Un café o un cigarro para «inspirarse»… una bebida energética para «aguantar» la excesiva carga de trabajo… La cotidianeidad hace que pasemos por alto el consumo de estos productos considerados potenciadores cognitivos pero, a su vez, nocivos para la salud.
Imagine, por un momento, que está a pocos días de presentar el informe anual de desempeño a la junta de accionistas de su empresa. Las semanas anteriores han sido agotadoras, recabar la información, corregir los datos, hacer revisiones, entrevistar al personal y mil y una tareas más. Por si esto fuera poco, aún le quedan algunas dudas sobre cómo logrará estudiar toda esta información y presentarla de la mejor manera.
En cualquier otro escenario, ello representaría una situación de alarma y estrés que posiblemente impactaría no sólo en su salud sino en su futuro laboral. Mientras da gracias a Dios que sea cosa del pasado, abre el frasco de cápsulas que le recetó su médico y toma dos pequeñas píldoras. Unas cuantas horas más tarde ha memorizado y domina toda la información que será necesario presentar a la junta de accionistas. Ya en la noche, mientras arropa a sus hijos, piensa en lo afortunado que es por vivir en una época donde los nootrópicos no son sólo legales, sino de uso tan cotidiano, que la gente ya no tiene reparo en aprovecharlos.
EN UN FUTURO CERCANO
Mientras la lucha contra las drogas ilegales1 se enraíza y torna polémico cualquier ambiente donde se discute, existe otro tipo de drogas que ha ido ganando atención, primero académica y luego mediática, y plantea distintos retos a la reflexión, no sólo sobre el uso de sustancias prohibidas, sino sobre el tipo de sociedad que valoramos y en la cual deseamos vivir.
El psicólogo y químico doctor Corneliu E. Giurgea acuñó, en 1972, el término «nootrópico» para referirse a todas las sustancias que funcionan como potenciadores cognitivos. Deriva de las palabras griegas nous (mente) y tropos (dirección). A diferencia de las drogas ilegales que se utilizan para alterar el estado de conciencia hacia la exaltación o la depresión, con el fin de provocar una sensación «agradable», los nootrópicos o smart drugs tienen la función de mejorar los procesos de aprendizaje, facilitar la memorización y aumentar los periodos de atención que se dedican a ciertas labores.2
Aunque el ejemplo mencionado al principio hoy parezca distante, no deja de levantar sospechas sobre los posibles efectos que tendría una nueva gama de drogas que acrecentaran nuestras capacidades cognitivas. Actualmente se discuten en el ámbito académico y político cuestiones que versan desde la permisibilidad de dichas sustancias hasta las implicaciones socioeconómicas. Es claro que aunque sea una situación que dista en el tiempo ya requiere nuestra atención.
INCREMENTAR NUESTRAS CAPACIDADES COGNOSCITIVAS
La que también se conoce como «Neurología cosmética» juega con la idea de que los continuos avances en la farmacología, las ciencias biológicas, pero sobre todo la cada día mayor comprensión de nuestro genoma, nos podrá dar en un futuro no muy lejano nuevas sustancias que no sólo ayuden a prevenir, curar o aliviar enfermedades, sino que acrecienten de manera significativa nuestras capacidades. Naturalmente llama la atención la posible aplicación de esos descubrimientos a las capacidades cognoscitivas.
Desarrollar drogas específicas para acrecentar las capacidades cognoscitivas en pacientes sanos todavía es parte de la especulación, pero en cambio, que alumnos sanos usen drogas controladas como medio para incrementar su rendimiento académico es una realidad y ha cobrado especial atención.
Sobre esta realidad han surgido grupos a favor y en contra del uso y regulación de estas sustancias. Cada uno presenta lo que le parecen argumentos concluyentes respecto del dopaje académico, y sobre todo hacen hincapié en su similitud con el dopaje en el deporte. Me propongo exponer los argumentos que se esgrimen a favor y en contra, esclarecer un poco el panorama y resaltar por qué este problema es de la incumbencia de todo ciudadano.
¿COMO EL CAFÉ DE LA MAÑANA?
La controversia gira, como uno de los principales ejes, sobre los riesgos para la salud que podrían implicar las nuevas drogas. Los detractores de los nootrópicos aseguran que a corto plazo no estarían lejos de presentar los mismos problemas que las drogas ilegales: dependencia psicológica, dependencia física, tolerancia a la droga y sobre todo riesgos para la vida.
Además, los fallecimientos en el deporte por uso de esteroides y sustancias prohibidas son un claro recordatorio de los altos precios que pagaron aquellos atletas, y por lo tanto se debería mantener un estricto control sobre ellas.
Por su parte, los defensores del uso actual y futuro desarrollo de nuevos fármacos, apelan a dos argumentos diferentes. Dicen que en caso de que los riesgos sean analogables a prácticas corrientes, como fumar, abordar un avión o ingerir bebidas alcohólicas, deberá ser cuestión privada optar por utilizarlas o no.
Por otro lado, que así como los primeros medicamentos para tratar ciertas enfermedades producían efectos adversos que con el paso del tiempo se fueron reduciendo, algo similar sucederá con esta nueva clase de drogas. Como no fue motivo para dejar de consumirlos en otras épocas, les parece que hoy tampoco es motivo para restringir su uso.
El problema con esas sustancias es que el dilema ético no se reduce a la seguridad de los usuarios al momento de ingerirlas, sino que se extiende al posible impacto que tendrán en la sociedad contemporánea.
A algunos pensadores les preocupa que esas prácticas orillen a personas que no quieran utilizarlas a tener que hacerlo para mantenerse dentro del estándar de eficiencia.3 Apelan a lo que se conoce como el «Efecto de la Reina Roja», nombre tomado de la obra de Lewis Carroll Alicia a través del espejo, que establece que un individuo para mantenerse en su mismo sitio debe continuar moviéndose.4 En un ambiente donde todos rinden más por utilizar nootrópicos, aquél que rinde menos claramente está en desventaja.
Ven, por ejemplo, a un alumno promedio orillado por la circunstancia a consumir esos productos aun cuando hubiera una objeción de conciencia. Por su parte, los defensores de la propuesta argumentan que estas sustancias podrían servir a quienes presentan problemas de aprendizaje y lograrían estabilizarlos conforme al promedio. Analogan el tomar cierto nootrópico al caso de recibir clases particulares o tomar una taza de café por la mañana.
HABRÍA QUE PROHIBIR TANTAS COSAS…
Desde el punto de vista de la justicia social la inquietud proviene del hecho de que los nootrópicos podrían ampliar las brechas socioeconómicas existentes. A los tutores especializados, clases particulares, preparación en el extranjero, acceso a internet, etcétera, se uniría otro elemento que situaría a sus consumidores en ventaja respecto de quienes no los consuman.
Los defensores argumentan por dos vías. Por un lado, promueven la idea de que estas sustancias se incluyan dentro de un plan universal de distribución, como en el caso de las vacunas, con lo cual se distribuirían equitativamente y por lo tanto el impacto positivo sería mucho mayor. Y la segunda, rebate el argumento de sus contrincantes, que en un estado liberal es una afirmación contradictoria, ya que si se prohibieran los nootrópicos, se debería prohibir, de igual manera, todo aquello que brinda una ventaja competitiva: clases particulares, tutores, tomar café por la mañana…
Un factor determinante en la discusión es que esas drogas son, tanto una posibilidad teórica como una realidad tangible. Teórica porque como se menciona, los acrecentamientos que aportan las drogas contemporáneas son muy limitados y con amplios efectos secundarios. Tangibles en cuanto a los números que arrojan las prescripciones «off label» de Aricept, Reminyl, Provigil, Aderrall, Ritalin, etcétera a pacientes sanos y funcionales.
Conviene resaltar que las respuestas reduccionistas «sí» y «no» son insuficientes. Los defensores de la propuesta advierten a quienes enfáticamente condenan dichas prácticas que pongan mucha atención a su manera de vivir, pues lo más probable es que hagan uso de alguno de estos acrecentadores cognitivos. Una taza de café o té, un cigarro, bebidas energéticas, todos estos productos se ubican en la misma categoría. La cafeína es un estimulante metabólico y del sistema nervioso que se utiliza para ayudar a reducir la fatiga e incrementar el estado de alerta. La taurina, componente de las populares bebidas energéticas es un acido orgánico que ayuda al rendimiento psicomotriz y a la resistencia física. La nicotina es un alcaloide que se relaciona con la liberación de dopamina en el cerebro. Una vez que esas nuevas drogas sean seguras sus defensores no creen que exista un argumento eficaz en contra de su utilización.
EL DOPAJE EN EL DEPORTE COMO PUNTO DE COMPARACIÓN
Observar qué ha sucedido con el dopaje en el deporte sirve para aclarar algunos puntos. El deporte profesional o de élite es una creación cultural cimentada, a grandes rasgos, por dos tipos de normas. Normas constitutivas, que definen y aclaran qué es este deporte, y normas regulativas, que sancionan criterios de gobernabilidad dentro del juego.5 Si alguien recorre 42.195 km en una bicicleta, claramente no está participando en un maratón, pero si recorre los mismos 42.195 km después de haber entrenado y utilizado dopaje expresamente prohibido en el deporte podemos afirmar que de hecho corrió un maratón pero que al infringir una norma regulativa no es digno de ser reconocido.
A la pregunta: ¿por qué no es digno de ser reconocido?, habrá que contestar que en este caso la regla es muy clara respecto de las sustancias que se pueden utilizar y las que no, y los miembros de la Agencia Mundial Antidopaje se lo toman muy en serio. Cuando los deportistas deciden competir se adhieren explícitamente a dichas reglas, y al momento de infringirlas quedan fuera de la categoría de los deportistas susceptibles de reconocimiento. El caso de Ben Johnson en las olimpiadas de 1988 es paradigmático. Podrá ser el hombre más rápido del mundo, pero con esteroides, y ello lo sitúa en otra categoría que claramente no es la de los Juegos Olímpicos.
Se ha hablado de que el antidopaje en el deporte es impracticable, sobre todo porque los métodos actuales son tan tecnológicamente avanzados que los medios para detectarlos difícilmente lo logran. Este argumento cae por su propio peso con un ejemplo: de que los asesinos seriales se vuelvan muy diestros no se sigue que no se les perseguirá. Aquél que juega otro juego no debería extrañarse de que nadie lo reconozca. También se ha dicho que el dopaje nivela a los competidores dadas las diferencias intrínsecas, efecto de que la lotería genética y el ambiente han favorecido a algunos y a otros no. Aunque existe un movimiento que defiende esta postura, las normas regulativas son muy claras y al que no le parezcan puede fundar su propio deporte. Un ejemplo es el Fisicoculturismo natural en comparación con el fisicoculturismo tradicional.
Para concluir debemos recordar que es un error pensar que quien toma una píldora se transforma como por arte de magia en un súper atleta o un súper académico; nada más distante de la realidad. El esfuerzo y la dedicación, aun cuando evolucionen, siempre serán importantes en nuestro desarrollo cultural.
También es necesario tener presente que existen serios riesgos a la salud cuando estos fármacos se utilizan sin supervisión médica. Por ejemplo, el fabricante de uno de ellos pide a los usuarios que, si al utilizar su producto experimentan dolor de pecho, alucinaciones, ansiedad, psicosis, pensamientos suicidas o de agresión, dejen de tomarlo y busquen asistencia médica inmediata.
Es claro que ante este tema se despliegan varios dilemas éticos. ¿Valdrá la pena apostar por ingerir sustancias que nos den resultados pragmáticos a corto plazo, pero sin conocer el costo de su uso a corto o a largo plazo? ¿Es racional intercambiar buenas notas académicas por nuestra expectativa o nuestra calidad de vida? o ¿sacrificar la creatividad y espontaneidad en pos de una eficacia técnica?
Por otra parte, conviene reflexionar si a nuestra sociedad le conviene dejar a un lado la idea de excelencia personal, con base en el esfuerzo y la dedicación, que nos ha aportado la cultura actual, por una nueva de resultados inmediatos.
Algo que no es dilema ético es lo que respecta a la obtención de dichas sustancias, si en nuestro país son controladas y para obtenerlas se ha de recurrir a la ilegalidad, sólo se estaría fomentando un problema ya de por sí monstruoso o si para obtenerlas engañamos a los profesionales de la salud caeríamos igual en una falta.
Por último, este tipo de acrecentadores incrementaría aún más la brecha entre los que tienen para adquirirlos y los que no.
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Bibliografía
Cakic, V. (2009). «Smart drugs for cognitive enhancement: ethical and pragmatic considerations in the era of cosmetic neurology». Journal of Medical Ethics (35), 61-615.
Chatterjee, A. (2006, February). The Promise and Predicament of Cosmetic Neurology. Journal of Medical Ethics, 32(2), 110-113.
Cheshire Jr, W. P. (2006). «Drugs for enhancing cognition and their ethical implications: a hot new cup of tea». Neurotherapeutics, 6(3), 263-266.
Schermer, M. (2008). «On the argument that enhancement is “cheating”». Journal of Medical Ethics, 34 (2), 85-88.
1 De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud las drogas ilegales son sustancias psicoactivas –sustancia que, cuando se ingiere, afecta a los procesos mentales– cuya producción, venta o consumo están prohibidos. En sentido estricto, la droga en sí no es ilegal, lo son su producción, su venta o su consumo en determinadas circunstancias en una determinada jurisdicción. (http://www.who.int/substance_abuse/terminology/lexicon_alcohol_drugs_spanish.pdf)
2 Chatterjee, The Promise, 2006, pág.110; Cheshire Jr, 2006, pág. 264 ; Cakic, 2009, pág. 611.
3 Cakic, 2009, pág. 612
4 Chatterjee, The Promise, 2006, pág. 111. En el cuento de…
5 Schermer, 2008, pág. 86