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En defensa de la alegría

Defender la alegría como una trinchera defenderla del caos y de las pesadillas de la ajada miseria y de los miserables de las ausencias breves y las definitivas.
Mario Benedetti

Defensa de la alegría

«Triunfamos», festejan quienes consideran la legalización del aborto en el Distrito Federal como una conquista de la libertad. Entre aplausos y abrazos, diarios y noticieros se colman de un júbilo macabro. Paradójicamente, las víctimas de esta sentencia son los únicos que no pueden manifestarse. Los desprovistos de su derecho a seguir viviendo no lloran ni se alegran.
Con la despenalización del aborto hemos aprobado la sexualidad bulímica generada por una espiritualidad anoréxica. Se ha consagrado jurídicamente el principio de que la causa del hijo es voluntad de la mujer: los varones podemos vivir tranquilos, no tenemos nada que ver con la procreación. Es un asunto exclusivamente femenino.
Esta legalización ha sido promovida por algunos grupos «de izquierda», si es que el término aún es aplicable. Ante ello, me pregunto si la postura triunfante habría sido sostenida por aquellos poetas quienes ?desde mi periodo de estudiante universitario? me han ayudado a comprender lo que significaba la verdadera preocupación social, la defensa de los más desprotegidos.
Conocí a Pablo Neruda por sus libros; gracias a él me topé con García Lorca, Miguel Hernández, Alberti, Alexaindre y tantos otros de la «Generación del 27» cuya obra continúo atesorando. Sorprendentemente, la postura de estos «intelectuales de izquierda» es tan clara como distinta de aquella que resultó favorecida en el dictamen de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Miguel Hernández vota en contra con las Nanas de la cebolla. A pesar del hambre, la miseria y el encarcelamiento, muestra inigualable ternura y aceptación por aquella familia que, más allá de las circunstancias, lo llena de esperanza. El precario alimento de su hijo es el pretexto para la expresión de un cariño sin explicaciones: «(…) En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre, / escarchada de azúcar / cebolla y hambre. / Una mujer morena / resuelta en luna / se derrama hilo a hilo / sobre la cuna. / Ríete niño, / que te traigo la luna / cuando es preciso. / (…) Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus ojos relampaguea»1.
Él mismo escribió otros versos que ahora transcribo –dadas las circunstancias– con pena: «Menos tu vientre / todo es oculto, / menos tu vientre / todo inseguro, / todo postrero, / polvo sin mundo».2 No todo ser alojado en el vientre es un invitado entrañable. Algunos son unos intrusos y han de ser expulsados. Es ficticia la alegría que Serrat canta en De parto: «(?) Si la viese usted / mirándose / feliz al espejo…/ Palpándose el perfil / y trenzando mil / nombres en dos sexos. / A su manera, / floreció por primavera, / para dar gracias al sol / y perfumar la vereda».3
Para privar de la vida a alguien no hace falta un juicio, basta la soledad de una mujer abandonada y la presión de su entorno para evitar a esos indeseables que trastocan y frustran tantos planes. No, no merecen una oportunidad. También el vientre materno es inseguro.
Incluso a García Lorca la defensa de la vida no le es ajena. En sus poemas protege a los más olvidados; gitanos, mujeres, judíos, inocentes. Particularmente desgarrador habría sido su «voto» con Degollación de los inocentes:
Tris tras. Zig zag, rig rag, milg malg. La piel era tan tierna que salía íntegra. Niños y nueces recién cuajados.
(…)Cuando se vuelvan locas las madres querrán construir una fábrica de sombreros de pórfido, pero no podrán nunca con esta crueldad atenuar la ternura de sus pechos derramados.
(…)Jorgito. Alvarito. Guillermito. Leopoldito. Julito. Joseíto. Luisito. Inocentes… Cada perro llevaba un piececito en la boca. El pianista loco recogía uñas rosadas para construir un piano sin emoción y los rebaños balaban con los cuellos partidos.
(…) ¡Venid! ¡Venid! Aquí está mi hijo tiernísimo, mi hijo de cuello fácil. En el rellano de la escalera lo degollarás fácilmente.
(…) Los senos se llenaban de leche inútil.4
Lo humano, ha escrito alguno, es disociar procreación de la sexualidad y no permitir que sea el azar quien decida un nuevo embarazo. Lo humano es no darle la oportunidad a quien inocentemente se ha alojado en la entrañas de su madre sin que la voluntad de ella lo quisiera. Ya no soy responsable de las consecuencias lógicas de mis acciones si la voluntad no interviene en quererlas. La sexualidad no es ya la máxima manifestación del amor entre hombre y mujer donde venturosamente ese amor se cristaliza en un hijo.
Hoy, la sexualidad parece más un juego en el que las partes prestan servicios placenteros. Los hijos no tienen nada que ver con ella. Lo humano es olvidar los fines para gozar los medios. Ya no somos la previsión del resultado de mis actos, lo humano es cambiar las consecuencias de mis acciones si estas no se ajustan a mis deseos. Mi libertad es irrestricta.
En el vientre de las madres también hay silencio. Podemos estar tranquilos, las víctimas no iluminarán mañana nuestras calles, no habrá marchas pidiendo justicia, no habrá protestas. Los que no tienen voz nunca la tendrán.

1 HERNÁNDEZ, MIGUEL: «Nanas de la cebolla» en El hombre y su poesía: antología, Colección Letras Hispánicas, n. 2, REI, México, 1998, pp. 218 – 220.

2 HERNÁNDEZ, MIGUEL: «Menos tu vientre» en op. cit., p. 184 – 185.
3 SERRAT, JOAN MANUEL: «De parto» en Canción infantil (disco), Zafiro/Novola, Madrid, 1974.
4 GARCÍA LORCA, FEDERICO: «Degollación de los inocentes» en Narraciones, México, Septiembre de 2008, www.tinet.org/~picl/libros/glorca/gl001103.htm
*Rector de la Universidad Panamericana, campus México. Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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