Cuando el mundo Occidental se encontraba bajo la oleada de los movimientos estudiantiles de 1968 y surgían grupos socialistas en Europa, América Latina, Asia…, la edición de las obras de Solzhenitsyn en otros idiomas produjo una especie de «terremoto» ideológico. Porque, mientras muchos intelectuales de Occidente miraban con simpatía al gobierno de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) el autor soviético –junto con Boris Pasternak, Andrei Sajarov y otros científicos y escritores– pusieron al descubierto una realidad política, social y económica de la URSS, casi desconocida por el mundo entero.
OBRAS MAGISTRALES
El 3 de agosto de 2008 falleció Alexandr Solzhenitsyn, de 89 años, en Moscú. Sin duda, una de las grandes figuras literarias del siglo XX junto a los grandes nombres de la historia de la literatura rusa como Tolstoi y Dostoievski. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1970 y fue calificado como el «eterno disidente» de la URSS. Las autoridades soviéticas siempre lo consideraron enemigo ideológico del sistema comunista. A medida que su fama aumentaba, tanto dentro como fuera de Rusia, los dirigentes lo calificaron como «intelectual peligroso» y decidieron expulsarlo de este país a principios de la década de los años setenta.
La crítica internacional ha considerado sus obras literarias como magistrales por la riqueza y hondura de su pensamiento y la acertada caracterización de los personajes de sus novelas, como por ejemplo: Por el bien de la causa, Un día en la vida de Iván Denisovich, El pabellón del cáncer, El primer círculo, Agosto de 1914, El Archipiélago Gulag, etcétera. «Fue creador –afirma el escritor Steven Allaback– de escenas y personajes impactantes y convincentes. Su obra abarca desde las heladas y desérticas regiones del Archipiélago Gúlag hasta los cómodos departamentos de los burócratas moscovitas, desde los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial (Agosto de 1914) hasta el horrendo interior de los pabellones de los cancerosos. Es un mundo en el que viven memorables personajes y tienen lugar escenas profundamente conmovedoras, un mundo creado por una profunda y resuelta visión moral».
Su obra Archipiélago Gulag (en tres volúmenes) narra con tanto detalle el grado de injusticia y deshumanización de las cárceles rusas (aportando datos, cifras, estadísticas, experiencias, vivencias y el testimonio de 227 supervivientes) que resultaba impensable ?cuando fue publicada? que toda su investigación de denuncia fuese una mera ficción.
DENUNCIA LA OPRESIÓN Y LA MENTIRA
Este prolífico escritor nació en Kislovodsk el 11 de diciembre de 1918. En 1941 obtuvo su licenciatura en Matemáticas y Física para solventar la precaria situación económica familiar; sin embargo, desde muy joven comenzó a escribir literatura, de forma clandestina, por la ausencia de libertad de expresión. Era cristiano ortodoxo.
En 1945 escribió una carta privada en la que expresaba sus dudas acerca de las cualidades militares de José Stalin, en ese entonces dirigente máximo de la URSS. Ello provocó que lo detuvieran repentinamente, acusado de tener un «espíritu contrarrevolucionario» y le costó once años de prisión (1945-1956) en un campo de concentración de Kazajstán.
Con el arribo al poder de Nikita Kruschev y su política de «deshielo» o «distensión» y gracias a las gestiones de su amigo, el poeta Alexandr Tvardovski, consiguió autorización oficial para publicar su novela Un día en la vida de Iván Denisovich, de corte autobiográfico, que relata su larga estancia en la cárcel, donde soplaban los intensos vientos provenientes de la fría Siberia. Obra que lo puso en la palestra como un escritor de vanguardia y un contestatario del régimen de Stalin.
A lo largo de toda su obra palpita el ansia de libertad y la denuncia de la opresión y la mentira. En sus Miniaturas en prosa escribe: «La libertad, la única, la más valiosa que la cárcel nos niega: respirar así, respirar aquí (…). Mientras sea posible respirar bajo un manzano, después de la lluvia, también será posible seguir viviendo» («Respirar»).
Vivió la propaganda materialista de la «entronización» del progreso irreversible de la Ciencia que daría respuesta a las grandes interrogantes del hombre y conduciría felizmente al «Paraíso Rojo». En esta misma obra reflexiona: «Mientras tanto, nosotros pronto volaremos a Venus. Actualmente, si nos llevamos bien, lograremos dar la vuelta al mundo en veinte minutos. Pero jamás, jamás, a pesar de nuestra potencia atómica, y aunque nos proporcionen las plumas y los huesos, seremos capaces de crear en un matraz este patito ingrávido, indefenso, amarillento…» («El Patito»).
«NO MORIREMOS NUNCA»
Le preocupaba la visión relativista de la verdad en algunos ambientes intelectuales. En «Reflejos en el agua» hace algunas consideraciones sobre este tema: «Sobre la superficie de una corriente rápida es imposible distinguir los reflejos, tanto próximos como lejanos (…) Esto te lo digo a ti y a mí. Si hasta ahora no hemos sido capaces de ver el reflejo de la inmortal y transparente verdad, ¿no será porque siempre nos movemos hacia alguna parte? ¿No será porque todavía vivimos…?».
En «Una candela bajo el viento» describe una larga discusión sobre la vida y la ciencia a cargo de varios profesores y estudiantes universitarios. En un momento cumbre comenta Philip, personaje central:
«–A fin de cuentas, el siglo XX sin la ciencia no sería el siglo XX. ¡La ciencia es su alma!
Le responde Alex, otro personaje:
–¿O su falta de alma?
Contraataca Philip y responde contundente:
–En eso no puede haber dudas. ¡Hay que arrodillarse y venerar la ciencia!
Concluye Alex en tono de ironía:
“¡Oh, gran ciencia! Es lo mismo que decir: “¡Oh, nosotros, grandes intelectos!” O más exactamente: –¡Oh, mi gran Yo!” Los hombres han adorado el fuego, la luna, ídolos de madera, pero mucho me temo que ni siquiera adorar un ídolo sea un acto tan bajo como adorarse a sí mismo.»
Sentía inmenso dolor por el proceso de deshumanización en la sociedad de su tiempo. Concretamente sobre el tema de la muerte. Lamentaba que debido al ateísmo beligerante no se guardara ningún respeto a las personas que fallecían, ni nadie quisiera hablar sobre la muerte. Afirmaba que muchas veces fue testigo de cómo se trasportaba a los muertos rápidamente en una camioneta para que desaparecieran de la vista del pueblo y pronto todo quedara olvidado. Solzhenitsyn deploraba esta actitud que se estaba transmitiendo de generación en generación.
Al final de su relato «Nosotros no moriremos», pone en boca de un personaje anónimo, mentalizado por el Partido Comunista estas irónicas palabras: «Nuestro pueblo, que cuenta con más caídos que ningún otro, no les honra en ninguna ocasión especial. Si nos ponemos a pensar en ellos, ¿quién les colocará ladrillos? En tres guerras se han perdido hijos, novios… ¡Desapareced, seres inútiles, bajo vuestras tumbas! ¡Dejadnos vivir tranquilos! Porque nosotros… ¡nosotros no moriremos nunca!».
¿SABEN LO QUE ES UNA DICTADURA?
Recuerdo una experiencia personal. En marzo de 1976, estaba en Madrid y en la televisión apareció en pantalla una entrevista con Solzhenitzyn. Me causó enorme impresión su bien definida personalidad y que por vez primera escuchaba –en forma directa y con sus propias palabras– su pensamiento y el análisis de sus obras.
Si bien es cierto que durante toda su vida condenó y se opuso a la dictadura del marxismo-leninismo, ahora viviendo en Occidente, ponía en guardia a todos los países libres sobre el peligro de que el comunismo se infiltrara con facilidad en los gobiernos democráticos, ya que por aquellos años esta ideología tomaba nuevos bríos con el nombre de Eurocomunismo.
Comenzó su intervención con una impactante afirmación: «En Rusia reina la esclavitud. La palabra “huelga” no se puede publicar en nuestro país. Durante 60 años jamás hemos tenido una amnistía. Son 65 millones de muertos los que ha causado este gobierno de terror. Nuestra experiencia es muy trágica y hemos pagado caro por ella».
Sobre su obra literaria comentaba: «He dedicado gran parte de mi vida a la literatura, he descrito en cientos de páginas los horrorosos crímenes del estado ruso y, sin embargo, al venir a Occidente, me encuentro con que a nadie le preocupa la continua amenaza rusa ni nadie saca experiencia de lo que yo padecí».
En un momento sorpresivo, criticó duramente a los progresistas de Occidente que pretendían introducir el comunismo. Se mostró visiblemente alterado, dio un puñetazo sobre la mesa y gritó con fuerte voz:
«No se dejen engañar por los falsos líderes marxistas de los países libres. Yo les pregunto a esos supuestos progresistas: ¿Saben realmente lo que es una dictadura? Porque si comparamos a la URSS con Occidente, es asombroso el aire de libertad que en Europa occidental se respira».
DEBILIDAD DE LA VOLUNTAD Y LA RAZÓN
Aquel hombre robusto, de abundante barba, con voz grave y palabras profundas, hablaba no como quien teoriza sobre un tema académico sino como un viejo guerrero de mil batallas, que había experimentado en carne propia y, por muchos años, la opresión de un sistema totalitario y esclavizante.
Fue mayúsculo mi asombro cuando Solzhenitsyn, después de criticar al materialismo dialéctico de la URSS comenzó a analizar el materialismo hedonista que había encontrado en los países de Occidente. Comentó su desilusión ante tanta vacuidad en muchas personas de los países demócratas a las que no parecía preocuparles demasiado el sufrimiento de millones de seres humanos detrás del Muro de Berlín (Centroeuropa, Europa Oriental y países asiáticos).
Y sostuvo que entre el Oriente totalitario y el Occidente capitalista había una misma base de materialismo y pragmatismo. En los países occidentales rara vez se habla de Dios y de los valores trascendentes. En cambio, a través de los medios de comunicación y de la publicidad hay un «bombardeo» sistemático y absurdo persuadiendo a los telespectadores de que la felicidad de los hombres se logra mediante la adquisición de bienes materiales y de consumo, como un desodorante, una crema, una loción…
Criticó también la pobreza ideológica e intelectual de los ciudadanos medios occidentales que parecían más preocupados por atender lo inmediato y a corto plazo y pocas veces se planteaban temas profundos como el sentido de la vida, de la verdad, de la muerte, el destino eterno del hombre…
Años después, en la Universidad de Harvard y otros importantes foros, proclamó que Occidente carecía de recursos morales y espirituales para resistir su propia decadencia. «La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y su razón».
Entonces sucedió lo esperado. Aquel héroe disidente de la URSS que gozaba de una opinión pública muy favorable, cuando comenzó a criticar a las democracias occidentales, cayó en desgracia. En poco tiempo fue olvidado y vivió apartadamente en una casa de campo en Vermont (Estados Unidos). Sufrió una especie de conspiración del silencio y sus últimas obras apenas tuvieron eco. No se doblegó, se mantuvo firme en sus convicciones.
APOLOGÍA DE LA EXISTENCIA
Tras la caída de la Cortina de Hierro en 1989, cuando el gobierno ruso se estabilizó, Solzhenitsyn decidió regresar a su país natal en 1994.
El año pasado, el presidente ruso, Vladimir Putin visitó al escritor para entregarle el Premio de la Federación Rusa por su labor humanitaria en defensa de la libertad de este pueblo eslavo. Sin embargo, el literato sostuvo en una reciente entrevista que todavía en Rusia existía demasiada burocracia y excesivos controles y que quedaba un largo camino por recorrer para instaurar una democracia real desde sus cimientos.
Alexander Solzhenitsyn es una de esas grandes figuras de la Literatura que con el tiempo se irá valorando cada vez más porque cumplió cabalmente con su misión de escritor al denunciar con valentía la injusta situación social y política en que vivía su país y porque alertó a Occidente contra los peligros del materialismo hedonista.
Me parece que tras su muerte, su mensaje sigue plenamente vigente para el mundo entero. En especial, para las naciones de América Latina donde ha comenzado a surgir –en algunos gobiernos– la grave tentación totalitaria y, a la vez, paulatinamente se ven invadidas por esas oleadas de materialismo hedonista y pragmático, provenientes de los países desarrollados, que buscan acabar con el sentido trascendente de la existencia humana y que fue el tema medular de la obra de Solzhenitsyn.