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El mundo visto como música. El dibujo inconcluso de Remedio Varo

El 9 de octubre de 2001 Walter Gruen y Alejandra Varsoviano, en un sencillo y conmovedor acto en memoria de su hija Isabel, entregaron al Museo de Arte Moderno de la ciudad de México su hermosa colección de cuadros y dibujos de Remedios Varo. En el acto de entrega Walter Gruen habló, entre otras cosas, de la última obra de Remedios: un dibujo inconcluso que pudo haber dado lugar a un precioso cuadro: Música del bosque, de 1963.
Resulta, desde luego, punto menos que inevitable pensar que una última obra de un o una artista guarda cierto valor simbólico, derivado justamente del hecho de que es el trabajo con el que se despide de este mundo. Es, para decirlo en términos estrictamente musicales, su coda. Máxime en el caso de una pintora como Remedios Varo que dio tanta importancia a los símbolos, y vivió atenta siempre a las señales de lo maravilloso y lo invisible.
sem-varoEl fin de la vida
En este dibujo hecho a lápiz sobre papel mantequilla se ve a un personaje de pelo largo, tocado con un sombrerito y sentado en un tocón. Y, aunque a primera vista parece un andrógino que recuerda al ángel de la Melancolía de Durero, podemos deducir, por la incipiente barba, que es un hombre absorto en sus pensamientos… o en algo que va más allá, mucho más allá de los pensamientos. Y más que mirar hacia afuera, el personaje está viendo hacia adentro; pero más que mirar hacia adentro –como sugiere el título mismo del dibujo– está escuchando.
¿Qué escucha? La música del bosque. Una música que proviene de un «disco» que tal vez él mismo, en un rapto de melancolía, puso a girar en un «tocadiscos» de viento. El «disco» es la delgada sección de un tronco de árbol cortado. ¿Se trata del mismo árbol en el que está sentado nuestro personaje? Tanto la forma del «disco», como su tamaño, nos lo hacen suponer.
Accionan el «tocadiscos» unas aspas –que recuerdan, por cierto, la forma de una mariposa– que hace girar el viento del bosque, y se halla montado sobre otros dos tocones, sólo que de menor tamaño que el tocón principal. Y la «aguja» que recoge la música grabada en los surcos del «disco» es también de madera: una varita viva que sale de la base del tronco trunco que sostiene el vástago que gira con las cuatro aspas aleteando en el viento.
La máquina fantástica se mueve, pues, con energía limpia, en estado natural, y la música que brota de los surcos del «disco» –tal vez una canción– no puede sino relatar su propia historia: la historia de un bosque en vías de extinción… la vida de un árbol que ha sido de golpe cortado. Se trata de una historia que, como en el bello poema de W. S. Merwin titulado justamente «Una historia», nos enfrenta con el terrible drama del fin de la historia: de tal forma que cuando ya no haya historia ésa será nuestra historia y cuando ya no haya bosque ése será nuestro bosque.

EL REFLEJO DE UNA HISTORIA PERSONAL

Al ser, Música del bosque, la última obra de Remedios Varo, no puede menos que hacernos pensar en un recuento, una suma de toda su historia personal. Pero debemos reconocer también que se trata de una obra de arte que nos enfrenta a otro abismo –un abismo mayor– y con una advertencia de fuertes tintes ecologistas que tiene que ver con el final de otra historia: el final de la vida misma en el planeta. Porque por más que queramos imaginar otra cosa, los seres humanos no estamos separados del resto de seres que pueblan la Tierra. Para bien y para mal, su destino y el nuestro se hallan inextricablemente entrelazados.
El dibujo al que me he referido, era, sin duda, preparatorio de un óleo, pero existe otro dibujo previo, también de 1963 y con el mismo título. Sus elementos son los mismos pero podemos apreciar varias diferencias significativas.
Tres me parecen notables. La primera se refiere al el personaje que escucha la Música del bosque; igual que en el segundo dibujo, se halla sentado en lo que resta de un árbol talado, con la vista fija y la atención concentrada en el tocadiscos vegetal; sin embargo, allí parece más sorprendido que absorto. La segunda diferencia es que en el primer dibujo Remedios incluyó otro enorme árbol talado, que refuerza la sensación de terrible expolio y subraya el efecto de denuncia ante la inconsciencia que lleva al ser humano a arrasar cuanto tiene a su alcance.
La tercera diferencia, literalmente, puntual: es la aguja que recoge y transmite la información del disco para ser amplificada. En el dibujo preliminar no queda claro de dónde sale esta aguja ni qué la sostiene. Indudablemente Remedios consiguió dar un sentido más profundo a toda la composición al hacer que la aguja fuera la punta de una ramita viva que emerge de uno de los árboles talados, subrayando el sentido de circular unidad que, a pesar del ecocidio, sigue presidiendo los trabajos de la naturaleza.
NO ES LA MÚSICA DEL HOMBRE


Ya en sus palabras Walter Gruen aludía al anhelo de unidad que la obra toda de Remedios rebosa, y que le parecía singularmente notable en este, su último dibujo. Hacía notar que los brotes al pie de los árboles cortados –uno de los cuales se convierte en la aguja que hace sonar la música del bosque– parecían hablarnos de una vida sin cesar renovada. Una vida que podríamos llamar, tal vez, «eterna», y que incluye, por supuesto, la vida misma de la artista vicariamente viva en la recreación de la obra por parte de cada espectador, y en la presencia misma de la obra de arte en medio de nosotros como si fuera un talismán.
Y es justamente la «aguja» que hace sonar el «disco» lo que más me llama la atención: la punta de la varita toca apenas el primer surco grabado en el tronco del árbol cortado. Por supuesto que hablar aquí de un «primer surco» en un disco sólo tendría sentido si se tratara de una música «humana»; podríamos decir entonces que la delicada aguja está colocada justamente en la posición para iniciar el disfrute de un acetato de larga duración, y que el disco, por ende, está apenas por escucharse.
Pero, como este dibujo no trata de la música «humana», sino de la música del bosque, no hay más remedio que reconocer que la aguja no está colocada en la primera pista sino en la última: tocando el anillo más externo –y, por lo tanto, el más reciente– de un árbol que ha sido cortado y cuya historia vamos a escuchar por fin completa y por primera vez. Porque los árboles, como la conciencia, crecen de adentro hacia afuera. Por lo tanto, el anillo externo del tronco es el más reciente, y al escuchar la música del bosque y su historia inmediata, comenzamos a recorrer la vida del árbol del presente al pasado. Desde el último día hasta el primero. «En mi fin está mi principio», dice T. S. Eliot al final de East Coker, repitiendo lo que siglos antes había escrito María Estuardo antes de morir.
De la misma forma la Música del bosque nos conduce desde el último día y la última obra de Remedios Varo hasta el origen del árbol de su vida; incluso hasta la semilla misma de su visión. Allí donde el árbol no es más que potencia, vida en potencia, sol concentrado en una almendra. Música original.
Como dice Octavio Paz en «Apariciones y desapariciones de Remedios Varo», el bello poema que en 1966 escribió como tributo a la pintora:
Cabellos de la mujer –cuerdas del harpa; cabellos del sol– cuerdas de la guitarra. El mundo visto como música: oíd las líneas de Remedios. (sic)
LA NATURALEZA CANTA, REMEDIOS PINTA
Si nos atenemos a la recomendación de Paz y seguimos las líneas de la obra de Remedios, no tardamos en descubrir que ya había tratado antes el tema de la música y el bosque. Su antecedente más notable es, tal vez, Música solar, óleo de 1955, que expuso en su primera muestra mexicana, una colectiva en la galería Diana, en la que participó con cuatro cuadros.
En esta obra, como bien ha señalado Janet Kaplan en Viajes inesperados, «Varo adopta el tema de la unión de uno mismo con la naturaleza como fuente de energía creativa». Ocho años después, el dibujo Música del bosque, subraya lo dicho: una criatura de los bosques se entrega a la naturaleza como fuente de energía creativa.
Sólo que a diferencia de la suntuosa Música solar, donde «una bella criatura de los bosques, envuelta en un manto de hierba que procede del suelo del bosque, pasa un arco de violín por los rayos del sol, produciendo sonidos que se elevan y arquean», el personaje que protagoniza el austero dibujo de la Música del bosque, ya no produce la música directamente, sino que la reproduce.
Además, allí donde un romántico bosque envolvía a la ninfa de la Música solar –una ninfa cuyo rostro tiene, por cierto, un notable parecido con el de la artista– aparece ahora en la Música del bosque una naturaleza trunca, amenazada, y si no triste, al menos profundamente melancólica. Por no hablar de lo más obvio: Música solar es un cuadro pleno de color y Música del bosque un dibujo en blanco y negro.
JUSTO HOMENAJE
Agrego una observación que, aunque parezca circunstancial, puede contribuir a apreciar mejor la Música del bosque: recordemos que Walter Gruen dedicó buena parte de su vida a vender discos, y que del negocio de la música y los discos vivió en cierta medida Remedios Varo. La Sala Margolín –negocio de Walter por más de cuarenta años– fue y sigue siendo una excelente tienda de discos de música clásica que durante décadas no tuvo competencia en México. De alguna manera los discos proporcionaron a la pintora una atmósfera de seguridad económica que contribuyó a despejar el camino para poder dedicarse a la pintura sin preocupaciones económicas, y crear toda su obra de madurez en México. Me parece muy significativo que la artista haya dedicado a la música en general, y muy particularmente a los discos, su último homenaje.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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