La familia, centro de la libertad, lugar de su desarrollo y expansión, es el caldo de cultivo de los tres componentes esenciales de la libertad: la capacidad de compromiso, de renuncia y del don de sí.
Este volumen de ensayos abre y cierra con dos títulos que, muy distantes a primera vista, encuentran su clave en el corazón de la persona. En el primer ensayo se exponen las características de la familia que hacen de ella la sede originaria del proceso de humanización del hombre, punto donde convergen naturaleza y cultura: «la familia es el centro de la libertad, el lugar propio de su desarrollo y expansión, porque es el caldo de cultivo de los tres componentes que constituyen la esencia de la libertad: la capacidad de compromiso, la capacidad de renuncia y la capacidad del don de sí» (p. 9).
Sin subestimar otras instancias humanizadoras, es claro que ninguna puede sustituir a la familia: «las escuelas podrán proporcionar los conocimientos que requieren nuestros hijos como piezas funcionales en los oficios humanos. Pero sólo la familia será capaz de comenzar –con un comienzo definitivo, valga la paradoja– la formación del oficio de hombre».
Por otra parte, en el último ensayo, Llano introduce el tema del internet. El autor alerta la despersonalización, que va más allá del aspecto mecánico de la interacción y el «febril picoteo de quien se introduce en Internet (sic.)». Hay un factor de irrealidad en el dinamismo de la red, que denomina «erosión del ubi» (p. 216). Se diría que nuestro servicio postal presta un inestimable servicio de realismo al recordarnos, con singular eficacia, que entre una ciudad y otra media un espacio, pero aquí se trata de algo más profundo, de la naturaleza misma del hombre, ser encarnado que no puede prescindir de un entorno y para el que la patente limitación de estar situado –sus coordenadas espacio-temporales– es al mismo tiempo una posibilidad, un punto de partida para actuar. No hacen falta muchas horas de navegación para advertir la facilidad con que el yo se expone a descubrirse despojado de su circunstancia.
La circunstancia no es sólo espacio y tiempo: es naturaleza, cultura, condición, y un largo etcétera que culmina en la índole personal, donde la circunstancia toca al yo y donde por fuerza surge un tú. Por eso, en la comunicación «no es a los ojos a los que hay que atender: es a la mirada que los ojos del otro dirigen a los míos» (p.226).
LA VIRTUD ESENCIAL
Sin justicia, acierto, coraje y temperancia –como Llano sugiere rebautizar las virtudes cardinales– no es posible establecer los vínculos adecuados con los demás y con la realidad; entonces lo único que queda es aplicar reglas, a lo que se ven reducidas tantas reivindicaciones de derechos. Así se pierde el centro, la clave de lectura de las cosas y las personas. Entre otras manifestaciones de esta pérdida están algunos dilemas contemporáneos que son arduos de desenmarañar: ilustración o autoridad, progreso o tradición, secularización o confesionalidad, permisivismo o integrismo, relativismo o fundamentalismo. Llano va mostrando, paso a paso, que se trata de falsos dilemas.
Al mismo fenómeno pertenece la actual falta de sensibilidad para distinguir la tolerancia del respeto, de la libertad, para distinguir entre cometer, autorizar y permitir (p. 101). ¿Hay un nombre genérico para este fenómeno? Quizá el concepto que mejor responde a este cuadro sintomático es el de relativismo, al que el volumen dedica todo un ensayo. Anticipado, porque en los últimos años las voces que tratan de advertir sobre la índole se han multiplicado y diversificado.