El redescubrimiento de la ética en el ámbito empresarial se debe a los fallos de la economía de mercado y a las consecuencias económicas y financieras que el actuar poco ético trae a las propias empresas. Uno de los ejemplos más dramáticos en este sentido es la quiebra de la compañía Enron, como consecuencia de su falta de ética.
A nadie escapa que el incremento de la conciencia ética en los últimos años, en México y en el mundo, va ligado a los escándalos de corrupción y fraudes en los que las empresas aparecen unas veces como corruptoras y otras como víctimas. Ante este panorama, empresas emblemáticas, como Grupo Industrial Bimbo y Grupo Modelo, refuerzan la vigilancia sobre su conducta y puntualizan su actuar ético congruente con el eslogan de que la ética vende y es rentable.
Pero nuestro interés por el tema debe de ir más allá de la anécdota periodística que al paso del tiempo cae en el olvido. Tras los escándalos, sociedad y gobierno recuerdan que la confianza es un recurso demasiado escaso.
Las empresas son más que un negocio de usar y, si conviene, tirar. Son organismos que llevan a cabo una tarea valiosa para la sociedad: producir bienes y servicios mediante la obtención de un beneficio. Vistas así, no se usan y tiran. El empresario, convencido de que su misión es crear riqueza material para la comunidad, se entrega a esa tarea con un empeño que va más allá de su interés egoísta. Por eso renuncia a los bienes suntuarios y emplea el beneficio en reinversión, lo que incrementa su utilidad.
EL RIESGO DE VALORAR SÓLO LAS UTILIDADES
Frente a las oportunidades que se presentan a diario en el ámbito empresarial beneficios rápidos y fáciles aprovechando burbujas especulativas, lavado de dinero o compra de empresas con el propósito de vender sus activos, sin considerar a las personas que las integran la ética debe estar más que nunca presente en el mundo de las finanzas.
Sin ética no se puede sobrevivir en un mundo con liberación de mercados, internacionalización de capitales e innovación financiera. Estos elementos han incrementado la posibilidad de beneficios cuya moralidad no es siempre evidente. Asimismo, los poderes públicos participan en los mercados financieros con un alto riesgo de corrupción, basta ver los escándalos con las licitaciones públicas.
Si las finanzas son el motor de la actividad económica internacional, el actuar ético de instituciones y mercados financieros es necesario aunque no suficiente para el buen funcionamiento de los sectores económicos de cualquier país. Cuando una institución financiera pasa por una situación de crisis puede arrastrar a otras y poner en peligro la estabilidad del sistema monetario de un país, como fue el caso del sector bancario en México durante 1995: la sociedad en su conjunto resintió los efectos de su actuar poco ético.
Las personas que trabajan en las instituciones y mercados financieros deben vivir las mismas virtudes y valores que los empleados de cualquier otra empresa, pero de acuerdo a las especificaciones de este sector y a su función social.
Está claro que las empresas financieras poseen objetivos particulares que las diferencian de las demás en su actividad y que exigen condiciones específicas para preservar el ámbito adecuado para el desarrollo del sector. Entre ellos, el fomento del ahorro, la procuración de la estabilidad monetaria y financiera y la asignación de recursos financieros en forma eficiente. La empresa financiera canaliza el ahorro hacia la inversión. El bienestar de la comunidad depende, en gran medida, de la asignación de los recursos financieros, basta ver la pobreza que existe en algunas poblaciones en México por la falta de inversión productiva.
Si pidiéramos a un discípulo del viejo Milton Friedman que definiera la función social de las instituciones financieras respondería, sin equívoco, que tienen sólo un objetivo: utilizar sus recursos en actividades dirigidas a la maximización de las utilidades, siempre y cuando se mantengan los postulados que ha establecido el sector.
Para la corriente monetarista, encabezada por Friedman, las instituciones financieras cumplen con su responsabilidad social al desempeñar su papel de agentes económicos encargados de contactar a ahorradores e inversionistas para maximizar sus beneficios.
Lo que hemos de plantearnos ahora es si esto es suficiente para cumplir también con su responsabilidad hacia las personas que las integran. Es decir, si cumplen con las expectativas de accionistas, empleados, clientes, etcétera.
Cuando este tipo de instituciones parte de la hipótesis de que su misión es exclusivamente maximizar las utilidades, puede perder oportunidades de negocio a largo plazo. Por ejemplo, cuando se diseñan programas de reducción de gastos, y para ello se consideran ajustes al personal, se sirve, sin lugar a dudas, a un objetivo de corto plazo: reducir costos con el consecuente incremento de las utilidades. Sin embargo, la prioridad que dan a los resultados a corto plazo implica riesgos para las personas que las integran y, podemos afirmar, ocultan conflictos futuros entre los agentes sociales afectados, como sería el caso cuando, en su afán de mantener determinado nivel de utilidades, además de los recortes de personal recurran a la venta de activos. Esto aumenta la utilidad de la empresa y el rendimiento sobre el capital invertido, pero la estructura financiera se ve debilitada en el futuro, lo que eleva la inseguridad para clientes, accionistas y empleados.
En este sentido, también cabe analizar el riesgo moral que surge como consecuencia de la existencia de fondos de garantía o de rescate para los participantes del sector financiero, como es el caso del Fobaproa, cuyo servicio representa 16% del PIB de México por los próximos 20 años.
EL HORIZONTE TEMPORAL DE LAS OPCIONES
Desde el punto de vista de la rentabilidad, las instituciones financieras nunca adoptarían una política de apoyo a personas discapacitadas o de la tercera edad. Sin embargo, en una consideración de largo plazo, estas personas contribuyen, con sus pensiones y ahorros, al funcionamiento del sector financiero, lo que garantiza su rentabilidad futura y permanencia, así como que cumpla con su responsabilidad social. Un ejemplo claro lo observamos en los países europeos con sus fondos de pensiones y en México con las SIEFORES.
Si la misión del sector financiero es permanecer en el largo plazo, al maximizar sus beneficios incrementa su capacidad para cumplir con su responsabilidad social, sin embargo puede ejercer o no dicha capacidad.
Para ejercerla, los agentes económicos deben estar de acuerdo con la misión a largo plazo. Un ejemplo son las becas que otorgan las instituciones financieras, como es el caso del Banco de México y Banamex. Más que un gasto o un dispendio amable de recursos son una inversión a largo plazo en el capital humano, el más importante. (Recordemos el caso de George Soros quien fue alumno becado en Inglaterra y después de convertirse en un magnate de las finanzas fundó una universidad en su natal Hungría, ayudando al desarrollo de la comunidad y cumpliendo con su responsabilidad social).
No se puede pedir que las instituciones financieras realicen acciones que disminuyan su capacidad de generar utilidades y que, por lo tanto, perjudiquen a la propia institución y a sus miembros. Los accionistas tienen derecho a recibir un dividendo justo que no deteriore sus intereses, no obstante, cabe señalar que las empresas financieras deben tomar en cuenta los intereses de todos los agentes económicos que la integran y su propia responsabilidad social.
Al hacerse más exigentes las expectativas éticas, en estas y en todas las empresas, crece su atractivo para los inversionistas y previenen una crisis financiera por falta de confianza o solvencia.
Bibliografía
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J.A. Pérez López. Teoría de la acción humana en las organizaciones. La acción personal. Rialp. Madrid, 1991.
R. Termes «Elogio del Beneficio» en la Conferencia para la Cámara de Comercio, Industria y Navegación. España, 1989. T. Parson. The Social System. Free Press. New York, 1988.