la ética, peso de la vida.
AMOR, AMORES, AMORÍOS
¿Cuáles son nuestras posibilidades amorosas? El corazón ama porque capta la verdad de las cosas y personas. En la medida que capta lo verdadero y lo quiere como tal, sus sentimientos son auténticos. A veces no queremos cada realidad como corresponde y surgen respuestas desafortunadas.
Bien es cierto que siempre hay retornos para poner las cosas en su sitio, pero ante los modelos que la sociedad muestra æque aturden más que aclararæ, es importante entender cómo funcionamos sentimentalmente.
Aunque siempre habrá sorpresas en nuestro querer y nunca podremos acotarlo ni agotarlo, resulta muy práctica la clasificación realizada por mi admirado autor C.S. Lewis, quien distingue entre afecto, amistad, eros y caridad.
1. Afecto. El afecto es un amor que da, pero porque «necesita ser necesitado». Es cálido bienestar y el menos discriminatorio de los amores. No hace preferencias.
Casi todo puede ser objeto de afecto. Es el más humilde y familiar. Tiene la cara de ir por casa. Vive en el ámbito de lo privado. Es casi 90% de la felicidad sólida y duradera de la vida natural. Produce felicidad únicamente si hay sentido común, pues si tratamos de vivir sólo de afecto nos hará daño. Si se convierte en el amor absoluto, germina el odio; es como si ese amor, al haberse convertido en Dios, se transformara en demonio.
En su obra maestra Los Novios, Manzoni señala que si basta un solo deseo para enredar el corazón de una persona ¡qué será si tiene dos! Así de inseguros son los afectos: pueden facilitar mucho la comunicación pero también pueden bloquearla. Son como el eco de nuestros amores, son un conjunto de tendencias sensibles y actos que las manifiestan y que, por lo tanto, se insertan en la respuesta corporal. Los animales y plantas también participan de este tipo de amor.
2. Amistad. Mientras más cosas nobles y buenas comunicamos a quien nos entiende æaunque no comparta nuestros puntos de vistaæ, más personal será el trato, más íntimo, como una arquitectura del sosiego que convierte hasta lo más sensible en realidad espiritual.
Por esto, tradicionalmente se considera la amistad como el más feliz y más humano de los amores. Coronación de la vida. Escuela de virtudes. No la valoran quienes no la han experimentado. Es el amor menos natural, instintivo, orgánico y biológico, no gregario.
Al darse entre dos personas, la amistad de alguna manera supone la separación de los demás. Es el mundo luminoso y tranquilo, racional, de las relaciones libremente elegidas. Es un amor sustantivo; los amigos van el uno al lado del otro, absortos en algún interés común; es el menos celoso de los amores.
El compañerismo es la matriz de la amistad. Mientras que los enamorados se miran cara a cara, los amigos están uno al lado del otro mirando hacia delante. Quienes no tienen nada, no pueden compartir nada; quienes no van a ninguna parte, no pueden ser compañeros de ruta. No tiene valor de supervivencia, más bien le da valor. Los hombres con verdaderos amigos son menos vulnerables y manejables.
Sin embargo, como los demás amores naturales, es incapaz de salvarse a sí misma. La amistad es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás, nos abre los ojos a ellas.
Para Sócrates la amistad era el centro de su vida, y el placer de contemplar a fondo a los hombres y las cosas estaba cercano a la felicidad. En el mismo tenor habla Aristóteles: «Igual que nos resulta agradable la sensación de vivir, nos resulta grata la compañía de nuestros amigos; y aquello en lo que ponemos el atractivo de la vida es lo que deseamos compartir con ellos». El filósofo también dirá que la amistad, además de algo hermoso, es lo más necesario en la vida.La amistad es una relación entrañable (Horacio;libre, recíproca y exigente; desinteresada y benéfica; aunque preferimos ser queridos, la amistad consiste más en querer. Por eso, los amigos que saben querer son seguros; la amistad nace de la inclinación natural y se alimenta del convivir compartiendo (Aristóteles).
3. Eros. Hay que desterrar la sexualidad sin amor, la búsqueda de un máximo de placer con un mínimo de compromiso personal. Con la efigie del amor es fácil acuñar monedas falsas. El enamoramiento es personal, no podemos mentirle al cuerpo. La conyugalidad no es sólo un acto corporal, sino personal.
El eros siempre supone ayuda y amor mutuos, reafirma la unión amorosa. Hay que rescatar la grandeza de este amor. Hablar de eros no implica tanto la sexualidad æcomún al mundo biológicoæ, sino una variedad humana de ella desarrollada dentro del amor.
El deseo sexual sin eros quiere la cosa en sí; mientras que el deseo sexual con eros quiere a la amada o al amado. No se desea a cualquier varón o cualquier mujer, sino a alguien en particular. De forma misteriosa, pero indiscutible, los enamorados se quieren por sí mismos, no por el placer que pueden proporcionarse. No es un placer de necesidad, sino de apreciación.
En la vida conyugal el eros nunca será suficiente por sí mismo, sólo sobrevivirá en la medida en que sea continuamente purificado y corroborado por principios superiores. Necesita ayuda y ser dirigido. Lo permanente y la gran tentación del matrimonio no está en la sensualidad, sino en la avaricia: querer dominar a la otra persona.El amor es una de las fuerzas más importantes que mueven al mundo. Amar quiere decir aprobar «qué bien que existas», recordará el filósofo Piepper.
4. Caridad. Aunque no todos podemos afirmar æcomo André Frossardæ Dios existe, yo me lo encontré, al menos sí descubrimos que los distintos amores se muestran indignos de ocupar el lugar de Dios, porque ni siquiera pueden permanecer como tales y cumplir lo que prometen sin su ayuda.
Amar significa siempre ser vulnerables. La gracia de Dios es la invitación a que nuestros amores sigan su curso como un río sin fondo, por su propio cauce. Nunca nos falta por parte de Dios la invitación a que nuestros amores naturales transciendan y no se achiquen.
La caridad es el Amor con mayúscula, que sostiene y enriquece a los demás amores; de ella se derivan y en ella se sostienen. Los amoríos están desvinculados de esta correlación, porque oscurecen la más auténtica realización humana: la libertad de donar lo mejor de uno mismo.
LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Dado que la libertad humana está herida, en ocasiones nuestros deseos enferman, como si se sustituyera el deseo de infinito ælo propio del ser personalæ por un indefinido número de deseos finitos. La libertad queda disociada, rota, en una solución de continuidad de elecciones contradictorias entre sí: un yo sin historia que anula al anterior. No hay argumento qué mirar con los ojos: no hay alma ni intimidad. La libertad está mutilada.
Entonces, se precisa de la ayuda desinteresada, la única que nos hace rectificar el rumbo. Todos sabemos que no siempre queremos aprender, y que al hacerlo, casi por instinto, se quiere aprender de quien nos quiere. Por ello, la familia es el mejor hábitat de la educación y más de la educación sentimental.
«Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente». (Juan Pablo II. Carta a las familias. 2.2.94, n.11).
Las relaciones más verdaderas son las amorosas. Desde esta perspectiva, el corazón æsede de la personalidad éticaæ se encauza adecuadamente, porque se aprende con la vida, y los sentimientos que se despiertan son los auténticos, en la medida que son fieles a la realidad que se vive.
En la familia vemos lo que hemos recibido ænuestra vida es como un regalo para los nuestros, según señalamosæ y, en consecuencia, queremos hacer de ella un proyecto, un camino de plenitud en donde el intercambio de esa sensación de ser deudores y acreedores mutuos es un intercambio amoroso. La película Una historia verdadera, compara las ramitas débiles con la rama fuerte que surge del entrecruzamiento de varias frágiles: ésa es la riqueza familiar.
Y ese capital familiar es la semilla del capital social. Putnam, profesor de política de la Universidad de Harvard, en su libro The colapse and revival of American Community, afirma que la ya dominante virtud de la solidaridad debe vivirse como radical interdependencia social y moral; es decir, como solidaridad firme y perseverante determinación de dedicarse personalmente al bien común; al bien de todos y de cada uno, ya que todos somos de verdad responsables de todos.
Así, nuestra sociedad recuperará el alma que tanto necesita y que en el contexto de cualquier actividad conectará la esencia de nuestra intimidad con la auténtica propensión humana a la sociabilidad y la apertura a los significados últimos de la vida, que dan al hombre la felicidad de ser copartícipe de la obra de la creación.
La educación sentimental enriquece la comprensión del mundo y contribuye a la plena verdad de las relaciones humanas. Es la fuerza positiva de la intimidad humana que ilumina la propia existencia y dilata el espíritu gracias a los vínculos acogedores. Entonces, nuestra imaginación es creadora, la mente lúcida, el corazón grande y los afectos más puros.
Desde la familia, con su proyección social, mejoraremos este mundo a través del reconocimiento y fomento de caminos amorosos en las encrucijadas de nuestra vida.
Sirvan estas líneas como conocimiento representativo, referencial y enriquecedor de la realidad para educar en los sentimientos adecuados y no dejar que nos entendamos con todo de un modo desordenado. Quizás pase como con las tareas del campo, las artísticas y las domésticas, que exigen cuidado, faenar y, al parecer, nunca se acaban.
Pero ése es el camino, un modo de actuar no regalado emocionalmente, sino conquistado y afianzado. «La tarea de los educadores modernos ædice C.S. Lewisæ no es destrozar junglas, sino regar desiertos. La defensa adecuada de los falsos sentimientos es inculcar sentimientos rectos».
Crear el clima fluido de la gratuidad. Invertir no sólo lo que tengo, sino lo que soy, también a través del esfuerzo, la rectificación y el ejemplo. A través del respeto a la realidad. Alentar, contemplar, escuchar, aprender, ceder…; la vida personal va tejiéndose en la apertura de amor al otro. Se crean y recrean espacios de humanidad. Así se hace cultura. Así se forjan personas. Así amamos, también sentimentalmente, nuestra existencia y la de los demás.
HACIA LAS SOLUCIONES
Tras atender a estos diagnósticos sociales y personales, sobre todo el cultural, vale recordar la desesperanzada reflexión de Macbeth después del asesinato de su padre: «…la vida es tan sólo una sombra que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y de furia, que nada significa».
No puede ser esa nuestra solución ni actitud, es momento de poner en juego los resortes de la creatividad de la vida, convertir nuestras actividades en punto de encuentro entre naturaleza, cultura y realidad sobrenatural. La familia bien constituida y el esfuerzo personal facilitan definitivamente esa tarea.
La solución cultural a la que se apuntaba æel verdadero sentimiento de la existencia, que aúna la cultura con la verdadera realidad de la personaæ supone el trabajo como mediación material entre el mundo y su ideal.
El trabajo humano se hace instrumento de la creación en el mundo, que sólo estará terminada allí donde la gloria de Dios se manifieste como algo definitivo en el mundo, sin sombras ni limitaciones; por eso es un fin escatológico.
Porque el hombre es espíritu y materia, el mundo es el lugar definitivo y natural donde el Creador se encuentra con su obra. Allí, Dios y los hombres de buena voluntad descansarán de la obra bien hecha, gozándose en el fruto eterno, el Uno de su Creación, y los otros de su trabajo (H. Pacheco).
Y aunque los lugares donde enfrentamos estos desafíos son todos, el basilar es la familia æraíz de la educación y el trabajoæ, desde donde cualquier sitio es idóneo para la construcción de una sociedad más humana, donde se pueda obrar conforme a lo que se es y se aspira a ser, sin miedo a ser testigos de la dignidad de toda persona, de apreciarla sin condiciones.
Hay que recuperar el sentimiento positivo de la vida, la certeza individual de saberse previamente queridos, el sentimiento cierto de pertenecer a alguien, «de ser de». Vivir en un clima familiar y de amistad en donde respirar afecto incondicional.
Lo anterior se consigue al comunicar el gozo de un destino. Partir de esta maravilla: nuestros padres y Dios desearon nuestra vida a cambio de nada (Teresa Suárez del Villar). ¿No está aquí el verdadero sentimiento de la existencia?

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter