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Jazz e infortunio

Hay dos temas que me atraen especialmente en la literatura, el box y el jazz, temas que, por lo general, tienen un común denominador: la desgracia, la mala suerte, el destino adverso. Allí están, a manera de ejemplos, El perseguidor, de Julio Cortázar, que nos narra algunos episodios de la vida de Johnny, jazzista, obra que Cortázar escribió en memoria de Charlie «The Bird» Parker, uno de los grandes del jazz, y, en segundo término, la novela de Miguel Ángel Palou, Con la muerte en los puños, que nos cuenta la vida del Baby Cifuentes, boxeador, sin olvidar el puñado de cuentos que, sobre box y boxeadores, escribió Arthur Conan Doyle, de quien no todo fue Sherlock Holmes, aunque haya sido éste, y no algún oscuro boxeador, quien le otorgara la inmortalidad, favor que Conan Doyle pagó con la misma moneda, al resucitar, en La aventura de la casa vacía, al genial detective, después de que, ¿envidioso de la popularidad de su creatura?, lo matara en El problema final.
«El enemigo era el jazz…»
Simon Nardis, «cuya manera de tocar había cambiado bastante la práctica del piano en el jazz», reconociendo que el mismo «no incita en lo más mínimo a comportarse bien», lo abandona para regresar a su viejo oficio, técnico de calefacción industrial, con el fin de «mantener una casa (…) de comportarse bien».
«Ya no escuchaba jazz. Sólo escuchaba la otra música, la bella, la grande, la clásica, la erudita. Se había dedicado a ella luego de desertar. Extrañaba el ritmo, pero a falta de ritmo se atiborraba de belleza.»
Una noche, por una decisión equivocada, que desata la fuerza de un destino adverso: Nardis termina en el Delfín Verde, club de jazz.
«La puerta liberó una música a presión, furiosa de tanto estar encerrada. Podría haber sido cualquier cosa, pero era Coltrane. Cuando te llevas por delante algo así, quedas trastornado (…) A Coltrane sí se le reconocía, se lo habría reconocido entre miles, su manera de rejuvenecer la cosas antes de matarlas.»
«Suspiró, se estremeció,  y se puso a temblar. Había tomado una decisión. Supo que iría, que tocaría el piano, que se apoderaría de él.  Eran las 22:30.»
Nardis termina sentado frente al piano: Autumn Leaves, Moonlight in Vermont, ¿What Are You Doing the Rest of Your Life?, Lover Man, The Man I Love, My Funny Valentine.
Simon Nardis: «En el jazz no hay belleza. Hay ritmo, ciertamente, hay emoción, alegría y danza en el cuerpo, inclusive rabia, tristeza o jovialidad, pero lo siento, belleza no».
Interlocutor: «Yo estaba absolutamente en desacuerdo. Cuando escucho a Charlie Parker tocar Lover Man, o a Coltrane tocar Naima, o a Ornette Coleman tocar Lonely Woman, lo que escucho es belleza, lisa y llanamente».
El Delfín Verde, el piano, el jazz, la voz de Debbie Parker: entonces se da cuenta de qué tan desposeído de sí miso estuvo durante el exilio. Reconoce que quienes lo atan son aquellos por quienes dejó el jazz: su mujer, su hijo. Sabe que ella va en camino para rescatarlo: el enemigo es el jazz.
«Deseé que se matara en la carretera y nunca me arrepentí de haber tenido esa idea, y cuando me enteré de que se había matado agradecí haberla tenido, sí, lo agradecí (…) Una vez más Suzanne se había mostrado extraordinariamente generosa. Como si hubiera pensado: Si eso es lo que quieres, si es así como crees ser feliz, te libero de mí, ya no existo.»
¿Qué tienen en común las novelas cuyo tema es el jazz? Una decisión equivocada y un destino adverso, que probablemente no se cambie por otro.
¿Cómo terminó Nardis? «Abatido por la muerte de Suzie, abrumado por la libertad…»
Una noche en el club es la novela de Cristian Gailly, quien nos cuenta la historia de Simon Nardis, quien en algún momento cambió a Miles Davis por Mozart.

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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