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Mass media: Ganancias y pérdidas

No hace falta arrojar la televisión, el internet y los videojuegos de los hogares. Cada nuevo medio introduce una ganancia cultural y trae una pérdida. Los contenidos de muchos programas de entretenimiento e informativos no ayudan a comprender; ofrecen una visión fragmentaria y contradictoria del mundo y del hombre. A continuación, un resumen de la conferencia que en el VI Encuentro Mundial de las Familias impartió el autor.
Aunque el promedio de horas que niños y adolescentes dedican a los medios de comunicación (televisión, internet, videojuegos, radio, revistas…) supera ya ampliamente el horario escolar, la atención de los padres y los poderes públicos a los efectos sociales de esta dieta mediática es mucho menor que la preocupación por la escuela y por los problemas de salud relativos a la alimentación.
Quiero señalar aquí algunos efectos en la familia y en la sociedad comprobados por la investigación. No pretendo alarmar ni caer en una denuncia estéril, sólo recordar a los padres su responsabilidad de gobernar el consumo familiar de los medios, de modo que no sólo no arruinen la familia, sino que se conviertan en un agente educativo para ellos y sus hijos.

«ENCHILADA» MEDIÁTICA: TECNOLOGÍA, CONTENIDOS Y CULTURA

Es un hecho que hay una dimensión tecnológica de la influencia de los medios, cuyos efectos cerebrales, todavía desconocemos. Pero además de los aspectos tecnológicos y sus posibles consecuencias en las personas y en la cultura, innegables y ambivalentes, cada nuevo medio introduce una ganancia cultural y conlleva a la vez una pérdida, como mostró McLuhan en su libro Understanding media: the extensions of man.
Por ejemplo, la imprenta extendió la lectura a todos los estratos sociales y posibilitó la enseñanza universal obligatoria; a su vez, oscureció toda una cultura oral con su enorme riqueza. La televisión ha cambiado el modo de imaginar, aprender y razonar de la generación audiovisual; así como internet está cambiando los hábitos de consumo de medios y los circuitos mentales de la generación digital.
Estas transformaciones forman parte del desarrollo. La humanidad tarda generaciones en incorporarlas, asimilarlas y dominarlas. En ese proceso, social y personal a la vez, se producen disfunciones y, a menudo, se paga un precio alto. Por ejemplo, el número de niños con desorden de déficit de atención (ADD) o de hiperactividad (AHDD) se ha multiplicado exponencialmente. En Estados Unidos, los niños diagnosticados con ADD eran 150 mil en 1970; en 1985 la cifra se había triplicado y en 2000 eran 6 millones.1
Si bien la televisión no es la única responsable del incremento, pues también influyen otros factores, como la desestructuración de la familia, lo cierto es que los pediatras y expertos que aconsejan poca o ninguna televisión obtienen mejoras notables en la conducta de los niños aquejados de esas disfunciones.
Independientemente de la tecnología, si pensamos en los contenidos que difunden los medios, el panorama es aún más inquietante. Y de los efectos de esos contenidos se sabe ya bastante. Los estilos de vida, las actitudes y criterios de valoración que los medios de comunicación difunden, mientras informan o entretienen, ejercen una influencia, para bien y para mal, no inferior a la de la escuela o a la de la misma familia. Este desafío educativo para la familia no se puede ignorar ni dejar de acometer con sereno realismo.

LOS CONTENIDOS Y SUS EFECTOS: DATOS INQUIETANTES

En una hermosa tarde de primavera, Matt, de 15 años, se lanza a la calle con una escopeta de cañones recortados, justo en el momento en el que el amigable policía vecinal patrulla la calle en su bicicleta. Matt dispara a bocajarro al policía, se apropia de su bicicleta. Montado en ella comienza a disparar indiscriminadamente a los viandantes. En el caos un coche se incendia y explota. Matt pincha la bici y se apropia de un coche tras asesinar al conductor y despellejarlo en la acera. En su camino descubre una joven con falda corta. Detiene el coche y la fuerza a entrar. La lleva a un descampado y, tras violarla, la golpea a muerte. Mientras la chica agoniza, Matt la contempla con la indiferencia de un duro asesino.
No, no es el guión de un filme de extrema violencia ni la crónica de un suceso real. Es sólo uno de los videojuegos más populares, Grand Theft Auto (Gran ladrón de coches), videojuego tan conocido y aceptado socialmente que incluso Coca Cola hizo un anuncio imitándolo.
Podemos argüir que se trata sólo de imágenes irreales, de un juego. Cierto, pero no es fácil olvidar los estremecedores acontecimientos de delincuencia infantil provocados por imitación de comportamientos violentos que vemos en los medios, como el de los tres niños que mataron a su amiguita «jugando» como habían visto en la tele; o el de los niños que asesinaron a un vagabundo en Francia…
El film Natural Born Killer de Oliver Stone causó 14 homicidios en 1993 y 3 en 1994. En una investigación realizada en las crónicas de sucesos de dos diarios romanos, Il Messaggero y La Reppublica durante dos años, Morgani y Spina encontraron que, en 57 episodios de crónica violenta, los protagonistas habían imitado «héroes» de películas de cine.
Pues bien, la industria de los videojuegos ha superado ya al conjunto de la industria cinematográfica y del juguete, generando 18 mil millones de dólares en 2007.
Miremos ahora a la televisión, el medio de comunicación más influyente en las sociedades desarrolladas. Según datos de un estudio de la Henry J. Kayser Family Foundation del 2003, más de 80% de los shows televisivos para adolescentes tienen un contenido sexual.3 Dos años más tarde, otro estudio de la misma fundación sobre el conjunto de la programación televisiva demuestra que el número de programas con contenido sexual entre 1998 y 2004 ha pasado de 54% a 70%.
Cuando un niño italiano se encamina por vez primera a la escuela elemental lleva ya en su mochila, junto con los lápices de colores, 1,800 escenas de violencia. La dieta preescolar de violencia del niño americano –siempre más precoz– es muy superior, incluye 8,000 homicidios y 100 mil actos violentos.
Ya es significativo que la mayor parte de los estudios empíricos se limite a constatar datos cuantitativos sobre los contenidos, pero si prestamos atención no sólo a lo que se muestra, sino a cómo se presenta, la inquietud crece. (Ver recuadro 1)
Podría tranquilizarnos pensar que los jóvenes dependen ahora menos de la televisión gracias a internet. Es cierto que su uso predominante por parte de jóvenes y menos jóvenes es chatear, Messenger, descargar música y consultar You-Tube,5 pero no es menos cierto que 12% de los sitios web son pornográficos y que 25% de las consultas en los motores de búsqueda son para ver pornografía.
También es cierto que la pornografía es la parte del león de los ingresos generados en internet, con un volumen de negocio de 2,500 millones de dólares.6 Con esas premisas, no es de extrañar si, de acuerdo con los datos de una reciente encuesta entre chicos de 10 y 17 años, 40% de ellos han visto pornografía alguna vez en 2007, aun cuando 66% no la buscasen. No se puede ignorar, que, amparado en ese submundo de la pornografía, se ocultan intereses inconfesables como la lobby pedófila, que cuenta con 522 organizaciones y 500 agencias que se ocupan de defender en los tribunales a personas acusadas del delito de pedofilia y de promover el man-boy love day, a imitación del gay pride.
No me detengo en el cine, revistas, el mundo de la moda y otros productos de la cultura popular. Se ha prestado poca atención a la música, a veces con la excusa de que no cuenta tanto el verso como el poema. Observar a una niña de 10 años imitando a sus cantantes preferidos (Madonna, Britney Spears, Cristina Aguilera, etcétera), con provocativas poses cuyo significado apenas intuye, puede convencer a cualquiera de su contrario. Un repaso a las letras de las canciones más populares hace enrojecer a quien conserve todavía un moderado sentido del pudor. Un estudio sobre los efectos de la música pop en la conducta sexual mostraba que 40% de las letras contenía referencias sexuales explícitas y 15% del total eran degradantes.

LOS MEDIOS, ESPEJOS LOCOS DE LA SOCIEDAD

Los medios de comunicación ofrecen una visión fragmentaria, parcial, a menudo contradictoria y siempre caleidoscópica del mundo y del hombre. Imagen que no contribuye a que el hombre se comprenda mejor a sí mismo. Sucede, por ejemplo, por la abierta contradicción entre mensajes del mismo medio en espacios diferentes. Junto a mensajes publicitarios contra la droga o el alcohol, de buena factura dramática y persuasiva, se difunden otros en programas de entretenimiento o en anuncios publicitarios que exaltan la fascinación y el lujo unidos a la bebida o al consumo de droga. (Ver recuadro 2)
Otros estudios llegan más lejos y encuentran efectos en el razonar moral y en el comportamiento: «La violencia en la televisión tiene un efecto negativo en el razonar moral de los niños», afirman Krcmar, Veeira e Edward,9 y otro estudio encuentra que «los jóvenes forman sus juicios sobre la familia y las relaciones personales de los programas populares de televisión. Muchos reciben la educación sobre la sexualidad de las soap operas y telenovelas más que de los padres y de la escuela».
Un estudio recientísimo analiza el comportamiento de 700 jóvenes entre 12 y 17 años, activos sexualmente, y demuestra que quienes ven más contenidos sexuales en la televisión doblan a sus coetáneos en la frecuencia con que dejan embarazadas a sus amigas. Ciertamente, esos contenidos no son la única causa del aumento de embarazos entre adolescentes, pero la directora del estudio puntualiza: «aun removiendo los demás factores, se observa un fuerte nexo entre exposición a contenidos sexuales y embarazos de adolescentes».
Estos datos sociológico-estadísticos confirman el sentido común y las advertencias de otros expertos académicos procedentes de una tradición humanística: «lo percibido en las películas y programas de televisión –dice García-Noblejas– puede ser vitalmente comprendido como representación de acciones y hábitos humanos, con su cortejo de sentimientos. O lo que viene a ser igual, tiene sentido para la vida de los espectadores, al apreciarlos –en términos generales– como muestra de valores conscientes o inconscientes, de virtudes y vicios».
Podría replicarse a esto que, a fin de cuentas, cuando la televisión, el cine, la publicidad, los videojuegos difunden objetivaciones del habitar del hombre en el mundo, patterns, formas o modelos de comprensión de sí mismo, no hace mejores o peores a los hombres de suyo.
Es tan verdad como que la lectura de vidas de santos o de hazañas heroicas de grandes hombres de la historia no nos hace ni mejores ni más valientes. Cierto, pero por eso el arte debe respetar su propia lógica interna, que es presentar lo sublime como sublime, lo miserable como miserable, lo trivial como trivial; en suma, lo bueno como bueno y lo malo como malo, de modo que lo bueno nos «sepa» bien y lo malo nos «sepa» mal. Así lo hicieron los clásicos de todos los tiempos, que no representaron una condición humana inmaculada –pensemos en Shakespeare y el cúmulo de miserias humanas representadas en los personajes inmortales de sus dramas.
No se trata de ocultar la realidad de la condición humana caída, sus posibles abismos de vileza, pero tampoco sus cumbres morales; se trata de mostrar su grandeza, su dignidad, que puede perderse, sí, en la abyección de esos abismos insondables de maldad, y que puede brillar en la belleza moral de conductas virtuosas, no ñoñas, o en la misericordia ante el mal ajeno, físico y sobre todo moral. No hay que olvidar, con Montagu, que «los hombres y las sociedades se han hecho de acuerdo con la imagen que tenían de sí mismos, y han cambiado conforme a la imagen por ellos mismos desarrollada».

DOS IMÁGENES: MUERTE Y SEXUALIDAD

¿Y qué imagen, qué identidad cultural proporcionan los medios? He aquí dos botones de muestra, dos aspectos de nuestra identidad cultural.
Sólo la muerte irreal. El primero es la imagen de la muerte en nuestra cultura. ¿Hemos reparado en lo paradójico que es la trivialización de la muerte que produce ese mercado televisivo de la violencia en contraste con el hecho de que la muerte real se oculta cada vez más en nuestra sociedad? La gente muere en los hospitales, apartados de la vista de los niños y de nosotros incluso.
A los ancianos, recordatorio próximo de la fugacidad de nuestra vida, se les confina en residencias con todas las comodidades pero lejos de nuestra vista. La muerte ha dejado de ser una realidad humana natural, inscrita en el tejido de la vida y valorada; en cambio, «en las pantallas de televisión aparece desprovista, al mismo tiempo, de todo sentido individual y de toda trascendencia psicológica: la muerte simultáneamente ajena y neutra».
La sexualidad. El segundo botón de muestra es la trivialización de la sexualidad. El desnudo erótico de la publicidad y la exposición pública de la relación amorosa más íntima han desvirtuado su valor humano; son ya como la flor de plástico, el vino químico, y los demás «pseudos» de nuestra sociedad artificial. Dice Thibon que «la sexualidad humana normal gravita alrededor de dos polos: el apetito carnal y el amor espiritual. El erotismo actual es extraño tanto al uno como al otro». Los consumidores de erotismo comercializado están doblemente frustrados: ni gozan de la dimensión espiritual del amor, porque «la belleza es un fruto que se mira sin alargar la mano» (Simone Weil), ni se satisfacen siquiera en el ejercicio completo de la sexualidad, pues una nebulosa de imágenes inaccesibles se interponen entre su deseo y el objeto poseído.
Betettini y Fumagalli han examinado atentamente el problema de la «disolución y manipulación del cuerpo» operada por los medios de comunicación social y los efectos psicosexuales inducidos en los adolescentes sobre todo.
Desde el campo feminista se alzan voces que denuncian la sexualizacion de la infancia en y a través de la cultura popular: «El problema –dicen Levin y Kilbourne, dos conocidas pedagogas norteamericanas–, no es tanto que el sexo representado en los medios es pecaminoso, sino que es sintético y cínico. La explotación sexual de nuestros hijos está orientada a promover su consumo, no solo en la infancia sino durante toda la vida». Las autoras del libro So Sexy so Soon, aun con las limitaciones conceptuales de la ideología de género, presentan abundancia de pruebas de los efectos de desorientación y corrupción no ya solo de los jóvenes, sino de los niños. Lamentan que «la derecha cristiana» haya monopolizado la denuncia del problema y saludan con aprobación el reciente Report on the Sexualization of Girls publicado por la Asociación Americana de Psicología en el 2007.
El retraso y el silencio ominoso de la investigación académica en este campo tiene muchas razones, que no es el caso tratar ahora. Las autoras del libro apuntan algunas. A la industria del entretenimiento no le interesa financiar investigaciones cuyos resultados minarían sus ganancias.

¿UN MUNDO FELIZ?

A pesar de la aparente dureza de mi alegato no me cabe duda que el problema no son los medios en cuanto tales. Como advertía sagazmente Einstein, «el problema no es la bomba atómica, el problema es el corazón de los hombres». Me parece obvio que los medios están tan enfermos cuanto el corazón de los hombres. Diríamos que no hace falta arrojar la televisión de los hogares ni siquiera los videojuegos, sino discriminarlos.
Deliberadamente no me he detenido a exponer recetas o medidas prácticas para los padres. Hay excelentes libros y prontuarios que orientan en este sentido. Entre ellos, señalo aquí, por su sencillez divulgativa y buen sentido, Raising Kids in the Media Age de Jay Dunlap.
Pero no bastan las recetas porque el desafío es muy grande. George Gebner uno de los investigadores sobre la influencia de los medios de comunicación social más respetados mundialmente afirmaba: «Por primera vez en la vida del hombre las historias acerca de la gente, de la vida y los valores no son contadas por los padres, la escuela, la religión, u otros en la comunidad que tienen algo que decir, sino por un grupo de distantes conglomerados que tienen algo que vender».
Las recetas sirven cuando hay un plan integral de salud, no cuando se busca sólo eliminar los síntomas. Es necesario replantear la tarea de educar a las nuevas generaciones, convencerse a fondo de que la educación, no la instrucción, es la tarea más importante de los padres, de la escuela y de la sociedad en su conjunto. Nos encontramos ante una verdadera «emergencia educativa», como decía Benedicto XVI en su sencilla, magnífica y esperanzadora carta «Sobre la tarea urgente de la educación».

1    Jay Dunlap. Raising Kids in the Media Age, Circle Press, Handem, CT, 2007, p. 37.

2    Norberto González Gaitano. El síndrome de Scherezade y otros efectos deseducativos de la televisión, inCultura y medios de comunicación social, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 2000 (traducido al italiano: Cristianità, Anno XXVII, n. 290-291, pp. 11-20).
3    D. Kunkel, E. Biely, K. Kyal at al. Sex on TV 3 (Menlo Park, CA: Henry J. Kayser Family Foundation, 2003), cit. en Diane E. Levin y Jean Kilbourne. So Sexy So Soon. The New Sexualized Childhood and What Parents Can Do to Protect Their Kids. Random House, New York, 2008 p. 35 y p. 200.
4    Dario Antiseri. «La televisione e i bambini». Comunicación presentada en el Congreso La rappresentazione della violenza e la violenza della rappresentazione, Roma, 26 de diciembre de 1996.
5    Rapporto 2008 sugli stili di vita degli adolescenti, della Società italiana di Pediatria.
6    Jay Dunlap, ob. cit., del «love day» e promover el la contempla conb la indiferencia de un duro p. 59.
7    «La pedofilia e la sua apologia: proposta per l’introduzione di un reato specifico nel Codice Penale», en Sos Ragazzi, septiembre 2008
8    So Sexy So Soon, ob. cit., p. 145
9    M. Krcmar, Jr. Veeira y T. Edward. Imitating Life, Imitating Television: The Effects of Family and Television Models on Children’s Moral Reasoning, en «Communication Research», junio 2005.
10   Irene Meijer y Marjolein van Vossen. The Ethos of Television Relationships. Why Popular Drama Persistently Worry Television Scholars (comunicación presentada en la reunión anual de la International Communication Association, Nueva York, 2005).
11    Teens imitating televisión, en «National Catholic Register», 7 diciembre 2008. El estudio puede verse en Anita Chandra, Steven C. Martino, Rebecca L. Collins, Marc N. Elliott, Sandra H. Berry, David E. Kanouse and Angela Miu. «Does Watching Sex on Television Predict Teen Pregnancy? Findings From a National Longitudinal Survey of Youth», en Pediatrics, Vol. 122 No. 5 Noviembre 2008, pp. 1047-1054.
12   J. J. García-Noblejas, Fundamentos para una iconología, ob. J. García-Noblejas, licaciocit. p. 25
13   Ashley Montagu, cit. en García-Noblejas, «Fundamentos…», cit. p. 41.
14   Dolores Rico. Tv, fábrica de mentiras. La manipulación de nuestros hijos, Espasa, Madrid, 1992, p. 117.
15    Gustave Thibon. El erotismo contra el amor. Conferencia publicada por la iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz (Zaragoza).
16    G. Bettetini y A. Fumagalli. (1998). Quel che resta dei media. Idee per un’etica della comunicazione. Franco Angeli , p. 111.
17    Mensaje del Santo Padre a la diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación. Ciudad del Vaticano, 21 de enero 2008.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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