Si la familia es el lugar al que se vuelve, hemos de volver a estudiarla, para profundizar en su esencia. Pero no hay que volver a formas pasadas: el pasado está para aprender de él, y para mejorar, no para ser recuperado».
Hay que proyectar una nueva forma de familia, más unida y con más respeto a la libertad de cada miembro, más creativa y profunda, en la que una autoridad, flexible y amable, sustituya a la arrogancia del autoritarismo.
Para introducir nuestra sección Coloquio, tomo prestadas varias ideas de un pequeño y jugoso libro, El lugar al que se vuelve. Reflexiones sobre la familia, de Rafael Alvira quien además participa en este número. El anhelo de cuatro colaboradores que aportan su visión a distintos aspectos de la familia actual es, justamente, contribuir al diseño de esa nueva familia armónica, arraigada en realidades inéditas.
Dice Alvira que construir la armonía es tarea que requiere un difícil aprendizaje práctico, que sólo puede llevarse a cabo en un ambiente familiar. Como no vivimos de instintos sino de aprendizaje, hemos de aprender a ser lo que somos, individuales y sociales, a humanizarnos de la manera más plena para gozar y sentir la alegría, con paz en lo profundo del alma.
La familia es el lugar al que se vuelve porque allí nos aceptan de modo absoluto, sin condición. La casa, más que de espacios, paredes y objetos, está hecha del amor de los que en ella viven, y viven bien porque tienen con quien compartir su vida.
Sin embargo, la sociedad actual ha entronizado la competencia, el competir, como norma general de vida, y esa dura carrera daña enormemente a la armonía y amenaza no sólo a la familia, sino a la propia integridad social. «Es muy difícil tener una verdadera familia cuando todas las disposiciones e incitaciones del entorno nos empujan a una lucha continua y muy dura. Entonces la sociedad pierde belleza y la vida se nos hace más pesada y desagradable. ¿Merece la pena seguir así?».
Desde hace años me ha resultado clarificador recordar un artículo de Gustave Thibon, periodista francés, que señalaba la diferencia entre equilibrio y armonía. En el equilibrio, las fuerzas encontradas, están en tensión y se compensan anulándose mutuamente, la armonía, en cambio, combina, contrasta y enlaza elementos distintos para lograr algo bello.