Estoy haciéndome viejo, es un hecho. Pero intento ser sabio y feliz. ¿Sabio? Posiblemente un viejo puede serlo. ¿Feliz? Si nadie quiere ser viejo, ¿cómo es posible ser feliz en la vejez?
Muchos creen que las características propias de la juventud, como energía, vivacidad, o alegría, se pierden irremisiblemente con la edad y que la vejez es sinónimo de enfermedad, decrepitud, tristeza, abatimiento, ineptitud.
Se ha dicho que somos de las primeras generaciones en preocuparnos seriamente por el bienestar de la «Edad dorada», «Tercera edad» o «Adultos en plenitud», cualquiera que sea el término empleado. Y es cierto: los gobiernos diseñan programas de protección social para el adulto mayor.
El Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, INAPAM, tiene un programa que canaliza a adultos mayores a diversas empresas para que trabajen. Profesionistas y obreros especializados han encontrado un espacio donde pueda ser aprovechada su experiencia laboral.
Sin duda, los instrumentos legales en nuestro país son suficientes para otorgar a la persona mayor un sano desenvolvimiento laboral. No obstante, en la práctica falta todavía una cultura de respeto a los derechos laborales de las personas mayores.
Sí, se respeta al «abuelito» o a la «abuelita» sentados en su sillón, leyendo el periódico o viendo la telenovela favorita, pero la sociedad mexicana aún no ve a esos «abuelitos» desempeñando un trabajo en el que puedan verter toda su experiencia y conocimientos.
No hay que olvidar que, desde tiempos remotos, las culturas orientales tienen otro concepto de los viejos, se les respeta profundamente y se busca su consejo, porque consideran que con la edad se alcanza la sabiduría. En China se acostumbra preguntar «¿cuál es su gloriosa edad?»; y a los jóvenes se les consuela diciéndoles que tienen un excelente porvenir y algún día «llegarán a ser ancianos».
En Occidente no sucede lo mismo; se desoyen las palabras del anciano, por «no estar actualizado» o «no comprender los cambios de la época». ¿Por qué casi siempre nos detenemos antes de usar la palabra viejo o anciano? Porque se piensa que al llegar a determinada edad, la «edad del retiro», hay que entregar la estafeta a los que vienen detrás y no queda más que permanecer inactivos a la espera de la muerte.
La tercera edad es una época de crisis, pues en la etapa de jubilación el individuo necesita readaptarse al medio una vez que se encuentra fuera de la rutina laboral. El meollo consiste en otorgarle al tiempo un nuevo valor. Todo depende de la actitud.
En las zonas rurales hay una actitud diferente. Ahí, el individuo trabaja y desempeña todo tipo de labores sin que se le marquen límites por su edad. Esas personas aceptan su edad en forma mucho más positiva que sus contemporáneos citadinos. No tienen tiempo para pensar en los achaques de la vejez; ni para quejarse o condolerse del pasado. Hay que seguir trabajando para ganar el sustento diario. ¿Podemos aprender algo de esas personas?
El viejo que realmente se está convirtiendo en sabio y quiere ser feliz no anhela ser joven otra vez, ya ha experimentado la juventud y no desea desperdiciar el resto de su vida luchando contra algo que es una batalla perdida de antemano: de cualquier manera uno va a envejecer.
¿Cómo establecer de nuevo un puente entre las viejas y las nuevas generaciones?
Tal vez evitando impresionar a los jóvenes con una avalancha de conocimientos; transmitiendo actitudes positivas más que palabras. Al joven hay que permitirle pensar, sentir y usar sus sentidos para diseñar su propia ruta. He visto a mis hijos alcanzar la felicidad a su manera, no a la mía.
En esta edad pueden terminarse tareas que dejamos inconclusas, arreglarse situaciones que nos dejaron insatisfechos. Es el tiempo de finiquitar los asuntos del pasado para poder estar libres y dedicarnos únicamente al presente.
El envejecimiento es una oportunidad para tener un nuevo crecimiento. Si has encontrado un sentido a tu vida, no quieres volver a ser joven, sino seguir adelante, ver lo que sigue y gozar de cada uno de los momentos que te queden por vivir.