AUGUSTO MONTERROSO[1]
Antes de escribir sobre Augusto Monterroso, luego de su reciente fallecimiento, no podía omitir el texto que aparece aquí como epígrafe, a pesar de ser extenso para tal tarea y para aventurar un comentario acerca de uno de los maestros de la brevedad literaria.
Las palabras de Monterroso me acusan porque debo repetir lo que escribí sobre Octavio Paz, también con motivo de su muerte. Cuando se trata de grandes literatos, prefiero dejarlos hablar a ellos y yo simplemente buscar sus palabras sobre los puntos que me parecen más característicos o distintivos. Así lo hice con Paz [2] y así lo intentaré ahora, con la seguridad de que otros diferirán de mi selección, pero también con la confianza de que esos puntos sí destacan en su obra literaria.
SENCILLO, NATURAL, PRECISO… GENIAL
Los adjetivos breve y corto son de lo más característico del literato guatemalteco nacido en Honduras. Porque en Monterroso ¾ Tito le llamaban sus más allegados y algunos atrevidos¾ casi todo fue breve o corto, hasta hacer habitual la sustitución del nombre por el apócope. Comencemos por su estatura:
Sin empinarme ¾ escribió de sí mismo¾ , mido fácilmente un metro sesenta. Desde pequeño fui pequeño. Ni mi padre ni mi madre fueron altos. Cuando a los quince años me di cuenta de que iba para bajito me puse a hacer cuantos ejercicios me recomendaron, los que no me convirtieron ni en más alto ni en más fuerte, pero me abrieron el apetito Cuando cumplí los 21 años, ni un día menos, me di por vencido, dejé los ejercicios y fui a votar [3] .
Vale la pena recoger el epígrafe con el que encabeza esta descripción titulada significativamente «Estatura y poesía»:
Los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista.
Atribuye estas palabras a Eduardo Torres, protagonista de su única novela (también breve), Lo demás es silencio (La vida y la obra de Eduardo Torres).
Perogrullo nos recuerda que Monterroso es el autor del cuento más corto («El dinosaurio»). Su producción bibliográfica fue pequeña en cuanto a extensión (no a calidad): menos de mil páginas. Sus ensayos fueron breves, al igual que sus aforismos y fábulas. De ahí su segundo cuento más breve, «Fecundidad»: «Hoy me siento bien, un Balzac [4] ; estoy terminando esta línea». Detrás se encuentra una teoría literaria plasmada en Movimiento perpetuo bajo el título de «La brevedad», compuesta de cuatro párrafos; he aquí el tercero y cuarto:
Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.
A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio. [5]
En estas pocas líneas citadas hasta ahora campean la brevedad, la precisión, la claridad, la naturalidad, el humor y la ironía. Brevedad, porque Monterroso usa sólo las palabras necesarias, ni una más ni una menos. Precisión, porque esas palabras son las que deben estar ahí, y no otras: ¿qué podríamos añadir a «El dinosaurio» o a «Fecundidad», o qué sobra en ellos? Por ejemplo, cuando con las palabras «un Balzac» nos dice que se trata de un literato de lo más grande, pero para ello sólo utiliza esas dos palabras y nada más y nada menos. Con ellas consigue toda la claridad del universo. Sin embargo, cuando las leemos detenidamente y las analizamos, sabemos que Monterroso luchó por encontrarlas, y gracias a esa lucha surge también la naturalidad: hace aparecer la literatura como algo sencillo, fácil, al alcance de la mano, de la mano de cualquiera, hasta que nosotros o ese cualquiera lo intenta y se da de bruces con la realidad: no cualquiera consigue ser sencillo, natural, preciso, breve y genial.
Y, por si fuera poco, cada cuento, fábula y, en general, cada escrito suyo nos hace sonreír. Bailan en sus palabras el humor y la ironía. Porque comienza riéndose de sí mismo, no sólo en «Estatura y poesía». Veamos, por ejemplo, «Homo scriptor»:
El conocimiento directo de los escritores es nocivo. «Un poeta ¾ dijo Keats¾ es la cosa menos poética del mundo». En cuanto uno conoce personalmente a un escritor al que admiró de lejos, deja de leer sus obras. Esto es automático. Por lo que se refiere a las obras mismas, una idea sensata, y que ahora comienza a ponerse en práctica, es publicar al mismo tiempo en diversos países de América las mejores, o por lo menos las más resonantes, que también pueden ser buenas. Las muy malas deben ser editadas por el Estado a todo lujo, empastadas en piel y con ilustraciones, para hacerlas prohibitivas a los pobres y, a la vez, tener contentos a la mayoría de los poetas y novelistas. [6]
¿Se puede ser más irónico con los escritores, es decir, en este caso, con uno mismo? La ironía aquí es contundente, como aparece con la frase: «Esto es automático». Tres palabras que barren cualquier duda o sospecha, cualquier réplica que intente suavizar la afirmación «El conocimiento directo de los escritores es nocivo». Si nos pusiéramos lógicos, diríamos que se trata de una proposición universal afirmativa, confirmada con la conclusión: «Esto es automático». ¿Se podía aplicar esto a Monterroso?
Adolfo Castañón nos da el siguiente testimonio: «Cuando conocí a Augusto Monterroso me cautivó un rasgo de su carácter que en aquella época advertí sin lograr explicármelo. Hoy lo expresaría como la capacidad para conceder a todas las personas la misma importancia y la de ser idéntico a sí mismo con cada una de ellas» [7] . Si uno alguna vez se encontró con Monterroso en la presentación de un libro de él o de su esposa, o en algún otro sitio ¾ incluso su casa de Chimalistac¾ puede corroborar las palabras de Castañón. Y, por tanto, su presencia, su calidez, su amabilidad y su fino humor no hacían más que «desmentir» el tan contundente «Homo scriptor», porque ¾ de nuevo con la lógica¾ hallar un caso que niega la proposición universal y afirmativa hace de ésta una proposición falsa.
Pero lo que importa no es la contundencia lógica de las afirmaciones literarias, sino su belleza, su expresividad y su humor e ironía, al menos con Monterroso. ¿Cómo no sonreír con su propuesta para la edición de las obras de los malos poetas y literatos?
NO VALE LA PENA PERDERLO
Su humor es cálido, mientras su ironía no ofende, divierte. Pero cuidémonos de convertirlo en autor «humorista». Nuevamente, detrás hay una teoría plasmada en pocas líneas. Veamos «Humorismo»:
El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias. Excepto mucha literatura humorística, todo lo que hace el hombre es risible o humorístico. En las guerras deja de serlo porque durante éstas el hombre deja de serlo. Dijo Eduardo Torres: «El hombre no se conforma con ser el animal más estúpido de la Creación; encima se permite el lujo de ser el único ridículo». [8]
¿Acaso no es realismo llevado a sus últimas consecuencias fotografiarse con personas cuya sola presencia muestra la propia pequeñez física? Es el realismo que nos permite vivir en un mundo difícil, duro, a veces agresivo, tantas otras grosero.
A quien no haya leído ni piense leer a Augusto Monterroso ¾ sin obligación, naturalmente y siendo fieles a su espíritu, de aceptar todos sus planteamientos¾ le garantizo que se pierde de muchas sonrisas, de uno de los lados amables y lúdicos de la vida.
[1] «Sobre un nuevo género literario», La palabra mágica, en Tríptico. F. C. E. 1ª reimpresión. México, 1996. pp. 161-162. Incluye las obras: Movimiento perpetuo (1ª ed. Joaquín Mortiz. México, 1972;La palabra mágica (1ª ed. Era. México, 1983;y La letra e (1ª ed. Era. México, 1987).
[2] Cfr. «Octavio Paz, del erotismo al amor», en ISTMO n. 236 p. 30. 1998.
[3] Tríptico. p. 115. Esta descripción vuelve a aparecer en su Pájaros de Hispanoamérica. Alfaguara. México, 2002. p. 211.
[4] Ibid. p. 65.
[5] «La brevedad» en Cuentos, fábulas y lo de más es silencio. Alfaguara. 1996. p. 144.
[6] «Homo scriptor», Movimiento perpetuo, en Tríptico. p. 71.
[7] Adolfo CASTAÑÓN. «Augusto Monterroso: la otra batalla por la secularización», escrito que abre La palabra mágica, desde su primera edición. En Tríptico esta cita aparece en la página 137.
[8] Tríptico. p. 105.