Suscríbete a la revista  |  Suscríbete a nuestro newsletter

El hiperindividualismo. Cómo afecta a la familia

1Coloquio_aPara comprender las transformaciones de la familia contemporánea nada más ilustrativo que analizarlas desde el enfoque de una característica esencial de nuestra época: la formidable manera en que se ha impulsado la individualización.
Somos testigos de la segunda revolución individualista que a partir de los años 60 y 70  adopta nueva perspectiva ante las tradiciones y una fuerte exigencia de autonomía individual que lleva a las personas a emanciparse de las limitaciones y obligaciones colectivas.
Esta segunda revolución individualista genera un cambio completo en el origen y funcionamiento de la familia que propongo llamar hipermoderna.
CAMBIOS Y TRADICIONES DE LA FAMILIA
Antes de hablar de la familia hipermoderna, repasemos cómo era la familia moderna (que se dio entre el siglo XIX y la década de los 50 del siglo XX) y por qué la época contemporánea la transforma. Era moderna por tres motivos:
1. Porque desde el siglo XIX se reconoció el amor como fundamento legítimo del matrimonio, algo nuevo en la historia de la humanidad, que implica aceptar la elección y libertad de las personas. Se vuelve moderna al reconocer la libertad individual.
2. Porque se centra en los hijos y en su porvenir; en la atención que los padres deben prestar a la salud y educación del niño.
3. Porque las tareas propiamente femeninas, atender casa y niños, ya se reconocen y se les da un valor. Antes también las hacían, pero sin dignidad alguna; la era moderna reconoce su justo valor. Es algo que desarrollo en mi libro La tercera mujer.
 
Al mismo tiempo, esta familia moderna conservó elementos muy tradicionales, no fue plenamente moderna y esto también por tres motivos:
1. El divorcio. Se reconoce pero se practica muy poco y se condena socialmente. Es un contrasentido, por una parte la familia moderna se centra en los individuos, y por otra se rehúsa a reconocerles derechos.
2. Queda muy clara la pauta de desigualdad de género con una fuerte división entre las labores masculinas y femeninas. El trabajo de la mujer fuera del hogar no se reconoce como un valor.
3. La autoridad y el poder en la familia residen en los hombres. Se les reconoce como jefes de familia.
Hasta la década de los 60, la familia es una formación híbrida entre la tradición y la modernidad. La segunda revolución individualista, la nuestra, precipita el paso a la familia hipermoderna. Se des-tradicionaliza y se convierte en un asunto privado, que atañe a la voluntad de los individuos para que tengan libertad personal y afectiva.
FAMILIA HIPERMODERNA: EL INDIVIDUO ES PRIMERO
La era moderna de la que procedemos siguió proclamando la primacía de los derechos de la familia sobre los del individuo. Desde el siglo XIX y hasta la década de los 50 en el siglo pasado, la familia estaba por encima de los individuos; lo colectivo tenía primacía sobre lo personal.
Ahora es a la inversa. La familia hipermoderna se construye y reconstruye como se desea y en la forma que se desea. Ya no se respeta a la familia en sí, sino como ámbito para la realización psicológica de las personas. El concepto de antaño se convierte en una esfera emocional flexible, individualizada, una institución donde los derechos y los apetitos subjetivos quedan sobre las decisiones colectivas. Ocurrió una inversión completa.
Los signos de individualización de la familia son numerosos y conocidos. Primero, como todos vemos, la gente se casa cada vez menos y se divorcia cada vez más. Las familias numerosas están en caída libre. La fecundidad pasó en 50 años de cinco hijos por mujer a 2.7. La fecundidad disminuye en todo el mundo, no es privativo de las sociedades occidentales. Por ejemplo, hoy en Irán la fertilidad de las mujeres es la misma que en Francia: dos hijos en promedio.
Al mismo tiempo, surge un fenómeno nuevo: una explosión de nacimientos fuera del matrimonio. Existía ya antes, pero en mujeres víctimas; ahora las parejas tienen hijos y después se casan. En Francia, 85% de los niños nacidos fuera del matrimonio son reconocidos por el padre posteriormente.
El fenómeno está en plena expansión; la familia monoparental se multiplica. En Europa entre 15% y 20% de la totalidad de los niños menores vive con uno solo de sus progenitores, casi siempre la madre, de quien depende su educación. Para estos efectos, el individualismo ha influido poco.
¿LA FAMILIA YA NO ES UNA INSTITUCIÓN?
Sin embargo, en algunos aspectos, la tradición prevalece sobre el cambio; 85% de los niños de padres separados vive con su madre. Por supuesto esto trae consecuencias en los vínculos de los niños con sus padres (hombres). Es un hecho que, en caso de separación de la pareja, cerca de la mitad de los niños ya no ven, o ven poco a su padre, al menos en un caso de cada dos.
La prensa habla mucho hoy de los nuevos padres. El hecho mayoritario es que los hombres han cambiado mucho menos que las mujeres. De todos modos asistimos a la desregulación de la familia. Toda esta transformación expresa el incremento de la autonomía individualista, algo que los sociólogos llaman des-institucionalización de la familia, término con el que señalan que la familia se transformó en algo privado; un asunto afectivo, ya no institucional.
Hay que subrayar el alcance de este concepto: desde hace mucho tiempo la familia ha sido una institución regida por la tradición y el interés de las propias familias, es decir, los grupos prevalecían sobre los deseos personales. La familia contemporánea se caracteriza por lo contrario, por ampliar los derechos individuales: legitima el derecho de los individuos para casarse, vivir, separarse y tener hijos, incluso fuera de la institución.
SÓLO HAY MALOS PADRES
¿Entonces, qué ocurre con los deberes familiares en una sociedad regida por la espiral de los derechos individuales? Hay ahora un conjunto de discursos que expresan la declinación de las virtudes de los padres y la erosión de sus deberes a causa de la dinámica del individualismo. Abundan las críticas contra los padres: se les acusa de no atender bien a sus hijos, de permitir que se atonten frente a la televisión. Se acusa a las mujeres de narcisistas por buscar hijos con la procreación in vitro para no compartirlos con un padre.
Resulta que ahora estamos en una cultura donde ya no hay niños malos, sino sólo malos padres. El proceso de erosión de los deberes de los padres no carece de límites. Hoy no hay nada más escandaloso que no querer a tus hijos, no preocuparte por su felicidad, salud y porvenir. Las críticas a los progenitores no reflejan tanto el derrumbe del sentido de responsabilidad de los padres como el surgimiento de una cultura que hace sagrado al niño.
Se pide, se exige a los padres que cuiden la alimentación, el desarrollo, la salud y la formación integral de sus hijos (música, deportes…), hoy todo invita a que los padres se responsabilicen. Han de preocuparse de la escuela y del desarrollo pleno de su hijo.
Esto frena la carrera al individualismo narcisista. El derecho a la auto-absorción individual no llega al final de su trayectoria. Cuanto más terreno ganan los valores individualistas, más se refuerza la sensación del deber hacia los niños.
Desde hace siglos, las sociedades modernas han celebrado los derechos de los niños, al tiempo que privilegiaban los deberes de los niños ante los padres, acorde a la tradición milenaria del cuarto mandamiento de la Biblia: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Ése era el núcleo de la esfera familiar que cambió con la época hipermoderna. Hoy se juzgan fundamentales los deberes de los padres hacia sus hijos, quienes se convirtieron en el principio de responsabilidad de los adultos y en vectores de reafirmación de los deberes de los individuos.
DE LA RESPONSABILIDAD A LA INSEGURIDAD
El problema con el individualismo contemporáneo no es tanto el asunto de la pérdida de responsabilidad. El verdadero problema es la fragilidad psicológica de los padres y la ausencia de puntos de referencia para saber qué hacer en materia de educación de sus hijos.
Hasta las décadas de los 50 y 60 los padres no se planteaban muchas preguntas en materia de educación. Sin embargo, la cultura psicológica cambió todo. Antes los hijos no debían hablar en la mesa, ahora, si no hablan los padres se preocupan y van a ver a un psiquiatra.
Ya no saben cómo ejercer la autoridad, hasta cuándo y hasta dónde, lo que estresa a los padres. Temen incluso perder el amor de sus hijos si son severos. Piensan que si lo son, sus hijos ya no los van a querer; es el mundo a la inversa. De ahí proviene el malestar y la ansiedad de los padres, quienes siempre se sienten culpables. Por eso se multiplican los libros sobre educación y psicología. Incluso hay los que piden a las mujeres embarazadas que le hablen a su hijo nonato.
Hemos entrado en la era del coaching familiar. Proliferan los programas de televisión donde una niñera enseña a los padres a llevar a los niños a la cama y sentarlos a la mesa a comer. No es que sean irresponsables, quieren aprender porque no saben cómo hacerlo. Pero el hiperindividualismo afecta y abarca también otros problemas. Se expresa en la vida de la pareja y en el significado que los individuos dan al amor.
LA TERCERA MUJER ROMPE EL CASCARÓN
El modelo romántico del amor se caracterizaba por un imaginario de fusión. Trataba de ser algo muy cercano al límite de no separarse, de compartir todo y hacer todo juntos: ir al cine, de vacaciones, ver los mismos programas de televisión y tener un cuarto en común.
Hoy existe un nuevo modelo amoroso que ya no prescribe ser uno solo y compartirlo todo, perderse en el fondo y en una realidad de dos. Vivimos, no el final del valor del amor, sino el final del modelo fusional del amor.
El amor tiene valor cuando es compatible con una vida para sí mismo con la libertad para tener proyectos personales. Cada quien ha de permanecer libre dentro de la pareja y llevar su propia vida con cierta independencia. El incremento del individualismo significa poder ser libre siendo dos; cultivar un espacio propio de libertad de vida sin el otro.
El amor persiste en forma individual. Cada pareja busca definirse y redefinirse en la forma de vivir uno con otro. Esta aspiración de autonomía en la pareja es sorprendente y nueva en las mujeres. Desde hace 30 años ya no aceptan sacrificar estudios, trabajo o independencia material en nombre del amor.
Muchas siguen soñando con el príncipe encantado, pero hoy ese sueño se acompaña de estudiar, trabajar y tener una identidad propia, no conferida sólo por el matrimonio o el trabajo del marido sino por lo que ellas hacen como personas.
A este modelo es al que llamo la tercera mujer. En la sociedad actual se despliega un ideal amoroso menos absolutista y sacrificial. Numerosos factores sociales posibilitan la autonomía de las mujeres en relación con la familia.
La nueva cultura de la mujer que trabaja fuera del hogar es la que contribuye con mayor fuerza a transformar la condición femenina y la vida de la pareja. Cada día trabajan más mujeres y  lo siguen haciendo después de casadas, del nacimiento del primero y del segundo hijo. Ya no es como en los años 50, además, la opinión pública lo aprueba; inmensa revolución. El trabajo de las mujeres ahora es un valor, una aspiración legítima algo que caracteriza a la tercera mujer hipermoderna.
Ahora todo se discute
La actividad profesional de las mujeres trae considerables consecuencias en el funcionamiento de la familia. Una se manifiesta en la natalidad: se limita el número de hijos por compromisos profesionales. Algunas mujeres quieren hijos, pero con la condición de que no detengan su actividad profesional; otras posponen la maternidad o calculan cuándo tener hijos en función de su desempeño profesional. Es uno de los factores que explica la declinación de las familias numerosas, sobre todo en las sociedades occidentales.
Otra consecuencia es que ha perdido legitimidad la idea de que el hombre sea el jefe de la familia y detente la autoridad. El modelo que domina la vida de pareja lleva la pauta de la individualidad, la igualdad y la participación de ambos cónyuges en las decisiones importantes. Cada vez más se exige mayor igualdad. Esto quiere decir que la pareja contemporánea, hipermoderna, es una pareja reflexiva, no institucional.
La distribución de los papeles masculino y femenino ya no es inmutable. Todo se puede revisar, cambiar y discutir, ya nada es exclusivo de él o ella. Todo se vuelve objeto de discusión, de arreglo o de conflicto. Ya nada en la vida de pareja se impone naturalmente, dado que prevalece la regla de igualdad y libertad. ¿En qué momento tener hijos? ¿Cuántos? ¿Quién los va a atender? ¿Dónde vivir? ¿Quién hará las compras?
Todos estos asuntos son objeto permanente de conflictos en la vida de la pareja contemporánea. La dinámica del individualismo la enfrenta y opone continuamente porque el marco institucional y cultural que la conformaba perdió legitimidad.
LOS HOMBRES CON ESTUDIOS AYUDAN MÁS
El hiperindividualismo conduce, por una parte, a generalizar el modelo amoroso y, por otra, a multiplicar los conflictos. Pero, precisemos: hablar de la individualización de la familia y de la nueva pareja no significa una mutación absoluta que pueda abolir el pasado y la tradición.
Nos equivocamos al creer que la década de los 60 era un modelo de igualdad de sexos. En realidad vemos que en casi todas partes la división social de los sexos vuelve a estructurarse aunque las diferencias no sean tan claras ni intensas como antaño. En esta disimetría de los papeles masculino y femenino, en especial en la esfera doméstica, las mujeres siguen responsabilizándose de la mayor parte de la educación de los hijos y las labores de la casa.
Es un fenómeno mundial, sean cuales fueren las conquistas legales y la fuerza del feminismo, en ninguna parte encontramos paridad en las labores domésticas; 80% del núcleo principal de esas tareas: lavar platos, hacer compras, limpieza y atención material a los niños, las hacen ellas. Lo mismo en relación a los hijos: dos terceras partes del tiempo que se dedica a los niños (40 horas a la semana), recae en los hombros de las madres quienes asumen siempre lo cotidiano y la intimidad de los niños; los padres se ocupan de las salidas y los juegos.
Los hombres con diplomas y estudios ayudan mucho más a las mujeres, aunque ellas continúen con la responsabilidad de los hijos. En los roles familiares realmente no ha habido una revolución lógica; sólo hay mayor cooperación de los hombres en medio de un marco tradicional basado en la preponderancia femenina.
1Coloquio_bEL PAPEL FAMILIAR DE LA MUJER SE MANTIENE
Aquí hay un problema, ¿cómo dar cuenta de esta disimetría de los papeles de sexo? ¿cómo comprender que persistan los papeles femeninos que siguen la tradición sin vincularlos a las normas heredadas de la historia? Ciertas normas declinan y otras persisten. Por ejemplo, ¿por qué desaparecieron el imperativo moral de la virginidad y el estereotipo de la mujer que sólo trabaja en el hogar, mientras se perpetúa su trabajo en casa?
La dificultad está en que algunas cosas cambiaron radicalmente y otras no. Creo que hay que tomar con seriedad esta persistencia de las normas diferenciales y no asimilarla a vestigios que desaparecerán, no es seguro. Algunas normas siguen vivas porque hoy, en cierta forma, se han vuelto compatibles con los requisitos de autonomía, de identidad y de poder de las mujeres.
El lugar prevaleciente del papel familiar de la mujer se mantiene, no sólo por egoísmo masculino. En esta persistencia de papeles no hay que ver la victimización de las mujeres; esas actividades dan un sentido de poder a la mujer, en especial, las de madre, pues enriquecen la vida relacional, les dan sentido y crean la sensación de ser útiles e indispensables; entran en juego las dimensiones psicológicas.
En la sociedad contemporánea los códigos culturales que obstaculizan el gobierno de uno mismo pierden vigencia. En cambio, los códigos que permiten autonomía, control del propio entorno, la constitución de un mundo emocional y comunicacional se perpetúan sea cual sea la crítica que las acompañe.
Las mujeres viven como algo injusto ocuparse de muchas labores domésticas porque los hombres no quieren hacerlas. Creo que en el futuro se desprenderán de las labores recurrentes que tienen menos sentido. Podemos pensar que con el tiempo las discusiones con los hombres serán cada vez mayores hasta crear una cierta paridad en lo que se refiere a las labores menos gratificantes. Pero no es cierto que las mujeres quieran renunciar a su prioridad en la educación de los hijos, pues allí encuentran algo que enriquece su existencia.
FAMILIA: EL LUGAR PARA LA FELICIDAD
Con frecuencia vemos a la individualización de la sociedad como la tumba de ideales y valores, pero no lo veo así. En todas las encuestas en Europa y América del Norte, la familia aparece como el primer valor; 80% de las personas la reconoce como algo muy importante por lo cual estamos listos para sacrificarnos. Quizá es lo único por lo que alguien quiere sacrificarse hoy en día. La mayoría declara que la familia es un espacio de satisfacción, lo que nos distancia de la época moderna.
La revolución individualista ha transformado el sentido de la familia que ahora aparece como uno de los sitios de la felicidad y cuando esa felicidad no llega a la cita, las personas se separan.
El individualismo no perjudica el valor de la familia ni el del amor. Contribuye a que surja una familia fundada en la satisfacción psicológica del hombre y la mujer, donde ella sea más autónoma y no se defina sólo como madre o esposa. Esto en mi opinión es positivo, aunque no quiere decir que todo sea mejor, las familias se han vuelto inestables y frágiles; la vida de las mujeres es más difícil y conflictiva, pues tienen doble jornada.
Hay que impulsar los esfuerzos del Estado en materia de infraestructura, de atención y servicios para cuidar a los niños: comedores infantiles, guarderías, horarios más extensos para atenderlos, clases en vacaciones para que las mujeres puedan seguir con su actividad profesional. Hoy la inmensa mayoría de las mujeres considera que su objetivo y su ideal es mediar la vida profesional con la vida familiar. Todo lo que favorezca conciliar trabajo y vida familiar va por buen camino.
AUTONOMÍA, SÍ, PERO CON LÍMITES
Se dice que vivimos en una sociedad de desempeño y eficiencia. Las presiones para ser eficiente en la empresa, en los deportes, en el sexo y en el cultivo de la belleza son más fuertes que antaño. Hay que ser excelente en todo.
Afortunadamente hay límites para esta sociedad de desempeño y eficiencia. Pienso que el deseo de la mujer de conciliar las horas de trabajo y las de vida familiar muestra bien los límites de la sociedad de la eficiencia. Para la mayoría, su ideal en la vida no es el poder, el dinero, ni el éxito, sino la armonía entre el trabajo y la vida familiar.
La familia son el padre, la madre y los hijos. Uno de los grandes problemas del porvenir es la educación de los hijos. Estamos en un cruce de caminos de una sociedad extraordinariamente perpleja y sin un modelo educativo.
La faceta positiva de la individualización de nuestra época es que favorece la autonomía. Su rostro negativo consiste en rehusarse a tener limitaciones, obligaciones y disciplina. Un exceso en la lógica de consumo. Esto lleva al derrumbe del modelo educativo, pues educar es limitar: no se puede dar todo a los niños.
Hay niños hiperactivos y desorientados que no conocen el sentido de un límite. No se trata de elogiar o culpar a los padres, sino de buscar las condiciones para formar y educar a los niños que enfrentarán situaciones difíciles en el futuro.
El hiperindividualismo de nuestra época fue demasiado lejos en esta lógica. Uno de los objetivos del siglo XXI es reinventar una educación que rehabilite el trabajo, la disciplina y el esfuerzo sin caer en la disciplina, autoritarismo y educación de una época caduca.
A partir de la década de los 60 nos quedamos con dos modelos: el de la tradición de la autoridad de los padres donde no se hacían muchas preguntas y el de la permisividad total que tampoco es recomendable. Tenemos que inventar una nueva síntesis que sin duda será la obra de varias generaciones. Será una de las grandes obras del siglo XXI porque no vamos a crear una gran civilización sino una gran educación.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

Newsletter

Suscríbete a nuestro Newsletter