Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

¿Y para qué tanto sufrir?

Después de más de tres décadas de practicar la medicina, en los últimos tiempos he podido constatar una realidad: o se han agudizado el dolor y el sufrimiento o más probablemente la gente tiene menos recursos para manejarlos.
Sabemos que el sufrimiento nos acompaña, literalmente, desde antes de nacer. Poco después de la concepción empezamos a padecer todo lo que le ocurre a nuestra madre: un dolor o un susto segregan distintas sustancias que nos transmite por medio de la sangre e inician nuestro historial de sufrimiento, aunque seguramente no consciente porque fue a través de nuestra madre. Sin embargo, al nacer recibimos la primera cuota propia.
Y la cuenta aumenta a lo largo de nuestra vida. Cada quien puede buscar en la memoria los recuerdos de dolor más antiguos. Yo llevo grabado un sobrecogimiento a mis 2 años porque se me subió una lagartija, el susto fue tal que lo recuerdo claramente. Después, por supuesto he soportado muchos otros padecimientos, sin embargo, en la última etapa he sufrido menos porque adquirí una visión diferente.

TRES ACTITUDES DISTINTAS

Si viene la enfermedad, que vendrá, o la muerte, que vendrá, tengo que estar preparado. Ante la realidad del sufrimiento hay distintas actitudes que cabe resumir en tres grandes propuestas: la materialista, la psicologista y la cristiana. A lo largo de la historia, por supuesto, han existido muchas más pero, si las analizamos, básicamente se reducen a estas.
1. Propuesta materialista
Quien no cree en el espíritu, sólo en el cuerpo, trata de evitar a toda costa dolor y sufrimiento; sin embargo, son realidades que sólo pueden controlarse en parte, pero nunca eliminar del todo.
Esta propuesta falla porque no resuelve el problema, sólo lo aminora. Hay enfermedades tan dolorosas físicamente que, por más analgésicos que se administren al paciente, el dolor apenas cede, a menos que pierda la conciencia y quede como vegetal: al fallar la conexión con el cerebro no sabe que sufre, puede gritar y llorar cuando lo pinchamos, pero no es consciente de ello.
Una característica del ser humano es precisamente el conocimiento, la consciencia de que siento, de que gozo, tengo placer, dolor, pena o sufrimiento. En el animal no hay consciencia, padece esas sensaciones, pero no lo sabe, sólo es una reacción.
Inserta en la corriente materialista está la postura hedonista. Lo importante es el placer: «trata de evitar al máximo el dolor, no hagas cosas que, aunque te produzcan placer, te puedan traer dolores». Existe incluso una aritmética del placer, es decir, qué placeres buscar y cuáles no porque traen muchos problemas.
La actitud estoica también se incluye en el materialismo y consiste en ser lo más parco posible: «En gran parte lo que te hace sufrir son los bienes, porque duele no tenerlos; para que no sufras mejor no aspires a ninguno, procúrate las menos necesidades posibles, baja tus expectativas».
Algunos elementos del estoicismo y el hedonismo forman parte de la visión cristiana del manejo del dolor: hay que gozar la vida y disfrutar las cosas porque, de acuerdo al Génesis, Dios nos las ha dado y son buenas. Pero también hay que ser sobrios en el uso de los bienes. Es decir, por un lado considera el placer como algo básico y, por otro, insiste en ser parcos, tener pocas necesidades y no apegarse a los bienes.
2. Propuesta psicologista
Viktor Frankl habla de tres tipos de valores, los de vivencia, por ejemplo el amor gozar la relación afectiva, los creativos mi aportación al mundo, y los de actitud, que incluyen el manejo del sufrimiento. Narra una anécdota: como médico, atiende a un señor mayor muy triste y deprimido por la reciente muerte de su esposa. Sufre porque su compañera lo quería mucho y ya no está con él. ¿La quería mucho? pregunta Frankl Sí. Pues piense en la ventaja de que usted se haya quedado en el mundo. Si, como dice, ella lo amaba tanto, quizá estaría mucho más triste al faltarle su esposo. Puede dar este sentido a su dolor: prefiero no haber muerto antes para ahorrarle a ella ese sufrimiento.
Cuántas veces pensamos en esas situaciones con una actitud egoísta: me quiero morir antes que tú porque no quiero problemas, tú te quedas con el enredo.
Frente al sufrimiento y el dolor, diría Viktor Frankl, hemos de tomar una actitud que dé ejemplo a otros. Menciona el caso de un enfermo terminal que requiere la inyección de un analgésico cada dos o tres horas y una noche pide a su enfermera que no se la aplique hasta la mañana siguiente, porque piensa que él puede soportar el dolor unas horas y ayudar a que su cuidadora duerma un poco porque le hace mucha falta. Es otra forma de manejar el dolor con sentido positivo.
3. Propuesta cristiana
La propuesta cristiana resulta interesante, incluso desde el punto de vista psicológico, porque abarca las dimensiones anteriores. La desarrollo a continuación.

UN MISTERIO INEVITABLE

Empecemos por desentrañar qué es el sufrimiento. Una sensación, un sentimiento de dolor o pena. Distinguimos básicamente el físico y el moral y sabemos que con frecuencia resulta más fácil manejar el primero. Existen técnicas para enfrentar el dolor físico, por ejemplo, no resistirse ante él, sino aceptarlo e integrarlo. Es muy difícil, pero se logra. Si en lugar de decir «no quiero», uno dice «está bien, bienvenido el dolor», disminuye un poco.
Mucha gente se pregunta el porqué del sufrimiento. Se sufre básicamente ante la falta de un bien o de salud. Somos seres constituidos por nervios que trasmiten el dolor al cerebro, pero nadie sabe el porqué, hasta ahora no hay respuesta ni razones claras, quizá la medicina lo descubra algún día.
Juan Pablo II dice en una carta sobre el sufrimiento (Salvifici doloris), que el dolor casi forma parte de la naturaleza humana. Tema serio y complejo este de la naturaleza. Durante muchos siglos nadie la negó ni puso en duda su existencia, era común afirmar: «esto va contra la naturaleza», y normalmente se buscaba obrar de acuerdo a ella. Sin embargo, hace varios siglos se oscureció el concepto y hace unas cuantas décadas definitivamente se rechazó, esto ha provocado innumerables consecuencias, muchas aberrantes. Actualmente científicos de diversas especialidades vuelven a plantearse su existencia.
Por otro lado, la Biblia arroja luz sobre el origen del sufrimiento y agrega que se trata de una «naturaleza caída». Antes del pecado original no había sufrimiento, es consecuencia de desobedecer un mandato que también es un misterio.

MISTERIO Y SUFRIMIENTO

El misterio no se resuelve con lógica humana, no podemos analizarlo ni encontrarle causas o razones, si así fuera, dejaría de serlo. Sólo nos queda aceptarlo y acoplarnos en lo posible.
La realidad es que sufrimos y el misterio sigue, aunque a veces nos rebelemos. Los cristianos podemos pensar que sufrir es consecuencia de un pecado que nosotros no cometimos y surge otra vez el rechazo: «yo no hice nada, fueron Adán y Eva, ¿por qué he de pagar las consecuencias?». Porque al estar unidos a la raza humana nos alcanza. Querámoslo o no, estamos ligados a nuestros parientes, los genes transmiten características fisiológicas y psicológicas de generación en generación.
El origen del sufrimiento es un misterio relacionado con una desobediencia. A lo largo del Antiguo Testamento los hombres lo consideraron como un castigo. Sufro porque Dios me castiga, sea por culpa mía, de mis padres o de mis abuelos. Desde la perspectiva cultural y religiosa, el concepto de castigo está íntimamente asociado al comportamiento indebido. Incluso a veces decimos: «no hagas eso porque Dios te va a castigar».
De acuerdo a esta visión, la raíz del sufrimiento es el pecado original, la desobediencia del hombre al querer erigirse en juez. Dios es el juez y el legislador, señala el bien y el mal y cómo hemos de comportarnos. Cuando los hombres cuestionamos todo actuamos igual que Adán y Eva. Ya no se trata de un árbol, pero sí de la relación entre el bien y el mal, «no, eso no puede estar mal» o «no puede estar bien». Sabemos que hay reglas, mandamientos, pero no queremos aceptarlos sino hacer lo que nos da la gana; lo mismo que hicieron Adán y Eva y se llama soberbia.
Cuánto trabajo cuesta a veces decir «perdóname, me equivoque», y no decirlo nos hace sufrir, porque sabemos que hubiera sido más fácil y gozoso, pero para ello se necesita el antídoto de la humildad, reconocer nuestra falla. Es el caso de Dimas y Gestas, el primero reconoce humildemente que es un malhechor, lo acepta y pide perdón; en cambio, Gestas se enoja y pide un milagro.
En la Biblia se aprende mucho sobre el ser humano, no sólo para la relación con Dios, también psicología. Aunque claro, la soberbia nos puede impedir ese aprendizaje.
Un personaje que provoca total desconcierto es Job: un hombre muy bueno que, tras haber sido bendecido con toda clase de bienes, padece infinitas calamidades sin culpa alguna. Reaccionó con dolor, con pena, pero sobre todo con confianza, fe y amor a Dios. Se quejaba, pero tenía esas tres cosas y esperanza. Conocemos la historia, al final Dios le devuelve todo.
El caso de Job plantea el sufrimiento del inocente y nos hace reflexionar. El castigo no viene solamente por obrar mal, hay ocasiones en que se sufre porque Dios lo manda o lo permite; implica otra vez aceptar un misterio y una historia: gente inocente sufre y tenemos que regresar a la caída: consecuencia del pecado original.

MÁS ALLÁ DEL DOLOR PROPIO

El sufrimiento también es una forma de trascendencia, está ligado a ella. Es el caso que plantea Viktor Frankl, trascender hacia otra persona.
Según esta postura, podemos decir, como seguramente lo hemos hecho, «prefiero sufrir esto a que lo sufran mis hijos», «pasar este mal rato a que lo pasen ellos», «aguanto esta nuera con tal de que mi hijo sea feliz».
También lo señala el Papa en la carta mencionada: es posible trascender humanamente. Ante la dura afirmación de que nuestro destino en la vida terrena es sufrir, dice que, en esencia, estamos «destinados» a sufrir para dos cosas: la superación y la madurez personal.
Así, el tema adquiere otro cariz. Cuando me percato de que puedo sobrellevar el sufrimiento de tal manera que me ayude a superarme o a madurar, toma otra dimensión. Lo vemos a nuestro alrededor, incluso entre nuestros hijos, quienes han sufrido más, si lo han sabido aprovechar, probablemente sean más maduros que quienes no han enfrentado contradicciones ni problemas.
El dolor nos lleva dice el Papa a ser más sensibles ante el sufrimiento humano. Lo hemos vivido en carne propia. Sentir que otro sufre exactamente lo mismo que yo desencadena subsidiariedad, comprensión, empatía y también amor al prójimo. Este es, sin duda, un aspecto positivo del dolor, independientemente de si debería ser o no. Parte del sentido o función del sufrimiento es hacernos sensibles, conectarnos con el prójimo. Si sé que alguien sufre el dolor nefrítico, lo compadezco porque sé lo tremendo que es; si yo nunca lo hubiera padecido, mi actitud sería menos comprensiva.
También puede ocurrir que me haga duro, me desensibilice. Cada quien debe preguntarse si el dolor lo vuelve insensible o lo ayuda a entender mejor a la gente y a hacer lo que le gustaría que hicieran con él.

ANTE LA PÉRDIDA, DESPRENDIMIENTO

Todo sufrimiento es básicamente una pérdida. Algunas pérdidas que señala la Biblia son las mismas que enfrentamos hoy. ¿Qué podemos perder?, bienes. Sufrimos cuando vemos que peligra lo que tenemos: estatus, poder, reconocimiento, afecto Y si no aceptamos la pérdida ni le damos un sentido, sufrimos más.
Hay quien sufre tanto que se suicida, no soporta esa pérdida, mientras que otras personas aprenden a manejar el sufrimiento y dicen como Job: «Dios me lo dio y ahora permite que ya no lo tenga».
Cuando pierdo algo sufro por el apego que le tenía, por eso el antídoto es el desprendimiento. Pero no se improvisa, es una actitud de vida: «Ahora tengo esto y lo voy a disfrutar, pero si mañana carezco de ello no dejaré que me afecte porque sólo soy administrador».
La realidad es que sólo somos administradores, unas veces buenos y otras malos. Administramos nuestro cuerpo, sentimientos, capacidad espiritual… y le sacamos provecho o no. Lo hacemos mal cuando nos creemos dueños. Por ejemplo, cuando un hijo no sigue el camino que queríamos o un amigo no se comporta como esperamos. El apego a las cosas, a los afectos, al prestigio, a lo que sea, nos causa pequeños o grandes sufrimientos.
La Biblia habla de una serie de sufrimientos: el peligro de morir, la muerte de los propios hijos, la falta de prole, la nostalgia de la patria, la persecución y la hostilidad del ambiente, la soledad, el abandono Si los analizamos, vemos que todos se resumen a pérdidas, reales o posibles. Para manejar mejor el sufrimiento es necesario aprender a administrar y desprenderse de los bienes, incluidos el cónyuge o los hijos.

COMO UN MANUAL PARA MANEJAR EL DOLOR

El sufrimiento se relaciona también con el mal. El bien es lo que apetecemos, y el mal, la ausencia de un bien debido. No de un bien cualquiera, sino de uno debido. Por ejemplo, como médico no tengo «el bien» del arquitecto, no sé proyectar o construir, porque son conocimientos que no me corresponden, no es un bien debido. Lo debido es lo que corresponde a la persona por su condición, por su profesión, por los talentos que Dios le ha dado… Carecer de algo que debería tener es un mal.
Enfrentamos otro problema que también menciona Juan Pablo II: en el mundo se crean estructuras de mal y de bien. Una estructura de bien sería una familia funcional, donde hay buena comunicación y padres e hijos se quieren, se corresponden, etcétera. Pero también podemos construir estructuras de mal, sociales y familiares. He ahí un reto muy importante.
El sufrimiento y el mal están muy relacionados. Cuando nos preguntamos por qué existe el mal en el mundo, olvidamos cuántas cosas equivocadas ha hecho el hombre, muchas supuestamente para progresar. Desde la época de la Ilustración se afirmaba que el progreso sería indefinido y siempre hacia mejor. Puede ser cierto desde el punto de vista tecnológico, pero no desde el humano, el personal.
Dios no hizo el mundo con todos los «defectos» actuales, la acción humana es responsable de muchos de ellos. La contaminación, los accidentes, enfermedades como el sida no son un azote de Dios, sino producto de la libertad y la soberbia del hombre.
Hace años me propuse analizar los diez mandamientos para ver si encontraba algún inconveniente desde el punto de vista psicológico; no encontré ninguno y sí en cambio, mucha coherencia. Revisarlos a fondo nos ayudaría a entender que son como un manual para manejar el sufrimiento.
Comentaré sólo el primero: «Amarás a Dios sobre todas las cosas». Aunque Dios no existiera, esta orden quiere decir: no absolutices lo relativo, ni relativices lo absoluto. ¿Qué pasa si pongo por encima de Dios un coche, mi tiempo, mis metas? Ocurre que considero algo relativo como lo más importante en mi vida. Cuando convierto cualquier bien hijos, esposa, amigos en el centro de mi vida, al grado de pensar que sin ellos carece de sentido, no sólo absolutizo algo relativo, sino relativizo lo absoluto. Esto no es real y por eso me hace sufrir.
Dicho de otra manera, sufrimos, entre otras cosas, por nuestras fantasías sobre los bienes relativizar lo absoluto y absolutizar lo relativo. Creernos dueños de personas, vidas y haciendas es pura fantasía, la realidad es que somos administradores.

DESPRENDIMIENTO, ACTITUD Y ACEPTACIÓN DE LO SOBRENATURAL

Se conocen diversas reacciones ante el sufrimiento, la primera es la negación, «no puede ser, no a mí»; sigue la rebelión, «¿por qué a mí me pasa esto?, ¿qué he hecho?»; después puede venir la depresión por no poder resolverlo y la cuarta etapa es la aceptación, aunque algunos no la alcanzan y permanecen en la depresión o en la rebelión toda su vida.
¿Qué nos conviene más? Tomar una actitud ante el sufrimiento y el dolor que esencialmente se resume en tres puntos:
1. Darnos cuenta, realista y objetivamente, que somos administradores y hemos de aprender a ser desprendidos de los bienes, empezando por los más elementales: que no te fastidie el día el hecho de que no hubo agua caliente o que la sopa estaba fría, tómatela así o caliéntala si es posible, pero no pasa nada, no armes escándalo ni avientes el plato.
Hay que empezar con cosas muy concretas, cuidando los pequeños detalles. Si quiero ser desprendido, dueño de mí mismo, tendré que empezar a vivir el desapego que no indiferencia, considerar las cosas como administrador, empezando por lo más material, que a veces es lo que más pesa. Así, no sólo aprenderé a trascender el sufrimiento, me haré más fuerte.
A los jóvenes de hoy la vida les cuesta mucho. Es lógico, les han resuelto casi todas las necesidades y cuando se enfrentan a algo solos les parece demasiado duro. En cambio, si se les enfrenta paulatinamente y se les enseña a valorar el esfuerzo y el sacrificio, les resulta menos difícil porque ya se habrán entrenado y desarrollado técnicas; es como practicar un deporte, se requieren ambas cosas.
Es necesario dominar alguna técnica para manejar el dolor y el sufrimiento. «Sufro a causa de un dolor de mi hija o mi hijo»… Pues eso es parte de su madurez personal, de su trascendencia. Nadie quiere que sufra, pero no va a poder evadirse en este mundo del sufrimiento, mejor busquemos enseñarle con el ejemplo cómo se puede sufrir.
2. Además de lo que dicta el sentido común, puede haber una actitud sobrenatural o espiritual que excede la naturaleza humana. Dije al principio que hay misterio en nuestra vida, es misterio vivir, estar aquí, ahora. El nacimiento de Cristo, su vida, su pasión, su cruz, todo eso es misterio y Él no vino a resolverlo, no dijo los porqués, ¿por qué Dios hizo así las cosas y no de otra manera?
Cristo no dijo en qué consistía el misterio, pero sí mostró dos actitudes sobre las que podemos reflexionar. ¿Qué hizo ante el misterio de la cruz, del dolor y la pasión? Simplemente lo enfrentó. Una muestra clara de su actitud humana es que en el Huerto de los Olivos pide a su Padre que, si es posible, le ahorre ese dolor; la segunda reacción, la sobrenatural, fue decir: «pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú». Es la obediencia a la voluntad divina y la actitud ante el misterio. Otra muestra es cuando al final exclama, «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Muchas veces caemos en una desesperación similar, pero la siguiente reacción fue también sobrenatural: «en tus manos encomiendo mi espíritu».
Allí tenemos la fórmula sobrenatural para manejar el dolor: aceptar el misterio (de nuestra vida, del sufrimiento) y la voluntad de Dios. «Me cuesta mucho y no lo quisiera, pero lo acepto». Si lo tenemos presente, seguramente las cosas cambiarán, si no, con frecuencia veremos todo como un absurdo.
Otro aspecto importante del sufrimiento es que conecta con el amor. Dice el Evangelio: «amó tanto Dios al mundo, que le entregó a su Hijo», quiere decir que el amor puede llegar a hacer que Dios entregue hasta lo más querido. La lección es clara: tengo que agrandar el amor.
Nuestro trabajo es amar. Decía san Juan de la Cruz que quien ama, ni cansa ni se cansa. Si observamos a las personas que aman, no cansan porque son prudentes, cuidan los detalles, están pendientes de otros.
El Papa señala que vivimos en el mundo del amor, que ciertamente existe, pero también existe el del sufrimiento, y participamos de ambos, irremediablemente entremezclados. Hay quienes deciden hacer crecer el del amor y quienes actúan al revés.
Por desgracia, con demasiada frecuencia agrandamos el mundo del sufrimiento. A ello se refiere san Josemaría Escrivá cuando habla de que nos creamos pequeñas cruces inútiles, en lugar de participar de la verdadera cruz que nos toca a todos y no permite evadirnos. La acrecentamos con tonterías y en la convivencia hacemos la vida difícil a los demás con nuestro «profesionalismo», rigidez, intolerancia o agresividad.
También hay personas que, aunque hayan sufrido una pérdida dolorosa y no sean felices, son capaces de sonreír y ser amables con todos porque tienen una gran fe y hacen más grande este mundo.
3. El tercer y último aspecto es ver que todo nuestro sufrir, mucho o poco, si nos identificamos con Cristo, tiene un valor co-redentor. Después de muchos años de oírlo, capté en verdad lo que significa cuando terminé de leer la carta de Juan Pablo II. Entendí por fin que todo mi sufrimiento, si me identifico con Cristo a través de los sacramentos y la oración, es co-redentor y completa los sufrimientos de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.
De esta manera adquiere otra dimensión. Ya no es simplemente un sufrimiento, es co-redimir al género humano, contribuir a que sea mejor, y a todos se nos presentan grandes posibilidades de hacerlo con el sufrimiento que padecemos.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter