La circularidad de la semana
El asombro de enterarse que los misteriosos caminos recorridos por el hombre suelen concurrir en el mismo punto en que han iniciado su largo viaje parece ser el argumento de la obra maestra de de G.K. Chesterton, El hombre que fue jueves.
Gabriel Syme, poeta, es reclutado por Scotland Yard para infiltrarse en una misteriosa organización anarquista que quiere derruir las bases de la civilización occidental. Su convicción por desmantelar la organización lo conduce hasta su cúpula, y es elegido uno de los siete representantes del Consejo Central Mundial de Anarquistas encargados de acabar con los poderes de los estados, cada uno será llamado con el nombre de un día de la semana.
Así Syme, ahora «Jueves», se ve envuelto en una vertiginosa aventura para desarticular los planes del líder de la conspiración, «Domingo», la cual en realidad lo lleva hacia planos metafísicos donde parecieran estarse jugando las suertes de los designios divinos.
Un sinnúmero de paradojas se van cerrando sobre Jueves y su deseo de actuar correctamente hasta descubrir que los otros representantes –Lunes, Martes…– son también infiltrados remando en contra de sus iniciales propósitos.
Chesterton lleva a través de los diálogos de sus personajes una serie de disertaciones de orden filosófico a un tono de pláticas callejeras llenas de ingenio y ofrece al lector una estructura de múltiples y en ocasiones sorprendentes cajones.
Narrada con un finísimo humor y un ritmo fluido, El hombre que fue jueves, es también una alegoría sobre el libre albedrío y la presencia del plan divino en cada una de las cosas mínimas del mundo en el cual la afirmación de algo incluye su contrario como parte de un todo trazado previamente.
La alegoría llega a su máximo esplendor en un final delirante y casi demencial. Nada queda explicado o resuelto. Sólo hay lugar para la interpretación simbólica.
