Siempre han existido teorías que pretenden explicar problemas sociales. Algunas han servido como consigna para llevar al poder máximo de una nación a un grupo, por ejemplo los nazis, que atribuyeron a los judíos ser la causa de los males sociales.
A los sociólogos serios, no gustan las explicaciones teóricas, provengan de un bando u otro, las consideran simplistas. La vida en sociedad es compleja, es un hervidero, una materia radiactiva que libera energía constante y aleatoriamente. Nunca se sabe dónde surgirá un problema, ni su naturaleza íntegra. Las teorías de la conspiración explican estos fenómenos fácilmente: son los banqueros, los hombres vampiros, los extraterrestres, los homosexuales. En ocasiones los argumentos son objetivos y en otras, meras supercherías.
Los factores de cambio en la vida social son muchos y se entrecruzan, crean una red interactiva dinámica en la que intervienen cuestiones culturales, económicas, políticas, sociales, religiosas, idiomáticas, tecnológicas, demográficas, de disponibilidad de recursos, de conocimientos, infraestructura, psicológicas, clima, catástrofes naturales, etcétera.
Tal multiplicidad indica que las causas de los fenómenos sociales no dependen de un solo factor determinante. Sin embargo, parece que la inteligencia humana, para asimilar el mundo que la rodea, necesita razonar de manera reduccionista; así se han desarrollado supuestos no propiamente conspirativos que ponen como causa primaria y definitiva alguno de los factores mencionados.
Con frecuencia, personas muy calificadas expresan que el principal problema de una sociedad es la educación, por ejemplo. Esta idea fue atacada por la teoría marxista, la calificó de «idealista». Para esta corriente, la economía es el factor determinante de la historia, «el desarrollo de las fuerzas productivas» apoyadas en avances tecnológicos de procesos productivos. Sobre estos principios se explicaron la ciencia económica, la política que no era otra cosa que la lucha de clases, la historia de la humanidad, la sociología, etcétera. Aún hoy día se insiste en que la innovación tecnológica es palanca de «era del conocimiento» , igual que otros insisten en los aspectos educativos.
Estas conjeturas pueden calificarse como «desarrollistas», pues buscan la plataforma para impulsar el desarrollo humano a etapas superiores. Pero las hay también «catastrofistas», que ven la sobrepoblación mundial, el deterioro ecológico, la sobre- explotación de recursos, las plagas y fenómenos naturales, como causas del proceso de destrucción de la humanidad.
Las explicaciones totalizadoras y totalitarias son inaceptables, pero es innegable que hay conspiraciones reales, y hasta «exitosas». En política los propios confabulados han hecho públicos documentos que, por ejemplo, demuestran la maquinación de la CIA contra el gobierno de Árbenz en Guatemala, o de Allende en Chile. (Hay un manual de conspiraciones de este tipo: manejar «dinero grande» para sobornar a gente común y a militares de alta graduación; sacar de la cárcel a una «personalidad» para convertirla en líder; organizar manifestaciones civiles «caceroleras» ganar la calle; radiodifusoras clandestinas, uso de la televisión ganar las casas organizar pequeños ejércitos; coordinar suministros militares; cuidar la prensa local y extranjera). La literatura y el cine han registrado multitud de complots, por ejemplo, para matar a Fidel Castro o a J.F. Kennedy. Incluso Shakespeare hizo de algunas maquinaciones sus obras maestras.
Hay grandes y pequeñas confabulaciones, hasta en los equipos deportivos profesionales existen (los jugadores traman contra los técnicos y hasta contra los cuerpos directivos y a la inversa; «equipo que tiene nuevo entrenador, gana», con lo que se quiere decir que venían perdiendo con la intención de «correr» al entrenador). Pero como explicación de la vida entera de las naciones la teoría de la conspiración no funciona.
Las grandes intrigas están destinadas a la ruina. Hitler, los marxistas, la CIA y otros han fracasado. El primer golpe y algunos que le suceden inmediatamente después, son exitosos, pero muy pronto surgen dificultades. Después de las intervenciones militares con las que se imponen nuevos sistemas de gobierno o una ideología que se considera superior, como fue el caso de Napoleón quien exportó la revolución francesa o de los comunistas que hicieron lo mismo con la revolución socialista; después de recibimientos gloriosos, con guirnaldas y fiestas (aunque no siempre), empieza la reacción de factores que no fueron tomados en cuenta: el espíritu nacionalista, el rechazo cultural, las propias debilidades del conquistador y de la ideología.
Restan algunas preguntas sobre quién juega el papel activo y quién el pasivo. ¿Los judíos conspiraron contra el pueblo alemán o Hitler conspiró contra los judíos? Al tramar contra alguien y lograr excluirlo, porque es una «amenaza» o «no dejaba hacer», ¿desaparece el riesgo y queda realmente el camino libre para poder hacer?
Parece que la vía de la negociación, el acuerdo entre partes contrarias, aún está muy lejos de convertirse en totalmente transitable, pese a los recursos de la modernidad, como la comunicación en tiempo real (tan importante para desvanecer con oportunidad los malos entendidos) y de las instituciones supranacionales.
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*El autor fue economista, financiero y promotor de la industria editorial. Actualmente es editor e intenta ser escritor.