Michael Ende
Alfaguara. México, 2011.
489 págs.
Usted quizá no recuerde mucho de La historia interminable (su enrevesada ilustración al centro de la tapa ni sus curiosas capitulares ni sus llamativas páginas a dos tintas); lo que casi todos sí recuerdan al escuchar el título de la novela es, como en muchos casos, la película. Estrenada en 1984 con un presupuesto millonario, la cinta llegó a la pantalla grande a pesar de las protestas del escritor, quien al respecto siempre se consideró engañado y traicionado.
Michael Andreas Helmut Ende (1929-1995) tenía 50 años cuando publicó la edición alemana de la novela, a la que le bastaron pocos meses para volverse un «rompeventas» que le dio la vuelta al mundo hasta convertirse en el fenómeno de la década de los ochenta. La versión en español llegó en 1981 con los mismos efectos.
También recordará al pequeño Bastian Baltasar Bux, el héroe inspirado lo mismo en Ulises que en Alicia, quien intentará salvar esa tierra llamada Fantasía de los enemigos creados por Ende –Nada, el más peligroso de todos– y concebidos como un sistema, cuyas consecuencias denunció el mismo autor: «no ataco a individuos, sino a un sistema que está a punto, nos daremos cuenta dentro de 10 o 15 años, de hacernos caer en el abismo». Ende se refería, en 1984, a un capitalismo desenfrenado del que estamos viendo las consecuencias.
La novela es un relato complejo que entraña y refleja a cada momento el motivo literario del autor: recuperar la armonía del mundo. Él mismo explicaba que «dentro de un sistema como el nuestro, que sólo valora lo que puede contarse o medirse, no puede hallarse más que un aburrimiento mortal. Es esa especie de enfermedad de postración que abruma a los personajes de Momo».
A 30 años de su aparición en español, La historia interminable se levanta de nuevo contra los riesgos de admitir una lectura del mundo sólo a partir de la contabilidad: «cuando todo se subordina al beneficio, se empieza por explotar a los obreros y después se ataca a las colonias, al medio ambiente. Por último, le toca el turno a nuestro mundo interior».