Al poeta Miguel Hernández se le murió muy joven su mejor amigo y tutor. Su poema más bello y desgarrador es Elegía y llora, así, esa muerte. «En Orihuela, su pueblo y el mío / se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé / con quien tanto quería». Algún editor despistado «corrigió» este genial preludio y publicó «…se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé / a quien tanto quería», echando por la borda la originalidad y profundidad antropológica del verso. Pocos conocen esta sutileza.
Además de su profundidad antropológica y proverbial capacidad pedagógica, el señalamiento evidencia su cuidadoso y detallado conocimiento de la literatura. Filósofo original, teórico de la empresa, educador y escritor, es impensable ver a Carlos Llano como un literato; sin embargo, su hondura en estos terrenos es de una profundidad que llama la atención.
Y aunque no se ha dedicado nunca a la crítica literaria como género específico, su lectura de la gran poesía y narrativa universal es probablemente más fecunda y plena que la de muchos especialistas y lectores «académicos» que hacen de la literatura un escarpado estéril y no un campo fecundo. Para Llano, la literatura es vida y lo que piensa respecto de los versos y las novelas que han pasado frente a sus gafas es, filosófica y efectivamente, trascendente.
Su cercanía con la literatura le distingue de aquellos filósofos racionalistas que, en aras del «rigor científico», soslayan novela, cuento y poesía, renegando sin más de una de las principales fuentes de sabiduría, el espejo más eximio de la condición humana.
Llano une filosofía y literatura sin confundirlas, y las distingue sin separarlas: sólo ello bastaría para considerarle un gran pensador. Por las páginas de su obra transitan los personajes de Chesterton (Llano los evoca a menudo para mostrar la dinámica de las necesidades humanas), las metáforas de Hölderlin, Shakespeare, Dickens y su narrativa como ilustración de los modelos económicos, Ibsen y la vacuidad de la vida en Peer Gynt, el valor absoluto de lo humano en Juan Ramón Jiménez («Yo sé bien que cuando el hacha de la muerte me tale, se vendrá abajo el firmamento») y un largo etcétera.
No son meras ilustraciones retóricas: en Llano, la literatura es tema y método porque en ella se expone la condición humana. Es así que en los volúmenes antropológicos, sobre filosofía especializada o de la empresa, su refinado olfato literario supera lo ornamental y constituye todo un modo de pensar. Toma la literatura en serio, que es el único modo de disfrutarla y aprender de ella.
¿TU VERDAD? NO. LA VERDAD
Como discípulo distinguido de José Gaos, Carlos Llano no se encuentra lejos de las coordenadas espirituales del gran poeta sevillano Antonio Machado. Pero, como en el caso de Miguel Hernández, el conocimiento de su poesía no se detiene en la emoción de los versos populares (aquellos de «Caminante, no hay camino» que todos, no lo neguemos, conocimos por Joan Manuel Serrat).
Profundiza en los poemas más abstractos de un Machado bastante filósofo, y aprovecha la musicalidad de sus estrofas para aclarar cuestiones filosóficas tan fundamentales como la fuerza de la verdad o el descubrimiento del sentido.
En Los fantasmas de la sociedad contemporánea cita aquella metáfora ocular: «El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas / es ojo porque te ve», y su complementaria «Los ojos porque suspiras / sábelo bien / los ojos en que te miras / son ojos porque te ven» (la realidad conocida no depende del sujeto que la conoce, etcétera). Y, probablemente, su argumento más decisivo contra el relativismo contemporáneo está plasmado también con la métrica de Machado: «¿Tu verdad? No. La Verdad / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela».
De Machado ha exprimido la savia más elocuente (cuando vuelve al tema del amor como efusión: el amor espiritual no se reduce al entregarlo, sino que aumenta, pues es auténticamente comunicativo: «Moneda que está en la mano / quizá se deba guardar. / La monedita del alma / se pierde si no se da.»). Analiza como nadie el aforismo que pone en su lugar contundentemente a los materialistas: «Todo necio / confunde valor y precio». Otro guiño genial, ahora para explicar la objetividad del entendimiento humano: «el alma es horizonte y distancia», verso que, de no ser por la exégesis del filósofo mexicano, sería sin duda menos elocuente.
Pero Machado no es una imagen que ilustre la antropología desarrollada por Llano. En el muy especializado volumen de Etiología de la idea de la nada estudia, desde las perspectivas filosóficas de Aristóteles, Tomás de Aquino, Heidegger y Sartre, las peculiaridades de este «pseudo-concepto» de la nada que tenemos y usamos. Aunque el pensamiento de estos filósofos se discute a lo largo de todo el libro ?así como el de José Gaos y Platón?, hay un apartado dedicado sólo a las metáforas de Antonio Machado sobre la nada. Este capítulo literario en un libro de rigurosa filosofía no sólo representa la vivencia humana de la nada (como ausencia, silencio y olvido), sino que propicia el análisis de cuestiones metafísicas e incluso teológicas. Además, sólo opacado por la influencia de Gaos, ¡el que analiza a Machado es el más extenso de los capítulos dedicados a un sólo autor en el libro! Resulta innegable que para Llano, poetizar es pensar.
PARA MORIR SONRIENDO
Con osadía, podemos decir que la calidez y altura del pensamiento de Carlos Llano se sostiene en gran parte gracias a su riqueza literaria que, evidentemente, no se agota en Machado. Es famoso su análisis sobre el Lebenswelt, alojado en distintos espacios de su obra; las realidades vitales, el mundo de las relaciones personales. Para explicarlo con precisión, Llano echa mano de un texto de Virginia Woolf: «la vida no es un conjunto de faroles colocados simétricamente, sino que es un halo de luz».
Es innegable que Llano nutre su pensamiento con mucha más literatura de la que a él le gusta aceptar. Al referirse al no-ejercicio de la libertad («el suicidio óptico»), explica la indiferencia negativa que lleva al hombre a olvidar lo que es, manifiesta en un activismo evasor (al modo de los workaholics, por ejemplo). Llano recurre a Stepan Arkadievich, el atribulado hermano de Ana Karenina quien, incapaz de enfrentar sus problemas, ansía la salida fácil: «…sumergirse en los negocios cotidianos, es decir, olvidar, distraerse con el sueño de la vida». Al genio literario de Tolstoi, el oficio de Llano agrega una contundencia inusitada para explicar la evasión humana y la pérdida de la vida interior.
Y así a todo lo largo de su obra. Carlos Llano recorre la literatura con la pasión del descubridor, con la sabiduría de quien ha caminado tanto. Y se sirve de ella, como hemos dicho, para sostener su pensamiento.
Dostoyevski es otro autor recurrente en su obra. El pesimismo y desazón del ruso, sus derroteros, le han servido para arrojar luz, sobre todo, en el ya referido tema de la libertad humana. «El mal uso de la propiedad no se corregirá aboliéndola -explica Llano-, sino penetrando en la hondura que falta. Ya se lo preguntaba, anticipándose a la problemática de este siglo, uno de los hermanos Karamazov: “¿quién de nosotros está más capacitado para concebir una gran idea y consagrarse a su servicio: el ricachón individualista o el que se ha librado de la tiranía de las cosas?”».
Hay que decirlo de nuevo: en Carlos Llano conviven, a favor de un pensamiento original, el empeño y rigor filosóficos con la calidez y anchura literarias. En otras palabras, su obra es un manual para conquistar una vida plena. Hace poco, un amigo suyo, poeta y escritor, le obsequió una antología con algunos relatos. En el apartado dispuesto a las breves autobiografías de los autores, dice que «desea morir sonriendo». En una carta de agradecimiento por el libro, Llano sintetiza el valor vital de la literatura con un consejo exacto, íntimo y universal: «no dejes de escribir para que puedas morir sonriendo».
* Agradecemos a Mariano Doval la facilitación de su correspondencia.
1 Cfr. LLANO, CARLOS. Los fantasmas de la sociedad contemporánea. Trillas. México, 1995. p. 27 y Viaje al centro del hombre. Diana. México, 2002. pp. 34 ss, por ejemplo.
2 Cfr. LLANO, CARLOS. Formación de la inteligancia, la voluntad y el carácter. Trillas. México, 1999, p. 176.
3 Cfr. LLANO, CARLOS. Viaje al centro Ed. cit. p.24.
4 En Viaje al centro Ed. cit.
5 Cfr. LLANO, CARLOS. Viaje al centro Ed. cit. p. 67.
6 El análisis filosófico de la poesía no se detiene en una ilustración antropológica más o menos convincente. Llano ha ido más allá y ha dedicado textos específicos y muy especializados a la filosofía presente en la poética machadiana, y en particular en la obra que el poeta español publicó a través de sus apócrifos Abel Martín y Juan de Mairena. Descubrimos de nuevo un conocimiento literario fuera de lo común, y una actitud que reconoce a la palabra literaria su plena radicalidad. El artículo titulado «El anhelo metafísico de Antonio Machado» (Tópicos. Revista de Filosofía 13) es filosofía pura y dura: una discusión metafísica sobre los conceptos, el ser y la nada; una interpretación aguda del agnosticismo inquieto de Machado y una crítica al panteísmo del poeta- la predilección literaria no obsta para la objetividad filosófica. La lectura de este artículo es ardua pero muy recomendable.