Se les conoce con el apelativo de hikikomori, que en japonés puede significar: inhibición, reclusión, aislamiento. La mayoría son (o han sido) estudiantes brillantes que no han podido sobrellevar el estrés de las exigencias y requerimientos de una sociedad competitiva.
Su cuarto está abarrotado de aparatos de todas clases: televisor, PlayStation, DVD, ordenador, teléfono celular (que ahora no usan). Se pasan la noche jugando con la computadora (videojuegos) o viendo televisión, y durante el día duermen. La mayoría son pacíficos, pero no todos.
APARTARSE DEL MUNDO
El inesperado y con frecuencia repentino retiro silencioso de chicos y chicas normalmente alegres, inteligentes y sociables, es uno de los misterios más desconcertantes de la sociedad japonesa de hoy. Miles de adolescentes y jóvenes se recluyen herméticamente en su cuarto, apartándose del mundo exterior.
Como ocurre con frecuencia en los trastornos psíquicos de conducta, su estado no se debate abiertamente. Pero el fenómeno es objeto de documentales televisivos, artículos de prensa y reportajes, así como de más de treinta libros. Ellos tampoco quieren que se conozca y si los padres tratan de procurarles ayuda, se rebelan de forma violenta o amenazan con suicidarse.
La mayoría permanecen literalmente encerrados, sin contacto con el exterior. Otros salen de vez en cuando de sus casas por breve tiempo, casi siempre de noche, rehusan trabajar y evitan todo tipo de trato social. Según datos estadísticos oficiales, 41% de ellos viven como reclusos entre uno y cinco años.
En 2002 se registraron 6 mil 151 casos en 697 centros de salud. De todos modos, estas cifras no son en absoluto exhaustivas, porque la inmensa mayoría de los casos no se hacen públicos. Bastantes sufren enfermedades mentales como depresión, agorafobia o esquizofrenia, pero los expertos dicen que la gran mayoría de estos «reclusos» se encierran durante seis meses o más sin mostrar ninguna otra señal de trastorno neurológico o psiquiátrico.
Los expertos estiman que el total de afectados supera el millón, lo que puede parecer exagerado. Pero mientras no se lleve a cabo un estudio más detallado de la cuestión, esas cifras son por el momento tan difíciles de probar como de refutar. Sin embargo, y aun teniendo en cuenta que este fenómeno no es exclusivo de la sociedad japonesa, bastantes psicólogos y otros expertos en trastornos mentales dicen que Japón tiene el mayor problema de este tipo en el mundo, y que sigue creciendo el número de jóvenes «voluntariamente» marginados de la sociedad.
LA CULTURA DE LA VERGÜENZA
La severidad del problema se ha intensificado de forma drástica durante la recesión económica que el país ha sufrido en la última década y que ha producido un récord de desempleo y falta de seguridad en el trabajo, a causa de la reestructuración o quiebra de empresas.
Entre las diversas razones que dan para explicar este fenómeno, muchos expertos coinciden en que una de las principales es el descenso de la natalidad (el índice de fecundidad es de 1.3 hijos por mujer).
El reducido número de nacimientos significa que cada vez más familias tienen un solo hijo, en el que ponen todas sus esperanzas. Por otra parte, estos jóvenes crecen sin un modelo de conducta masculino, porque sus padres están siempre fuera del hogar debido a las largas horas de permanencia en la empresa que les exige su trabajo, si quieren conservar su puesto.
Además, la llamada «cultura de la vergüenza» típica de Japón hace que la gente esté pendiente de cómo son percibidos por otros, si tienen algún problema de ajuste en su grupo social. «Un blanco en el currículum equivale a suicidio social. Una vez que te has separado del grupo en esta sociedad enfermiza dice una de las víctimas, que ha logrado recuperarse no hay forma humana de volver. Hikikomori no es una enfermedad propiamente dicha, sino una condición social. Mientras Japón no se convierta en un lugar más fácil para vivir, el número no disminuirá».
Sadatsugu Kudo, director de una ONG de ayuda a enfermos mentales, confirma esta opinión al decir que «en muchos países los jóvenes experimentan angustia, depresión y retraimiento social, pero en ninguno esta situación está tan extendida y es tan permanente como en Japón».
COMUNICACIÓN INTERRUMPIDA
La riqueza de Japón hace posible el fenómeno de aislamiento social. Tanto a los adolescentes como a los jóvenes (conocidos con el apelativo de «solterones parásitos») los mantienen sus padres. «Cuando yo era joven nadie se libraba de ir a trabajar. Ahora las familias tienen dinero suficiente y los hijos no necesitan encontrar trabajo enseguida», dice Hiromi Ohno, cuyo hijo vive encerrado en su habitación y a quien apenas ha visto en siete años. Ella y su marido han decidido no pasarle por debajo de la puerta de su cuarto un sobre con 50 mil yenes de asignación mensual, como venían haciendo desde hace años, para ver si así sale de su «nido».
En Japón es fácil vivir entre cuatro paredes, dice Seiei Muto, de Tokyo Mental Health Academy, y con el descenso de la natalidad los niños juegan solos, comen solos, estudian solos.
Muto y otros dicen que en Japón hay un deterioro efectivo de la capacidad de comunicación. El incremento del anonimato, sobre todo en las grandes ciudades, y el colapso de la mutua cooperación entre vecinos son los factores principales.
También hay quienes piensan que el problema tiene profundas raíces históricas y culturales. «Japón es un país rico, pero los japoneses carecemos de identidad y nos falta confianza y habilidad para comunicar con otros dice Tadashi Yamazoe, profesor de psicología clínica en Kyoto Gakuen University, en una entrevista publicada en The Japan Times. Los japoneses tienen en general una personalidad pasiva».
Con cierta exageración, pero con un fondo de verdad, el novelista y director de cine Ryu Murakami dice que «la falta de comunicación prevalece en nuestra sociedad: en la familia, en la comunidad, entre empresarios y empleados, entre el mundo de las finanzas y el Ministerio de Hacienda, entre el gobierno y el pueblo…».
Pero otros muchos dicen que hikikomori es un fenómeno moderno que evidencia la gran brecha generacional entre los que con su trabajo abnegado pusieron las bases y construyeron el éxito económico de posguerra y sus hijos, que no quieren y ni siquiera pueden ya lograr el empleo vitalicio de sus padres, en la presente estructura económica del país.
SE COMIENZA POR DEJAR DE IR A LA ESCUELA
«En Japón, la educación ha sido siempre, si no el único, al menos el mejor camino para abrirse paso en la vida; pero en los últimos años un creciente número de personas no lo sigue. Es fácil decir que los resultados académicos no son todo, pero los padres no pueden sugerir otro camino, porque no lo conocen», dice Naoki Futagami, fundador de New Start Foundation, una organización no lucrativa para ayudar a los hikikomori.
Desde este punto de vista, el gran número de «reclusos» compendia los problemas sociales del Japón moderno. Para muchos de los reclusos adultos todo empezó con el abandono de sus estudios. Es sorprendente el elevado número de los que dejan de estudiar o no asisten a clase durante largos períodos, sobre todo en un país históricamente obsesionado por la educación. Según estadísticas recientes, alrededor de 135 mil alumnos de primaria y de secundaria han faltado a clase durante más de 30 días por curso, en los últimos años. Más del doble del récord registrado en la década anterior. En bastantes casos el problema de hikikomori comienza por dejar de ir a clase un día. Pocas semanas después dejan de ir a la escuela por completo y en otras pocas semanas se encierran en su cuarto para no salir ya en meses o incluso años.
Para otros, lo que provoca esta situación es un fracaso académico, como, por ejemplo, no superar los exámenes de ingreso en la universidad al primer intento, cosa, por otra parte, bastante normal. Lo común es que los que no pasan esos exámenes estudien un año más en escuelas de repaso especializadas y vuelvan a probar suerte. El hijo de la señora Itoh dijo que estudiaría por su cuenta. Este repliegue fue lo que desencadenó la crisis. La familia trató de esconder el problema no hablando de ello ni siquiera a los familiares más próximos.
Futagami dice que esto significa que la familia entera se encierra en sí misma, haciendo el problema más difícil de resolver. «Hay cosas que los padres pueden hacer y otras que no pueden hacer. Necesitan ser más abiertos y cultivar las relaciones sociales. Yo veo este fenómeno continúa como una enfermedad de la sociedad en sí. Nadie ayuda a esas personas, por lo que su número aumenta».
VISITARLOS PARA SACARLOS
Aunque son bastantes los padres afectados, la mayoría no quieren publicidad. Pero se quejan de que el problema de hikikomori está tan extendido, que el sistema de asistencia social no puede dar abasto y ellos están desesperados sin saber qué hacer. Ser padres de uno de estos casos, afirman algunos, es peor que padecer una enfermedad grave.
No es fácil ayudar a los que padecen de retraimiento social, ya que no quieren salir de su encierro ni quieren hablar con nadie. De acuerdo con varias organizaciones no lucrativas dedicadas a ayudar a los hikikomori, sacarlos de su encierro requiere un proceso largo y un esfuerzo minucioso, pero no es imposible.
A medida que el problema recibe mayor atención por parte de la sociedad, van también en aumento los centros de orientación, las clínicas de salud mental y terapia psíquica y, en general, los grupos de ayuda a los padres.
Constantes visitas durante meses y a veces años consiguen sacar a los afectados de su encierro. Pero encontrar trabajo después de haber estado aislados socialmente durante tanto tiempo, es extraordinariamente difícil.
En parte para resolver este problema, organizaciones no lucrativas, que funcionan en varias prefecturas, llevan centros de asistencia social para ancianos, restaurantes o cafeterías, etcétera, donde los hikikomori pueden empezar a trabajar, al menos por un tiempo, hasta que consigan suficiente confianza para reincorporarse a sociedad.
«Por supuesto, nosotros queremos que los hikikomori salgan de su encierro y se sientan a gusto hablando con la gente, pero este no es nuestro objetivo principal. A no ser que se les equipe para volver a ser miembros productivos de la sociedad, no podrán recuperarse por completo», dice la directora de Second Chance, Eiko Naruse. Actualmente su organización está ayudando a cerca de cincuenta hikikomori de edades comprendidas entre los 18 y 48 años.
La mayoría de las organizaciones de ayuda tienen problemas económicos. Dice Masayuki Okuyama director de una de ellas, con más de seis mil socios: «Puesto que el fenómeno de hikikomori es considerado como un estado de ánimo y no como una discapacidad, el gobierno sólo nos da una fracción de la ayuda que reciben las familias de los discapacitados físicos o mentales». Y, en consecuencia, las familias no tienen derecho a recibir prestaciones sociales.
Algunos, como Okuyama, piensan que el gobierno debería poner al menos un millar de centros de ayuda, pero no todos los activistas comparten este punto de vista. La señora Atsuko Akita, que ofreció sus servicios en el comité de hikikomori del Ministerio de Salud Pública, antes de fundar, hace siete años, la organización «Watage no Kai», donde ha atendido más de 800 casos, dice a ese respecto: «Construyes unas instalaciones de primera, las llenas de personal especializado, pero ¿irán allí los hikikomori? Es necesario que las familias lleven a cabo estos programas. Si aceptas dinero del gobierno, corres el riesgo de que te digan cómo hay que hacerlo».
La conclusión según la opinión tanto de los que trabajan en este campo, como de los afectados que se han recuperado es que este tipo de trastorno necesita ser tratado caso por caso, con mucha paciencia y constancia. Y el resultado no es predecible.
CASOS VIOLENTOS
Desde hace unos años Japón ha experimentado un aluvión de crímenes y casos de violencia juvenil. En 2000 hubo varios casos muy seguidos que acumularon la atención de los medios y del público en general. Uno de los más llamativos fue así:
Un buen día de mayo un muchacho de 17 años, recluso en su casa desde hace meses, sale armado con un cuchillo de cocina, secuestra un autobús con 10 personas a bordo, durante cerca de 19 horas el autobús da vueltas por pueblos vecinos a Hiroshima. Antes de que la policía pueda rescatar a los rehenes, mata a una señora con el cuchillo. El público sigue toda la secuencia de acontecimientos por televisión.
En este y otros casos similares, se comprobó que los causantes sufrían de retraimiento social. El estupor y el miedo hicieron mella en la sociedad y desde entonces, aunque ha habido algunos otros casos de violencia, los japoneses muestran mayor comprensión con los hikikomori.
Los expertos aseguran que la mayoría no son violentos, sino sólo antisociales. Muchos desean comportarse como una persona normal, pero se sienten totalmente incapaces de hacerlo, por lo que con cierta frecuencia desahogan esa ansiedad recurriendo a la violencia y agrediendo a los que están más cerca.
Hay quienes sienten fuertes deseos de atacar a alguien o incluso de experimentar la sensación de matar a un ser humano, o bien de suicidarse.