Intelectuales en la Arena México
LA PROFANACIÓN DEL RING
La revista Luna Córnea presentó hace poco un número especial dedicado a la lucha libre. En lugar de convocarnos en un auditorio, como se estila en estos casos, se nos reunió en la mismísima Arena México, la catedral de la lucha libre. Ahí fui a dar con toda mi ciencia, a unos metros del cuadrilátero, y es que los intelectuales distinguidos como yo exploramos el arte y la belleza en todas sus formas y manifestaciones, incluso poniendo en riesgo la seguridad de nuestro coche, que dejamos estacionados frente a un bar de mal aspecto.
Conmigo estaba una colección representativa del Who is Who? de la Inteligentzia mexicana. Estábamos fuera de ambiente. El público conspicuo y letrado no sabía cómo comportarse en ese recinto, menos aún cuando apareció el Huracán Ramírez entre las butacas. Los asistentes nos acercamos a pedirle un autógrafo, unos por auténtica e inconfesada afición, otros por aquello de la estética kitsch.
Además de los presentadores de rigor, «hacedores de cultura», estuvieron en la mesa de conferencias el Shocker y Sangre Azteca. Hechas las reflexiones intelectuales, a saber, una interpretación metafísica de la lucha libre, la catarsis mexicana y alguna otra cosa por el estilo, los teóricos cedieron la palabra a los prácticos.
El Shocker hizo honor a su afiliación con los «técnicos» y nos explicó la importancia de este número: «Bienvenidos a nuestra casa, su casa. Me da mucho gusto que haya escritores que me hablen de cosas que no tuve oportunidad de ver». Consideración por demás acertada y que nunca se me había ocurrido.
Sangre Azteca, un enmascarado de los rudos, fue breve y directo: «gracias a todos los que hicieron posible la revista. Léanla, cómprenla La lucha libre es el deporte del pueblo y nunca va a pasar de moda».
Acto seguido, se retiró la mesa y las sillas que profanaban el ring para devolverle al espacio su sentido auténtico. La afición comenzaba a tomar sus asientos mientras miraba extrañada a la pandilla de «intelectuales» que usurpábamos las mejores butacas.
¿QUÉ HAY DETRÁS DE LA MÁSCARA?
Comenzaron entonces las llaves y las patadas voladoras. El programa prometía mucho: triple lucha de estrellas, Shocker, Pierrot, el Vampiro Canadiense, Canek, Tarzán Boy, Mr. Tiniebla, Dr. Wagner, el Rey Bucanero, Rayo de Jalisco Resultó divertido observar a un grupo de «gente seria» gritando y vociferando, por supuesto, contra los rudos.
Por unos momentos, olvidé a Platón, Kant y Hegel. Tomé una cerveza y grité contra el Vampiro. Pero en honor a la verdad debo confesar que aquel ballet sincronizado, carnaval de colores y disfraces, terminó por cansar a escritores y artistas quienes terminaron por abandonar la Arena México antes de tiempo.
Yo, que me ufano de conocer las filmografías del Santo y de Blue Demon, opté por pensar en este artículo de ISTMO. La lucha libre mexicana, especialmente la antigua, representa simplemente el enfrentamiento del bien contra el mal. El Enmascarado de Plata (1917-1984) comenzó oficialmente su batalla cinematográfica contra los malvados en 1958 (Santo vs el Cerebro del mal y Santo vs. los hombres infernales), aunque con anterioridad ya se publicaba su historieta, color sepia, imitando los cánones policromos del comic norteamericano.
Sí, Santo se parece a sus contemporáneos gringos, en especial, al superhéroe Phantom. Ambos enfrentan a las fuerzas malignas, ambos se ocultan tras una máscara, ambos parecen inmortales, pero hay una gran diferencia: El Santo es una persona mentalmente sana.
Nuestro luchador no sufre de angustias, mientras que Phantom, Batman, Spiderman, Superman y el resto del catálogo llevan una doble vida [1] . El luchador mexicano no tiene empacho en cenar acompañado de una chica en un cabaret elegante del D.F., con máscara y capa de brillantina cubriendo su torso desnudo.
Su relación con las mujeres es limpia y sencilla, sin los complejos del millonario Bruno Díaz o del joven Parker. Para el Santo, como para los mexicanos de antaño, existía una continuidad entre lo público y lo privado y, por tanto, nuestro rol profesional (héroe) embonaba con nuestra vida personal. Detrás de la máscara de Spiderman está Peter Parker; tras la máscara del Santo no hay nadie. El Santo no es un disfraz, es una identidad verdadera.
Los héroes anglosajones, próceres del liberalismo, custodian con celo su intimidad y, tarde o temprano, esa dicotomía les acarrea un conflicto profundo. Nuestros enmascarados los de las películas hacen su vida privada mientras desempeñan su oficio público. Se trata de la proverbial «apertura» mexicana.
El Santo puede luchar contra monstruos espaciales, mujeres vampiros, científicos locos, momias guanajuatenses, zombis de ultratumba y gángsters internacionales porque sabe tener amistades en el trabajo. Los otros luchadores, la policía, las guapas víctimas, en otras palabras, sus compañeros de filme, son sus amigos, no simples colegas. He aquí una de las claves para lograr que nuestro rol profesional no nos desquicie: querer a la gente con quien trabajamos.
Cuando nuestra relación con los compañeros es demasiado «profesional», cuando nos da miedo involucrarnos afectivamente con ellos (que no es lo mismo que un affaire sexual), nos comportamos como superhéroe gringo y, tarde o temprano, terminaremos tomando prozac para amainar la esquizofrenia.
El Santo me cae bien porque sabe tomarse el jaibol con todo y máscara, porque sus amigos lo van a ver a las luchas, porque sale a la calle con toda naturalidad. En otras palabras, porque logra la unidad que no confusión entre el mundo vital y profesional.
¿QUIÉN GANÓ?
Llegó el episodio final del espectáculo: Super Porky contra el temible Okemura. Mis acompañantes, un joven novelista y un famoso fotógrafo, se aburrían. Quise retratarme con Blue Panther, pero no hubo manera. De nada sirvió mi doctorado en filosofía para traspasar la puerta metálica de los misteriosos vestidores; ahí sólo entra Dr. Wagner.
Así, mis amigos y yo emprendimos la retirada con la intención de cenar una birria en La Polar. Pero la conciencia de clase nos encaminó a un pub dizque irlandés. Había finalizado la jornada profesional y queríamos pasar un rato como «cuates».
* En colaboración con Jesús Zagal.
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[1] Ya me he referido a esto en otro artículo. Cfr. Héctor Zagal. «Spiderman el siniestro o el síndrome del héroe» en ISTMO n. 262. Septiembre-octubre de 2002. p. 50-51.