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Antropología de la acción directiva

Antropología de la acción directiva
Carlos Llano y Leonardo Polo 
Unión Editorial. Madrid. 1997

 

El miedo suele generar un factor terrible dentro y fuera de la
empresa: la mentira. Las relaciones humanas se envician hasta que la dirección se hace imposible.

A los seres humanos nos gusta tener el control. Asumirlo significa hacernos responsables de aquello que está en nuestras manos, aquello que controlamos. Tal vez no debamos pensar tanto en el control externo como en el interno. El autocontrol es fundamental en todo ser humano y será el vértice que fungirá como bisagra entre el directivo y los empleados. Si el primero logra controlarse, su labor se facilitará, tomará las mejores decisiones, las más acertadas y humanas. Sin embargo, para controlarse hay que conocerse y para ello hay que entender quién es el ser humano.
ACLARAR AL HOMBRE:
ENTENDER EL MÉTODO

Uno de los puntos que todo directivo debe tomar en cuenta es que trabaja con personas. Tiene que conocerlas, comprenderlas y saber cómo son. El ser humano es bastante complejo en su estudio, pero igualmente apasionante. En Antropología de la acción directiva Carlos Llano y Leonardo Polo pretenden dar luz sobre este tema.
Lo primero que advierten los autores es que lo preferente en un estudio antropológico no es un método analítico, sino sistémico: «como la complejidad humana es teóricamente inagotable, el enfoque sistémico ha de permanecer siempre abierto y preparado para incluir los nuevos factores que aún no se han descubierto». Descomponer al hombre (que es lo que se haría por un método analítico) conduciría a una visión fragmentada y muchas veces errónea de la naturaleza humana.
Dentro del libro se defienden y demuestran dos tesis: a) aunque la actividad productiva es distinta de la directiva, es menester entenderlas sin disociarlas y b) la más alta forma de conexión entre los hombres reside en el lenguaje y no en el dinero. Es cierto que tanto la mano como las palabras son dos cosas distintas, pero no por ello están desconectadas. Ambas forman parte del mismo ser: el hombre. Ambas son utilizadas bajo un principio que a todos los seres humanos nos une: la racionalidad. Utilizar la mano es un proceso de evolución inteligente, tanto como tener la capacidad para comunicarnos por medio de palabras. El hombre no es una máquina, sino un ser vivo. «El hombre -sentencian los autores- es un sistema complejo interrelacionado».
DIRIGIR HOMBRES, NO MÁQUINAS
«Dirigir es cambiar la conducta de otros de manera que hagan lo que yo quiero». Como bien mencionan los autores, no sólo se trata de que hagan lo que yo quiero, sino de que quieran hacer lo que yo quiero. Ese es el punto sobre el que cualquier directivo debe velar. Por esto el lenguaje es la forma más alta de conexión entre los seres humanos; a través de él podemos dialogar, comunicar, manifestar nuestra racionalidad y enriquecernos, pero también podemos herir, humillar y entorpecer al otro.
Lo que digamos y hagamos siempre tendrá repercusiones, positivas o negativas en el otro. Existe un elemento que muchos directivos utilizan cuando están al frente de una empresa: el miedo. Sin embargo, no se puede dirigir hombres utilizando el miedo, ya que impide la comunicación y la entrega. El miedo no sólo afecta al empleado, sino también al jefe, no existe un ambiente de confianza y por ende no existe una comunicación real.
«Es humano tener miedo; lo que no es humano es temer al miedo; integrarlo hasta tal punto que uno se convierta en miedoso […] Las situaciones fáciles suelen entontecer y ablandar, no son las apropiadas para el directivo (si la acción directiva fuese fácil no haría falta: las cosas saldrían solas)». Es cardinal aprender a manejar el miedo para no transmitirlo a los demás. Las decisiones siempre implicarán riesgos y es fundamental que todos nuestros empleados lo entiendan también así.
El miedo suele generar otro factor, igual de terrible tanto dentro como fuera de la empresa: la mentira. Las relaciones humanas comienzan a enviciarse hasta tal grado que la dirección se hace imposible. La idea de un directivo autoritario, prepotente y totalitario es arcaica y, sobre todo, poco eficaz. La empresa está conformada por seres humanos y funciona como uno de ellos -todo está relacionado con todo. No se podrá ser un buen director si se olvida esto cuando se está frente a un empleado. Reducirlo a una máquina que sólo debe entregar resultados es reducir la propia capacidad directriz.
DELIBERAR PARA ACTUAR
Enfrentar problemas es propio del directivo. Si estos no existieran, su función no tendría sentido. Para hacer frente a las situaciones es menester contar con un equipo de trabajo donde la confianza reine. Sólo cuando se trata al otro como un ser pensante (como un igual) se puede establecer la comunicación.
Cuando surge un problema es mejor convocar a una junta donde se expongan las distintas ideas, las posibles soluciones. La variedad de alternativas permitirá la toma de buenas decisiones. Si como directivo no confía en la inteligencia del otro, le obliga a callar y a no confiar. El juego debe buscar que todos ganen y nadie pierda.
Otro punto relevante para el directivo es el del error. Equivocarse es una característica humana. «Ningún hombre madura sin corrección». Claro que si repetimos el error en varias ocasiones entonces, somos necios. La mentira, en cambio, es equivocarnos adrede. Equivocarnos ayuda a perfeccionarnos; mentir nos hace mentirosos. En un ambiente corrupto es menos probable que el directivo pueda deliberar para tomar una decisión.
EL DIRECTIVO ES UN SER HUMANO
Frente a una compañía está una persona, un ser humano. Dentro de la compañía quienes laboran también son seres humanos. Olvidar que se trabaja con otras inteligencias, puede resultar catastrófico. La fuga de cerebros dentro de una empresa puede ser un síntoma de ello. Se debe confiar en la gente a la que se contrata. Ni ellos ni el directivo son una máquina.
El directivo tiene que saberse humano para poder dirigir. Si dirigir es cambiar la conducta del otro, entonces tiene que entender al otro. Para hacerlo, primero tiene que entenderse a sí mismo. No lo logrará si no logra ver en su empleado a un ser humano distinto de él, con capacidad e inteligencia particular. Aprender a mandar es saber obedecer y, más aún, enseñar a obedecer racionalmente.
Por último, el directivo debe ser, ante todo, un buen ser humano. Los empleados han de encontrar en él la motivación para trabajar y, sobre todo, para mejorar como personas. Si por sí mismos buscan ser más eficaces, entonces el directivo ha acertado al comprender en su totalidad que su empleado, lejos de ser alguien que le ayuda y trabaja para él, es una persona, con la misma dignidad y capacidad racional que él.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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