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Viaje al centro del hombre

Viaje al centro del hombre
Carlos Llano
Ensayo
Diana. México, 1999 

 

La concepción teórica del hombre puede compaginarse con los hombres concretos y sus más vivas preocupaciones y deseos. Llano habla fuerte y claro, y cada lector sabe que vale la pena escucharle.

En la filosofía del hombre late una muy particular condición: quien se acerca a ella no sólo busca definiciones conceptuales, explicaciones por causas, saber científico, universal, necesario y objetivo. El que ansía un saber antropológico y se pregunta qué es el hombre (cuestión que, según Kant, resume toda la filosofía), lo hace siempre desde la urgente inquietud, personalísima y subjetiva, de saber quién soy yo y, en consecuencia, qué hacer conmigo mismo.
Se trata de una pregunta radical e insoslayable y, sin embargo, la intelectualidad contemporánea ofrece pocas respuestas dignas de tomarse en cuenta. A menudo, el buscador de saber humano se enfrenta a la siguiente disyuntiva: tratados especializados al extremo, casi siempre inaccesibles o lo que es peor, panfletos motivacionales, carentes de argumentación y de profundidad, best-sellers sentimentalistas, de dudosa orientación filosófica e incluso incoherentes o perjudiciales.
Frente a dicha escasez brillan aún más las raras cualidades de la obra antropológica de Carlos Llano. Textos que reflejan la imponente labor formativa de este filósofo mexicano, su talento pedagógico, la amplitud de sus horizontes de comprensión, su disposición dialógica y su conocimiento profundo de los clásicos de la filosofía. Viaje al centro del hombre consigue una comunicación efectiva, persuade al lector mediante argumentos contundentes y análisis que ostentan tanta erudición como frescura, tanta profundidad como humor ?ese remedio tan necesario para la solemnidad.
Es un ejemplo de cómo pueden compaginarse la perspectiva metafísica con sus aplicaciones prácticas y una concepción teórica del hombre con los hombres concretos y sus más vivas preocupaciones y deseos.
HOMBRE Y DIGNIDAD
La primera expedición de este viaje centrípeto se ocupa del hoy tan manido tema de la dignidad. Llano acude al original del latín dignitates, que se usaba en la Edad Media para enunciar lo axiomático, lo inapelable, en una palabra: lo absoluto. En ese sentido, hablar de dignidad humana es reduplicativo, un pleonasmo. Pero el autor va más allá y explora a fondo lo que pocos teóricos de la dignidad y los derechos humanos se atreven siquiera a plantear: el fundamento de esa dignidad intrínseca del hombre, misma que permite aseverar con valor que el universo es antropocéntrico «no porque yo sea hombre y considere que el universo tenga que estar centrado en mí, sino porque yo tengo una dignidad de la que el universo carece».
Muestra las contradicciones intrínsecas de una modernidad que formula discursos políticos alrededor de la dignidad del hombre, mientras lo reduce a un módulo funcional desde los criterios de la pura eficacia productiva. También refuta las críticas de Nietzsche y de Sartre y defiende al Cristianismo como un Humanismo. Aborda el punto crucial de la fundamentación de la dignidad: la condición creatural, el ser humano como imagen de Dios, al cual se acerca más en tanto más se comporta como un fin en sí mismo. Así, «el deber del hombre no es el de rebajarse siquiera por falsas razones religiosas: sino el de estar a la altura de su dignidad».
LA EXPEDICIÓN AL YO
En esta búsqueda de los más radicales principios de la dignidad, la expedición alcanza los terrenos del espíritu, que recorre de la mano de Santo Tomás y sus cinco pruebas de la espiritualidad humana. Si bien este capítulo es el más teórico del volumen, también es el más crucial ya que lo que sigue será una aplicación práctica de este carácter de dignidad.
Llano cierra el apartado acercándose a esta aplicación cuando formula el «principio de indiferencia»: «el bien no es mayor porque se refiera a mí, ni el mal es menor porque se refiera al otro». Ello da pie a la segunda expedición, más concreta y a la vez más riesgosa, pues se ocupa de los riesgos del materialismo y el consumismo. Encara ambas patologías contemporáneas como el paradójico encadenamiento del hombre a la materia, como la condición en la que el ser humano es poseído por las cosas, en lugar de ejercer su legítima capacidad de poseerlas. La avaricia de antaño toma hoy la forma del consumismo y sigue siendo -según terminología platónica- una enfermedad, la de la pleonexia, de los deseos incontrolados de posesión y de uso que acaban por esclavizar al poseedor.
Llano no incurre en un pauperismo ingenuo: explica el problema (muy claro en Platón, Aquino, Marx e incluso en Chesterton) de dar forma a una lista exhaustiva de las necesidades humanas, pues hace ver que la dinámica de lo necesario varía según los diversos contextos y que así como lo conveniente se convierte en necesario, lo superfluo deviene nocivo. No ofrece, sin embargo, una lista, sino un criterio de cuño aristotélico: es verdaderamente un bien aquello que potencializa a la persona, que le permite el ejercicio de la virtud.
El lector sabe que el doctor Llano navega a contracorriente cuando defiende la sobriedad y la humanización del consumo contra el abismo de la pleonexia. Hay, sin embargo, en este segundo apartado, la sensación de que hace un recordatorio de principios fundamentales, un desenterramiento de nuestras raíces morales, un llamado necesario hacia esa solidaridad «que me haría más hombre que aquellas cosas superfluas que yo retengo».
PERSPECTIVAS PERSONALES
La tercera exploración, titulada sugerentemente «Escalada hacia las propias cumbres» comienza con un análisis muy apropiado para el México contemporáneo: la verdadera disyuntiva social no es entre modelos económicos diversos, sino entre dos perspectivas filosóficas: el nihilismo o el renacimiento de los valores clásicos. En última instancia, para reformar los modelos socio-económicos hay que hacerlo antes con la persona, cuya exigencia antropológica de valor va más allá de los precios y la monotonía impersonal del mercado. El filósofo retoma el análisis de los rasgos de la sociedad actual, que habían titulado su libro Los fantasmas de la sociedad contemporánea: compulsiva, permisiva, impersonal, hedonista y anárquica (Trillas, 1995), y se concentra ahora en el recurso que permite enfrentar estos escollos: el carácter, la valentía que posibilita la superación del nihilismo banal o cobarde, que «no afronta con seriedad el sentido último de la existencia, que es el gesto prototípicamente humano».
Como es usual en su planteamiento antropológico, subraya la importancia del mundo de la vida corriente, el entorno de las relaciones originarias, cuyos valores son la amistad, la confianza y la alegría, y que ofrece un núcleo de aceptación para el ser humano, más allá de la racionalidad instrumental.
Creo que formulados estos principios, se alcanza el centro que promete el título del libro. La aplicación práctica de este hallazgo se convierte en una apuesta por el compromiso, la capacidad de renuncia como conditio sine qua non del amor y el don de sí que este implica. Propone, en última instancia, recuperar todas las caras de la verdad, esa verdad que -decía Santo Tomás- es análoga, es decir, compleja, policroma, dinámica y viva. La integridad es verdad al «vivir como se habla», la veracidad se concreta al «vivir como se piensa» y la credibilidad es la atestación, es «hacer lo que se promete». Plantear estos parámetros antropológicos para una sociedad como la nuestra, mercantilista, desencantada, post-metafísica ¿es utópico?
LAS PEQUEÑAS UTOPÍAS
Llano es consciente de que las grandes utopías -lo dice Lipovetsky- están clausuradas. Y sin embargo, «las pequeñas utopías, las que nosotros podemos fraguar en nosotros mismos, aquellas que hierven en el mundo subterráneo de la vida corriente, las que circulan en las calladas aspiraciones más personales, en la silenciosa dinámica familiar, en el mundo de los verdaderos amigos[…] son plenamente posibles en el ámbito de la verdadera vida, del ethos vital[…] lo cual tiene su preludio en los Upanishads: vale más proponerse la meta de la excelencia y no lograrla, que la de la mediocridad y conseguirla».
Los pasajes citados son elocuentes: Viaje al centro del hombre es un valioso tejido de principios filosóficos, disertaciones éticas, pruebas metafísicas, ejemplos contundentes, alusiones literarias y sapienciales, y una admirable habilidad expositiva. La disyuntiva entre especialización infecunda y difusión superficial queda superada ante la pluma del autor, cuya perspectiva filosófica proyecta luz sobre los problemas más reales y concretos de la condición humana y lo hace, además, convincentemente.
Algunas líneas reflejan al Carlos Llano oral, el de las clases de epistemología; otras recuerdan al brillante teórico de la empresa; otras más, al filósofo tomista, alumno de Gaos, interlocutor de la filosofía moderna desde el pensamiento perenne. Todas las líneas, y he aquí el peso específico del libro, hablan no solamente sobre el hombre; hablan también al hombre y como bien dice Antonio Machado: «El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre, no habla a nadie». Llano habla fuerte y claro, y cada lector sabe que vale la pena escucharle.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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