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Dialogar con un genio

No hay personaje que despierte más envidia, seducción y extrañamiento que un genio. A ello responde que a lo largo de la historia, muchos han sido transformados por sus respectivas sociedades en chivos expiatorios, desde Sócrates hasta Rimbaud.
Recientemente, el afamado crítico literario Harold Bloom publicó Genios, su obra «religiosa»; le preceden otros estudios deliciosos e interesantes como El canon occidental, Shakespeare, El futuro de la imaginación, ninguno de inspiración religiosa.
A través de la imagen del genio, Bloom revela una idea que en sus obras anteriores sólo aparecía como fantasma: la espiritualidad es piedra de toque de lo artístico y lo humano. Su punto de partida es la cábala judía, pues en ella se encontraría en detalle la anatomía del genio; su itinerario es un diálogo con personajes como San Pablo, San Agustín, Proust, Calvino, Kafka, Shakespeare y con obras como la Biblia y el Talmud.
Una de las condiciones necesarias que ha de poseer un genio, piensa Bloom, consiste en la capacidad de dialogar con sus predecesores y sus contemporáneos: «Shakespeare hace un pacto implícito con Chaucer, su precursor esencial en la invención de lo humano».
Sin embargo, el diálogo no es sencillo para el genio ni para su interlocutor o la audiencia que lo rodea. Frente al experto en el arte de la palabra que explica y traduce para los demás lo que sus razonamientos le dictan, el genio ?dice con razón Bloom? tiene que vérselas con su yo aborigen, una identidad desconocida para la mayoría de los «explicadores», y padece una especial dificultad para dialogar de manera mesurada, lógica y políticamente correcta ?a la envidia y extrañamiento se suma la soledad del chivo expiatorio.
El genio es la antítesis del hombre común estereotipado. Tal parece que el genio no es el que conoce sino el que desconoce, el que se olvida, se salta, pasa de largo frente a la ordenada sucesión del conocimiento? y sorprende. El genio es el vidente, el que ahí donde todos apuntan la mirada, ve algo más; es mago que obtiene de lugares simples o inhóspitos lo que nadie hubiera creído, lo inverosímil. El genio posee algo, una virtud, un hábito, quizá un defecto.

NO HAY GENIOS DE TIEMPO COMPLETO

Suele suceder que la expresión genial va preñada de una clarividencia poco usual y causa extrañamiento, genera desazón en el oyente. Tal parece que el genio atenta contra las normas del diálogo pues al formular sus ideas oscurece casi la totalidad del diálogo ¿quién lo comprende?. Pero también es capaz de lo contrario: presentar de manera tan prístina y sucinta sus argumentos y soluciones que minimiza la dificultad, resuelve el atolladero de la discusión y elimina la posibilidad de continuar la contienda: pero entonces, ¿quién es capaz de seguirlo en su claridad sin silogismos manifiestos?
Ante la mirada inquisitiva del otro, dentro del silencio grandilocuente del diálogo, el genio se mece sobre el puente frágil de su argumento o su metáfora, que parece diana perfecta del absurdo- y al absurdo le sigue la burla, y a la burla la violencia contra el chivo expiatorio.
¿Qué posibilidad de supervivencia tiene el genio si no desarrolla un diálogo? Contra todo deseo, el genio no es permanente ni completamente solitario, la genialidad reposa en un lecho discursivo: el genio se proyecta desde el diálogo. No se es genial todo el tiempo, como tampoco se es solamente genial.
Lo ordinario del genio es el diálogo, por ello el genio es dialéctico; lo extraordinario es el hallazgo, la visión inesperada, que intempestiva y arrasante no le niega la posibilidad del diálogo. Para decirlo de otro modo: las expresiones geniales parecen negar el diálogo pues toman por sorpresa al interlocutor, y al mismo tiempo el punto de apoyo del genio es el diálogo, pues la intuición brillante o la metáfora inspirada tienen como condición de posibilidad el diálogo personal y con los predecesores y maestros ?no es extraño que muchos de los chivos expiatorios hayan pasado por una etapa de magisterio, de Job a Madame Bovary.
La intención de Bloom es difícil de rastrear, Genios exige un lector versado en literatura y aquíleo en sus razonamientos; si bien el genio no se puede garantizar, la lección más grande de esta obra es: el genio se puede disfrutar, ahí están Cervantes y Montaigne.

* Licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana. Coordinador de la Maestría en Historia del Pensamiento en la misma institución.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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