Recuerdo a un profesor de francés en la secundaria, que en vez de procurar hacer menos lastimoso nuestro manejo de ese idioma, ocupaba el tiempo de la asignatura en hacer proselitismo a favor de una serie de libros y conferencias de superación personal que, más allá de sus eventuales méritos, era evidente que a él no le habían hecho ningún efecto benéfico.
El profesor decía que el descubrimiento de esta terapia había transformado su vida y le había ayudado a encontrarse a sí mismo; sin embargo, todos los signos exteriores parecían desmentir esta afirmación: ya el patetismo de su figura y el desaliño de su arreglo, ya su voz a punto de quebrarse, ya sus constantes cambios de humor o la enorme susceptibilidad que le hacía ser temiblemente conflictivo y sostener, por los motivos más triviales, frecuentes altercados con sus alumnos y colegas que casi siempre lo orillaban a las lágrimas.
El contraste entre sus petulantes aseveraciones de bienestar y los sentimientos de vulnerabilidad y extravío que proyectaba, sus conocidas dificultades económicas o sus frecuentes querellas era verdaderamente conmovedor y, muy temprano, me hizo albergar ciertas dudas sobre las bondades de las terapias milagrosas y las ofertas de superación total.
CHARLATANERÍA SUPERABLE
¿Hasta qué punto muchas obras de superación personal forman parte de una oferta intelectual y espiritual espuria que, de manera poco realista, ofrece al mismo tiempo el conocimiento interior, el ascenso profesional y la paz del alma? Para autores como Christopher Lasch, el aprecio contemporáneo por la superación, que ha pasado a considerarse como una de las prerrogativas de la ciudadanía democrática, ha generado una extroversión y una irreverencia exacerbadas que ignoran el sentido de los límites y las jerarquías naturales y que devienen en un igualitarismo nivelador y revanchista.
Inclusive, dice Lasch, la terapia psicoanalítica, que se supone estimulaba la introspección y la autognosis, tiende a cambiarse por métodos, entre científicos y esotéricos, que ofrezcan resultados y cambios de actitudes de manera rápida y, en ocasiones, a escala masiva. De modo que la autoestima y la superación buscan arraigarse mágicamente sin correr los riesgos del conocimiento interior, ni realizar los esfuerzos consistentes para cualquier tipo de mejoramiento.
Por supuesto, quizá se exageraría y se incurriría en injusticia si se condenaran todas las obras orientadas al autoconocimiento y la superación de la persona. Sin duda necesitamos ayuda para conocernos y para mejorar, pues la percepción de uno mismo suele ser oscura o engañosa y lo más íntimo, espontáneo y evidente puede volverse muchas veces lo más remoto, extraño y enigmático.
Entender nuestras actitudes y emociones, descifrar nuestras motivaciones y valores, plantear nuestras metas e ideales no son actos reflejos, sino que exigen una ardua tarea de conocimiento interno y de orientación externa. Acaso nuestros ancestros tenían, por casta o estamento, por el peso decisivo de la familia, la religión y la organización social, una idea más definida (y rígida) de su posición y misión en el mundo, pero en una sociedad democrática y fragmentada, con múltiples agentes y espacios de socialización y con un énfasis en la individualidad, este descubrimiento de nosotros mismos, este planteamiento de nuestro plan de vida, resulta un tanto más complejo. El conocimiento y manejo de nuestras expectativas y emociones requieren muchas veces de la ayuda profesional y, para quienes no tienen esa opción, de la consulta de literatura que se supone especializada.
El mercado de los libros de autoayuda y superación personal es muy amplio y heterogéneo y abarca desde la reflexión filosófica o la prescripción pragmática hasta la chatarra new age. Por ejemplo, en la tradición literaria y filosófica, desde Epicuro y Epicteto hasta Bertrand Russell pasando por Baltasar Gracián o Michel de Montaigne, existen numerosas obras de índole eminentemente práctica que se ocupan de los temas de la vida digna y buena o, bien, proporcionan consejos provechosos en determinadas áreas de la existencia. Aun ahora autores como Fernando Savater, Lou Marinoff o Alain de Bottom han buscado, a veces con un afectado didactismo, acercar a la filosofía las preguntas más apremiantes y los dilemas de conducta más inmediatos.
Ciertamente, en la medida en que la filosofía se aleja de la vida común, el campo de la orientación vital queda en manos de terapeutas o simples charlatanes que a veces hacen una mezcla inflamable de jerga pseudocientífica con pensamiento mágico y trozos de dizque literatura.
PROSELITISMO CON SIGNO DE PESOS
En este sentido, habría que discriminar entre las muy diversas variedades que existen en la oferta de autoayuda, pues lo mismo hay libros de una genuina simplicidad y modestia, que brindan consejos útiles para determinadas dolencias, que libros que pecan de ambición, fanatismo o sentimentalismo. De estos últimos rasgos son de los que debe desconfiarse. Por un lado, los libros que prescriben una cura para todas las enfermedades del alma difícilmente pueden ser útiles y probablemente serán más lesivos en tanto generan expectativas exacerbadas; por otro lado, hay libros que no sólo son ambiciosos, sino que buscan generar prosélitos y, más que ideas prácticas, ofrecen una visión del mundo que es necesario adoptar como un requisito fundamental para «mejorar», no es extraño que estas teorías fanatizantes tengan algo que ver con la explotación económica o con alguna forma de utilización de sus feligreses; finalmente, hay libros cuya melcocha los hace repelentes para cualquier persona sensata y con idea del gusto.
Desgraciadamente, una buena parte de los autores más exitosos se empeñan en conjugar los tres «ismos» fatales de la literatura de autoayuda, que son maximalismo, fanatismo y sentimentalismo. Con todo, así como no hay una receta infalible para la superación, tampoco hay un método para evaluar la literatura de autoayuda, su efecto dependerá de la naturaleza y de las necesidades del lector; sin embargo, siempre hay que hacer caso al sentido común y sospechar de las ofertas tentadoras y las transformaciones inmediatas y sin esfuerzo.