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Alexis Carrel. Enfrenta la incógnita del hombre

Alexis Carrel buscó la unidad del conocimiento a través de la investigación científica y la reflexión metafísica, además, estudió  a los hombres para comprenderlos mejor. Su mensaje continúa vigente ante una humanidad con incertidumbres de todo tipo.
Hace justamente 100 años que Alexis Carrel, el célebre médico francés, recibió el Premio Nobel. Abundan valiosas biografías y artículos que perfilan su historia y aportan datos de su vida. Pero se merece más. Hace falta una biografía o un perfil biográfico, en que él mismo hable, que nos permita dialogar, hasta desvelar algo del hondo misterio de la vida del autor de La incógnita del hombre (1935).
Si toda la vida humana es misterio, ¿descifrar su enigma personal no será el éxito de toda biografía?
 
INVESTIGADOR PROLÍFICO
Las importantes aportaciones al desarrollo de la medicina que hizo Carrel giran en torno a las anastomosis vasculares, el cultivo de tejidos y el trasplante de órganos.1 Nació el 28 de junio de 1873 en Sainte-Foy-lès-Lyon, Francia. Su padre, Alexis Carrel Billiard, fabricante de telas, murió cuando Alexis era todavía muy pequeño y lo educó su madre, Anne-Marie Ricard. En la Universidad de Lyon obtuvo los grados de bachiller en letras en 1889, de Ciencias en 1890 y de doctor en 1900. Trabajó en el hospital de la ciudad mientras estudiaba anatomía y cirugía operatoria.
Orientado hacia la cirugía, comenzó a desarrollar trabajos experimentales con cadáveres y perros. En 1902 publicó en el Lyon Médical una técnica para suturar vasos que conseguía evitar las hemorragias postoperatorias y la formación de coágulos sanguíneos; técnica que significó un gran empuje para la cirugía cardiovascular y los trasplantes, que hoy todavía se aplica con pequeñas modificaciones.
En 1904 salió de Francia. En parte, por el escaso eco que tuvieron sus trabajos y también, porque se rechazó en Lyon su informe médico sobre una curación inexplicable. Viajó a Montreal y en un congreso médico conoció a Carl Beck, uno de los pocos que había leído sus trabajos y quien, en Estados Unidos, basándose en el artículo que publicó Carrel en 1902, trasplantó un riñón a un perro con los mismos resultados que el texto describe.
Carrel se trasladó a Chicago para trabajar en el Departamento de Fisiología de su universidad. Publicó 21 trabajos en 22 meses sobre las anastomosis, el uso de partes de vena para reparar arterias, reimplantación de extremidades, trasplante de riñón, ovario, tiroides y corazón, así como el problema de los rechazos.
En octubre de 1905 se celebró en la ciudad la reunión anual de cirugía. Participaron médicos destacados, quienes visitaron el laboratorio de Carrel y presenciaron demostraciones sobre la anastomosis utilizando una carótida de perro. Especial eco tuvo el hecho de que podía repararse una sección de la pared aórtica con tejidos tomados de otra arteria o vena.
En 1906 Carrel se unió al recién fundado Rockefeller Institute for Medical Research, de Nueva York, donde perfeccionó la técnica de la anastomosis de los vasos, y siguió trabajando en trasplantes, injertos de piel, conservación de tejidos antes de ser injertados, etcétera. Aquí desarrolló la mayor parte de los trabajos que lo llevaron a obtener el Premio Nobel en 1912. En el verano de 1913 se casó en Francia con Anne-Marie-Laure Gourlez de La Motte, quien procedía de una bella familia de origen argentino.
Permaneció en el Rockefeller Institute hasta 1938. En una editorial de The Lancet, (Londres, 19/X/1912), se informaba: «Carrel ha demostrado que una porción de la arteria puede conservarse en cámara fría durante varios días o incluso semanas antes del trasplante y, aún así, seguir viva. Más todavía, aunque como regla general, el tejido de un animal no crece en el cuerpo de otro animal de una especie diferente, Carrel ha encontrado que estas porciones de vasos sanguíneos de perros pueden ser trasplantadas con éxito de una cámara frigorífica a los cuerpos de gatos. Ninguno que haya seguido con interés estos nuevos avances en la cirugía puede dudar que contienen inmensas posibilidades, y la aplicación de los métodos aprendidos en los animales al ser humano no puede tardar».
 
ENTRE FRANCIA Y ESTADOS UNIDOS
Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Carrel sirvió como Mayor en el Cuerpo Médico de la Armada Francesa. Centró su actividad en buscar un antiséptico eficaz, dado que los métodos disponibles para evitar la gangrena no eran los adecuados.
Carrel dio a conocer el método para tratar heridas de guerra, conocido con el nombre de «Carrel-Dakin», en la obra escrita con George Dehelly, Le traitement des plaies infectées (París, 1917).
Después de la guerra volvió a Nueva York y comenzó a trasplantar células de tejido conjuntivo del corazón de un embrión de pollo a un cultivo que se mantuvo durante muchos años. Este hecho atrajo la atención de quienes no creían que partes vivas de un cuerpo pudieran seguir viviendo «en una botella». El tema generó reportajes en diarios y revistas. Ya era posible mantener células somáticas, sustraídas del resto del organismo y en un medio nutritivo apropiado, lo que las hacía prácticamente inmortales.
Durante un cuarto de siglo Carrel se volcó por completo a investigar sobre el tema y dedicó 124 trabajos al cultivo de tejidos. En 1935, con la colaboración de Charles Lindbergh –el primer aviador que cruzó el Atlántico–, creó un artefacto que proporcionaba un «sistema de respiración estéril» a los órganos que se habían extraído del cuerpo. Entre 1935 y 1939 realizaron experimentos sobre la perfusión de órganos con este aparato, conocido como «Lindbergh-RIMR perfusion pump».2 Carrel trabajó en la perfusión de corazones enteros de gato. Los latidos se mantenían durante 12 horas.
En 1938 publicó junto con Lindbergh el libro The culture of organs (New York, Paul B. Hoeber, Inc.). Regresó a Francia en 1939 y dirigió una Fundación para el estudio de los problemas humanos.
Dedicó también muchos años de su vida a la reflexión filosófica. Fruto de ésta en 1935 publicó en sus versiones francesa e inglesa el libro L’homme cet inconnu, que se reeditó. En España La incógnita del hombre apareció en 1936 con un prólogo del doctor Pittaluga.3 Dos de sus obras fueron póstumas: La Prière. Le Voyage a Lourdes (1949) y La conduite de la vie  (1950) y traducido al español y a otras lenguas.
El 5 de noviembre de 1944, Carrel murió en París, atendido por el Padre Alexis, monje de Bretaña, a quien le unía una entrañable amistad. Carrel había confiado: «Yo quiero creer, yo creo todo aquello que la Iglesia Católica quiere que creamos y, para hacer esto, no encuentro ninguna dificultad, porque no encuentro en la verdad de la Iglesia ninguna oposición real con los datos seguros de la ciencia».4
 
CRISIS QUE SE TORNAN MOMENTOS DE LUZ
Las semblanzas difundidas de Alexis Carrel reportan dos instantes personales de crisis. Primero en Lyon (1902), tras ofrecer su reporte médico del «suceso de Lourdes». Y, al término ya de su vida (1944), en el conflictivo París del mariscal Petain. Pero esas sombras son, en realidad, puntos de inflexión en su trayectoria personal. Eventos de luz cegadora, que supo trasformar –en uso de libre y fuerte voluntad– en momentos cumbres.
En el primero, capitalizó el desencanto que le produjo el rechazo profesional de su sincero reporte médico sobre un caso de la curación súbita e inexplicable de una peritonitis tuberculosa. El segundo conflicto le permitió un concluyente encuentro con lo divino; se confirmó en él eso que llamamos conversión a la fe católica que había sufrido un letargo de muchos años.
Por ahí discurrirán muchas páginas de La incógnita del hombre y de su obra póstuma Viaje a Lourdes –firmada por el doctor Lerrac, su apellido escrito al revés–, él mismo es ese desconocido que descubre a Alguien que vive más íntimo y más audible al fin, que su propia voz.
En Viaje a Lourdes, Alexis Carrel narra lo ocurrido en  1912: «Y se fue a la gruta, a contemplar atentamente la imagen de la Virgen… Lerrac tomó asiento en una silla al lado de un campesino anciano y permaneció inmóvil largo rato con la cabeza entre las manos, mecido por los cánticos nocturnos, mientras del fondo de su alma brotaba esta plegaria: ‘Virgen Santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo en ti, has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionada y ciegamente sin discutir ni criticar nunca más. Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquieto pecador, que con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas se agita, corriendo tras las quimeras. Bajo los profundos y duros consejos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños: el de creer en ti y amarte como te aman los monjes de alma pura…».
Eran las tres de la madrugada y a Lerrac le pareció que la serenidad que presidía todas las cosas había descendido también a su alma, inundándola de calma y dulzura. Las preocupaciones de la vida cotidiana, las hipótesis, teorías e inquietudes intelectuales habían desaparecido de su mente. Tuvo la impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre, y hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la duda».
 
LA INCÓGNITA DEL HOMBRE
Durante la primera guerra mundial (1914-1918) fue testigo de las atrocidades bélicas que intentó aliviar con la actividad de un hospital móvil de campaña denominado «Ambulancia Carrel». A pesar de estar familiarizado con el sufrimiento humano, la guerra –por la crisis de valores y las agitaciones sociopolíticas que desató– lo impactó fuertemente y lo llevó a reflexionar sobre los recursos de las ciencias, para encontrar un camino capaz de resolver las desarmonías fisiológicas, psíquicas y espirituales del hombre en el contexto agitado de su tiempo.
Carrel denuncia en su libro La incógnita del hombre las alteraciones que afectan al hombre moderno y a la sociedad industrial y tecnocrática responsable de la confusión que afecta la esencia constitutiva del ser humano, investigado sólo sectorialmente por la ciencia experimental moderna.
En el prólogo advierte que el autor del libro no es filósofo, sino sólo un científico que busca la unidad y totalidad del conocimiento investigando en los laboratorios sobre los seres vivientes y reflexionando sobre los hombres para comprenderlos mejor: «por lo tanto no pretende conocer sino aquellas realidades que la observación científica abarca». Para Carrel la investigación científica no puede ignorar aquellos espacios que la ciencia experimental y sectorial moderna ha abandonado a la reflexión metafísica; el científico debe investigar al hombre no sólo como entidad fisiológica.
 
LA CONDUCTA EN LA VIDA
El mensaje de esperanza que Alexis Carrel ha dejado como herencia para la posteridad, se resume en las páginas de La conducta en la vida, el libro que empezó a escribir en 1938, completó en 1942 y publicó la editorial Plon de París, en forma póstuma en 1950, bajo el cuidado de su esposa Anne.
Al decir de Primo Siena, Carrel denuncia tanto las abstracciones improductivas de las ideologías modernas, como la impericia del método científico analítico, responsables ambos de confundir las ciencias de la naturaleza, que investigan la materia, con la ciencia sintética que investiga al hombre.
Fue así –destaca Carrel– como los filósofos utilitaristas y los ideólogos marxistas, ignorando el uso correcto de los conceptos, confundieron una específica interpretación de la vida natural con la ciencia del hombre. Por efecto de ese error, liberalismo y marxismo proclamaron la primacía de lo económico sobre el ser humano y lo espiritual.
Concluye Carrel: «La alegría es el signo que marca el triunfo de la vida. La ascensión del espíritu es el signo supremo del éxito alcanzado. El buen éxito de la vida se manifiesta por la plenitud de sus dones». Palabras que guardan, una vigorosa y deslumbrante actualidad para una humanidad que, entre incertidumbre de todo tipo, va adentrándose en el laberinto de la posmodernidad.
 
UN MÉDICO HABLA DE LA ORACIÓN
Carrel escribió un breve estudio muy profundo sobre la oración, titulado Un médico habla de la oración, (París, 1944, Ed. Plon), testimonio único –de un clínico–, capaz de despertar a muchos.5 He aquí algunas pinceladas:
«Por la observación sistemática del hombre que reza, podemos aprender en qué consiste el fenómeno de la oración, la técnica de su producción y sus efectos».
«Podemos igualmente definirla como una elevación del alma hacia Dios, como un acto de amor y adoración para con aquel a quien se debe esta maravilla que se llama vida».
«Diríase que en lo más profundo de la conciencia se enciende una llama. El hombre se ve tal cual es, pone al descubierto su egoísmo, su codicia, sus juicios equivocados y su orgullo. Y entonces se sujeta al cumplimiento del deber moral, procurando adquirir la humildad intelectual. Así se abre ante él el reino de la Gracia. Poco a poco va produciéndose en él un apaciguamiento interior, una armonía de actividades nerviosas y morales, una mayor aceptación ante la pobreza, la calumnia y las penurias, y mayor capacidad para soportar, sin desfallecimiento, la pérdida de los suyos, el dolor, la enfermedad y la ‘muerte’. Por tal motivo, el médico que ve rezar a su paciente debe regocijarse por eso, pues la calma proveniente de la oración es una poderosa ayuda para la terapéutica».
«Son los efectos curativos de la oración los que –en todos los tiempos– han despertado principalmente la atención de los hombres. Aún hoy, en los medios en que se reza, es corriente oír hablar de las curas obtenidas gracias a súplicas dirigidas a Dios y a los santos (…) Solamente en los casos en que la terapéutica es inaplicable o en que la misma no produce efecto, los resultados de la oración pueden ser verificados en forma segura. El Bureau Médical de Lourdes ha prestado un gran servicio a la ciencia, demostrando la realidad de esas curas».
«La oración tiene, a veces, un efecto que podríamos llamar explosivo. Hay enfermos que han sido curados casi instantáneamente de afecciones tales como lupus facial, cáncer, infecciones renales, tuberculosis pulmonar, tuberculosis ósea, tuberculosis peritoneal, etcétera. El fenómeno se produce casi siempre de la misma manera: un gran dolor y, enseguida, la percepción de estar curado. En algunos segundos o, cuando mucho, en algunas horas, los síntomas desaparecen y las lesiones orgánicas cicatrizan».
«El ‘milagro’ se caracteriza por una extraña aceleración de los procesos normales de cura, y tal aceleración nunca fue observada, hasta el presente, en el transcurso de experiencias hechas por cirujanos y fisiólogos. Para que estos fenómenos se produzcan no es necesario que el enfermo ore, pues en Lourdes han sido curadas criaturas que aún no hablaban y, también, personas incrédulas. Alguien, entretanto, oraba cerca de ellas. La oración hecha por otro es siempre más fecunda que la hecha por la propia persona interesada en recibir los beneficios. De la intensidad y calidad de la plegaria parece depender su efecto».
«Tales son los resultados de la oración de que yo tengo conocimiento cierto. Lo que sabemos ya en forma segura es que la oración produce efectos palpables. Por muy extraño que esto pueda parecer, debemos considerar como real que quien pide recibe y que siempre se ‘abre la puerta’ a quien llama».
Años después del desplante de Federico Nietzsche (1844-1900) quien sentenció, en uno de sus muchos y graves despropósitos: «Es vergonzoso orar». Carrel contesta: «¿Es vergonzoso orar? ¡Como es ‘vergonzoso’ respirar!».
 
EXPEDIENTE 54
Nos hemos adentrado al profundo misterio interior del autor de La incógnita del hombre, aquel incomparable Alexis Carrel que en 1902 se encontró con la realidad impensable de los efectos visibles de la oración. Como médico, testificó la curación instantánea, en la Gruta de Lourdes, de una moribunda afectada de peritonitis tuberculosa, Marie Bailly, de 24 años de edad.
Antes de la curación, Carrel había escrito: «Hay una paciente que está más cerca de la muerte en este momento que cualquiera de los otros. He sido llamado al lado de su cama numerosas veces. Esta desafortunada chica está en las últimas etapas de una peritonitis tuberculosa. Conozco su historia. Toda su familia murió de tuberculosis. Ella ha tenido úlceras tuberculosas, lesiones de los pulmones, y ahora, en estos últimos meses, una peritonitis, diagnosticada tanto por un médico general como por un cirujano reconocido de Burdeos, Bromilloux. Su estado es muy grave, yo tuve que darle morfina en el viaje. Puede morir en cualquier momento, justo debajo de mi nariz. Si un caso como el suyo se curara sería realmente un milagro. Nunca dudaría de nuevo… Su condición se deteriora constantemente. Si ella llegara a casa de nuevo con vida, eso de por sí sería un milagro… Ella está condenada. La muerte está muy cerca. Su pulso es muy rápido, de ciento cincuenta pulsaciones por minuto, e irregulares. El corazón está apagándose…».
En Lourdes, Marie Bailly fue examinada por varios médicos. El 27 de mayo, insistió en ser llevada a la Gruta, aunque los médicos –Carrel entre ellos– temían que muriera en el camino. No obstante, ante la mirada de Carrel, ella se curó en unos instantes. El «Expediente 54» del Archivo de la Oficina Médica contiene las declaraciones inmediatas realizadas por tres médicos, incluyendo al propio Carrel y el testimonio de Marie Bailly, que escribió en noviembre y entregó a Carrel, quien lo remitió debidamente a la Oficina Médica de Lourdes.6
 
FRASES DE ALEXIS CARREL
Mundo
El hombre no ha sabido organizar un mundo para sí mismo y es un extraño en el mundo que él mismo ha creado.
 
Vida
La vida no consiste en comprender, sino en amar, ayudar a los demás y trabajar.
 
Humanidad
Lo  mismo que un río: el hombre es cambio y permanencia.
 
Amor
El amor tiene dos leyes: la primera, amar a los otros; la segunda, eliminar de nosotros aquello que impide a los otros amarnos.
 
Educación
Es imposible educar niños al por mayor; la escuela no puede ser el sustituto de la educación individual.
 
Tiempo
El tiempo físico nos es extraño, mientras el tiempo interior es nosotros mismos.
 
Acción
Una tentativa desgraciada vale más que la ausencia de toda tentativa.
 
Inteligencia
La inteligencia es casi inútil a aquel que no tiene más que eso.
 
Razonamiento
Poca observación y muchas teorías llevan al error. Mucha observación y pocas teorías llevan a la verdad.
 
Ser humano
El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe.
 
Hombre
En el hombre, las cosas que no son mensurables son más importantes que las que se pueden medir.
 
Don
El amor a la belleza en sus múltiples formas es el más noble don del cerebro humano.
 
Personalidad
Condiciones de vida difíciles son indispensables para forjar la personalidad humana.
 
Esfuerzo
Todo el mundo hace un esfuerzo mayor para lastimar a otras personas que para ayudarse a sí mismo.
 
Plan
La manera más eficaz de vivir es hacer todas las mañanas un plan para el día y cada noche repasar los resultados obtenidos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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1          Cfr. José L. Fresquet. Alexis Carrel. Instituto de Historia de la Ciencia y Documentación (Universidad de Valencia, España, CSIC). Julio 2004.
2          Perfundir: introducir lenta y continuamente un líquido, como la sangre o una sustancia medicamentosa, en el interior de órganos, cavidades o conductos.
3          Gustavo Pittaluga (Florencia, Italia, 1876 – La Habana, Cuba, 1956), médico y científico italiano, nacionalizado español desde 1904, notable por sus aportaciones al desarrollo de la hematología y la parasitología (Wikipedia).
4          Cfr. Revista Palabra 95, Madrid. Julio 1973.
5          Disponemos del bello texto original francés, La Prière (Paris, Plon 1944), que conocí apenas publicado. Al parecer, no se ha editado en nuestra lengua y debería hacerse;  no bastan los fragmentos traducidos y divulgados.
6          Cfr. Alexis Carrel. Muy valioso perfil en Wikipedia.
 

istmo review
No. 386 
Junio – Julio 2023

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