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¿Dónde nace el error?

«Yo solamente veo bolas que chocan unas con otras, pero no veo, por ninguna parte, las causas». Estas, o parecidas palabras, expresó a sus discípulos uno de los paladines del empirismo al tratar de demostrar la irrealidad de los abstractos y abstrusos conceptos de la Metafísica. En concreto, del concepto etiología como el estudio de las causas de un fenómeno. Se valió, para ello, de un sencillo experimento: golpear, con el taco correspondiente, una primera bola que, a su vez, hizo chocar entre sí las demás bolas dispuestas sobre el lienzo verde de una mesa de billar.
Así creyó demostrar la inconsistencia de la clásica teoría de la causalidad. Sin embargo, a decir de Leonardo Polo, lo único que demostró fue que para entender la causalidad, hace falta una potencia distinta y superior a la sensible.
Esto recuerda la muy conocida reacción de Platón cuando uno de sus críticos, renuente a la conceptualización filosófica, le objetó: «Yo veo caballos concretos, pero no veo naturalezas de caballos». A lo que Platón contestó: «Eso demuestra que tienes ojos, pero no inteligencia».
¿QUÉ CAUSA EL ERROR?
El mismo título del libro de Llano resulta sugestivo: etiología (del griego aitía, aítion: causa), que podemos entender como el estudio de las causas lógicas o reales, éticas o psicológicas que propician que cometamos errores; o el análisis de la relación entre el error y sus causas.
«Consideramos explica el autor que la problemática del error debe tratarse desde sus razones últimas, lo cual se consigue analizando el sujeto que se equivoca, ya que, como se verá, el entendimiento de suyo no comete errores. El error es humano».
En dos asimétricos apartados, construidos con estilo crítico, filosófico y pedagógico, emprende el análisis de una realidad universal e intemporal: el error.
«El error se comete por los seres humanos tanto en la vida práctica como en la especulativa. Por ello necesitamos conocer algunos de los errores más comunes que se dan en la razón práctica que es el ámbito donde cotidianamente (Lebenswelt) nos manejamos como hombres comunes y corrientes, antes que los de la razón especulativa».
En efecto: el error tiene sus causas y, una vez causado, es causa de muchos otros efectos, no necesariamente erróneos. A esto se debe me atrevo a pensar que después de la ágnoia ignorancia acicateada por la curiosidad, el error pseudós empujado por el reto ha provocado muchas discusiones en la historia del pensamiento.
Ya sea para estudiarlo, enmendarlo, corregirlo o prevenirlo, el error ha originado estudios, discusiones y penetrantes ejercicios especulativos, hasta convertirse en un asunto de vieja solera filosófica.

DUDOSA MODERNIDAD

Carlos Llano analiza el error desde su radical complejidad y lo trae a las dimensiones más pragmáticas de la vida humana. Desde el análisis de «las trampas o falacias motivadoras de algunos de los errores de la razón práctica», extrae interesantes conclusiones antropológicas y éticas. Junto al error, estudia el acierto; frente a lo histórico, revisa lo actual; al lado de las causas, apunta los remedios; a cada respuesta, acompaña una propuesta.1
Con esta obra el autor presiona un timbre de alarma para quienes se inquietan excesivamente por la eficacia, mostrando que esta puede ser, al menos, de dos clases: la del dinamismo directo, de la fuerza que produce, dirige y organiza; y la del intelecto, de la verdad y el bien. Resulta así una clara invitación a dirigir nuestros esfuerzos hacia la eficacia del intelecto bien formado y la reflexión crítica, atenta y reiterada.
El trabajo puede interpretarse como una oportuna respuesta a la teoría del conocimiento de la modernidad, que permea la cultura del siglo XXI y que comenzó, según Hanna Arendt, con la duda cartesiana. Esta escuela de la sospecha, como la calificó Nietzsche, se inaugura con una primera pesadilla: la duda sobre la efectiva realidad del mundo y la aptitud de la mente humana para conocer con certidumbre.
Si no se puede confiar en la verdad de la tradición, ni en la de los sentidos, la razón, el sentido común o del testimonio ajeno, entonces todo lo que consideramos realidad o fantasía, verdad o falsedad, son modalidades de un mismo sueño, ilusión o, peor aún, de una alucinación.
La modernidad surge por un intento de evitar toda posibilidad de errar al juzgar la realidad. De ahí que en esa época las preocupaciones fueran lógicas y metodológicas. El ansia de autocercioramiento, una vez que se rompe con la objetividad, obligó a la filosofía a convertirse en mera reflexión sobre sí misma. Ello propició, entre otros efectos, una larga cadena de roturas que se dispararon en direcciones a veces contradictorias.
YO PIENSO, YO OPINO, YO SIENTO QUE
Sin perder de vista la esencial unidad del sujeto que conoce, acierta o yerra Llano analiza con recursos clásicos y críticos los elementos del error. Se refiere a un sujeto que no está sólo ante una realidad que puede conocer y en la que puede actuar, sino que él mismo es una realidad que forma parte de un todo real. Un todo que a su vez se ofrece al conocimiento humano como múltiple y diverso.
«Si no fuéramos capaces de juzgar sobre la realidad, no seríamos capaces de verdad ni de falsedad dice Llano. A diversidad de objetos corresponde diversidad de métodos. Es el objeto quien lleva la iniciativa; quien indica la forma en que quiere, en que debe, en que permite ser estudiado. Así, la reflexión sobre el objeto se constituye en el pastor del método; debido al cuidado que le corresponde poner, a fin de seleccionar el adecuado para cada objeto de pensamiento, y cuidar del riguroso seguimiento de sus exigencias».
Insistir en la importancia y necesidad de reflexionar con fundamento en la cosa, se presenta como el mejor remedio natural contra el error. La reflexión crítica quiere ser una invitación a pensar, y a pensar bien; a conocer, y a conocer con verdad.
Se trata de una invitación que se antoja llevar a nuestros escenarios cotidianos, por ejemplo: a la Cámara de Diputados el pasado primero de septiembre; al periodismo ficción denunciado por la revista Gallup, según la cual, «el nivel de confiabilidad de los periodistas está al nivel de los policías y de quienes venden autos usados»; a las explicaciones científicas del antropólogo Lapourgue que dicen: «reservar la reproducción para una élite de hombres y mujeres de superiores dotes, tendría como efecto (dice él textualmente): que al cabo de uno o dos siglos nos codearíamos por la calle sólo con gente talentosa». (En mi caso, sólo me queda considerar que a los 265 años de edad, poco podré percatarme de con quién me codeo).
Y podemos hacer extensiva esta invitación a escenarios más formales: académicos o laborales, pongamos por caso, donde jefes y empleados, profesores y alumnos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, intercambian monólogos colectivos del orden de «siento que», «opino que», «estoy convencido de que», «tengo la impresión de que», etcétera. Son los llamados «paradiálogos» diálogos de sordos o intercambios de monólogos que construyen interminables cadenas de errores. Esta generalización del error, que alguien ha llamado irreflexión patógena o epidemia de inepcia, reclama su justificación en lo que se entiende como «respeto a la opinión». Es la «tolerancia» que algunos formulan así: «Dame la razón y yo estaré de acuerdo contigo; considera que mis opiniones son correctas y haré lo mismo con las tuyas».
Tolerancia no siempre inofensiva, sobre todo cuando significa: «Yo estoy en la verdad y tú en el error. Cuando tú seas el más fuerte, tendrás que tolerarme, pues tu deber es tolerar la verdad. Pero cuando yo sea el más fuerte, tendré que perseguirte, pues mi deber es perseguir el error».
Por fortuna, Carlos Llano recuerda que en la reflexión tenemos el máximo remedio para no caer en el error o, en su caso, salir de él: «La reflexión es el remedio natural con el que la inteligencia se autoprotege ante la incursión de factores no intelectuales» que desfiguran el ser verdadero de la realidad.
EL ERROR ES DIVERTIDO
También podemos considerar si se me permite una breve digresión que el error, además, de ser polimorfo y evasivo, resulta divertido. Porque los hay que se revelan de inmediato, como el que dice: «Es muy difícil profetizar, sobre todo tratándose del futuro»; o el poema que empieza: «Era de noche, y sin embargo llovía». Otros, en cambio, parecen errores, pero no lo son. Por ejemplo, cuando Chesterton señala: «Era natural que, estando en la India, aprovecharan para conocer Toronto»2. O cuando Azorín considera: «Quien es capaz de comerse un huevo frito, es capaz de comerse a su padre y a su madre»3.
Por desgracia, también se lanzan afirmaciones que pueden parecer acertadas, pero que en realidad son errores de graves repercusiones, como cuando Milán Kundera se atreve a sentenciar: «El que crea estar seguro de su verdad, es un imbécil». (Bastaría con preguntarle a este insigne literato: ¿está usted seguro?).
Como quiera que sea, la inevitabilidad de los errores humanos, indica que el error posee cierta necesidad y una determinada función en la vida del hombre. (Apelo al principio de razón insuficiente apuntado por el doctor Llano: «nada es a tal punto contingente que no tenga en sí nada de necesario»).
Quizá la primera función del error, la fundamental, sea hacer sentir al hombre la tensión constante en la que se encuentra, entre su inexorable tendencia natural a conocer la verdad con certeza y la constatación vivencial de su no menos natural proclividad al error.
La resolución de tal tensión no se da de un modo necesario ni automático. Por eso existen el error, la frustración y el fracaso, que son como el eco de la prístina tentación que, según el relato bíblico, confundió a nuestros protoparientes: eritis sicut dii («Seréis como dioses»). La tentación de ser omnisapientes, de tener siempre la razón, de querer siempre quedar bien; tentación que se opone al «errare humanum est».
Con razón se ha dicho que la indagación y posesión de la verdad en su sentido más pleno, no puede ser obra de una sola persona, por sabia que sea; ni siquiera de toda una generación de individuos; sino que es labor de toda la humanidad a lo largo de los siglos. Consciente o inconscientemente, todos los humanos participamos en esa perentoria odisea a partir de lo que Dante llamó la pregunta eterna, que no se atrevió a ubicar en el Paraíso, sino en el infierno.
En esta nostálgica indagatoria unos ayudan con sus aciertos, otros, paradójicamente, ayudan con sus errores. Errores que propician nuevas investigaciones, redefinición de los problemas, nuevos descubrimientos, empleo de instrumentos de investigación de mayor eficacia
UN MODO DE ENTENDER AL MUNDO
Quien lea esta obra en clave pedagógica encontrará interesantes consideraciones en cuanto a la teoría y la práctica educativas. Porque la educación intelectual de los jóvenes es mucho más que transmitir conceptos e ideas. Consiste, sobre todo, en enseñarlos a «juzgar la realidad», de tal modo que comprendan su complejidad y que el espíritu del hombre cuenta con fortalezas y debilidades. Ayudarlos a reconocer que el error es posible y que el misterio existe.
La vida intelectual es algo muy distinto a un simple adiestramiento o aprendizaje; y distinta de una mera acumulación de conocimientos. Llano muestra que es, ante todo, un enriquecimiento del espíritu por el ser y por todo lo que hace de la realidad un conjunto coherente, a fin de comprender la finalidad de la vida y descubrir los medios para alcanzarla. La reflexión, impelida y profundizada por el contacto y frecuentación del ser, nos revela con más claridad nuestro ser, nuestro querer ser, nuestro poder ser y nuestro deber ser.
El autor recuerda que las causas éticas y psicológicas del error tienen remedio, y que la educación es responsable de brindar tal terapeusis. De este modo, la formación intelectual queda conectada debida e ineludiblemente con la formación moral de la persona, ya que la conciencia moral se hace tanto más equilibrada y reflexiva cuanto mejor acierta a conocer y entender el mundo y el papel de cada uno en él.
En fin: la experiencia de leer Etiología del error, además de aleccionadora, nos deja con ánimo optimista. Llano apunta que el error es una desgracia de la que podemos obtener múltiples provechos. Nos hace recordar las consoladoras palabras de Séneca cuando señala que: «La naturaleza nos ha hecho débiles, falibles, y nos ha dado una razón imperfecta. Pero también nos dio la inteligencia, fuerza y docilidad sufi-cientes, para perfeccionarla». O de Gandhi, cuando considera que: «Si la suma total de los errores humanos fuera negativa, este mundo se habría extinguido hace mucho tiempo».
Sólo resta decir a quien tenga a bien adentrarse en este texto, el sabio consejo de Jean Guitton: «Cuando termines de leer un libro, que quede en ti no como en un ataúd, sino como en una cuna».

Bibliografía

1 No menos interesante resulta el apéndice, conformado por una atinada selección de textos de Santo Tomás de Aquino sobre la falsedad y el error.
2 Los turistas, en su estancia en la India, aprovecharon para visitar la exposición que el gobierno de Canadá había montado en Delhi.
3 Se refiere, naturalmente, a los padres del huevo: gallo y gallina.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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