La moda ha sido entendida según el diccionario de la Real Academia Española como un «modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo o en determinado país, con especialidad en los trajes, telas y adornos…». En la actualidad podemos ver que, aunque ciertamente el vestido es hoy en día el principal vehículo de expresión de la moda, es sólo eso, un medio que abandera una tendencia que ha sobrepasado los límites de las pasarelas.
A causa de ello la moda se ha convertido en un medio de expresión y comunicación social que impacta los comportamientos y relaciones humanas.
Como afirma Roland Barthes, «al pasar a la comunicación escrita, la moda se convierte en un objeto cultural autónomo, dotado de una nueva estructura original y, probablemente, de una nueva finalidad; las funciones sociales que normalmente se reconocen a la moda indumentaria, quedan sustituidas o se les añaden otras, análogas a las de toda literatura, que podemos sintetizar en una palabra diciendo, a través de la lengua que desde entonces la asume, la moda se convierte en relato».
De acuerdo al pensamiento de Barthes, la moda escrita hace significar la tela, es decir, no es lo mismo su acepción de diseño, que la moda fusionada con el cuerpo, los movimientos y gestos de quienes la portan, de manera que «la moda es en su totalidad, un sistema de signos; las variaciones de significado retórico corresponden a variaciones del público». Incluso, Barthes hace la distinción entre vestuario e indumentaria, explicando que el segundo «se refiere a una especie de texto sin fin, en el que se debe aprender a delimitar unidades significativas… pues la prenda en sí, salvo casos de excentricidad fragrante, no significa nada».
La moda, se ha posicionado como un medio de comunicación, quizá porque se origina en la naturaleza humana, que tiene la capacidad de conocer, valorar y atribuir cualidades a los objetos que elige. Como nos dice Petra M. Pérez, «cuando el hombre utiliza por primera vez el vestido, no sólo lo hace para cumplir la función de sobrevivir a las inclemencias del tiempo, sino como medio de distinción y adorno para satisfacer una necesidad estética, que existe simultáneamente a la anterior y que no está condicionada individualmente, sino que se resuelve en el marco de las relaciones sociales con otros seres humanos que están estandarizadas, reguladas y normadas».
De ahí se deriva que la estructura de la moda tenga un carácter cambiante y formativo. Sus contenidos pertenecen a cada época y desaparecen con ella, pero el comportamiento de moda como tal, no se considera un fenómeno igualmente cambiante. Así, la moda se convierte en una norma convencional con su propia ley, en un modo de comportamiento que trasciende al vestido para impactar en la cultura y la sociedad.
La Moda como medio de expresión
Como afirman algunos teóricos de la moda, la síntesis entre vestido y comportamiento ha sido uno de los primeros lenguajes utilizados por los seres humanos para comunicarnos. Actualmente, antes de que dos personas se presenten, pueden comenzar a conocer su sexo, edad, procedencia, gustos, deseos, etcétera, todo con base en la indumentaria.
El vestido, junto con el comportamiento, va más allá de las telas; incluye peinados, joyas, maquillajes, adornos corporales y otros complementos. Por eso es que a decir de Lurie, «elegir ropa, en una tienda o en casa es definirnos y describirnos a nosotros mismos».
Claro que esta descripción debe considerar las circunstancias, pues atuendo y actitudes tendrán significado con base en un tiempo y espacio determinados. Esto se muestra en la Ley de Laver que explica cómo será percibida una persona que utiliza cierto tipo de ropa de acuerdo a cada época; por ejemplo: una indumentaria 10 años antes de su tiempo será indecente; cinco años, desvergonzada; un año, atrevida; el punto medio será actual y a partir de éste, un año después, pasada; 20 años, ridícula; 50 años, pintoresca; 100 años, romántica y 150 años, preciosa.
Para sintetizar, la vestimenta, aunada a la mímica y a una serie de comportamientos corporales comunica nuestro ser a los demás, por medio de un conjunto de códigos, debidamente jerarquizado y reconocible para el resto de nuestra sociedad. Como enfatiza Pepa Ortiz, «la moda está basada en un auténtico lenguaje del que se sirven tanto los creadores –para informar o comunicar– como los espectadores y usuarios, testigos y receptores del mensaje. Un código cargado de significados, que aumenta considerablemente la función de la moda como lenguaje comunicador, ya que aúna creatividad, comunicación y marketing».
No obstante, además de evaluar la indumentaria como modo de descripción y comunicación, debe entenderse como una forma de intención. Como dice Lurie, llevamos ropa «para que vivir y trabajar nos resulte más fácil y cómodo, para proclamar (o disfrazar) identidades y atraer la atención erótica»; en otras palabras, utilizamos la moda para manipular o seducir. Y si bien es cierto que la moda puede esconder una amplia cantidad de buenas intenciones, el riesgo es que se use para alcanzar fines egoístas que atenten contra el bien común de la sociedad.
De manera que, hay que reflexionar en la posibilidad de que la moda indumentaria, al igual que cualquier lengua, se utilice para transmitir información, pero también desinformación. Por ejemplo, es posible mentir en el lenguaje de la moda, de la misma manera que podemos mentir en inglés, francés o latín. Sólo que con este tipo de engaño no se nos puede acusar de que sea deliberado.
En algún momento podemos vestir y comportarnos de tal modo que pareciera que nuestra intención es incitar sexualmente a una persona, pero en el instante en que nos sea inconveniente continuar con dicha intención, podemos negarlo con palabras, enfrentando la realidad del vestido y el comportamiento con el mensaje absoluto del vocabulario; esto generará una confusión que nos ayudará a mentir y en última instancia, a utilizar la indumentaria para manipular la verdad.