En Francia, dos miembros del gabinete del mismo gobierno se vieron enfrascados en una controversia que durante décadas no tuvo solución. El ministro de Salud presentaba las cifras crecientes de los gastos médicos y hospitalarios que generaba el tabaquismo; el de Finanzas, informaba sobre los ingresos del monopolio estatal que producía los cigarrillos, mayores a los gastos que mostraba su colega. Un examen detenido realizado por expertos, concluyó: el Estado francés ganaba 5 francos (cerca de 70 pesos mexicanos) por cada muerto a causa del tabaquismo.
Como quiera, la controversia subsiste en todas partes del globo. Las actitudes estatales para combatir el tabaquismo son casi diplomáticas. Las leyendas que se imprimen en las cajetillas tienen una historia de talento publicitario sin igual. La cuestión es cómo decirlo sin decirlo, o decirlo para que también se pueda entender lo contrario. Hasta hace muy poco no existía en esas leyendas un enunciado categórico.
Por otro lado, se despliegan los mayores talentos publicitarios, desde el mensaje directo (en los años 50 un grupo de caballeros con bombín ocuparon la primera fila del Metropolitan Opera House. Al momento de empezar la función, se descubrían la cabeza: todos eran calvos y cada uno tenía pintada una letra fluorescente del nombre de una marca de cigarrillos) hasta el que va dirigido al subconsciente, preparado con los ingredientes psicológicos del inconsciente colectivo: ritos, mitos, sexo, autoestima, etcétera. El mensaje dice que se fuma para ser «libre», para ser «adulto», para atraer la atención, integrarse y ostentar poder económico y político (especialmente consumiendo puros, mejor si son cubanos), invirtiendo con la publicidad los valores de una manera cabal.
Así se propagó el consumo de cigarrillos por todo el mundo y en todos los ámbitos, con lo que el no fumador pasó a ser un marginado. Sin embargo el Estado se ha visto, por razones obvias, obligado a dictar reglas preventivas para intentar proteger a los no fumadores, como delimitar los ámbitos en los restaurantes.
Como la mayor parte de los clientes de esos establecimientos son fumadores, los restaurantes simulan saber leer los reglamentos. La posibilidad de un no fumador para frecuentar un restaurante de prestigio sin molestias respiratorias, es nula.
Es cierto que en los lugares más elegantes, se fuma con cierta mesura, generalmente después de comer, pero varios de los comensales acompañan el coñac u otros licores inhalando un largo y grueso puro (remedo de los viejos tiempos aristocráticos, cuando los caballeros se retiraban de la mesa y pasaban a la biblioteca a tomar un licor y fumar, vestidos de smoking). La impregnación de humo de los puros es mucho mayor que la de los cigarrillos, llena el espacio y se cuela entre la ropa hasta cada célula de la piel de quienes están a 15 metros a la redonda; ni hablar de la inundación que sufren los cabellos esponjados de las damas cuyo olor a tabaco aniquila al de sus costosos perfumes.
En restaurantes de hoteles de más de cinco estrellas, donde se come de manera excelente, si se pide sección de no fumar lo colocan en una mesa con un cartoncillo que reza «Sección de no fumar» y explica el capitán de meseros que la mesa que uno ocupa, es la «sección», pero que en las que están al lado se puede fumar. Está puesto en juego el buen uso intencional del idioma: la mesa es una sección, no es el espacio total: las unidades son una sección del todo.
Para no abusar de la paciencia del lector que ha llegado hasta aquí, con todo y que es probable que sea un fumador empedernido, sólo me resta mencionar que, según la jerga de los economistas y mercadólogos, el fumar es una «necesidad creada», un artificio en el mundo occidental llevado a Inglaterra por Walter Raleigh (nótese que omito el título de Sir), procedente del continente recién descubierto. Así que igual puede desaparecer.
Si eso llegara a ocurrir, ya nos podemos imaginar cómo nos juzgarán en el futuro, especialmente los antropólogos. Queda la posibilidad de que el tabaco sea sustituido por un elemento que en lugar de ensuciar, endurecer y bloquear el sistema respiratorio, lo mantenga limpio y sano. Es previsible que entonces, para sentirnos libres, adultos, seguros de no-sotros mismos, decidamos adquirir el hábito de no fumar.
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* El autor fue economista, financiero y promotor de la industria editorial. Actualmente es editor e intenta ser escritor.