MIRAR HACIA ADENTRO
¿Existe algún método para medir la felicidad de las personas, que garantice resultados o dé conclusiones seguras? Especialmente en los países más desarrollados se hacen, con ese fin, cada vez mayor número de estudios, por vía experimental, mediante encuestas apoyadas en tests o entrevistas.
Ciertamente se puede objetar que estas investigaciones, basadas en estadísticas, no clarifican ni profundizan lo suficiente en el aspecto cualitativo de la felicidad, se reducen a recabar lo que la gente entiende por «ser o sentirse feliz», sin ahondar en el contenido mismo de la felicidad. Sin embargo, a pesar de su limitación para ofrecer conclusiones definitivas, el valor de este procedimiento es que se funda en la realidad de personas concretas y, si se complementa con una adecuada reflexión filosófica, puede aportar resultados interesantes y valiosos.
Con frecuencia esos resultados confirman lo que una filosofía realista sostendría, lo cual proporciona consistencia a esos análisis de la felicidad. Por ejemplo, en un estudio serio que los especialistas David G. Myers y Ed Diener llevaron a cabo durante más de diez años,1 obtuvieron, entre otras, las siguientes conclusiones:
• Los casados son más felices que los «solitarios».
• Quienes han aumentado sus ingresos en los últimos diez años no son más felices que quienes no los han incrementado.
• Los creyentes con un compromiso espiritual son más felices que los indiferentes, y la felicidad aumenta en paralelo con la práctica religiosa.
Pero lo más valioso de la investigación, a mi juicio, fue la conclusión principal: «La felicidad depende de la interioridad de la persona, más que de factores externos». Afirmación de sumo valor que, desde el punto de vista práctico, ilumina el camino para buscar la felicidad donde realmente se le puede encontrar, y confirma lo que señalaría una sana antropología filosófica: «Lo más profundo y lo más elevado del hombre está en su interior».
En vano se buscará la felicidad en lo exterior si no se halla dentro de nosotros mismos: la plenitud humana lleva consigo riqueza de espíritu, paz y armonía del alma, serenidad. El camino de la felicidad está dentro de nosotros: es un camino interior».2 Y también: «existe una secreta felicidad que anida en el interior del hombre y nace también en él».3
Tal conclusión contrasta con las vías que la mayoría de la gente suele emprender para resolver sus ansias de felicidad y que proceden del exterior: el placer sensible, la posesión de bienes materiales, la estima de los demás, el éxito, la apariencia física, el poder y la fama. En cambio, si no se pierde de vista que «la felicidad es, y siempre ha sido, una tarea interior»,4 será posible avanzar en su estudio, centrando la atención en la interioridad de la persona humana y en aquellos bienes que pueden saciar sus necesidades más profundas.
¿MANTENERSE EN ESTADO NEUTRO?
Si la felicidad ocurre en el interior del hombre y es sobre todo ahí donde hay que trabajar para conseguirla, lo primero que esto significa es que ser feliz depende del propio sujeto. Quien no es feliz suele echar la culpa de su infelicidad a otras personas –el marido, la suegra, el socio en la empresa– o a circunstancias externas, como la situación económica, la enfermedad, la vejez, la problemática del país, etcétera. Y parecería que, para conquistar la felicidad, habría que resolver antes todas esas dificultades, lo cual en muchos casos lleva a concluir que la felicidad es una utopía y que lo más razonable es renunciar a ella.
Cabe también la tentación de asumir una actitud escéptica y timorata, para no optar por la felicidad, sino tratar de mantenerse en una especie de estado neutro. «Hay una tendencia en muchas personas a retraerse del horizonte de la felicidad, a no atreverse a intentar ser felices. Cuando esto es así, pueden encontrarse al final de la vida con que no han vivido, se entiende, desde sí mismos. Es lo que yo llamaría, si se permite la expresión, la tentación del Limbo».5
Cuando, en cambio, se descubre que la felicidad depende de uno mismo, de la actitud interior con que se afronten los diversos sucesos y circunstancias de la vida, del sentido que se les dé y del modo como uno proyecte su propia existencia, el enfoque cambia radicalmente. Sin que dejen de existir y de influir esos factores externos, la persona se percata de que la solución está en ella misma –dentro de ella– y a partir de ese momento se inicia un proceso que podrá ofrecer la verdadera solución.
Habrá que tomar entonces una decisión, consistente en optar firmemente por la propia felicidad, e incluirá la determinación de emplear los medios necesarios –principalmente interiores– para conseguirla. Abraham Lincoln afirmaba con razón que «La mayoría de la gente es feliz en la medida en que decide serlo».
Y diversos pensadores, con una visión positiva, aunque con resultados no siempre acertados, se han propuesto mostrar el camino, como lo confiesa Bertrand Russell en el prefacio de su ensayo sobre la felicidad: «He escrito este libro partiendo de la convicción de que muchas personas que son desdichadas podrían llegar a ser felices si hacen un esfuerzo bien dirigido».6
De cada uno dependerá, por tanto, el sabor y el sentido que la realidad le ofrezca. Por eso Nicol se preguntaba: «¿No será que las cosas devienen insípidas cuando nosotros carecemos de amor con qué avivarlas? El tedio de la vida, el fastidio, o sea el asco de que habla Sartre ¿no serán los de sus vidas propias: el tedio, el fastidio y el asco de esos existencialistas antiguos y contemporáneos?».7 En cambio, alguien ha revelado que, para no incurrir en el error de esperar que la felicidad le llegue de fuera, tomó una medida: «Yo tengo en el espejo, encima del lavabo, un mensaje para recordarme a mí mismo lo siguiente: “Estás viendo el rostro de la persona responsable de tu felicidad”. Y cada día estoy más convencido de que así es».8
EN LA CÁRCEL DE UNO MISMO
Que la felicidad dependa de una opción personal significa, ante todo, que la decisión recaerá sobre nosotros mismos, envolviendo diversos aspectos de nuestra conducta, de nuestra vida y de nuestro ser. Señalamos a continuación algunos:
1) Podemos elegir las actitudes que favorecen la felicidad. Por ejemplo, si queremos ser optimistas, decidiremos percibir el lado positivo de las cosas, antes que la parte negativa. De eso dependerá que veamos el vaso «medio lleno» o «medio vacío». Un proverbio inglés dice que «dos hombres miraban al exterior a través de los barrotes de la prisión. Uno veía el fango, el otro las estrellas», lo que significa que cada quien decide lo que desea ver. Nos propondremos también descubrir la belleza existente en lo que tenemos más cerca, para que no nos ocurra lo que observó con asombro el poeta bengalí Rabindranath Tagore: «Durante muchos años / sin reparar en gastos / he recorrido muchos países, / he visto las montañas más altas / y los océanos. / Lo único que no supe ver / fue el brillo del rocío / en la hierba a la puerta de mi casa».
2) Otra decisión que habrá de tomar quien quiera ser feliz, consistirá en evitar toda orientación egocéntrica, pues, como señalaba Kierkegaard, «por desgracia, la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro; la puerta de la felicidad se abre hacia fuera», hacia los otros. De ahí que se deberían «evitar las pasiones egocéntricas y adquirir afectos e intereses que impidan que nuestros pensamientos giren perpetuamente en torno a nosotros mismos. Casi nadie es capaz de ser feliz en una cárcel, y las pasiones que nos encierran en nosotros mismos constituyen uno de los peores tipos de cárcel».9 En cambio, como advertía Frankl, «qué hermoso es un niño cuando se le fotografía y está absorto en el juego, olvidado de sí»,10 por ello se le observa feliz.
3) Habrá que vigilar, igualmente, nuestras formas de reaccionar, más que los sucesos que nos rodean, que muchas veces son independientes de nuestra intervención, para darles el cauce conveniente,11 porque la felicidad «no está subordinada al curso que toman los acontecimientos, sino a la manera como reaccionamos frente a ellos. La felicidad depende de nosotros; su fuente reside en nosotros».12 La reacción tiene mucho que ver con el modo como nos juzgamos, por ejemplo, después de un suceso negativo. Si el juicio es acertado porque aceptamos el error y la posibilidad de rectificarlo, seremos más felices; en cambio, si es negativo y nos sentimos culpables, pero sin posibilidad de rectificación, nos alejaremos de la felicidad. Dice Marina que «hay personalidades que parecen poco dotadas para la felicidad, porque en cada bache ven un precipicio y en cada decepción una tragedia»,13 es decir, no son capaces de reaccionar positivamente ante los problemas. La solución en estos casos consistirá en modificar esas disposiciones negativas mediante una decisión.
4) También es preciso, siguiendo la terminología de Seligman, orientar la vida hacia las gratificaciones antes que a los placeres sensibles, porque «los placeres tienen un claro componente sensorial y emocional (…). Son efímeros e implican muy poco, o nulo, pensamiento». En cambio, «las gratificaciones nos involucran por completo; quedamos inmersos y absortos en ellas y perdemos la conciencia propia. Disfrutar de una gran conversación, escalar montañas, leer un buen libro, bailar y jugar al ajedrez son ejemplos de actividades en las que el tiempo se detiene para nosotros, nuestras habilidades están a la altura de las circunstancias y nos hallamos en contacto con nuestras fortalezas. Las gratificaciones duran más que los placeres, implican más pensamiento (…) y nuestras fortalezas y virtudes las refuerzan».14
5) Por último y en un nivel más profundo, la decisión habrá de recaer sobre nuestro mismo ser, de manera que marque el camino que lo habrá de conducir a su plenitud, a esa vida lograda que será consecuencia de orientar la existencia de acuerdo con la verdad de la persona, de manera que dé el máximo de sí misma. Se trata aquí de optar por un crecimiento permanente del propio ser, que se traducirá en un ser más, progresivo, del que derivará la felicidad.
De manera complementaria, la opción por la felicidad habrá de tomar en cuenta que se trata de una tarea a largo plazo, que no se resuelve fortuitamente ni de golpe, sino mediante un proceso paulatino que dura toda la vida. «Nuestra vida consiste en el esfuerzo por lograr parcelas, islas de felicidad, anticipaciones de la felicidad plena».15
O dicho con otras palabras, hemos de contar con que «los humanos no nacemos felices ni infelices, sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia. Que no es cierto, como muchos piensan, que la dicha pueda encontrarse como se encuentra por la calle una moneda o que pueda tocar como una lotería, sino que es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa».16
IDEALIZAR EL PASADO O ESPERAR DEL FUTURO
Para descubrir el camino de la felicidad hay que tener en cuenta también el tiempo, no sólo en el sentido de que ser feliz es una tarea que lleva tiempo, sino en el hecho de que esa felicidad real que buscamos hemos de encontrarla en el tiempo presente, más que en el pasado o en el futuro. «Me gustaría gritar a mis amigos que la única manera de estar vivos es vivir en el presente. Que no hay manera de ser felices si no es siéndolo hoy. Que las fugas al pasado o al futuro son eso: fugas. Que un ser que quiere vivir de veras debería gritarse a sí mismo ante el espejo, cada día al levantarse, que esa jornada que empieza es la más importante de su vida. El pasado pasó. Ya sólo sirve para subirse encima de él y mirar mejor hacia adelante. El futuro vendrá de las manos de Dios y en ellas ha de dejarse. Nuestra única tarea es el presente, esta hora, esta».17
El peligro consistiría, entonces, en no valorar la realidad presente y huir de ella, dedicándose a idealizar el pasado o esperarlo todo del futuro. Las personas que no saben atravesar su presente con la luz propia de la felicidad, construyen un túnel donde la felicidad sólo se encuentra en el inicio (en el pasado) y en el final (en el futuro).
Para ser feliz en el presente resulta indispensable estar identificado con la realidad actual. Séneca afirmaba que «es feliz el que está contento con las circunstancias presentes, sean las que sean»,18 aunque habría que añadir tal vez que esto es válido siempre y cuando esas circunstancias sean las que me corresponden como persona humana y según mi situación en la vida; en definitiva, siempre y cuando coincidan con el querer de Dios para mí. De lo contrario, tendrá uno que introducir las modificaciones pertinentes hasta lograr esa coincidencia.
Otra manera sutil de evadir el presente consiste en dejarse llevar por lo que gusta y no por lo que hay que hacer. Por ejemplo, el padre de familia que, en lugar de atender a los hijos, se evade mediante la vida social o el trabajo mismo. O el estudiante que sustituye los libros por el deporte o la diversión. De ahí que Josemaría Escrivá advirtiera que «no encontraréis la felicidad fuera de vuestras obligaciones cristianas. Si las abandonarais, os quedaría un remordimiento salvaje, y seríais unos desgraciados. Hasta las cosas más corrientes que traen un poquito de felicidad, y que son lícitas, se pueden volver entonces amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar».19
También existe el peligro de pensar –como lo hacen muchos– que la felicidad se encuentra en lo extraordinario, en lo espectacular, en esos momentos que se añoran, pero que, precisamente por excepcionales, son aislados y pasajeros: el éxito momentáneo, una determinada aventura, un viaje deseado por mucho tiempo, el fin de semana o las vacaciones de fin de año. Si la felicidad profunda se ha de caracterizar por su permanencia, o la encontramos en la vida ordinaria o no la encontraremos nunca. La persona feliz lo es mientras realiza lo que ocupa su vida habitualmente: el trabajo, la vida en familia, el trato con Dios, las relaciones sociales y de amistad, el estudio y la formación, el deporte u otras actividades recreativas.
En este contexto, habremos de concluir que la mayor parte de las múltiples piezas que conforman la felicidad se encuentran precisamente en lo ordinario y que, en la medida en que se van sumando, la felicidad se va construyendo. Lo que acrecienta nuestra felicidad son principalmente los sucesos de la vida diaria, más que los momentos extraordinarios. «La felicidad real de una persona aumenta o disminuye gracias a acontecimientos cotidianos de importancia secundaria».20 Y de manera recíproca, «las ocupaciones triviales, en sí mismas ajenas a la felicidad, se transforman cuando se es feliz. La mayor parte de las ocupaciones –recórranse los quehaceres, de la mañana a la noche– tienen poca importancia (…), pero si somos felices, esas ocupaciones quedan transfiguradas y adquieren una especie de aureola».21
En síntesis, podemos decir que la felicidad es una tarea interior, que depende de una elección que recae sobre nuestras disposiciones internas, sobre la orientación de nuestra conducta y sobre nuestro ser, y que se realiza en el presente y en la vida ordinaria.
1 Cfr. MYERS, D. G. y DIENER, E., «The pursuit of happiness», en Scientific American, V-1996.
2 YEPES STORK, RICARDO, Fundamentos de Antropología, EUNSA, Pamplona 1996, p. 215.
3 MARTÍ, MIGUEL-ANGEL, La ilusión, EUNSA, Pamplona 1995, p. 74.
4 POWELL, JOHN, La felicidad es una tarea interior, Sal Terrae, Bilbao 1996, p. 15.
5 MARÍAS, JULIÁN, La felicidad humana, Alianza Editorial, Madrid 2005, p. 267.
6 RUSSELL, BERTRAND, La conquista de la felicidad, Debolsillo, Barcelona 2004, p. 15.
7 NICOL, EDUARDO, Las ideas y los días, Afínita, México 2007, p. 198 (Diario El Nacional, México, D. F., 22 de noviembre de 1947).
8 POWELL, JOHN, La felicidad es una tarea interior…, p. 12.
9 RUSSELL, BERTRAND, La conquista de la felicidad…, p. 202.
10 FRANKL, VIKTOR, El hombre doliente, Herder, Barcelona 1984, p. 55.
11 «En el plano personal, la felicidad nace del misterioso reino de la libertad humana. O, como dijo una vez san Juan de la Cruz, lo que importa no es lo que sucede sino cómo se reacciona ante los acontecimientos». POUPARD, PAUL, Felicidad y fe cristiana, Herder, Barcelona 1992, p. 29.
12 CHEVROT, G., Las Bienaventuranzas, Rialp, Madrid 1987, p. 31.
13 MARINA, J. A., El laberinto sentimental, Anagrama, Barcelona 1997, p. 208.
14 SELIGMAN, MARTIN E. P., La auténtica felicidad, Byblos, Barcelona 2006, p. 159.
15 MARÍAS, JULIÁN, La felicidad humana…, p. 385.
16 MARTÍN DESCALZO, J. L., Razones para la alegría, Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1998.
17 MARTÍN DESCALZO, J. L., Razones para la alegría, p. 76.
18 SÉNECA, Sobre la felicidad, C. 6.
19 ESCRIVÁ, JOSEMARÍA, Amigos de Dios, MiNos, México 1999, n. 182.
20 POUPARD, PAUL, Felicidad y fe cristiana…, p. 19.
21 MARÍAS, JULIÁN, La felicidad humana…, p. 248.