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La familia: Escuela de valores

Ante la insistente demanda por legalizar distintas formas de exterminio humano surge la duda sobre el lugar que hoy ocupan los valores. Su curso e inserción en el mundo posmoderno se antoja cada vez más difícil, aunque deseable. La esperanza para recuperar el rumbo está en retomar el núcleo de la sociedad: la familia.
Hace varias semanas, un médico que acababa de conocer me preguntó sobre la naturaleza de mi trabajo. Le platiqué sobre los temas que enseño y escribo: «el matrimonio, la familia, los niños». A lo que respondió: «son cosas muy controvertidas». Esta forma instintiva de caracterizarlos me dolió. Lamento ver que la hermosa realidad que son el romance y el matrimonio, los niños y el amor humano, se vean más a la luz de la controversia que como don, misterio y alegría.
El matrimonio y el regalo de los hijos siguen siendo una de las mayores bendiciones. La única constelación total de la unión, el compromiso, la fidelidad y la apertura a una nueva vida que es el matrimonio seguirá ofreciendo el mejor refugio para los hijos que llegan a este mundo.

GRAVE PARADOJA ACTUAL

Cada año se exterminan millones de vidas humanas con el aborto porque el bebé interfiere con el proyecto de vida de alguien, y por otro lado, se fabrica un sinnúmero de embriones ante la desesperada demanda por nuevos bebés. Muchos se abandonan, quedan almacenados y otros se crean abiertamente como «material de investigación» sin el mínimo reconocimiento de su co-pertenencia a la raza humana.
Incluso entre quienes se oponen al aborto y a la destrucción de los embriones para investigación, existe auténtico miedo a responsabilizarse de «tantos» niños. Hay muchas explicaciones: destacan las económicas y psicológicas, pero no podemos excluir la empobrecida e incompleta apreciación por el significado de la vida humana en sí misma: servicio amoroso, muerte de uno mismo como camino para «encontrarse».
¿Cómo podremos promover el respeto por la vida humana en nuestros círculos de influencia? ¿Cómo acercarnos a las instituciones que ejercen el poder con la demanda de respetar la vida humana? Una posible, prometedora e ingeniosa vía de comunicación es la familia.

  1. La familia como el lugar donde ordinariamente, y para la mayoría de las personas, uno aprende, o no, a amar.
  2. Esta escuela de amor humano provee las habilidades esenciales para la vida social y humana. Necesarias para comprender el propio sentido de la vida en relaciones amorosas entre nosotros.
  3. La familia como el lugar con el potencial para trascender las divisiones políticas o de otra índole, sobre temas concernientes a la vida y dignidad humana. Dicho de otra manera, tiene la posibilidad de transformar los diversos obstáculos cuando se trata de interrogantes sobre el respeto que debemos a la vida humana.

APRENDER A AMAR

Generalmente no aprendemos a amar en la escuela, ni en el trabajo, ni en la interacción con el gobierno. Cuando crecemos, podemos sí, aprender mucho del amor de nuestros amigos o de otras parejas. Pero en periodos específicos de nuestro desarrollo, antes de alcanzar la vida adulta, si no llegamos a entender los contenidos de amor seguro, atento y sacrificial de nuestra familia, tendremos dificultades para trascender en nuestra capacidad para dar y recibir amor.
Como otras «escuelas», la familia destina una considerable «tarea» al tema de procurar amor. El día a día de una típica familia implica que no lanza «ciudadanos» al mundo que opinen como el personaje de una popular caricatura estadounidense cuyo personaje afirma: «Amo a la humanidad; pero detesto a la gente». La escuela que es la familia –cuando no existen graves conflictos internos o violencia– determina que aprenderás a amar a gente real antes de que «termines» esa etapa.
La primera lección en la escuela de la familia es la del amor entre los esposos. En palabras del filósofo y teólogo Vladimir Solovyov, amar al cónyuge permite entender cómo es que alguien más podría ocupar el centro de nuestro universo. Apreciamos la totalidad del cónyuge –cuerpo y alma– y la totalidad de dones que tienen para compartir.
El matrimonio también lleva a comprender el valor y significado de la procreación: la increíble hazaña de que con nuestro amor podamos dar vida a un nuevo ser humano.
De allí que no sea ningún misterio entender por qué las parejas de esposos se sienten capaces de dar la bienvenida a una nueva vida y recurrir menos al aborto, en comparación con los solteros, quienes no se han iniciado en esta escuela de amor. También es cierto que las circunstancias que se correlacionan con y constituyen el matrimonio lo hacen el lugar perfecto para acoger una nueva vida.
En el matrimonio encontramos el compromiso a largo plazo, necesario para la lenta crianza hacia la vida adulta. También mayor estabilidad económica, otros miembros de la familia dispuestos a ayudar a los nuevos padres y la satisfacción social de la iniciación de los nuevos matrimonios en el camino del sacrificio, la planeación de un futuro y el cuidado de la próxima generación.
Por otro lado, las uniones fuera de matrimonio son incompatibles por su propia naturaleza para ofrecer una bienvenida similar a la nueva y vulnerable vida. La cohabitación, por ejemplo, por su inestabilidad, su asociación con la ruptura e incluso sus altos índices de infidelidad y violencia, son menos adecuados para recibir un bebé. La correlación entre pobreza e inestabilidad en hogares uniparentales y la ausencia de los modelos tradicionales de padre y madre, también dificultan la interacción entre padres e hijos.
Existen voces influyentes que insisten en que los niños están tan bien (¡o mejor!) atendidos por padres que aún no se casan o parejas del mismo sexo, como lo estarían por sus padres biológicos. Estas voces apuntan al creciente número de niños que nacen y crecen sin la presencia estable de un matrimonio y añaden que las leyes y culturas que lo favorecen con recursos públicos, son discriminatorias para esos otros niños.
A veces agregan que el matrimonio es una institución inherentemente sexista, lo que devalúa a la mujer, por lo que es conveniente des-institucionalizarlo y concentrarse más bien en apoyar a la pareja madre-hijo; si la mujer decide embarazarse por su cuenta, o llevar un embarazo a término. El argumento concluye con la notable afirmación de que el matrimonio no es la base del respeto a la vida, sino el enemigo real del respeto a la vida de mujeres y niños.
Incluso, si dejamos a un lado nuestra inicial incredulidad en dicha hipótesis, encontramos con que no se sustenta en una investigación creíble y sustancial. De hecho, hay cada vez más niños nacidos o criados sin el beneficio de padres casados, que definitivamente necesitan atención y ayuda.
Parece que en general la intuición del mundo es correcta: los niños nacidos del amor y criados con menos conflictos en un entorno doméstico estable, que conocen su herencia familiar y cuentan con la presencia de padres heterosexuales, son notoriamente favorecidos en este mundo.
Por supuesto que algunas familias desvalidas logran superar las adversidades, y también es un hecho que existe sexismo en algunos matrimonios. Razones para impulsar la constante enseñanza de igualdad entre mujer y hombre, y nuestra insistencia en que las familias frágiles merecen la ayuda del Estado, no razones para des-institucionalizar el histórico y constante papel del matrimonio como el lugar en el que humanos pueden prosperar.

PUENTE DE LA SOCIEDAD

Un segundo punto de la relación entre la familia y el respeto a la vida humana tiene que ver con las continuas lecciones que se aprenden en la familia. Muchas de estas son cosas de la vida cotidiana que pasan inadvertidas, pero cuya importancia no debe pasarse por alto. En la familia es donde vemos primero cómo se construye un puente entre hombres y mujeres, entre jóvenes y mayores y entre personalidades diversas.
En el continuo tomar y dar entre los miembros de la familia aprendemos los modelos masculino y femenino con sus rasgos y virtudes. Aprendemos el sentido de compromiso, sacrificio y participación. Se nos transmiten religión, cultura y valores, se intercambia el capital social y se adquieren las habilidades prácticas necesarias para una vida independiente.
En la familia aprendemos –lo experimentamos con nuestros cuerpos, mentes, emociones y espíritu– la relación entre el amor de adultos y la bendición de los niños. No importa con cuanta frecuencia sucede esto en la historia, todo aquel que lo experimenta queda maravillado.
En la familia tenemos nuestra primera y más importante muestra de amor humano. En primer lugar con nuestro cónyuge –quizás la primera persona que realmente entendemos tan importante como nosotros mismos e indispensable para nuestra felicidad– y luego en nuestros hijos.
El mundo valora poco esta enseñanza. Al contrario, el matrimonio es cada vez más señalado en los tribunales y las legislaturas como una mera institución humana, modificable a discreción por el Estado. Se ha roto el nexo entre la unión física y los hijos, con demasiada frecuencia el sexo es un asunto de libre flotación, una categoría sin significado y sin consecuencias para el resto de nuestras vidas.

UNIDAD FAMILIAR: MÁS ALLÁ DE LAS DIFERENCIAS

Por último, la familia trasciende la tendencia común de partidos y asociaciones políticas a dividir el tema del respeto a la vida en diversos aspectos o causas. Así, unos luchan contra el racismo otros contra formas determinadas de violencia, cuando en realidad son asuntos que deben considerarse en conjunto.
Son temas delicados que provocan que personas y organizaciones tomen partido a favor o en contra.
Me explico: creo que he buscado durante años el «Santo Grial» de los mensajes para comunicar de manera efectiva que son inseparables la lucha por la defensa de la vida y la de garantizar a todo ser humano una vida digna.
En mi país he expuesto que es necesario ampliar nuestra imaginación moral para que quienes condenan sin dudarlo la injusticia –violencia, racismo, sexismo y más– comprendan la injusticia que se comete en lugares como las clínicas de aborto y en los tanques de almacenamiento de cientos de miles de «embriones».
Recientemente me he preguntado si habría un conjunto de mensajes que garantizaran que las personas abrieran los ojos a todo el abanico de causas en nombre de la vida humana. Me doy cuenta de que tal vez, en vez de un mensaje, se trata de un lugar: un grupo de personas y una forma de vida, que puede hacerlo mejor que cualquier mensaje. Quizás la familia es donde se puede mediar el respeto de la vida humana en todo momento y en todas las condiciones mejor que cualquier fórmula verbal.
En la familia aprendemos a amar la vida humana en su totalidad –cuerpo, alma, sus dones, su promesa, sus esperanzas– y amamos a algunas personas desde el primer momento de su existencia hasta su último.
Jamás pediríamos que nuestros seres queridos estuvieran vivos aunque sin dignidad o que tuvieran dignidad pero sin vida. Tal vez vivir en estas circunstancias sea la clave para ayudar a la gente entender lo que los niños de otras personas deben significar para nosotros.

LA ACTITUD BIPOLAR DE MUCHAS NACIONES

En los últimos 40 años, algunos Papas han solicitado a la humanidad entenderse como creada para un llamado, una orientación para reverenciar y guardar la vida misma desde el momento de la concepción hasta la muerte.
Cuando Juan Pablo II publicó la Evangelium Vitae muchos periódicos estadounidenses –incluso los que apoyaban el aborto– no pudieron sino agradecer que hubiese puesto la atención en una profunda verdad cuando identificó una imperante «cultura de la muerte» como una «verdadera estructura (…) alentada por una poderosa corriente cultural, económica y política que alienta la idea de una sociedad enfocada en exceso hacia la idea de eficiencia», la «guerra de los poderosos contra los débiles» (EV 12).
Si el reflejo de este llamado a respetar la vida humana se extendiera, y si se le mirara particularmente en el contexto de la situación mundial, podría ser aún más destacable. En cambio, es una convocatoria que se siente fuera de tiempo o de otro mundo.
Salvo en contadas ocasiones, otras instituciones nacionales e internacionales se pronuncian en este sentido. La sociedad parece decidida a respetar la dignidad humana de una forma claramente bipolar: Juan Pablo II señaló que las nobles proclamaciones de los países y los cuerpos internacionales sobre los derechos humanos son «desafortunadamente contradictorias por el trágico repudio de las mismas en la práctica. La negación es escandalosa porque sucede precisamente en una sociedad que está afirmando y proclamando como su objetivo principal la protección de los derechos humanos».

UNA GROTESCA CONTRADICCIÓN

Existe una genuina contradicción con respecto a acoger una nueva vida en la familia y las políticas y la retórica de los poderosos gobiernos y organizaciones nacionales e internacionales. En consonancia, existe una crisis en los corazones de muchas mujeres, hombres y parejas, que creen cada vez con mayor fuerza que su limitada razón (y preocupaciones) para aceptar un nuevo ser humano son suficientes para sus necesidades, y para las necesidades del mundo.
El matrimonio y la crianza de los hijos son un símbolo de privilegio y camino hacia el amor humano, pero los líderes parecen alejarse o negar esta verdad, distorsionando la de por sí frágil percepción humana que el auténtico amor debe siempre en la práctica, y en su estructura misma, moverse más allá del yo y del tú, para desbordarse en un otro y en muchos otros.
Existe algo abiertamente grotesco sobre la demanda de los «derechos» para matar a miembros de la familia cuando su existencia es más vulnerable, ya sea que hablemos del aborto, eutanasia o suicidio asistido cuando alguien de la familia está enfermo o discapacitado.
Más sutil, y aparentemente menos grotesco, es que el respeto por la vida humana llega por medio de un llamado a respetar y, en algunas ocasiones, adorar la habilidad tecnológica del ser humano, incluso cuando implique investigar sobre embriones humanos.
El respeto por la vida humana se socava sutilmente con la insistencia en ver a la población humana como una amenaza contra un medio ambiente más limpio y habitable. Por un lado existen llamados para maravillarse ante la naturaleza y hacia lo que la mente humana puede hacer, pero estos mensajes, en forma abierta o sutil, dejan de mencionar y en ocasiones contradicen lo preciado de la vida humana.
* Resumen de la conferencia que ofreció la autora en el VI Encuentro Mundial de las Familias. México, 2009.
Traducción del inglés por Roberto Rivadeneyra

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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