El complicado tránsito entre modernidad y posmodernidad representa un reto estructural para la empresa de hoy. Como bien ha hecho ver Carlos Llano, no sólo la forma de concebir la empresa, sino también su finalidad y los motivos de su organización son esencialmente diferentes en cada uno de estos momentos de la humanidad.
En el caso de la empresa contemporánea cuatro «circunstancias» indican la necesidad de renovar sus principios estructurales para devolver a la persona su lugar en el centro.
Primero, ha dejado de ser un sistema autorreferente o cerrado en sí mismo: su responsabilidad social es mayor.
Segundo, la tendencia actual a un cambio en las relaciones empresariales de una referencia negativa de separación y enfrentamiento, a una positiva de colaboración y convergencia.
Tercero, el énfasis en el valor y la necesidad de creatividad, que indica el paso de las relaciones estructuradas sobre la desconfianza hacia aquellas basadas en la confianza que acentúan la importancia de la libertad personal.
Cuarto, la tendencia a dar menos importancia a la especialización (que atomiza y disgrega a la empresa) y más a la generalización (que integra y sintetiza) en el ámbito de la dirección.
Por si fuera poco, algunas corrientes posmodernas relativamente recientes como el ecologismo, pacifismo, feminismo y nacionalismo -entendido más como un hábitat que como una identidad política o ideológica- señalan también un interés, consciente o no, por recuperar el valor de la persona.
La explicación de fondo a esta transformación que se impone como una necesidad para la empresa, se encuentra en el hecho de que la modernidad y la posmodernidad tienen visiones antropológicas distintas. La intención de Llano al desarrollar este tema es mostrar que el modelo operativo de la organización posmoderna es más eficaz y mejor que el de la empresa moderna porque su punto de partida es la persona.
La empresa moderna se fundaba sobre la base del egoísmo capitalista y la estandarización materialista. Llano analiza cómo ambos modelos (el moderno y el posmoderno) responden a un racionalismo absolutizante que socava la dimensión personal y espiritual del ser humano. El marxismo, a partir de la figura del Estado todopoderoso, pierde de vista la singularidad de la persona individual, mientras que el capitalismo a ultranza pone al hombre al servicio de los medios que él mismo ha creado: el dinero y la empresa.
La empresa posmoderna -dentro de la visión de la posmodernidad de Carlos Llano- debe pugnar por recuperar el humanismo y los valores espirituales derivados de la ética clásica: «Se requiere el regreso a lo básico, a lo ya clásicamente sabido por el hombre, que pide a gritos salir de ese sótano de la mentalidad moderna que -¡con pretexto de apertura!- lo había encerrado». Por más que los directores de empresa sean capaces de fijar objetivos y criterios para actuar, su efectividad será nula si no fundamentan sus decisiones en una idea definida del hombre.
PODER Y COMPETENCIA, ¿QUE TAN HOMBRE SOY?
No es novedad que tanto el trabajo como las relaciones humanas se dirijan bajo el impulso de la adquisición de poder sobre los demás. Basta mirar a nuestro alrededor para percibir que vivimos en un constante clima de campeonato. Por esta razón, no resulta extraño que en la literatura empresarial predominen palabras como triunfador, competencia y ganador, entre otras.
Según Llano, esto se debe a que siguen vigentes los criterios de eficacia de la mentalidad moderna -la competencia y el poder- sustentados en las ideas de Darwin sobre la evolución: struggle for life (lucha por la vida) y survival of the fittest (la sobrevivencia del más fuerte).
Es lamentable que en el ámbito empresarial dichos planteamientos hayan penetrado hasta la médula de la organización. Una terrible consecuencia de la competencia es que ha deshumanizado -en gran parte- las relaciones de negocios.
Carlos Llano opina que es el momento propicio para hacer compatible la vida de la empresa con una existencia verdaderamente humana, donde los valores den aliento, vida y estímulo a los trabajos profesionales: «dejemos de lado el análisis de la imposibilidad de un éxito profesional estable, de larga duración, utilizando a mi prójimo como escalón, y llevando una vida personal o familiar desintegrada».
Para lograr lo anterior hemos de partir del hecho de que la empresa es una comunidad de personas (que aportan conjuntamente su trabajo directivo, su trabajo operativo y su inversión). De modo que el acento no está colocado en lo que se aporta, sino en las personas que aportan. Si tenemos presente lo anterior, podemos entender su postura cuando critica el modelo moderno de empresa. La asimilación acrítica de la teoría darwiniana sobre la competencia supone, en el fondo, la igualdad sustancial entre los seres vivos y el hombre: «la lucha del más fuerte, el predominio a ultranza y la competencia sistemática como mecanismos de supervivencia y aún de superación del hombre, no lo llevan a ninguna parte […] en cuanto hombre».
Afortunadamente, los empresarios empiezan a darse cuenta de que las operaciones realizadas bajo la perspectiva exclusiva del poder y la competencia no son convenientes para las organizaciones, «la sobrevaloración del afán de poder y la competencia suscita en las organizaciones múltiples enanos napoleones que quieren hacer de cada una de sus actividades un remedo de la batalla de Jena, y aparecen por todos lados almirantes émulos de Nelson que preparan un Trafalgar en la tina doméstica de su departamento».
Llano no está en contra de la competencia, por el contrario, señala que es una característica insustituible en los negocios: sin ella los procesos mercantiles se paralizarían. Además, reconoce que es también algo inevitable dentro las organizaciones, sobre todo en las relaciones interpersonales (sueldos, niveles jerárquicos, avance cuantitativo del trabajo, etcétera). Lo que llama su atención es que los hombres de negocios la hayan privilegiado a tal grado y hayan ampliado en exceso sus campos de validez, atrofiando el sentido de colaboración y solidaridad.
Podemos argumentar que el competidor es también persona, antes que trabajador, director, operador o inversionista. La empresa contemporánea es ciega a la distinción entre actividad y persona. El hombre, por naturaleza, tiene la capacidad de trascender su propia acción, por eso no debe ser calificado por sus pertenencias ni por las actividades que realice. El poder y la competencia quedan fuera del entorno de trabajo porque es patente que la calidad del trabajo no se aprecia con parámetros cuantitativos.
Concordamos con Carlos Llano, al señalar que la cooperación es algo indisoluble del trabajo ya que, dada la naturaleza social del hombre, no se puede trabajar si no es en conjunto con otros. Para que el ser humano alcance su plenitud, es necesaria la referencia a otros y qué mejor relación que el trabajo. Por eso decimos, junto con Fritz Schumacher, que el trabajo es la mejor terapia para el egoísmo.
El hombre es la condición para la existencia y perfección de la empresa, la sociedad y cualquier otra organización, estas sólo constituyen un escenario para su desarrollo. La actitud propia del hombre en los negocios o cualquier actividad que emprende, es la colaboración. Resulta increíble que muchos empresarios crean que un clima de intimidación, inhospitalidad y ausencia de reconocimiento genera frutos; probablemente los consiga desde el punto de vista económico y a corto plazo, pero nadie debe apostar a que un ambiente así puede sostenerse a mediano y largo plazo. Sabemos que la competencia es importante, pero el énfasis debe ponerse en la colaboración.
Colaboración y competencia son dos aspectos opuestos que presentan un dilema. Octavio Paz asegura que la civilización occidental se caracteriza por enfocar la existencia en la conjunción adversativa «o»: ganas tú o gano yo, llegas tú o llego yo. En cambio, las civilizaciones orientales se caracterizan por el uso preferente de la conjunción copulativa «y»: Juan y Pedro trabajan juntos y ambos se benefician. Llano argumenta que a las personas de hoy se les ofrecen, aunque no sean conscientes de ello, dos modelos o tipos de vida irreductibles: el ser para mí o el ser para el otro. De igual forma, como menciona Paz, nos encontramos ante la opción de vivir nuestra vida con un sentido adversativo o copulativo.
VOLVER AL HOMBRE
La propuesta de Llano pretende devolver al hombre al centro de la empresa, ya que fue hecha por el hombre y para el hombre. Lo contrario priva de sentido trascendente a cualquier tipo de acción humana en el ámbito empresarial, no es admisible que una institución creada por el hombre se convierta en fin y su creador, en parte de los recursos a su servicio.
La empresa no es una mera conjugación de elementos, ni una combinación de actividades, sino una comunidad de personas, cuyo ser se ubica muy por encima de cualquier activo. Las relaciones personales no pueden traducirse en términos de dinero y poder. La empresa debe empezar por reivindicar el trabajo porque detrás de cada actividad realizada hay una persona, cosa que parece olvidarse.
Verla bajo las características propias del mundo real, es verla con una nueva mirada: la empresa debe personalizar al individuo, lejos de despersonalizarlo o impersonalizarlo dentro de un sistema de relaciones humanas que siguen de manera equivocada las leyes de un mercado.
Para concluir, Llano apuntala que la persona debe ser un claro valor ascendente y nuestro trabajo cotidiano debe enfocarse en recuperar la posición que le corresponde dentro de una sociedad que opte por la generosidad y no por el egoísmo.