En las sesiones psicoterapéuticas algunos pacientes relatan historias con argumentos similares. Por supuesto, dado que cada ser humano es único e irrepetible, las narraciones mantienen sus particularidades. Nada nuevo. Sin embargo, cuando en un corto periodo de tiempo advierto casos con características tan parecidas, el asombro, la duda y la especulación se ponen en marcha. Así me sucedió con el tema del compromiso.
Ciertos comentarios recientes ?cambiados para su publicación y generalmente expresados en un áspero tono de justificación? estallan así: «cuando me casé la situación era otra», «mi felicidad ya no está en ese lugar», «tales obligaciones las contraje cuando no sabía lo que hacía». En resumen: no estoy viviendo «lo que yo quería» o «lo que yo imaginé».
El descontento con las circunstancias actuales es palpable. Y nos da de comer a psicólogos, psicoterapeutas, psiquiatras, brujos, gurús, chamanes y demás colegas que pretendemos «componer» la óptica a través de la cual el paciente percibe al mundo. Sobran los hechiceros quienes pretenden transformar la realidad, pero eso supera mis posibilidades, incluso imaginativas.
MIENTRAS CUMPLAS «MIS DESEOS»…
Más allá de las experiencias individuales, de la posibilidad de romper acuerdos; que la hay, de la adaptación a las nuevas circunstancias y del multicitado derecho que todos tenemos a ser felices ?elementos sustanciales en la reflexión sobre el compromiso que ahora no abordaré? existe una clara influencia sociocultural que en nuestros días pone en jaque al compromiso. Se me ocurre una explicación: en un mundo tocado por el individualismo, que como bien lo señala Charles Taylor tiene sus ventajas, yo soy la medida de todas las cosas, ¡y de todos los compromisos! Así las cosas, una promesa permanece hasta que yo quiero.
Por supuesto, el individualismo también designa lo que muchos consideran el logro más admirable de la civilización moderna. Vivimos en un mundo en el que las personas tienen derecho a elegir por sí mismas su propia regla de vida, a decidir en conciencia qué convicciones desean adoptar, a determinar la configuración de sus vidas…1
Seguramente, pocos seres humanos estaremos interesados en renunciar a los referidos beneficios del individualismo. No obstante, si el parámetro que determina la dimensión de la realidad soy yo, es entendible que el individualismo traiga aparejada una forma de razonar altamente instrumental.2 El mundo es bueno o malo en función de los beneficios o perjuicios que me reporta. «Te quiero… mientras cumplas mis deseos», «estoy contigo… siempre y cuando satisfagas mis expectativas». El condicional es atroz y se contrapone directamente a la noción de amor verdadero, donde la aceptación es irrenunciable. Mi idea del compromiso, como la de Benedetti, es más contundente: «…que puede contar conmigo, / no hasta dos ni hasta diez / sino contar conmigo».
Una vez que la lógica instrumental se ha instalado, nadie se salva. Por cómico que luzca, la Providencia es una de las principales aludidas: «Dios lo puso en mi camino para hacerme feliz. Por ello, mi marido y mis hijos tienen que entenderlo». Dicho con sinceridad, no me gustaría ser objeto de ese modo de tasar al mundo. Y es que, también lo apunta Taylor, el lado obscuro del individualismo es egoísta: «supone centrarse en el yo, lo que aplana y estrecha a la vez nuestras vidas, las empobrece de sentido y las hace perder el interés por los demás o por la sociedad».3
Tenemos derecho a cambiar espacios que nos resultan nocivos. Por supuesto. El compromiso no es esclavitud. Para actuar convenientemente, pese a todo, es necesario sopesar con detenimiento y profundidad nuestras decisiones, advirtiendo en tales cavilaciones la existencia de introyectos socioculturales que ?como una «jaula de hierro», al decir de Max Weber? nos influyen al grado de llevarnos a considerar los compromisos como un atentado a nuestra libertad.
CUANDO EL COMPROMISO ES FELICIDAD
Como promesa que es, el compromiso implica cierta hipoteca de nuestro futuro. Me comprometo, con tanto empeño como la importancia de la promesa lo exige, a esforzarme en adelante por efectuar aquello en lo que di mi palabra. Tal vez el costo de oportunidad involucrado en nuestros convenios, la vertiginosidad de los cambios contemporáneos y la imposibilidad de conocer el mañana, nos han llevado a contraer acuerdos con cierto temor y escepticismo. Al punto de concebir la libertad ?en términos de Isaiah Berlin? como libertad negativa, es decir, como una ausencia de vínculos. Soy más libre, se cree, si conservo menos compromisos.4
En contraposición a la apuntada idea de libertad negativa, Alejandro Llano sobrepone la libertad para; aquella acepción del término definida como la disposición para llevar a cabo proyectos que me comprometen establemente.5 Porque soy libre, tengo la oportunidad de pronunciarme por una persona, una idea, un partido político, una empresa, etcétera.
Al dialogar el tema con un amigo me preguntó cuál es el sentido de hacer promesas si no las vamos a cumplir. Mi madre, sabia como es, habría resuelto el tema con buen humor: «pues sí, ¿para qué comes si vas a volver a tener hambre?» Los compromisos con nosotros mismos y con los demás, así como la fidelidad para cumplirlos, son esenciales en la generación de virtudes y la forja del carácter; componentes insustituibles para ser feliz. La entrega es otro elemento esencial. Al respecto, Llano añade:
«…el ?yo? no es un recinto cerrado y agobiante: es un vector de proyección y entrega… Y la paradoja de la libertad consiste en que, para que esta plenitud de la vida lograda alcance su culmen, es necesario proceder a un vaciamiento de mí mismo y a la apertura amorosa a otros. Mi amor es mi peso, decía San Agustín de Hipona».6
FIDELIDAD EN MOVIMIENTO
Al inicio referí historias análogas que aparecen en las sesiones de terapia. Por fortuna para el bolsillo del acompañamiento profesional, los clientes rara vez descubren que las respuestas a sus dificultades son aún más cercanas.
Según he comprobado, cuando un paciente descubre que la fidelidad a las promesas importantes se reinventa a cada momento y, por tanto, implica permanencia más no estancamiento ?ni mucho menos obstrucción?, la frescura regresa a su vida. Y el compromiso subsiste, a pesar de todo.
1 Cfr. Taylor, Charles, «Tres formas de malestar» en La ética de la autenticidad, Paidós / ICE de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 1994, p. 38.
2 Cfr. Idem, p. 40. «Por ?razón instrumental? entiendo la clase de racionalidad de la que nos servimos cuando calculamos la aplicación más económica de los medios a un fin dado. La eficiencia máxima, la mejor relación coste ? rendimiento, es su medida del éxito».
3 Ibidem.
4 Cfr. Llano, Alejandro, «La paradoja de la libertad» en La vida lograda, Ariel, Barcelona, 2002, p. 111.
5 Cfr. Ibidem.
6 Idem, pp. 111 y 112.
*Licenciado en Filosofía. Profesor de Ética y de Comunicación Oral en la UP. Estudios de posgrado en Comunicación Institucional y Psicoterapia.
El compromiso de los intelectuales se diluye
Armando González Torres*