El adecuado empleo de la lengua española, entre otras habilidades, expresa hoy la estatura profesional de un graduado. Pero las universidades se enfrentan a un enorme problema: el vacío creado en la enseñanza del español desde hace más de 50 años en las primarias nacionales.
Aunque de manera tardía e incompleta, el problema se ha empezado a subsanar. Incluso, en algunas instituciones los resultados han sido halagüeños. Sin embargo, un maestro universitario que enseña a dividir en sílabas una palabra, se enfrenta a una fuerte resistencia por parte de sus alumnos.
«¿Cómo yo, ingeniero de tercer semestre, filósofo de primero, o contador en ciernes, voy a ponerme a dividir en sílabas?», exclaman. «¿A mi edad? ¿Y para qué me va a servir? ¿Cómo es posible que mi carrera me mande tres horas a la semana a conjugar verbos, a distinguir las ideas principales de un texto o a colocar diéresis sobre la u? ¿Qué se cree esta profesora, que me puso un 7, según ella porque “no están justificados mis argumentos en el ensayo del examen final”?».
De modo que un curso universitario de redacción no se abre con el primer tema, sino con una abierta hostilidad, pues los estudiantes no le encuentran utilidad para su vida profesional.
«Pero en mi carrera sólo necesito matemáticas e inglés, los dos idiomas universales». Y al decirles que en algún momento tendrán que escribir una tesis en correcto español, la respuesta es: «Pues entonces ya me preocuparé» o «Para eso están los correctores. Profe, yo sé lo que le digo: hágale caso a García Márquez».
¿LA ORTOGRAFÍA NO ES RAZONABLE?
En efecto, Gabriel García Márquez propuso durante el primer Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas hace cinco años, la supresión de los acentos, un indistinto uso para la Z y la C y para la G y la J, la desaparición de la V y de la H y el exterminio de la Q.
Santiago de Mora, presidente del Instituto Cervantes, destacaba cómo, curiosamente, el escritor colombiano criticó a la gramática con un discurso gramaticalmente perfecto. «Hizo dijo un discurso lírico muy poco comparable con una propuesta práctica, y lo hizo desde la imaginación y la libertad de un novelista» [1] .
De hecho, García Márquez no hizo sino recoger una propuesta en la que diversos especialistas llevan años investigando: la de simplificar la ortografía española. Uno de ellos, Raúl Ávila [2] declaró abruptamente en el Congreso que «la ortografía académica no es razonable». Y agregó: «Cuando una ley puede ser infringida involuntariamente por alguien que puso todo su empeño en cumplirla, la culpa no es del infractor, sino de la ley». Opinión de la que no participan muchos profesores; en especial dudan de que los alumnos «ponen todo su empeño en cumplirla».
Raúl Ávila ha dedicado su vida a trabajar con escolares mexicanos de todo el país, y sus estudios le han permitido conocer las dificultades de los niños para aprender las normas ortográficas: las haches puestas al azar, las confusiones entre B y V, los problemas con la S, C y Z y las mezclas de la LL y la Y. [3]
En efecto, en México los escollos están fundamentalmente en aquellos grupos de letras que suenan igual, pero se escriben diferente.
El objetivo central es, pues, fonologizar la escritura, es decir, atribuir una sola letra a cada sonido. Ávila ha propuesto, de hecho, un «alfabeto internacional hispánico». Éste quedaría integrado por sólo 25 letras excluyendo a la C, la H, la Q, la W y la X. Aceptar esta oferta representaría un grave empobrecimiento del idioma.
Sin embargo, si consideramos que a partir del año 2000, 90% de los hispanohablantes somos latinoamericanos, la propuesta cobra interés.
Inmediatamente después de la oferta del colombiano, los argumentos en contra brotaron como hongos. El principal sostiene que adaptar la ortografía a las distintas pronunciaciones locales, acabaría dificultando la comunicación escrita entre los hispanohablantes. Además, si un idioma hablado en 20 países se empieza a modificar, se va a adaptar de manera distinta en cada país. Unos dirán que no quieren la H, pero sí la V, otros dirán que quieren mantener la G y la J, pero no la Q, y así sucesivamente.
Este planteamiento tiene la aparente ventaja de que los niños aprenderían con mayor rapidez, pero luego no sabrían leer los millones de libros que ya están editados con las letras actuales.
Octavio Paz, ausente de Zacatecas por su ya delicado estado de salud, explicó en el diario Reforma: «Sería como si quisiéramos imponer la fonética del siglo XIX al habla del siglo XX. El habla evoluciona sola, no se tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de la palabra, ni tampoco su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez propuso para sustituir las conjugaciones actuales, son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo con la supresión de la hache. Si queremos saber adónde vamos, hay que saber de dónde venimos» [4] .
ORFEBRERÍA DE LA LENGUA
Hagamos un poco de historia. La Real Academia de la Lengua Española se fundó en 1713 a iniciativa del Marqués de Villena y, un siglo y medio después, surgió la idea de establecer las academias americanas correspondientes para que colaboraran en la tarea de cuidar la pureza de la lengua castellana.
Así surgió nuestra Academia Mexicana de la Lengua, que celebró su sesión inaugural en septiembre de 1875 en el número 6 de la antigua calle de Medina, hoy República de Cuba. Entonces se integró con 12 miembros, incluyendo a su presidente. Hoy son más: sus 30 académicos se reúnen el segundo y cuarto jueves de cada mes en Donceles 66. La sesión comienza a las cinco de la tarde. El salón es amplio y está ocupado por una enorme mesa rectangular cubierta de paño verde, sobre la que se apilan libros y diccionarios diversos frente a la silla de cada académico.
Don Antonio Alatorre [5] , autor de Los 1001 años de la lengua española, explica que la labor de los académicos es no de carpintería, sino de orfebrería. «Se trata de aplicar el rigor del fuego purificador de la semántica, la etimología, la gramática y la ortografía, para dar unidad al español que hoy hablan 320 millones de personas alrededor del mundo». [6]
En esta labor, las academias más activas son, además de la mexicana, la colombiana, la argentina, la chilena, la peruana y la uruguaya. Todas ellas, y las demás correspondientes, se aglutinan en la Asociación de Academias de la Lengua Española, con sede en Madrid, cuyo objetivo es mantener la colaboración entre todas.
A lo largo de su historia, la Academia ha provocado reacciones tanto de respeto y acatamiento de sus normas, como de burla y descalificación por parte de quienes la consideran represiva y retrógrada. Según Alatorre: «Sus enemigos tienen indudablemente la razón, cuando señalan, por ejemplo, lo absurdo que resulta aplicar el molde español, que en la mayoría de los casos es madrileño, a un ancho cuerpo de hispanohablantes al que le aprieta semejante corsé». [7]
Sin embargo, también afirma que durante siglos, a través de sucesivas ediciones, su Gramática ha sido la norma fundamental del uso de la lengua en todo el orbe hispanohablante. Lo mismo se puede decir del Manual de Ortografía de la Academia que, desde su primera edición de 1741, es la norma que nos rige. Y es de la necesidad de la ortografía de la que nos ocupamos aquí.
La historia de la enseñanza universitaria de la ortografía y la redacción tiene cerca de 25 años, debido a la gravedad del problema: el pésimo, cuando no inexistente, nivel de escritura de los hablantes tradicionalmente llamados cultos; es decir, profesionistas egresados de instituciones de educación superior.
Lo que normalmente ocurre es que el alumno comienza a redactar por su cuenta y, cuando presenta el desarrollo de su investigación, empieza el crujir y rechinar de dientes. Ahí no se entiende nada. El asesor se meza los cabellos, los sinodales mandan al alumno a reescribir todo de nuevo y los correctores de estilo, que en otros tiempos sólo hallaban trabajo en las editoriales, han encontrado hoy en las tesis de los jóvenes estudiantes una nueva fuente de ingresos, que es al mismo tiempo un servicio a la persona y a la cultura.
1.Es común encontrar:
- Párrafos larguísimos y confusos que copian de varios autores sin entrecomillar.
- Citas incompletas a pie de página.
- Criterios dispares o infantiles para aplicar el aparato crítico.
- Plagios hasta de enciclopedias, cuando el estudiante ingenuo sospecha que, con suerte, ni su asesor ni sus sinodales lo van a leer.
2.Por lo que se refiere a la redacción:
- Vocabulario paupérrimo, puntuación arbitraria o sentimental (aquí «siento» que va la coma), inconcordancias de género, número y persona;
- Mal uso de pronombres y complementos.
- Páginas y páginas en donde el sujeto se pierde y el verbo viene a aparecer horas después.
- Numerosas cacofonías, especialmente por sobreabundancia del «que», abuso de conjunciones (el cual, la cual, los cuales, las cuales) gerundios en todas las frases, inclusión injustificada de léxico coloquial, aberraciones semánticas, neologismos o anglicismos que tienen equivalente en español, etcétera.
3.Y como cereza de este gran pastel, la ortografía vacilante. Todavía no sale al mercado el que será el primer corrector de ortografía creado por la Real Academia de la Lengua. Hace menos de un año ésta firmó un convenio con Microsoft para producirlo, al que acudieron Bill Gates y el rey de España, junto con la confederación de Academias Americanas de la Lengua. Durante todos estos años en que ha habido redacción por computadora, no ha existido ningún corrector confiable.
De ahí el mal uso de los acentos diacríticos que la máquina no distingue, su incapacidad para diferenciar palabras homófonas, su rigidez para aceptar mayúsculas discrecionales, etcétera.
¡AH, Y LAS ETIMOLOGÍAS!
Este es otro de los argumentos esgrimidos por los enemigos de andar tocando el alfabeto. «No se hicieron por capricho las reglas ortográficas, tienen una razón de ser. Las palabras tienen un sentido etimológico», decía otro Nobel, el gallego Camilo José Cela. «Cuando yo era catedrático, a los alumnos que tenían una sola falta de ortografía los suspendía. En eso hay que ser inexorables». [8]
Raúl Ávila contraataca, esta vez con una frase de Andrés Bello: «Conservar letras inútiles por amor a las etimologías me parece lo mismo que conservar escombros en un edificio nuevo para que nos hagan recordar el antiguo». [9]
Es lo que ocurre al filólogo español José Antonio Millán [10] con la hache: «higuera, hierro, almohada, alhelí qué quieres que te diga, yo les tengo cariño con hache Es como unos zapatos viejos que no valen para nada, pero que no te animas a tirarlos porque te recuerdan por dónde has caminado con ellos».
El congreso de la lengua de Zacatecas se abrió con la propuesta de un Nobel de Literatura para jubilar la ortografía. Y concluyó con la voz de Fernando Pessoa, que trajo a colación Martín Mayorga cuando afirmó: «Decía Pessoa que la ortografía también es gente. Y García Márquez, como algunas empresas, quiere jubilar a la gente antes de tiempo». [11]
Urge que en las universidades se siga enseñando redacción y ortografía de acuerdo con la grandeza del idioma, porque es éste el único vehículo por el que se conoce el valor de cada persona. Si no se escribe claro y se habla bien, es imposible conocer el pensamiento del hombre.
[1] El País. «Congreso de la lengua castellana: la polémica de la ortografía». Sección La Cultura, p. 28. Madrid, 13 abril de 1997.
[2] Raúl Ávila es lingüista mexicano. Profesor e investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Coordinador de la Comisión de Difusión Internacional del Español por radio, televisión y prensa.
[3] Véase Raúl Ávila. «Hacia un diccionario internacional hispánico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. 1998.
[4] Reforma. «La academia mexicana: limpia, fija y da esplendor». Sección D, p. 1. México D.F., 2 de abril de 1994.
[5] Investigador, crítico literario, traductor y ensayista, Antonio Alatorre nació en Autlán, Jalisco, en 1922. Realizó estudios de Derecho en Guadalajara y de Filología en El Colegio de México. Ha colaborado en revistas como Pan (fundador y editor, con Juan José Arreola y Juan Rulfo, en Guadalajara), Nueva Revista de Filología Hispánica (de la que es director desde 1960), Anuario de Letras, Revista Mexicana, Diálogos y Nexos, entre otras publicaciones. En 1956 le fue otorgada la medalla José María Vigil, por su labor como investigador en El Colegio de México, y en 1990 la misma institución lo designó profesor emérito. En 1991 recibió el premio José Gaos del Instituto de Intérpretes y Traductores, y en 1998 el Premio Nacional de Literatura. Es miembro de El Colegio Nacional desde 1981. El Fondo de Cultura Económica, en coedición con El Colegio de México, publicó Los 1001 años de la lengua española (1979) y El apogeo del castellano (1996).
[6] Reforma. Op. Cit.
[7] Ibid.
[8] «Transgresiones gráficas», en El cajetín de las lenguas. www.ucm.es/info/especulo/cajetin/tr_grafi.html
[9] Véase Raúl Ávila. «Lengua hablada y estrato social: un acercamiento lexicoestadístico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. Tomo 36. México, 1988. pp. 144-146. Y sus artículos: «La lengua española en América cinco siglos después», en Estudios Sociológicos. El Colegio de México. 1992. p. 690, y «La lengua española en el quinto 92 y el primer 98», en Actas del IV Congreso Internacional de «El español de América». Del 7 al 11 de diciembre de 1992. Tomo 1. Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1995. p. 496.
El planteamiento de una norma lingüística hispánica también ha sido hecho por J. M. Lope Blanch en su artículo «El español de América y la norma lingüística hispánica», en su libro Nuevos estudios de lingüística hispánica. UNAM. México, 1993. pp. 127-136.
[10] Filólogo español. Autor del prólogo al Glosario básico inglés-español para usuarios de internet, de Rafael Fernández Calvo. www.comfia.net/documento/estudio/ajenos/glosario.htm#intro
[11] Daniel Martín Mayorga. «El idioma español y la sociedad de la información», en Centro Virtual Cervantes: Congreso de Zacatecas. www.cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/tecnologias/ponencias/dmayorga.htm