Un grupo de extraterrestres invade la Tierra y toma desprevenidos a los humanos, que creen que vienen en son de paz. El personaje principal, interpretado por Will Smith, decide robar una nave de los extraterrestres y mata a algunos. Sobrevuela la Tierra hasta llegar a la nave principal de los invasores, introduce un virus, con el que elimina la coraza de la «madre» o reina de los extraterrestres, los hace explotar y salva a todo el planeta.
Esta hazaña de El día de la Independencia rebasa cualquier grado de credibilidad, si consideramos que nuestro héroe realiza todo solo, con la ayuda de un científico poco audaz.
Por otro lado, Perseo, héroe griego designado desde el Olimpo para derrotar a Medusa, temible monstruo de la mitología griega, la gorgona más conocida, famosa por sus cabellos de serpiente y afilados dientes, de grandes ojos, intensa mirada y capaz de convertir en piedra a los seres humanos. El elegido debe cortarle cabeza a la mujer-serpiente.
En contraste con la hazaña de Will Smith, Perseo no hubiese sido capaz de cumplir su cometido sin el auxilio de los dioses: Atenea le enseña a distinguir a Medusa de las otras gorgonas y le advierte que no debe mirarla directamente a los ojos sino a través de su reflejo, para ello le obsequia un escudo finamente pulido; Hermes le regala una hoz para cortar la cabeza; las ninfas de Estigia le entregan unas sandalias aladas, el yelmo de la invisibilidad y la talega en la que guardará la cabeza de Medusa.
¿Qué es un héroe? Algunos académicos recomiendan indagar sobre el origen de un fenómeno, idea o acontecimiento específicos para comprender su actualidad. Este podría ser el caso del héroe. La cultura griega ofrece un paradigma de héroe y heroicidad. Pero también Hollywood ofrece modelos. ¿Qué los diferencia?
VEROSIMILITUD VS EFECTOS ESPECIALES
Lejos de remitir a sus héroes a un tiempo irreal, como solemos hacer actualmente, los griegos ubicaban en un pasado remoto a aquellos hombres que habitaron la Tierra y que, por ser superiores en virtud, su dignidad les hizo ser conocidos como «héroes».
Aristóteles llegará a decir que eran una humanidad superior. Sin embargo, parte del realismo con que se concebía a los héroes radica en que, a pesar de sus grandiosas biografías, no eran perfectos. De hecho, tan grande era su valor y maravillosas sus hazañas, como desmedida podía ser su ira y sed de venganza.
Los héroes no están exentos de la hybris (vicio) y por ello, también padecen los castigos divinos. Es imposible entender al héroe homérico al margen del «fin trágico» y la «intervención divina», en contraste, el modelo contemporáneo del héroe omite ambos elementos y propone la imagen de un vencedor absoluto, autosuficiente y humano.
Al margen de los errores históricos, excesos o imprecisiones que se pueden reprochar al reciente film Troya, un rasgo salta a la vista de inmediato: omiten la intervención divina, sin la cual es imposible explicar las acciones de los personajes, «sin ella los troyanos no hubiesen resistido al sitio aqueo».
Omisión que parece fruto de la «recontextualización» de la historia. La versión se ajusta a una época laica, frecuentemente intolerante ante cualquier manifestación teísta.
Para los griegos, la heroicidad no era consecuencia exclusiva de los esfuerzos humanos y naturales; intervenían directa o indirectamente el favor o la cólera de los dioses. En contraste, el héroe moderno suele aparecer como un sujeto «autónomo» que ejecuta osadas maniobras para poner a salvo a su familia, amigos, país y al planeta entero, sin necesidad de los dioses. Su virtud se apoya en su agilidad o destreza para salir al paso de los obstáculos que le presentan los maleantes o la naturaleza.
Este modelo de heroicidad resulta inverosímil. Que un hombre desactive una bomba, corra en dos segundos y se ponga a salvo cuando todo a su alrededor ha estallado; que uno solo se imponga ante una multitud de criminales persecutores con un recurso elemental: sus puños o una pistola de seis tiros, no es creíble.
Pero en estas tramas, el héroe es héroe: no importa que sus enemigos le disparen a quemarropa; inexplicablemente, siempre tendrán mala puntería si se trata de aniquilar al «bueno de la película». A nuestro «héroe» se le pueden acabar las municiones y aún así, derribar a los matones con la fuerza de sus manos.
Estas historias resultan francamente entretenidas y hasta emocionantes, además, provocan una adrenalina catártica. El problema radica en creer que las escenas de peligro extremo, diseñadas para el brillo de los héroes, puedan ser paradigma o modelo para el hombre común y corriente.
Más de uno dirá que las batallas griegas no se quedan atrás: Aquiles profana y arrastra el cuerpo de Héctor, hijo predilecto de Zeus. Sí, pero con la ayuda de Hera. Conviene insistir que los dioses juegan un papel preponderante. Por otra parte, se sabe que los griegos exageraban las características y dramas de sus narraciones buscando un efecto pedagógico. El modelo heroico griego, si bien podría parecer un paradigma de virtud difícilmente alcanzable es, sin embargo, un modelo a seguir, es posible que una persona logre determinadas proezas con el auxilio de los dioses.
¿Qué le espera a un héroe sin el auxilio divino? No podría luchar y mucho menos triunfar. Nadie por sus propios medios vence a un ejército completo, detiene un meteoro o rescata a una multitud de un edificio en llamas. Podría plantearse una paradoja: los griegos creen en sus héroes porque creen en los dioses; el héroe moderno prescinde de lo divino; por lo tanto, podría parecer que este último modelo es más humano y asequible.
No obstante, lo desconcertante es que el héroe moderno es un humano con acciones extraordinarias y no existe motivo que lo justifique. Pensemos en El último Samurai, Hollywood no es necesariamente pernicioso: hay producciones muy buenas y constructivas; otras, cuestionables. A fin de cuentas, la intención de la Meca del cine no es educar sino entretener, y el entretenimiento es un negocio. En cambio, uno de los fines de la tragedia era educar entreteniendo.
HÉROES QUE NO LO SON
griego sabía quién y cómo una persona podría convertirse en héroe: tenía que ser varón y morir en la batalla. Para eso educaban el cuerpo y el alma. El sacrificio era necesario, el héroe griego era un guerrero.
En cambio, cuando hablamos del héroe de Hollywood, lo primero que nos viene a la mente es un superdotado, poderoso, hábil y seductor. Pensemos en James Bond o en los personajes interpretados por Bruce Willis; MacGyver o más recientemente Jack Bauer de la serie 24. Ninguno es un modelo de virtud. Todos hacen cosas increíbles, pero en lo asombroso llevan lo ilusorio.
Podemos considerar dos tipos de héroes modernos: el de virtud exageradamente elevada, libre de hybris, y por lo tanto inverosímil. O, el de ciencia ficción, cuya heroicidad radica en alguna capacidad física con la que se sobrepone a todos sus enemigos. Nuevamente, el modelo no es creíble.
El problema parece ahora más claro: nuestros héroes no son héroes. Lo virtuoso son sus acciones, no sus actitudes. La personalidad de estos hombres en conjunto, no nos llama a ser como ellos. ¿Nos quedamos sin héroes, sin un modelo a imitar? El hombre que lo resuelve todo, y lo resuelve bien, es molesto: no existe tanta perfección.
Hay una ligera confusión entre héroe e ídolo. El primero es aquél cuyas acciones son buenas; en el ídolo, en cambio, su personalidad o modo de vida (no siempre sus acciones) lo convierten en objeto de exaltación. En muchos personajes griegos y contemporáneos encontramos buenas intenciones o ideales de justicia, muy loables, no obstante, habría que cuestionar si el objeto, fin y circunstancias de sus actos, lo son igualmente. Si un espectador no es capaz de discernir lo positivo y negativo de una acción supuestamente heroica, quizás, termine imitando a quien comete la acción incluidos sus virtudes y defectos.
Sin madurez y juicio crítico, cualquier representación podría ser perniciosa. La tragedia griega no era para niños porque ellos imitan muy fácilmente los modelos representados. Quizá por ello actualmente ese mercado es muy atendido.
Pensemos en películas como Harry Potter o El Señor de los Anillos. La ficción lleva el mayor peso de la trama; se ejercitan las virtudes, pero desgraciadamente predominan los efectos especiales; la condición natural de ser «mago» pone al personaje muy por encima de lo que un niño promedio puede aspirar a realizar. No digo que estas películas no contengan un buen mensaje, pero asimilarlo requiere un análisis que un niño más o menos pequeño, por mera contemplación no podrá realizar.
EL TESTIMONIO DE LOS POETAS
Me parece fundamental un último elemento al comparar al héroe griego con el contemporáneo, el origen mismo de las narraciones. Richard Bodéüs, filósofo canadiense, autor del libro: Aristotle and The Theology of the Living Immortals, llama la atención sobre un punto neurálgico: si hemos dicho que el griego creía y en cierto sentido, anhelaba o sentía nostalgia por virtudes de épocas antiguas, y carecía de medios masivos de difusión, la confianza en las narraciones juega un papel fundamental.
¿Qué permitió que las narraciones heroicas fueran conocidas por los hombres de otras épocas? El testimonio, digno de confianza, de los poetas. Nosotros difícilmente creemos la historia no sólo por lo inverosímil de las aventuras, sino por el origen mismo de la narración. Es una cuestión antropológica y ética común en nuestra época: poco parece digno de ser creído.
Al final no existen modelos o recetas precisas de cómo actuar en cada situación y en la vida particular de cada individuo. Los héroes son modelos de virtud en quienes debe resaltarse la capacidad de tomar buenas decisiones y ejecutarlas lo mejor posible. Siempre habrá batallas perdidas. Pero quien haya asimilado un modelo virtuoso, no se quedará estancado. Y en las victorias tampoco creerá que lo ha vencido todo. Este sencillo modo de perseverar en la virtud no ha cambiado nunca. Un pequeño fragmento de Arquíloco lo muestra de manera singular
Corazón, corazón, si te turban pesares
Invencibles, ¡arriba!, resístele al contrario
Ofreciéndole el pecho de frente, y al ardid
Del enemigo oponte con firmeza. Y si sales
Vencedor, disimula, corazón, no te ufanes,
Ni, de salir vencido, te envilezcas llorando
En casa. No les dejes que importen demasiado
A tu dicha en los éxitos, tu pena en los fracasos.
Comprende que en la vida impera la alternancia.
Esto también lo explica, con sencillez y contundencia, Felipe, amigo de Mafalda, cuando se topa con una estatua pública y lee la inscripción: «A Fulanito, por ser un luchador incansable». La reflexión de nuestro personaje recupera el sentido de la verdadera heroicidad: «Lo que tiene mérito es estar cansado, y seguir luchando».