Innumerables personas viven una relación absorbente y poco sana que impide que su afectividad crezca y madure. Cuando la donación o entrega hacia un ser querido rebasa ciertos límites, se vuelve patológica. El libro Quiero ser libre1 analiza esta enfermedad que es casi una epidemia, entresacamos algunas ideas que la resumen.
La literatura llamada «de desarrollo humano» ha significado un boom en las últimas décadas, prueba palpable de cuán ávido de orientación está el público en general para actuar en muchos aspectos vitales.
No obstante, hay un serio inconveniente, cuando una persona encuentra descritos en un libro uno o varios problemas propios, es fácil que decida su diagnóstico, tome como verdad absoluta las soluciones que propone el autor y decida actuar en consecuencia. Esto da lugar a innumerables problemas, incluso mayores que los que se pretendía resolver.
Cuando las personas descubren que son víctimas de las enfermedades o fallos de otros, quieren salir de esa situación, liberarse, y con frecuencia se lanzan al vacío, a la rebeldía, sin darse cuenta de que también ellas han desarrollado una enfermedad y que el simple hecho de romper con la persona dependiente no las cura. Sin embargo, un buen libro, como en este caso, puede ayudarnos a abrir los ojos y, en consecuencia, buscar ayuda profesional.
Si la relación con la persona enferma termina, el codependiente busca otra persona con los mismos o distintos problemas para seguir actuando como codependiente. Algo en ella la induce a establecer relaciones que la hacen parecer como víctima y llegar a serlo en realidad.
Quiero ser libre no es un manual para solucionar problemas, sino un acercamiento a ese mal que afecta a un sinnúmero de personas que en muchos casos ni siquiera son conscientes de ello.
La codependencia es una enfermedad de nuestro tiempo, toca a todas las esferas sociales, no respeta estrato social, edad ni sexo. Cualquiera podría ser codependiente sin siquiera saberlo. La palabra codependiente o coadicto proviene, según el diccionario, de las partículas co: con o necesario, y adicción: esclavitud.
COPARTICIPACIÓN NEGATIVA
«La codependencia es una enfermedad que se manifiesta en la incapacidad para lograr participar en forma positiva en una relación», por lo que las autoras del libro una psicóloga y dos terapeutas prefieren llamarla coparticipación negativa en lugar de codependencia.
Los codependientes son víctimas de personas que no han madurado: hombres que odian a sus esposas porque nunca solucionaron los problemas con sus madres, personas que toleran las crueldades de sus cónyuges porque no conocen otra manera de comportarse, por ser esto lo único que han vivido y perpetúan las historias. Gente que piensa que Dios le manda esa cruz y por lo tanto hay que aceptarla, sin saber que Dios quiere una vida llena de alegría, no el victimismo.
Sus vidas giran en forma enfermiza entorno al otro: del cónyuge alcohólico o neurótico, del hijo drogadicto, de un padre inválido, de un familiar incapacitado. Dejan de existir para sí mismas e ignoran sus propios sentimientos para ocuparse del otro con la totalidad de su energía. Carecen de vida propia, su alegría se transforma en tristeza o enojo acumulado que va aflorando y su dulzura o compasión dan paso a una dureza o un deseo de control exagerados.
Este perder obsesivamente la vida propia en la de otros, la codependencia, es una enfermedad y las consecuencias son graves, pueden incluso llevar a la víctima a la muerte. Salir de ella es muy difícil sobre todo cuando los codependientes son vistos como las víctimas de los inválidos, adictos, alcohólicos y demás personas que los aten a esta relación enfermiza. Es difícil pero no imposible, aceptar que es una enfermedad, que está en nosotros y que nos impide relacionarnos con los demás de forma normal y sana.
Al analizar muchos casos patológicos los científicos tomaron conciencia de la dinámica de la enfermedad, y con ello nació la certeza de que la solución del problema no era simplemente apartarse de la persona problemática.
Sharon Wegsheider-Cruse define la codependencia como «una condición específica caracterizada por preocupación y extrema dependencia (emocional, social y a veces física) de una persona o un objeto. A veces tan patológica, que afecta todas sus otras relaciones».
Sin embargo, existen muchas definiciones, otros especialistas la ven como un campo de las adicciones más que como una enfermedad en sí misma. Robert Subby en Codependency, an Emerging Issue la define como: «Una condición emocional, psicológica y conductual que se desarrolla como resultado de la exposición prolongada y la práctica de una serie de reglas opresivas, reglas que impiden la expresión abierta de los sentimientos, así como la discusión directa de los problemas personales e impersonales».
La superación de esta enfermedad psicológica y emocional no es sencilla, sin embargo, un paso importante es lograr que la persona codependiente reconozca su sufrimiento, su necesidad de ayuda y que su vida no funciona bien porque se deteriora física, mental, psicológica y espiritualmente. Como en muchos casos el codependiente no conoce otra manera de vivir, se resigna y poco a poco cae en una depresión tal, que incluso los medicamentos dejan de ayudarle a recobrar el deseo de vivir. En etapas avanzadas, el único camino que ve como su salida es la muerte, la propia o de quien causa el sufrimiento.
Si esas personas supieran poner límites a la conducta de los suyos, si pudieran expresar lo que sienten y tuvieran conciencia de su propio valor como personas, la superación de este mal sería infinitamente más fácil.
CARACTERÍSTICAS
El codependiente depende emocional, psicológica, espiritual, física o financieramente de otra persona obviamente enferma, incapacitada o necesitada. Es responsable en extremo y se involucra a tal grado con las necesidades, deseos, pensamientos y actos de la otra persona, que afecta todas sus demás relaciones.
Aunque la codependencia, como hemos dicho antes, ataca de igual manera distintos estratos sociales, entre los grupos con mayor propensión a volverse codependientes están los cónyuges de los alcohólicos o adictos; los adictos en recuperación, los familiares de una persona incapacitada crónicamente, neurótica o que trabaja en exceso, familias con algún trauma o en donde se sobreprotege y no se propicia la autonomía de los miembros, entre otros.
El codependiente siempre quiere aparecer como «bueno» y llega a creer que controla las percepciones de todos. Su vida se rige por lo que cree que los demás piensan de él y hará cualquier cosa por mantener esa relación enfermiza, por temible que sea. A veces, consume una enorme energía en conservarla, aunque el costo sea muy alto, ya que siente que sin ella no «tiene» nada, que «es» nada.
Su espacio vital carece de linderos definidos, no sabe dónde termina él y dónde comienza el otro, asimila sus sentimientos y carga con la tristeza, felicidad o enojo del otro. No puede lograr la intimidad, ya que esta requiere de un ser propio, no absorbido por otro, capaz de compartir. Casi siempre se concede al enfermo el poder de determinar las reacciones y estados de ánimo de toda la familia.
Con mucha frecuencia surge un miedo desmesurado al abandono. Por eso en innumerables casos el codependiente busca alguien más necesitado que él a quien cuidar y que no lo abandonará. Tiene una necesidad imperiosa de controlar las situaciones, a sí mismo y a los demás.
EL DEMONIO DE LA BAJA AUTOESTIMA
Se da también una tremenda ambivalencia. Un día ama al otro y al siguiente lo odia; quiere dejarlo y a la vez conservarlo; que el otro se vaya, pero que se quede y casi siempre desea ambas cosas al mismo tiempo. Melody Beattie, en su libro Codependent no More dice que en el fondo de esta enfermedad existe «el demonio de la baja autoestima».
En estados avanzados se vuelven incapaces de juzgar el estado de las cosas y niegan la realidad. No ven ninguna salida y empiezan a manifestar cierta tolerancia al mal, que no puede entenderse sino como una verdadera enfermedad, ya que la exhiben no sólo con gritos, golpes y destrozos, sino con indiferencia ante chantajes, infidelidad, daño a los hijos
Esta tolerancia al mal se da junto con una incapacidad total de sentir, un bloqueo absoluto de los sentimientos, y se llega a convertir en una forma de complicidad con el «enfermo o dependiente». Llegan a creer que la vida que llevan es normal y ya no saben distinguir entre el bien y el mal. Muchos viven con la expectativa de que la otra persona cambie, sin darse cuenta que ellos también han desarrollado ya una enfermedad y que mientras no lo reconozcan, no podrán enfrentarla y liberarse de ese destino que creen único para ellos.
CRITERIOS DE DIAGNÓSTICO
En los diferentes centros de recuperación para codependientes se utilizan diferentes criterios para hacer el diagnóstico. Uno de ellos es el señalado por DSM III (Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) que considera la codependencia como un trastorno mixto de la personalidad.
Para que esto quede claro, podemos definir la personalidad como «el conjunto de patrones de conducta profundamente arraigados en la persona, que incluyen la forma en que esta se relaciona, percibe y piensa acerca del medio ambiente y de sí misma».
Los rasgos de la personalidad son los aspectos de la misma que no implican patología. Los trastornos son patrones de mala adaptación, inflexibles y de suficiente severidad como para causar incapacidades significativas, funcionamientos desadaptados y malestar subjetivo.
La codependencia se diagnostica como un trastorno mixto porque incluye aspectos del trastorno por dependencia y aspectos del trastorno compulsivo de la personalidad. En forma autónoma, los codependientes pueden padecer otros trastornos como depresión, ansiedad o alguna adicción primaria o compulsión.
¿POR QUÉ ALGUIEN SE VUELVE DEPENDIENTE?
Los estudiosos de este mal coinciden en que la codependencia habla de necesidades no satisfechas del ser humano en su infancia, que le impidieron madurar adecuadamente para adaptarse a las situaciones de la vida adulta de una manera sana.
En circunstancias normales, el niño debe tener satisfechas ciertas necesidades para su buen desarrollo emocional (Maslow, Weil, Miller y Glasser):
1) Sobrevivencia.
2) Seguridad. Alguien que satisfaga sus necesidades básicas.
3) Contacto con la piel. Caricias y calor humano.
4) Atención.
5) Imitación. Cuando el padre o la madre responden a lo que hace el pequeño, siente que lo entienden y así satisface su necesidad de ser imitado.
6) Guía. Quien lo encamine a adquirir las habilidades sociales apropiadas.
7) Ser escuchado.
8) Ser él mismo.
9) Participar.
10) Ser aceptado. Que la persona que lo cuida tome en serio al niño y demuestre que lo acepta al respetar, validar y tolerar sus sentimientos. Esto le dará libertad de ser auténtico. 1
1) Oportunidad de llorar las pérdidas y crecer. Ponerse en contacto con la pérdida o amenaza y llorarla plenamente permite crecer y madurar.
12) Apoyo.
13) Lealtad y confianza.
14) Sensación de haber logrado control, poder y creatividad. Los logros y éxitos personales del niño le dan la confianza para completar tareas y darles significado, lo mismo ocurre en cuanto a las relaciones personales.
15) Trascendencia de lo ordinario.
16) Sexualidad. Sentirse bien siendo hombre o mujer, capacidad de disfrutar de la propia identidad sexual.
17) Diversión. Se ha descubierto una necesidad innata de alterar periódicamente nuestro estado de conciencia a través de soñar despierto, reír, practicar un deporte o juego que permitan desarrollar la capacidad de disfrutar.
18) Libertad. Es importante poder arriesgarse, ser espontáneo, porque con la libertad crece la responsabilidad y se aprende a distinguir entre espontaneidad e impulsividad.
19) Educación. Una de las necesidades de mayor nivel, el educador debe proveer, pero a la vez posibilitar la independencia gradual, con frecuencia el adulto domina y el niño se somete o rebela.
20) Amor incondicional. Es difícil porque requiere madurez, es frecuente que los padres usen a los pequeños para satisfacer sus propias necesidades.
Cuando las necesidades no son satisfechas, para superar la etapa que se está viviendo, el niño interior (llamado también el sí mismo, auténtico, real, verdadero) se detiene en su de-sarrollo y surge para sobrevivir un sí mismo falso o codependiente que se ajusta a los deseos y demandas de los demás.
El niño interior es auténtico, espontáneo, siente y expresa el gozo y el dolor, es vulnerable porque es abierto y confiado y sabe jugar y divertirse; vive desde el nacimiento hasta la muerte y no necesita hacer nada para ser verdadero. Pero, paradójicamente, muchas veces nos esforzamos en negarlo porque creemos que reconocer sus necesidades sería dar rienda suelta a conductas infantiles. Sin embargo, reconocer esos sentimientos nos permite poner límites.
El sí mismo falso o codependiente es como una máscara: crítico y perfeccionista, tiende a aislarse y quiere tener el control. Bloquea la información que le llega del inconsciente, no desea que los demás sepan de sus fallos o sufrimientos y al no querer aceptarlos, no los llora adecuadamente; actúa para los otros, desarrolla tolerancia al dolor y frustración y se bloquea el desarrollo mental, emocional y espiritual de la persona.
LA CODEPENDENCIA EN DIFERENTES ÁMBITOS DE LA PERSONA
La codependencia se desarrolla en distintos ambientes, la familia, la escuela, la sociedad.
En las familias disfuncionales, hijos y cónyuges adquieren, a lo largo de los años, ciertos papeles característicos: el facilitador, el más cercano al enfermo o adicto, que conforme evoluciona la enfermedad se involucra más y más. El héroe o heroína, que al ver lo que pasa en la familia, se siente responsable y trabaja constantemente para cambiar la situación, es quien provee de estima y dignidad al sistema. El chivo expiatorio, es el más visible, almacena y reprime la ira por todo lo que falla, se rehusa a formar parte de la familia y a la vez huye y hace cosas para atraer su atención. El aislado o silencioso, no establece relaciones cercanas con la familia, se siente y trabaja solo, y calladamente sufre mucho. La mascota, usa el encanto y el humor para sobrevivir, su papel es disminuir la tensión en el doloroso sistema familiar.
Estos roles o papeles no se relacionan con la codependencia, pero reprimir constantemente los sentimientos y vivir para representar un papel, fortalecen una personalidad codependiente.
En la escuela. La importancia que se da al pensamiento lógico, el estudio, el desarrollo de la capacidad de razonar y el desdén hacia los sentimientos, con frecuencia detiene el desarrollo emocional y espiritual del niño. Hasta las actividades artísticas muchas veces se centran más en el juicio y el análisis que en la parte intuitiva. Cuando algún maestro pregunta a los alumnos qué sienten, ni ellos mismos saben lo que sienten y mucho menos saben expresarlo.
El sistema escolar apoya constantemente el logro de metas con exámenes que refuerzan la competitividad y la necesidad de alcanzar más, y provocan sentimientos de minusvalía en quienes no obtienen buenas notas o se ven obligados a buscar otros métodos para sentirse aceptados.
En la sociedad. Muchas costumbres sociales fomentan la codependencia en la mujer, por ejemplo, se le inculcan dos ideas contrarias: «ser objeto máscara» y «vivir para el otro».
La primera, la condiciona a sentir una necesidad de aceptación y adulación excesiva que la hace vivir pendiente de ser objeto deseable. Esa preocupación le impide desarrollar una personalidad propia y sostener relaciones firmes y auténticas con compañeros y amigos.
La segunda idea, vivir para el otro, le enseña a olvidarse tanto de sí misma en el sacrifico al otro, que ella misma deja de existir. Además, centra su vida en la espera de ese otro que le va a dar sentido a su existencia.
Por su parte, a los hombres se les enseña a evitar la expresión de sus sentimientos, ya que su papel masculino se asocia con un nivel superior al femenino y por tanto no pueden permitirse debilidades. El hombre debe ser educado para controlar al mundo, a su familia y, por supuesto, sus sentimientos; cuando no lo logra se considera un fracasado. Siempre se espera de él que sea un triunfador y vive tratando de realizar las expectativas de los demás.
Aunque estas ideas parecen del pasado y vemos que muchos matrimonios modernos parten de otras bases, en el fondo prevalecen los mismos clichés.
Con todo esto, podría parecer que todas las relaciones humanas son codependientes, pero no es así, las relaciones deben ser de interdependencia, en las que ambas personas resultan enriquecidas y beneficiadas, porque comparten sentimientos, ideales y vidas en una verdadera coparticipación positiva.
Finalmente, cuando una persona se ha dado cuenta de su codependencia, en ella está la solución, la cura. Para ello, las autoras de Quiero ser libre recomiendan los siguientes pasos:
1. Ir a algún lugar desde donde se pueda ver el problema con objetividad.
2. Reconocer la enfermedad y aceptar que uno es parte del problema.
3. Reconocer que no se puede hacer nada por sí mismo y se necesita pedir ayuda.
4. Aceptar que es necesario pedir perdón. 5. Escuchar los sentimientos.
6. Aceptar la necesidad de abrirse y contar la propia historia.
7. Buscar las raíces de la codependencia.
8. Vivir adecuadamente un proceso de duelo por las pérdidas sufridas en la vida.
9. Buscar la sanación del «niño interior» y aceptarlo.
10. Sanar y liberar las manifestaciones de la enfermedad, cambiando las conductas negativas.
11. Ejercitar virtudes. 12. Satisfacer la necesidad de apoyo y seguimiento.
13. Fomentar las relaciones y diversiones sanas, practicar ejercicio y tener buenos hábitos alimenticios para lograr un equilibrio en la propia vida.
14. Reemplazar el pensamiento centrado en sí mismo por el pensamiento en los que le rodean.
Bibliografía
María Esther Barnetche de Castillo, Elia María Barnetche de Maqueo y Tesha Prieto de Martínez Báez. Quiero ser libre. Promexa. México 1990. 27° reimpresión.