Cultivar la amistad nos alienta a emprender con valentía, sobrellevar desventuras y reconocer nuestro valor a través de los ojos de quien nos procura. El tema ha sido objeto de análisis a lo largo de la historia del pensamiento, en la que Aristóteles ocupó un lugar relevante.
Ser feliz, sin duda, es todo un arte. La historia abunda en paraísos perdidos, utopías y Campos Elíseos. Y es que la felicidad es un sueño compartido que, sin embargo, muy pocos se atreven a decir que ya han encontrado. ¿Cómo dar con ella? Es un misterio cotidiano, desde que nos despierta la poco piadosa alarma del reloj hasta que, derrotados por las fatigas diarias, se nos caen los párpados y dormimos. Pero si de algo estoy seguro es de que el Edén, así lo imaginemos como un crucero all inclusive por las Bahamas, no es para uno solo.
El paraíso en soledad puede volverse un infierno. Por eso me imagino que Adán necesitó a Eva, como Aquiles necesitó a Patroclo, su mejor amigo. Ni siquiera los filósofos, huraños por naturaleza, han dejado de estimar los dones de una buena compañía, o mejor dicho, de una verdadera amistad. Los amigos son una de las riquezas humanas más preciadas. Aristóteles, en una hermosísima frase, muy rara para su inteligente pero telegráfica manera de escribir, dijo: «Una amistad está compuesta de una sola alma que habita en dos cuerpos distintos».
Por ejemplo, quienes vieron a Adolfo Bioy Casares en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM afirman que, sin darse cuenta, adoptó el tenue modo de hablar y la usanza del bastón de su mejor amigo, Jorge Luis Borges. A ese grado puede llegar la amistad: fundir una sola alma en dos cuerpos. Esto no es ninguna exageración.
En esta época, que parece adicta a los antidepresivos, vale la pena reflexionar sobre dos conceptos que van ligados: la amistad y la felicidad. Para Aristóteles, la vida humana simplemente no vale la pena sin amigos, aunque tuviésemos todo lo demás. Héctor Zagal, ensayista mexicano, recién dedicó dos libros a tales temas desde la rica perspectiva del pensamiento aristotélico: Felicidad, placer y virtud. La vida buena según Aristóteles (Ariel, 2013) y Amistad y felicidad en Aristóteles. ¿Por qué necesitamos amigos? (Ariel, 2014).
¿Cómo es la amistad según Aristóteles? Una especie de amor intenso, íntimo, consciente y, obviamente recíproco, que constituye el epicentro de la felicidad humana. A grandes rasgos, la amistad consiste en que cada amigo quiera el bien del otro con la misma intensidad con que lo quiere para sí mismo. Es por eso que los amigos desean convivir continuamente y se conocen a profundidad. La amistad no es la concordia que, más o menos, rige con nuestros compañeros de trabajo, vecinos o conocidos de la universidad, a quienes tratamos superficialmente. Con ellos no hay intimidad, no sabemos cuáles son sus sueños, preocupaciones o sus más notables virtudes. A lo sumo hay un interés compartido.
EVITA LA CODICIAO EL DESPILFARRO
¿Por qué necesito amigos? Algunos resuelven sus problemas sin necesitar de nadie, ni siquiera de un confidente para compartir sus penas. Claramente estas personas no van por la vida con una gran sonrisa, por lo general la vida les duele. No obstante, la infelicidad no es la única razón por la que los amigos son tan necesarios, aunque para mí es el argumento más fuerte y convincente.
Aristóteles da una justificación para fomentar la amistad: los verdaderos amigos, en primer lugar, nos permiten utilizar nuestros bienes de la mejor manera. El filósofo piensa en la riqueza y el poder, pues con suficiente fortuna y tal vez un poquito de poder, se puede potenciar la vida moral según una razón recta. Esto quiere decir –en el ancestral lenguaje de la abuela– «no querer salirse del huacal».
Entre otras reflexiones, apunta que la fortuna hay que usarla para patrocinar a poetas, construir mausoleos, etcétera. Tal virtud se llama magnificencia. Pero seamos sinceros: esto es para los multimillonarios que pueden costear formidables museos en Polanco. El resto de nosotros somos felices al finiquitar la hipoteca, y con eso basta. Sin embargo, es necesario saber usar el dinero en su justa medida. Y los verdaderos amigos ayudan precisamente a eso, su consejo sirve para que no despilfarremos ni guardemos con codicia cada centavo. Nadie mejor que un amigo, que nos conoce tan bien, para aconsejar y sacarnos del error. Cuando el mal tiempo arrecia, ellos cooperan para paliar nuestras desventuras económicas y sentimentales, quizá nos presten dinero o sólo nos escuchen. Y si estar en esta situación es culpa nuestra, dirán con toda honestidad que nos equivocamos; eso nos enmendará. Bien dicen que el que encuentra un verdadero amigo encuentra un tesoro.
Un amigo también acentúa cada una de nuestras virtudes. El simple hecho de hablarle y escucharle nos hace más empáticos, comprensivos y maduros, porque de alguna manera, sus tristezas y alegrías son también nuestras.
UN BUEN AMIGO «ECHA PORRAS»
Aristóteles guarda un gran consejo: cultiven la amistad para que logren emprender sus acciones más bellas. ¿Muy romántico? En realidad no, una acción bella es, por ejemplo, recorrer el camino a Santiago, formar una familia, cultivar un huerto o componer una canción. Lo importante es que los amigos están allí, prestos a ayudar y alentarnos a actuar de tal manera que dejemos un legado que despierte admiración en los demás.
Ahora bien, si un amigo nos acompaña en el recorrido a Santiago, nos ayuda a buscar una casa para nuestra familia, o nos aconseja sobre cómo escribir una canción, es aún mejor, porque significa la suma colectiva de acciones virtuosas. Lo mismo le pasó a Odiseo cuando intentó regresar a su natal Ítaca: con la ayuda de toda una tripulación se reencontró con sus seres más queridos. Los mejores y más nobles resultados los obtenemos con ayuda de nuestros amigos. El poeta Homero dijo alguna vez: «los amigos son dos que marchan juntos». La vida es una andanza complicada, pero bien vale la pena con una compañía agradable.
Un amigo anima y exhorta a perfeccionar nuestros planes. Como quien dice, nos «echa porras» y corrige. ¿Cuántas veces un verdadero amigo interviene cuando estamos por rendirnos ante un desafío? Nos recuerda que siempre hay camino por hacer. Esto no sólo sirve para realizar actividades bellas, también para auxiliar a la comunidad política. Charles Freer Andrews, uno de los mejores amigos de Gandhi, alentó al prócer indio a regresar a su país natal a promover su causa. También le ayudó a crear una revista y lo aconsejó para lograr su cometido político. De esta forma, modifico una frase conocida para decir otra que quizá hace más justicia a todos: «detrás de un gran hombre hay un gran amigo».
AFINA NUESTRA VISTA
No exagero al decir que los amigos pueden cambiar la historia, pues advierten nuestros problemas sin sobredimensionarlos: como cuando presagiamos una catástrofe mientras que sólo se trata de un pequeño infortunio, o a la inversa, cuando desestimamos un problema con efectos colosales. Ellos conservan la suficiente distancia para detectar si estamos «haciendo una tormenta en un vaso de agua», pero también mantienen la suficiente cercanía para percibir cómo nos afectan esos problemas y descubrir a nuestro lado cómo resolverlos mejor.
Me gusta pensar en un amigo como una lente que afina nuestros ojos a los defectos propios. De esta manera, representan felicidad no sólo por el mero placer de su compañía, sino porque avivan nuestras virtudes.
¿Y por qué una mayor agudeza visual nos haría más felices? El realismo aristotélico, las más de las veces, es un realismo duro. El pensador macedonio sabía que la felicidad es un don frágil, porque la vida es una rueda de la fortuna y casi siempre está fuera de nuestras manos. Nadie prevé chocar el automóvil en la mañana antes de ir a la oficina, enfermar de cáncer o que lo asalten en el autobús. Y si bien no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, al menos sí nuestras decisiones y el modo en que reaccionamos ante lo imprevisto.
Por supuesto, hay maneras adecuadas de reaccionar, otras, no tanto. El famoso adagio aristotélico reza: «el justo medio». Es decir, no debe sobrar ni faltar algún «ingrediente» en nuestras acciones. Ni ser avaros ni despilfarradores, eso es virtud.
La amistad, entonces, es lo más provechoso que podemos cultivar, catalizador que, si bien no es la causa directa de nuestra; virtud, al menos nos alienta a no desesperar. Si felicidad equivale a ser la mejor versión de nosotros mismos, entonces la amistad es aquello que multiplica, por decirlo así, los réditos de nuestro empeño en ser mejores, más virtuosos.
AMISTAD VS. CONVENIENCIA
A primera vista, esta perspectiva parece ser muy utilitaria. Sin embargo hace falta matizarla un poco. La amistad es provechosa y eso no quiere decir que sea pura conveniencia. El provecho mira por el crecimiento personal de ambas partes y en todos los aspectos posibles. La conveniencia, en cambio, es una mera coincidencia, que tan pronto se extinge, acaba por anular la relación. Así de fácil: en latín «provecho» significa ver a favor del otro. Entonces lo reconocemos como persona, como algo valioso (no meramente útil), y él también nos reconoce de igual forma. La coincidencia, en cambio, como también lo indica el latín, no es más que un producto de azar. Un ejemplo: Lionel Messi no necesariamente es amigo de Andrés Iniesta, pero coinciden en el mismo equipo, y entonces a ambos les conviene que uno u otro anote un gol. Sin embargo, no es necesario que uno mire por la realización del otro, crecimiento personal o felicidad.
Ocurre que en la amistad se enlazan las personas, y a veces hasta se confunden. No es ninguna exageración. Cada quién adopta los modos del otro, y aprende poco a poco de la convivencia. A fin de cuentas, ¿por qué queremos a un amigo? No nos mueve con él una abrumadora pasión, como sí ocurre en el amor. Ni siquiera el respeto que, en todo caso, les debemos a los padres que nos dieron vida, techo y comida, pero que nosotros no elegimos.
Un amigo, como todo lo que vale la pena, es una elección de vida. Montaigne decía de La Boétie, su mejor amigo, que lo quería sencillamente porque era él. La fuerza de la amistad, las más de las veces, es inexplicable, existe más allá del raciocinio. Pero las palabras que nos dice nuestro mejor amigo resuenan más fuerte que las de otra persona. Y es que los amigos se tratan como si se conocieran de siempre. Por eso son capaces de compartirse todo, sin reserva alguna. Son, en fin, una sola voluntad. Con razón alguien me dijo que dichoso es en esta vida quien ha encontrado siquiera la sombra de un amigo. El sabio Montaigne afirmaba que, de toda su existencia, valieron la pena los cuatro años que La Boétie fue su amigo. Luego murió y lo perdió para siempre. Su vida antes y después de él fue sólo una noche pesada.
No hace falta ponerse tan dramáticos, ¿o tal vez sí? No lo sé. Por fortuna, aún no he perdido a un amigo. Lo que me queda claro es que uno no puede dejar de imaginarse qué nos aconsejaría un amigo, antes de atrevernos a tomar una decisión. Ellos ejercen una influencia formidable en nuestra corta vida, nos convierten en mejores personas, amortiguan las penas con su compañía y hacen más placenteros los frutos de la breve alegría. Dos amigos son uno solo en dos cuerpos. Con toda la razón del mundo, un noble anónimo dejó escrito en su castillo de Moritzburg que en la vida sólo hace falta amor verdadero, una amistad que dure. El resto bien puede irse al diablo.