Víctor Hugo
Gadir. España,2011
116 pp
PARÍS QUE NO SE ACABA NUNCA
Si la ciudad de México es caótica y Roma, eterna, París es infinita; quien ha caminado sus calles sabe de ese magnetismo de fatal atracción. Ver París y morir, París bien vale una misa, París era una fiesta… quizá por esa infinitud jamás se ha hablado tanto en la historia de Occidente como de París; y nadie mejor que uno de sus hijos más dilectos para elogiarla. Pieza de artillería y bulbo raquídeo, este pequeño volumen editado por la casa Gadir contiene las palabras que Hugo escribió desde su exilio inglés para la inauguración de la Exposición universal de 1867, cuando París lucía un semblante nuevo y casi terminado, luego de las obras emprendidas por el barón Haussmann y que ya semejaba los trazos de la imagen que le conocemos hoy. En este elogio de París, Hugo termina retratando al anhelado espacio público, a la πόλις (polis) griega –para la cual no hay traducción acabada–, convirtiendo su alegato en un diminuto y poderoso tratado sobre lo cívico. Por supuesto, la fiebre del novecento secuestra por momentos al autor, quien salpica su apología parisina con efervescentes líneas sobre el poderío de la razón o la obligación de desterrar la fe de cualquier sociedad. Sin embargo, y afortunadamente, son más las páginas magníficas, como aquella en la que Hugo aclara que «amar es tan sagrado como pensar»; páginas que se van entretejiendo a favor del argumento principal del elogio: sólo la ciudad es el espacio de lo verdaderamente humano. El francés no discute al respecto y delinea la irreductible necesidad humana de que la ciudad exista. «Es necesario un sitio que piense. Es necesario un lugar cerebral, generador de iniciativa, un órgano de voluntad y libertad, que actúa cuando el género humano está despierto, y, cuando el género humano duerme, sueña». Una recomendación: no lea la contratapa; evítela, llama al equívoco. Entre de lleno al puente que Hugo tiende entre el futuro de la civilización occidental y el presente de aquel París; el mismo París de hoy, que no se acaba nunca.