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Autoconocimiento: poder y responsabilidad

Gran parte de las modas llega ahora de Estados Unidos. También ha llegado la de los códigos éticos. No muchas empresas los cuelgan rápidamente en despachos y oficinas, aunque no siempre en el despacho del Presidente Pero la ética no se resuelve con códigos.
Con demasiada frecuencia queremos arreglar nuestras enfermedades personales y sociales recurriendo a la medicina sintomática o al recetario fácil. Es propio de la cortedad, de la rudeza y del miedo el procurar soluciones inmediatas. Con eso se gana poco. Es preciso ir a la medicina etiológica, ir a las causas, conocer a fondo el mal o la carencia y tener la valentía de poner los medios para intentar arreglarla. La valentía y la humildad.
El miedo y la arrogancia son enemigos del aprendizaje. Y el ser humano es el ser que aprende, que siempre puede y debe aprender, para lo que necesita conocer el método. En la sociedad actual llamada precisamente del conocimiento, fácilmente se da por sabido que sabemos el método. Pero no siempre es así.
La prueba es que, cada vez más, la gente sabe más de muchas cosas pero poco, y, sobre todo, que la sociedad se mueve sobre la desconfianza.

SOBRE LA DESCONFIANZA Y EL MIEDO

Sobre la desconfianza no se puede construir algo tan profundamente humano y social como es la civilización. Estaríamos locos si no tomásemos cautelas, porque el error, la ignorancia, el mal, la debilidad existen y existirán en este mundo. Pero una cosa es tomar cautelas y otra montar todo el sistema sobre la desconfianza y el miedo. Eso es una muestra de pobreza civilizadora: el ser humano no se siente fuerte en cuanto humano, y por eso ni confía ni es capaz de dar confianza.
Si la economía se pudo desarrollar en todas sus dimensiones, fue gracias a la confianza: se confiaba en el trabajo bien hecho, en que no se iba a robar, en que los ahorros servirían para algo, etcétera. Si el derecho el gran regalo civilizador de Roma se pudo desarrollar fue porque el ciudadano romano confiaba en que se cumpliría.
Los pueblos forman unidades políticas porque confían en encontrar en ellas un grado suficiente de libertad y seguridad.
Todo el sistema de la vida humana se apoya en la confianza. Pero sólo se puede conceder a las personas fiables. Ahora bien, la fiabilidad se alcanza cuando se demuestra buena voluntad y constancia. Una buena voluntad es la que construye, la que añade algo real. No basta la buena intención para tener buena voluntad: hace falta aprendizaje.
El saber nos estabiliza, vence nuestra dispersión. Por eso, como expone magistralmente Séneca, el «sabio» es constante, y, por tanto previsible en su buena acción. Sin ese tipo de previsibilidad, no hay fiabilidad, y, sin esta, no hay vida social posible.
Una sociedad civilizada es aquella en que las personas son fiables porque tienen un buen nivel de saber ético, de autoconocimiento, pues sin él no es posible dirigir y ordenar constante y adecuadamente las propias acciones. Es decir, una sociedad civil es una sociedad civilizada, y esta es aquella en la que impera la responsabilidad: responde el que sabe.

AUTOCONOCIMIENTO = A PODER = A RESPONSABILIDAD

Lo que distingue al ser humano de los otros seres es que tiene capacidad de autoconocimiento. Eso es, como afirmaban ya los antiguos, lo divino en el hombre.
Cualquier animal superior tiene conocimiento objetivo y tiene también pasiones. Pero ninguno sabe que eso que percibe es un objeto y que esa pasión que siente por él también es objetiva para su conocimiento. Puesto que no conocen las cosas en cuanto conocidas, no saben que saben y por eso su poder es tan inferior al del ser humano. En efecto, saber es poder, el que más sabe de algo, tiene más poder en ese campo.
Poder, de otro lado, es libertad: es libre el que tiene poder, así es que la ecuación es: saber=poder=libertad. Pues bien, sólo el ser humano puede ser libre con respecto a sí mismo, porque puede saber quién es, y en consecuencia tener también poder sobre sí mismo.
Aquí está el fundamento de la ética, tal como lo mostró magistralmente Sócrates ya en el siglo V a. C. Tenemos poder sobre nuestras acciones y, por tanto, respondemos de ellas. Son nuestras. Pero no responderemos bien si no comprendemos que esas acciones nuestras tienen sentido precisamente desde nuestro propio ser. Si no lo conocemos, no seremos capaces de orientarlas adecuadamente.
Queremos lo que sabemos o conocemos: al ver un objeto atractivo nos inclinamos a él. Pero, ¿sabemos lo que queremos? Esto es mucho más difícil, pues la voluntad está en el interior y es misteriosa. Por ello, decía Sócrates, con frecuencia vivimos en la tremenda paradoja de querer lo que no queremos.
La falta de autoconocimiento nos rebaja en nuestra condición.Si el ser humano es el que se puede autoconocer y, a la vez, es un ser social, eso indica que lo uno y lo otro van unidos. Tanto mejor nos conocemos, tanto más caemos en la cuenta de que el camino de nuestra vida es el de la sociedad. No hay bien verdadero alguno para la persona que no sea al mismo tiempo bien común, y viceversa. El bien verdadero es una verdad buena, es decir una realidad comunicable.
El autoconocimiento nos deja claro que somos seres sociales: no podemos vivir sin que nuestra vida influya en la de los demás, ni podemos evitar que la de los otros influya en la nuestra. Como afirmaba Louis de Bonald, todo ser humano lo quiera o no, se dé cuenta o no está continuamente empeñado en construir o destruir la sociedad.
No hay prueba más clara en nuestros días de la verdad de esta tesis, que la situación de la sociedad occidental: está triste, porque en ella reina progresivamente la actitud individualista, contraria a nuestra naturaleza y destructiva, por tanto, de la sociedad. Consecuencia: la infelicidad.

INDISPENSABLE CONOCER AL HOMBRE

Así se puede entender el alcance de lo que parece una simpleza, que en el fondo todos los problemas que afectan al hombre son problemas humanos. Sólo se pueden resolver si lo conocemos. Por ello es sorprendente que este saber y los que a él se dedican que deberían ocupar un lugar central, lo cual no quiere decir que sean más ni menos «importantes» que otros estén postergados y hasta marginados en la sociedad occidental. Me refiero a saberes como la religión y la filosofía, y a personas como los padres y educadores.
Los mejores observadores de nuestro mundo insisten cada vez con más frecuencia en que sufrimos una «crisis de valores». ¿De dónde proviene? De que no sabemos en qué consisten nos faltan los saberes que podrían enseñárnoslos y de que no cuidamos suficientemente las instituciones que deben custodiarlos.
Si alguien piensa que podremos solucionar nuestros problemas con sistemas y estructuras, con medidas y mejoras de orden técnico o con leyes y disposiciones, confunde el fondo con la superficie. Ambas dimensiones el fondo y la superficie son reales, humanas, necesarias. Necesitamos técnica, estructuras y leyes. Pero eso no es el fondo.
Sin el fondo del conocimiento práctico del hombre y la sociedad, lo único que se logra es vencer dificultades, pero nunca solucionar verdaderos problemas. Mientras que con el conocimiento profundo se resuelven los problemas, aunque a veces nos sigan acuciando las dificultades que por lo demás nunca faltan a nadie en la vida.
Mil veces citada desde la Antigüedad, la frase del poeta latino Horacio: «de qué sirven las leyes sin las buenas costumbres» parece olvidada por no pocos dirigentes sociales, sean políticos o jefes de corporaciones y empresas, y hasta por los padres de familia.
Pero las buenas costumbres se enseñan sólo con el buen ejemplo, es decir, con una vida coherente con lo verdadero y lo bueno. La vida es la interiorización, la verdad de las ideas y los sentimientos. Cuando falta la vida todo es malamente exterior, todo es ya -en mayor o menor medida falso.
Lo falso es lo vacío, y destruye. Cada vez que el jefe de una corporación, de una empresa, el político o un padre manda sin esforzarse en dar ejemplo, cada vez que lo hacen, están destruyendo personas humanas y a la sociedad.

EMPRESARIOS, MENOS POPULARES QUE EL ESTADO

Occidente se encamina hacia la pérdida de la sociedad civil. Esta no lo es exclusivamente como se dice con frecuencia por tener una variedad de instituciones intermedias desarrolladas. Desde luego, la sociedad civil las genera, pero es más que eso. Mucho más, sobre todo, si se observa que esas instituciones intermedias son el elemento que rompe la fórmula y el juego característicos de la sociedad moderna; a saber, la estructura Estado-mercado, una fórmula que no puede funcionar bien, y que ha mostrado ya históricamente sus carencias.
Sociedad civil es, como queda dicho, la sociedad civilizada, y una sociedad así no puede aceptar el dualismo Estado-mercado como estructura fundamental, porque le quita el protagonismo debido a la persona y a la sociedad, aparte de estar mal concebido.
Estado-mercado es la fórmula originada en el radicalismo liberal, por la cual los individuos persiguen su interés según el concepto de interés neutro, y el Estado se ocupa de «lo social». El resultado ha sido históricamente que los creadores de riqueza y sostenedores del Estado tienen mucha menos popularidad que el Estado mismo, refugio de desventurados.
Según la ortodoxia democrática, la política y la economía (Estado y mercado) son dos ámbitos distintos. Pero la vida no es así, la vida es siempre unidad de lo diverso, y si esto no se reconoce, reaparece de forma larvada, en forma de corrupción. La corrupción es en este caso el proceso de relación entre política y economía hecho al margen de la «ortodoxia» política vigente, pero forzado por la misma naturaleza.
El modo de evitar esta lacra del Estado democrático es precisamente el desarrollo de una sociedad civil verdadera. Cuando las organizaciones y empresas, o sea las instancias presuntamente «económicas» que nunca son sólo económicas se hacen cargo de su responsabilidad civil, entonces descargan al Estado de muchos pesos que no sólo no tiene por qué llevar, sino que lo convierten en un competidor injusto de la propia sociedad civil.
Asumir estas responsabilidades no tiene por qué ser de forma directa, pero puede ser indirecta de mil modos, el principal es contribuir a crear un ambiente y un lenguaje sociales adecuados. La empresa y el empresario han de contribuir a fortalecer las otras instituciones sociales, sin cuya fortaleza el propio sistema económico está gravemente amenazado. Familia, centros educativos, Iglesia son imprescindibles para la solidez y la calidad social.
Es necesario buscar de nuevo la armonía, lo que suma. Ya se encargará la vida de estropear un poco el cuadro, pero si ni siquiera queremos pintarlo, entonces no se puede esperar nada bueno. Cada institución debe mostrar su nobleza, es decir, ha de ocuparse de sí misma y de las demás.
No tiene sentido que la empresa y los otros tipos de organizaciones, si es que aún se puede distinguir entre empresa y organizaciónse mire sólo a sí misma. Necesitan a la escuela, a la familia, al derecho, etcétera. Luego tienen que favorecer su desarrollo. Lo mismo que las otras instituciones necesitan de la empresa y deben mirar a ella.
El ser humano es un ser multidisciplinar, y lo mismo la sociedad. No especializarse implica renunciar al desarrollo, a la potenciación, pero no buscar la unidad supone renunciar a la humanidad. Como un individuo no madura ni se desarrolla humanamente sin una cierta formación completa («integral»), lo mismo pasa con la sociedad. Y mucho más cuanto más avanzada es: la complejidad requiere unidad, sin la cual la esquizofrenia es inevitable.

NADA SIN SABERES  HUMANOS

Eugenio DOrs decía: la filosofía no sustituye a ningún otro saber, ni a ninguna actividad, pero «nada sin filosofía»: hay que elevar la anécdota a categoría, hay que ver el sentido de todo.
Ni un Estado omnipotente, ni una pura sociedad liberal del contrato pueden solucionar de verdad los problemas que nos acucian. Al revés, los agudizan. Y más aún un «Estado providencia», síntesis de todos los problemas de socialismo y liberalismo.
El único camino, a pesar de sus dificultades, que debemos recorrer es el del despliegue progresivo de una sociedad civil, en la que la iniciativa, la responsabilidad, la confianza y la visión sean realidades poderosas. Es fácil desconfiar de las posibilidades del ser humano -como hacen en el fondo liberalismo y socialismo-, pero la consecuencia es su anulación progresiva.
No hay alternativa al riesgo de una libertad responsable. Es decir, no hay alternativa a una sociedad de seres humanos humanamente formados. Ahora bien, humanamente formados significa humanísticamente formados, pues sin la perfección de la verdad, la bondad y la belleza -justo lo que atienden y fomentan los saberes humanísticos-, no cumpliremos nuestra humanidad. Esa es, pues, la tarea.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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